Si la definición de “imperio” es cuando un pueblo somete a otros, entonces en Bolivia ha habido por lo menos dos. No sabemos si para llegar a los Andes tuvieron que cruzar el estrecho de Bering o navegar los mares del Pacifico. Lo que sabemos es que nuestros antepasados del Asia primero se convirtieron en incas, para luego transformarse en un imperio. También sabemos con certeza que los otros colonizadores llegaron en fragatas; españoles que – al igual que los incas – sometieron a otros pueblos. Sus descendientes eventualmente se liberaron del yugo de la corona, solo para implementar su mezquina y racista jerarquía. Con el mismo desprecio de los incas hacia etnias conquistadas, estos hijos de la monarquía sometieron a los demás pueblos bajo el imperio de un Estado colonial.
“Aprendimos a leer, ya no nos maman” lee una leyenda escrita en paredes urbanas. Saber leer no es garantía de saber pensar, mucho menos de que los pueblos estén siendo liberados. El desprecio intolerante hacia otras etnias – por ejemplo – sigue siendo utilizado como arma de guerra psicológica para manipular mentes que se dejan conducir ciegamente por el odio. Aquí nadie parece haberse enterado del masivo repudio en EE.UU. estas últimas elecciones hacia los actos ilegales por parte de mandatarios elegidos democráticamente, que se mamaron a su pueblo con patrañas del “terrorismo” internacional. Cuando es el Gobierno de EE.UU. el que viola los derechos humanos, entonces no hay matices, ni posibles transformaciones. Pero cuando se trata del violento accionar del imperio bolivariano, los trazos son muy finos, justificando las muertes con la excusa de los miles de años de injusticia y explotación. Cuando el Gobierno boliviano es quien debe justificar su uso de fuerza mortal, entonces el fin justifica los medios y todo aquel que cuestiona su accionar es un traidor. Ese argumento lo aprendimos – irónicamente – del que fue vicariamente vilipendiado en las urnas por su propio pueblo: George W. Bush.
Otro gran ardid que venden gracias a la ignorancia es la conspiración que Bolivia estaba “en venta”. Bajo esta lógica, los únicos países soberanos son aquellos tan pobres, xenófobos, autárquicos y sin leyes, que nadie está dispuesto a invertir en su desarrollo. Las naciones más prosperas del planeta, son aquellas que abren sus puertas y brindan garantías a la inversión de capital. Si se mide el nivel de soberanía nacional en función a la ausencia de empresas extranjeras, entonces EE.UU., Brasil, Chile, Argentina, Canadá, toda Asia y toda Europa son pobres pueblos que se han vendidos enteritos. El hecho que el estándar de vida de sus pueblos es muchísimo más elevado que el nuestro debe ser pura casualidad. Nacionalizar recursos estratégicos y revertir una insensata privatización de servicios básicos ha colocado al Estado boliviano en una mejor posición para defender los intereses de los más necesitados. Las correspondientes ineficiencias tal vez sean – en el mediano plazo – un mal necesario. Lo cierto es que esas medidas cuentas con el apoyo del pueblo. Pero seguir satanizando toda y cualquier inversión extranjera es muy grande mamada.
La campaña mediática que explica la caída en el IDH debido a la caída de los precios internacionales del petróleo es otra metida de dedo a la boca de pozo. Si un menor precio del petróleo causa un menor presupuesto, entonces el superávit que tiene el Estado boliviano se debe a los precios favorables. La explicación del Gobierno, sin embargo, es otra. Cuando sufren las arcas, es debido a una conspiración que sabotea al imperio bolivariano con menores precios para el petróleo. Pero para tener la breve bonanza económica lo único que se necesitaba – nos quieren hacer creer - era un modelo “macroeconómico” que ahogue toda inversión.
Por último está la ingenuidad. Nadie acusa al Gobierno boliviano de estar involucrado en el separatismo. Una acusación es que permitieron que Roszas se convierta en un señuelo que atraiga moscas, para luego fumigarlas. Otra es haber actuado en su muerte al margen de la ley. El cuento que nos venden, sin embargo, es la CIA quien “enseñaba” a los policías a obtener evidencias de una escena del crimen. ¿A quién quería desestabilizar la CIA? ¿Enseñaban a los policías a filmar las turbias fechorías de los gobiernos “neoliberales”, para luego desestabilizarlos? ¡Parece que la lógica murió junto a los supuestos terroristas!
Filmar la escena del crimen debería ser una práctica obligada por ley, porque demostrar visualmente que la evidencia fue manejada con probidad garantiza los derechos de todo humano, no solamente del boliviano. Pero en lugar de claridad, reina la ambigüedad. No quedaba claro si el Gobierno infiltró al grupo terroristas desde un principio, o a medio camino. La necesidad de brindar una explicación ha sido también eliminada, simplemente retractando la versión inicial. Sembrar dudas, acusar sin fundamento y marear la perdiz es parte del proyecto de implementar un nuevo imperio bolivariano. Si el pueblo no puede ver el avance de una nueva agenda imperialista es porque tal vez aprendimos a leer, pero con maquiavélica ingenuidad nuestra mente sigue siendo manipulada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario