Resulta ofensivo que el sufrimiento de cientos de rehenes encarcelados por las FARC en selvas colombianas se desvanece ante la sola posibilidad que un soldado norteamericano sea juzgado en una corte militar propia por un crimen que aún no ha cometido. Es digno de un premio Nobel que - en lugar de sentirnos agredidos por el narco-terrorismo de las FARC - la hermandad entre las extremas izquierdas conduzca a nuestros pueblos a sentir ganas de derramar sangre para defender su derecho a impunemente asesinar, violar y lucrar del luto colombiano. La burda manipulación del psique colectivo – con claros fines electorales – pretende crear una psicosis de guerra; una cortina de humo tan descarada ¡que funciona! La verdadera guerra – sin embargo – es entre ideas, una batalla que los extremistas están cada vez más cerca de perder. Y como lo saben, se desesperan. Ojalá que la escalada de violencia entre Colombia y Venezuela; en la frontera entre México y EE.UU.; y en toda gran urbe latinoamericana logre lo impensable: que EE.UU. renuncie a su desgastada e inútil política hacia el narco-terrorismo. Si los EE.UU. abandonan las bases militares por la legalización de la cocaína, ese cambio pondría fin al lucrativo negocio del narco-terrorismo, acelerando así el descalabro del extremismo latinoamericano.
Lo último que el gobierno de EE.UU. quiere - o necesita - es otra guerra. Su pueblo esta fatigado y enfermo de prestar a sus hijos para que mueran en aventuras militares con fines ideológicos, o para hacer el ingrato papel del policía que todos odian. El imperio norteamericano está en crisis y peligro de implosión. Su arrogancia se viste de verdades absolutas; una tozuda incapacidad de entender los matices y consecuencias de su dogmatismo. Su arrogante apego al principio de “cero tolerancia” en el ámbito de los estupefacientes – cuya experiencia durante la Prohibición de principios de siglo XX debería ser escarmiento suficiente - conduce a una política exterior inflexible y a un peligroso maniqueísmo. En su lucha contra las drogas, los EE.UU. se han golpeado la cabeza mil veces contra la pared y caído otras tantas en el mismo hueco. ¡Pero no aprenden! La violencia que se apodera del continente americano tiene una sola raíz: el narco-terrorismo. Pretender controlar un negocio tan grande, con raíces políticas tan profundas, utilizando violencia militar, es una gran imbecilidad. En lugar de tropas norteamericanas, este cáncer debe ser extirpado mediante una burocracia internacional.
El único libre mercado que defienden implícitamente algunos gobiernos de nuestro hemisferio es el de la cocaína. ¿No es hora de empezar a tratar a las víctimas de las drogas en clínicas y controlar medicamente su adicción? En lugar, estamos tratando la aflicción en las morgues, manejando los cientos de miles de cadáveres de víctimas de una guerra entre carteles, que a este paso no ha de acabar jamás. En juego está la estabilidad del hemisferio. La verdadera desfachatez norteamericana no es acudir a la ayuda del pueblo colombiano en una terrible guerra que le ha causado luto durante décadas. ¡No! Su verdadera imbecilidad es creer que puede pelear “fuego con fuego”. La cocaína hay que legalizarla, controlarla y venderla en clínicas bajo receta médica. ¡Punto!
Colombia es el único país del hemisferio comprometido ideológicamente al libre mercado. Si bien nuestras “potencias” locales - Brasil, Chile y Argentina - manejan idénticas políticas; con maquiavélica complicidad les guiñan el ojo a sus camaradas marxista-leninistas. Solo el pueblo colombiano ha asumido una posición abierta en defensa de su derecho al intercambio comercial. ¡Allí está la verdadera guerra! Si debido a sus chauvinismos ideológicos (vis-a-vis el narco-terrorismo), EE.UU. le regala una bandera ideológica precisamente a esa lacra latinoamericana, flaco será el favor que le hace a todo el continente.
La cortina de humo del alma intenta abarcar las elecciones en Colombia, una silenciosa invasión que pretende regalarle a las FARC el territorio entero, para que así mejor financien la revolución. Si bien el pueblo colombiano está fatigado y enfermo del narco-terrorismo, la ignorancia es atrevida y la manipulación mediática de Telesur un caballo de Troya que podría calar en mentes fácilmente inducidas por la psicosis. Si los EE.UU. quieren realmente asestar un golpe mortal al narco-terrorismo, deben tener el valor de admitir su error y legalizar de una buena vez la cocaína. La prohibición de la cocaína hace de su consumo un elegante acto de rebelión. Su legalización, regulación y trato de todo aquel que consume cocaína como un “enfermo” que debe acudir a centros médicos para satisfacer su adicción, eliminaría de inmediato la violencia y el glamur. A su vez, quitándole el financiamiento al narco-terrorismo, el proyecto extremista perdería su mejor aliado. La guerra de ideas – sin embargo – sigue atrapado bajo cortinas de humo y cruce de balas de una estúpida guerra contra el narco-terrorismo que – a base de fuego – jamás se logrará ganar.
1 comentario:
No lo podias haber dicho mejor, otro gran ejemplo son las favelas en Rio. Cuanta gente pobre muere defendiendo un negocio que es tan rentable como el narcotrafico. LEGALIZACION YA
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