miércoles, 19 de enero de 2011

Kiev Dice

Ucrania: colonia de la Unión Soviética, un imperio que le impuso su roja religión. Ancestrales praderas sienten almas eslavas patrullar tierras devastadas por la guerra. Durante la era comunista, Ucrania era el granero de Moscú. Aunque proporcionaban el 25% de los alimentos a la URSS, la injerencia absolutista del Estado los dejó con tecnología obsoleta, muy lejos de su verdadero potencial. Hoy Ucrania produce más, mucho más. Producen tanto, que Ucrania rápidamente se convierte en la Arabia Saudita de granos, cereales y pechugas de pollo de Europa. El secreto de su nutrido crecimiento agrícola es la inversión privada. No lo dice el Tío Sam. Lo dicen en Kiev, una antigua colonia comunista.

En teoría, todos sabemos que no importa “quien” lo diga. En la práctica, ganan las infantiles ganas de negar todo lo que diga el “enemigo”. Aceptar premisas que contradicen la ortodoxia siempre fue un problema. Convencer a pueblo que la tierra se mueve alrededor del sol tomó tiempo, sangre e injusticias. Esa mente tribal medieval se reproduce en quienes todavía se ponen nerviosos cuando alguien dice “salud universal”. Su voluntad de reformar el sistema de salud, le ha ganado a Obama el visceral odio de la derecha, que prefiere que el déficit sea debido al gasto militar. La lógica que no ven los de derecha es que contar con salud universal puede permitir a la empresa privada competir con naciones cuyas empresas no asumen el costo médico de sus trabajadores. Lo que es bueno para el pueblo, es buen negocio también.

Si en EE.UU. hay una derecha recalcitrante, en la otra América hay una izquierda infantil, que salta de su silla cada vez que escucha “inversión privada”. En su arrogancia pueril, se llama a sí misma “izquierda latinoamericana”. Como latinoamericanos nos unen muchas cosas, dentro de nuestra gran diversidad. Pero no hay una sola lengua, ni una sola etnia, ni una sola religión latinoamericana. Mucho menos una sola izquierda “latinoamericana”. Hay varias izquierdas. Una de ellas bloquea la “inversión privada”. La otra, en Chile y Brasil, cree en ella, sin importar quién es el que dice que la inversión es el mejor camino a la justicia social.

El pueblo entiende que los bloqueos afectan a la economía. La nueva lección es que bloquear la inversión privada afecta su bolsillo. Venezuela sigue dándose el lujo, porque es la Arabia Saudita latinoamericana. Pero en Bolivia se necesita de inversión, tanto pública como privada. La inversión pública es crucial, pero debe ser un esfuerzo económico enfocado en infraestructura, cadenas productivas, salud, educación, etc. En ese sentido, los empleados públicos nos dicen con hechos que no pueden ejecutar sus jugosos presupuestos. Esa es la naturaleza de la burocracia engorrosa. Pretender que el Estado sea el inversionista favorito no es un buen modelo de desarrollo. No lo dice Samuel. Lo dice Kiev.

Ucrania es una economía de mercado, con grandes inversionistas en agricultura, que exportan alimentos a China, Turquía, Rusia, EE.UU. y a la U.E. Ucrania importa la última tecnología en tractores y equipos agrícolas. Pero los que compran esos tractores entienden su negocio, sus necesidades e invierten en los tractores apropiados. En contraste, en Bolivia recibimos tractores donados, que quedan a veces abandonados. El pueblo tomó mucho tiempo en entender que la tierra se mueve alrededor del sol. Pasará tiempo antes que entiendan que la inversión privada no es el enemigo. En juego está nuestra seguridad alimenticia. En Ucrania esa realidad la ve y siente la población, sin importarles quién fue que lo dijo.

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