¿Quién será el nuevo dueño de la razón? El ciudadano pretende informarse de lo que acontece en la obra de su creación: la sociedad. Pero de pronto la exhortación “¡deme la razón!” cobra tono de una orden por parte de poderosos que intentan adueñarse - a cambio de unas monedas – hasta de nuestra razón de ser. Cuando la razón no se tiene, la deficiencia es compensada gritando más fuerte. Un grito ensordecedor es el monopolio del poder del Estado, que se supone es un mandato del pueblo para imponer leyes que hacen posible su libertad: entre otras de consciencia. Pero los mortales solemos confundir “mandato” con “prerrogativa”. Dicha confusión promueve entre servidores públicos angurria de monopolizar el poder. Y mientras los actuales servidores se jactan en la economía de su absolutismo, creen que entran sigilosos al terreno del debate, cuando en realidad su ardid de imponer a la fuerza su razón es evidente para todo aquel con cuatro dedos de frente.
En teoría las urnas les dieron al gobierno la razón; una razón que en la práctica empieza a tambalear ante una realidad que no se compra tan fácilmente. Y como el arte de gobernar resultó necesitar de un mayor nivel de consenso, pretenden suplir sus deficiencias estipulando una verdad déspota, recubierta bajo el manto de una razón absoluta. En lugar del debate permanente que forja aquella complementariedad que celebra nuestra tradición y cultura andina, observamos atónitos cómo se pretende implementar una política de “arrasamiento” intelectual mediante la imposición de un bombardeo mediático. Es como si presintiesen la inconsistencia de sus argumentos y pobreza de sus recursos ideológicos. Las inseguridades son comprensibles, porque los pueblos de Chile, Brasil y Argentina empiezan a manifestar el desgaste que ocasiona el ímpetu de crear - a la mala - una hegemonía continental.
El paso del tiempo es inexorable. Las promesas electorales suenan huecas, cuando la experiencia demuestra que los campeones de la igualdad y la justicia en realidad buscan arrasar - envueltos en túnicas democráticas – con toda razón que no sea suya. Mientras, diversas fuerzas extranjeras experimentan con nuestro justificado dolor; un dolor consecuencia de cientos de años de sometimiento al yugo de caudillos de la discriminación. Pero, ante la evidencia que el proyecto no fue muy bien concebido, el experimento empieza agriarse. El verdadero experimento democrático será cuando el pueblo imponga su propia razón, obligando un verdadero debate dentro del Poder Legislativo.
La razón de nuestro más elevado propósito político – construir una mejor nación – requiere de un debate real entre las diversas ideas y visiones por parte de las fuerzas sociales que hacen a Bolivia. Los medios de comunicación – incluyendo esta columna –por lo general aportan apenas circo a ese desarrollo. Reconozco que lo único que agregan mis palabras es chacota intelectual. Ello no desmerita la importante labor de periodistas, que si agregan valor al proceso en la medida que reflejan el proceso de desarrollo con imparcialidad y ética profesional.
Pero como la imparcialidad es un recurso cada vez más escaso en nuestro medio, haríamos bien en intentar forzar el debate, eligiendo al Congreso nacional individuos que respondan a su consciencia, en lugar de pobres “levanta manos”. Para ello debemos imponer democráticamente nuestra propia imparcialidad. Escuchemos entonces- sin importar el color de su piel o su bandera - lo que ofrecen futuros senadores y diputados, en lugar de darles de antemano el poder de la razón.
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