En el aeropuerto del Tromplillo, el Vicepresidente confesó haber arriesgado vidas, incluyendo la propia, cuando decidió aterrizar en el aeropuerto de Sucre de noche y sin luz. Caer sobre una pista sin ver bien refleja una mezcla de temeridad e intelecto asertivo que parece haberlo congraciado con el alto mando militar. Es el puesto de Comandante en Jefe el cual no podemos arriesgar poner en peligro. Según Carlos Mesa, nuestro “ex”, Evo debería siempre volar en su moderno Falcone porque, si llegase a tener un aterrizaje mortal, correríamos el riego de matarnos entre hermanos. Lo que Carlitos no entiende es que Álvaro tiene un plan.
No se puede construir sobre un suelo inestable y el terreno político en Bolivia no dejó de sacudir. Cierta competencia entre facciones rivales es dialécticamente necesaria. Cuando las reglas se cumplen para todos, la competencia entre grupos y clases sociales puede ser un sano deporte. Pero cuando los rivales se someten, el conflicto tiende a volverse destructivo. En Bolivia somos campeones en la ley de la selva, acostumbrados a burlar las normas del marco constitucional. En la nueva mancuerna entre Gobierno, policía y FF.AA. se gesta un sentido de “orden, paz y progreso” que resulta intrigante; incluso un tanto atractivo. Un mal padre es mejor que ninguno.
Bolivia necesita estructura. Sin una mínima disciplina, seguiremos bloqueando el desarrollo. Que la policía y FF.AA. se pongan la camiseta socialista y rompan doctrina aliándose a un partido político es la menor de nuestras preocupaciones. Para una oposición esclerótica, que solo sabe quejarse y hace poco por proponer, el vaso está medio vacío. Para quienes vemos el proceso evolutivo como un arte de lo gradual, el nuevo régimen de miedo e intimidación al oponente puede ser un vaso medio lleno; un mal necesario. Bolivia necesita padres de la patria con inexorable vocación draconiana.
Cuando de someter subversivos de Sendero Luminoso se trataba, la oligarquía boliviana aplaudía la mano dura. Antes, Fujimori era icono andino de la añorada “orden, paz y progreso”. Si la Contraloría retocó la auditoria al Ernesto Suarez, gobernador de Beni, con tal de meter preso a un paladín de la oposición, ello sería una violación de la ley y debido proceso. Pero esa manera de cometer “foul” es pecatta minuta si se compara a los sanguinarios asesinatos del pasado. En épocas pasadas los amantes del “orden” recurrían a la violencia para organizar a una sociedad ingobernable. Ahora sus herederos recurren a la manipulación mediática y abusos de la ley. Por ende, la población agacha la frente, temerosa. Se impuso en Bolivia una dictablanda. ¿Dónde están los aplausos?
García Linera increpa a Mesa Gisbert por no haber tenido sus cubiertos bien puestos cuando su Comandante del Ejército le salió al paso con aires de sublevación. Como Carlitos no supo disciplinarlo, otros le comieron el mandato. En contraste, Álvaro inspira temor, a la vez que conspira con el Alto Mando para articular Bolivia, mediante autopistas, aeropuertos y naves del Siglo XXI. La infraestructura por sí sola no equivale a integración. No es ingeniería social lo que habrá de unirnos: necesitamos mercados. Pero sin autopistas no hay intercambio, y sin comercio no hay “orden” ni “paz”, mucho menos progreso. Tal vez avancemos sin ver el camino, con gran temeridad. Pero por lo menos avanzamos, sin que corra sangre entre hermanos. Mártires de la democracia seguirán habiendo, como los Suárez, Fernández, Cossios y Joaquinos. Seguiremos aterrizando en la oscuridad, hasta que exista el cableado. El plan es sencillo: encender la luz. Será menester del pueblo encender su consciencia.
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