Quemar la bandera de EE.UU. es un acto político frecuente. Con la quema de las “barras y estrellas” el pueblo manifiesta a menudo su derecho a la libre expresión. Ver caer y arder al águila calva no conmueve a nadie. Pero si el gobierno de EE.UU. llegase a utilizar el video de turbas de globafóbicos en Seattle, para levantar cargos contra el supuesto autor intelectual de carbonizar la bandera yankee, tal conducta nos parecería un tanto “fascista”. Un accionar idéntico se manifiesta en gobernantes arropados en la bandera del MAS. El hecho que esa conducta no sea censurada por quienes adoran la bandera oficialista se debe a que a veces una bandera partidista tapa ojos y ciega la razón.
Gracias al milagro económico del Brasil, “Orden y Progreso” es una bandera de moda. Gracias a que un obrero y una ex -guerrillera lideran esa economía de mercado, el odiado lema positivista de Auguste Comte ahora tiene cabida en la estrecha mente jacobina. Las banderas políticas son así; una manera práctica de guiar al rebaño. Por ende, se convierten también en la manera favorita de explicar al pueblo la política económica de sus gobernantes.
“Nacionalización” es una bandera fácil de vender en las urnas, pero difícil de implementar en el mercado. Si el mercado resulta un tanto rebelde, entonces la mejor bandera es “patriotismo”, una estrategia que compra resignación y que, por lo general, viene acompañada de la bandera “anti-capitalista”. En contraste, la bandera de Lula y Dilma, es “progreso” y “mercados”, por lo que las pugnas ideológicas en Brasil son escasas y las exportaciones siguen siendo cuantiosas. En consecuencia, aun cuando Brasil vende el litro de gasolina a más de 10 pesos, tiene mejor calidad de vida que Venezuela, que la vende a 0.35. El pueblo empieza a entender que, tal vez, en vez de invertir tanta energía en satanizar el mercado, harían una mejor gestión tratando de entenderlo.
La bandera de nuestra hermana Republica de Venezuela fue modificada el 2006. La Asamblea Nacional discutió los meritos de cambiar la dirección en la que galopa el caballo de Bolívar. Luego del largo debate, decidieron cambiar su dirección, para que galope “de vista al frente”. En realidad el caballo ahora se dirige hacia la izquierda. En los recovecos de esa izquierda visceral reside un odio tan profundo, que incluye el desprecio del dinero. El Presidente de Venezuela, por ejemplo, propone “romper con el capitalismo desde abajo” reemplazando el dinero por un sistema de trueque. Hugo Chávez hace honor al credo que el dinero es “la raíz de todo mal”. La bandera del “bien” contra el “mal” siempre fue muy popular.
El dinero es una herramienta. Eliminarlo no cambiaría nada. Pero ignorar las dinámicas de quienes hemos creado y usamos esa herramienta tiene al Gobierno boliviano sufriendo para “nivelar los precios” del mercado. Si el Presidente “obedece” al pueblo, el mercado obedece al incentivo. El precio del pan, por ejemplo, no es una abstracción; es el producto de sudor y lágrimas de pequeños empresarios, que invierten en alquileres, hornos, insumos (cada vez más caros) y pagan sueldos. El pan de batalla debía pesar por ley 65 g., pero pesaba casi 70. El panadero estaba subvencionado casi 5 g. (8%). Entonces ¿por qué no vender el pan por kilo? Si el gobierno no puede subvencionar la gasolina, ¿por qué un pequeño empresario debería subvencionar el pan? Ahora el pan, con beneplácito del Gobierno y obedeciendo las leyes del mercado, sube de precio achicándose a 55 g. Ante la inflación y déficit fiscal, debemos cambiar banderas y reducir el gasto en mamaderas.
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