Irónico que el dinero – tal vez el más importante invento humano – no recibe el crédito que merece. Desde épocas remotas, la moneda es la manifestación suprema de una confianza compartida en la sociedad. Organizados bajo el elevado propósito de convivir prósperamente en paz, hemos necesitado desde el principio un testamento de mutua fe. Sin un mecanismo que permita el intercambio comercial de bienes y servicios, nada de lo que hemos logrado como civilización hubiese sido posible. Únicamente un contrato práctico y sin la inútil presencia de una burocracia, crea el incentivo básico para confiar en los cientos de millones de contratos que celebramos juntos todos los días. Si bien el trueque es una opción primitiva, mucho mejor ha demostrado ser un sencillo papel pintado con el rostro de alguna figura histórica que ha pasado a mejor vida. La moneda es más que un símbolo de un destino compartido, es el pilar fundamental de todo contrato social.
No existe civilización ni modelo económico que no use una moneda. Sin una manera rápida y eficiente de intercambiar todo aquello producido – incluyendo el arte y la propiedad intelectual - seguiríamos sumergidos en los fundamentalismos de una edad de piedra; un oscuro pasado donde el garrote decidía cómo repartir el producto del trabajo del otro. Y si de mano de obra se trata, el pueblo chino comunista es el que aporta a la humanidad el mayor número de las llamadas “horas-hombre”, un apelativo que seguramente habrá de cambiar en la medida que se reconoce el invaluable aporte a la productividad de mujeres de gran talante. En todo caso, si algo hacen juntos y muy bien chinos y chinas, es intercambiar efectivamente y fuera de sus fronteras aquello que producen con gran habilidad.
Los chinos, ortodoxos en muchos ámbitos de su preciada insurrección maoísta, son los mejores clientes del vilipendiado dólar. En su ancestral sabiduría y pragmatismo revolucionario, entienden que el dólar es una herramienta necesaria. Sin importarles el color de la piel o cuan rasgados son sus ojos, la China comunista de Mao es patrona del destino de las imágenes de Presidente gringos ya fenecidos, cuyos talantes adornan billetes pintados con un verde olivo. Hace muchas lunas que los chinos se compraron la deuda externa norteamericana, una herejía a la ortodoxia marxista que – lejos de frenar su desarrollo – ha sido instrumental en su ascenso de país tercermundista a potencia mundial, en apenas un par de generaciones.
Si el día de mañana el Euro llegase a ser para los chinos una mejor opción, seguramente no dudarán en cambiar de herramienta monetaria. Lo que dudo que hagan, por muy grande su éxito económico, es crear entre el puñado de países que aun se tildan “comunistas” una moneda inspirada en chauvinismos ideológicos. Temo que lo único que arrancaría en la China del siglo XXI dicha sugerencia – entre ministros, obreros y amas de casa – es una sonora e inteligente carcajada.
Nuestros dirigentes ofrecen un contraste que no podría ser mayor. En demostración de franca majadería intelectual, se ha llegado a escuchar entre nuestros más altos dignatarios el augurio que el dólar “corre peligro de desparecer”. Parecería inocente la sandez, pero refleja una actitud muy preocupante. Si algo ha de lograr un dólar débil, es incrementar las exportaciones norteamericanas; con el correspondiente ajuste a su balanza comercial y elevado nivel de desempleo. En cambio, un aun más valorizado peso boliviano lograría todo lo contrario. Si nuestra moneda se vuelve más cara, los productos bolivianos se vuelven más caros a su vez. En medio de una insensata estrategia política que - en lugar de desarrollar tratados y abrir mercados que beneficien al país – lo que busca es comerciar únicamente con el puñado de Gobiernos ideológicamente compatibles, jactarse de tener un “peso fuerte” es de tan mal gusto como burlarse del difunto en su propio funeral. El que hace rato que aquí agoniza es el sector exportador.
Con la excepción de Venezuela, los países del ALBA se empecinan en colocar trabas al intercambio comercial con mercados viables. Es en ese espíritu que se les ocurre ahora la brillante idea de crear una burocracia adicional para entorpecer aun más las exportaciones. Pero mientras que el purismo ideológico boliviano ha puesto al chauvinismo ideológico por encima de crear empleos, además de no tener inconveniente alguno en vender su contaminante petróleo al mercado norteamericano, el chavismo ha convertido el negocio de divisas yanquis en una manera efectiva de castigar a empresarios privados de la oposición y beneficiar artificialmente a los suyos. Los niveles de corrupción e ineficiencia experimentados en Argentina, Brasil y Bolivia durante la hiperinflación de los 80’, podrían ser igualados por el S.U.C.R.E., símbolo supremo de la politización ideológica del intercambio comercial.
Irónico que la nueva moneda del alma – tal vez la pachotada más grande de un casi bachiller – no despierte la preocupación que merece. Desde épocas remotas la corrupta maraña burocrática es la limitación suprema al desarrollo económico. Pero organizados bajo el propósito crear banderas políticas que importen el ardid de independencia, lo único que exportan nuestros líderes es una atroz dependencia hacia el yugo del aparato estatal. Crear una moneda virtual ha de requerir la inversión de cientos de miles de horas-hombre en inútiles papeleos administrativos. Hacerlo para intercambiar exportaciones también imaginarias, simplemente para sacar a relucir su visceral antipatía hacia los EE.UU., será un trágicamente jocoso pie de nota de nuestra historia; un cuento que el Agregado Comercial de China algún día contará, cuando se encuentre jubilado entre los suyos.
Para crecer hay que creer en la buena fe del otro, en los contratos y en una moneda; mejor si es una moneda nacional. Lo importante es contar con herramientas prácticas que permitan el mutuo beneficio - instrumentos ajenos a intereses y manipulaciones políticas o ideológicas. Lejos de representar una herramienta idónea, el S.U.C.R.E. será un triste tigre de papel, que necesitará de un papeleo similar al de obtener una visa para cruzar fronteras. Es decir, la nueva divisa requerirá de un trámite burocrático para ejercer su gran papel. Nadie cree en cuentos chinos, pero este es un cuento que juntos tendremos que tragar en un trigal.
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