Integrar barrios y laderas requiere de visión, inversión y sacrificios. Un ejemplo son los puentes Trillizos, que compensarán molestias inmediatas, con placeres vehiculares de largo plazo. Un mejor y óptimo flujo de recursos, después de todo, mejora la calidad de vida de todos. Un recurso básico – sin embargo - está siendo muy mal utilizado. Ese recurso es la más básica y pálida sensatez. La cortesía de ceder el paso – por ejemplo – es otro sacrificio que ayuda a mejor utilizar nuestros recursos. Sin embargo, confundimos la civilidad con ciego altruismo, cuando en realidad la cortesía es un interés personal iluminado que permite avanzar conductas racionales de mutuo beneficio. Si bien es cierto que estamos obligados por ley a permitir que avancen los demás cuando la luz está en rojo, tan solo una cortés urbanidad detrás del volante garantiza un tráfico dinámico, evitando así que el caos se apodere de nuestro diario transitar.
Un sacrificio que realizamos todos los días es detener el paso para que pasen los demás. Ese principio básico confunde a mentes incapaces de descifrar la lógica del bien común. A la vez que se rasgan las vestiduras por la solidaridad comunitaria, quien al final gana es su ciego egoísmo, que les impide entender que no bloquear una intersección permite un mejor fluir del tráfico. La lógica del buen uso de recursos dicta que algunas veces debemos detener el paso, incluso cuando el verde nos confiere el derecho a circular. Cuando esa ética cívica se multiplica en cadena, la cortesía de sacrificar unos cuantos segundos es recompensada con un tránsito más ligero. Pero como la lógica es el recurso más escaso, a base de ignorantes bocinazos nos vemos obligados a meterle nomás, causado en cadena una maldita trancadera.
De no estar bien sincronizados, dos semáforos pueden también bloquear la circulación. Cuando una luz se pone verde, pero más abajo otra pasa a rojo, la contradicción perjudica a todos, que debemos democráticamente esperar a que el tráfico fluya a cuenta gotas. Si multiplicamos el tiempo perdido y gasolina desperdiciada, por las miles de horas que se pierden al año en cada intersección, lograremos entrever nuestra complicidad en el deterioro gradual del medio ambiente. Pero parece que las humaredas escupidas a la atmósfera en nuestro diario ritual del bloqueo de caminos no aporta al deshiele de nuestras cordilleras. Como los culpables del calentamiento global son otros, nuestra condición de víctimas nos confiere el derecho de seguir metiéndole nomás.
Se requiere mejorar nuestro uso de recursos. Una mejora sencilla es sincronizar semáforos en intersecciones estratégicas. ¿Cuánto costaría coordinar algunos semáforos para mejor organizar nuestra convivencia? Sincronizarlos ahorraría cientos de miles de horas y recursos mal invertidos en esperar que los semáforos se pongan por fin de acuerdo. Pero es más fácil profesar gran amor por la Pachamama, a la vez que se ignoran principios básicos de convivencia y protección ambiental. Bloqueados mentalmente, somos cómplices de perpetuar burocracias y conductas que detienen nuestro paso y ayudan incrementar la contaminación. Deberíamos ponernos rojos todos, pero de vergüenza. No obstante, sin sangre en la cara, nos quejamos de los malditos que con su egoísmo a la distancia destruyen el planeta, mientras aquí – con idéntica arrogancia – desperdiciamos recursos; entre otros la capacidad mental. Ese bloqueo invisible conduce a la perversa lógica que los explotadores deben actuar racionalmente en pos de preservar el medio ambiente, mientras que los explotados tenemos derecho de seguir metiéndole nomás.
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