Tal vez sin saberlo, la oposición boliviana se torna un tanto talibán. Es tan solo natural. En el psique del ser humano habita un poderoso ímpetu que fácilmente se desboca: el deseo del poder. Ese instinto primitivo es fiscalizado por normas que garantizan que las mordeduras entre seres humanos sean mediante el voto, un procedimiento electoral que condujo al frenesí a senadores de la oposición. Tendrán sus buenas razones. No es mi intención evaluar la idoneidad del proceso, ni opinar sobre cuál hubiese sido el opositor “más puro”, digno de ser nombrado en el Senado segundo secretario. Lo que se pretende es observar un apetito que, bajo diversas excusas, banderas e ideología, busca atascarse de poder. Y si el emperador, aquel que gritaba en Tiwanaku “que mueran los malos”, ya no viste su famosa chompa a rayas, entonces la oposición empieza mostrar al desnudo su ambición del poder por el poder.
El Senador Gerald Ortiz, supuesto judas de la oposición, tiene exasperada a su propia bancada, antiguos compañeros que ahora le arrojan escarnios por culpa de unos escaños de poder. ¿Cuáles son las diferencias filosóficas entre el supuesto traidor y la ortodoxia opositora? ¿O es simplemente una pugna por cargos y privilegios? Parece que el proceso democrático se reduce velar por quién toma las decisiones, en detrimento de enmarcar posiciones ideológicas de fondo. Las riñas son frecuentes, pero quedan en la superficie, para relatar los errores del adversario. Este estilo contestatario busca culpables, a la vez que ofrece criterios ligeros. ¿Cuál es la visión de país de la oposición? Además de – con toda razón – quejarse por los atropellos del poder, no se percibe su convicción, no se impulsa un programa económico, no se enarbolan principios básicos que permitan al Gobierno actual entender la raíz de sus múltiples desaciertos debido a un modelo que, más que “Evonomics”, es una especie de economía vudú.
La economía no es posible sin estabilidad social. En ese sentido, existe un corolario de las ciencias sociales que nadie se atreve a enunciar: “La necesidad de represión es directamente proporcional a la carencia institucional”. Suena nefasto, pero la historia ofrece amplias evidencias. Para muestra, el botón más invisible de la ropa del emperador: el imperio Inca. Antepasados nuestros que se atrevieron a cuestionar el poder del Inca fueron torturados por las fuerzas invasoras. Mantener la unidad y estabilidad del imperio en la antigüedad necesitaba de altas dosis de sangre, un principio que fue aplicado por romanos, mongoles, francos y anglosajones. En el mundo civilizado de la actualidad, el corolario sigue siendo aplicado en países que son ingobernables precisamente por su bajo nivel de institucionalidad. Naciones sumidas en el caos, como ser Haití, Somalia, Sri Lanka y Túnez necesitan de un aparato estatal capaz de imponer un mínimo de orden. De lo contrario, de permitirse a las masas desafectadas y furiosas – con toda razón –ante su hambruna, desatar su ira en las calles de manera permanente, no es posible implementar solución económica alguna.
Existe en las ciencias sociales otro corolario que pocos se atreven a enunciar: “el impulso dionisiaco por el poder tiene una arista suicida”. Cuales árboles que deciden incendiarse a sí mismos, para que las ardientes brasas quiebren duras semillas y germine nueva vida, el ser humano suele arrasar con los suelos para saciar su sed del poder. Este exterminismo nihilista se manifiesta en ecologistas que inconscientemente celebran las inundaciones, las mazamorras que violentamente caen de laderas para sepultar todo a su paso y la hambruna que acompaña al calentamiento global. En sus retorcidas mentes, este castigo apocalíptico de la naturaleza forma parte de la transfiguración del ser humano. En ese sentido, algunos ecologistas exterminsitas comparten un perfil psicológico con talibanes, musulmanes y cristianos extremistas, cuya voluntad de poder se manifiesta en el deseo que descienda una bola de fuego divina sobre la tierra, para condenar a los malos y salvar a los que obedecieron su ortodoxia.
El extremismo del Gobierno fue alimentado por factores viscerales, entre ellos su insaciable apetito de poder. Ahora la oposición se detiene ante la coyuntura actual y parece emitir su voto por un descalabro económico y social. Hay que tener cuidado con lo que uno pide, porque aquello que se pide puede venirse con una potencia desastrosa. El Presidente Morales gritaba ante las ruinas de nuestros antepasados “que mueran los malos”, reflejando un maniqueísmo que ha caracterizado su mandato. Ahora la oposición parece regocijarse ante el descalabro de se pudiese avecinar. En vez de ayudar a enderezar la nave del Estado, para que la economía retome un rumbo correcto, parecen estar satisfechos con dejar que las recetas fracasadas del Evonomics toquen fondo. Ante el posible debacle social, de aplicarse a Bolivia los anteriores corolarios, el Gobierno tendrá que decidir entre reprimir los movimientos sociales que lo apoyaron, o ver nuestro Palacio Quemado arder una vez más.
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