Hay derechistas por doquier, lo espinoso es saber identificarlos. Unos prefieren que el Gobierno - en lo posible - no interfiera en sus asuntos personales. Otros son más afines a aquellos europeos que hace unos setenta años atrás vestían de negro su nefasta versión del dogma comunitario. Es irónico que cualquier destello de defensa del derecho y libertad individual ahora lo coloque a uno en la columna de esos malvados; mientras que otros aplauden con impunidad que un pueblo otrora oprimido ahora clame por una dictadura popular. Los que exigen represión solían antes pertenecer a una derecha intolerante; aquella que demanda total adhesión a un Estado fascista, que obliga ceder al bien mayor toda potestad privada. Solían ser hijos de falangistas quienes miraban con ternura a la ingeniería social de Augusto Pinochet, añorando el día que en Bolivia ese experimento sea replicado. Ahora es todo un pueblo que – sin saberlo –gira hacia un derechismo recalcitrante.
El frenesí de someter al individuo al servicio de una cabeza orgánica unitaria ha conquistado por fin el afecto del pueblo, algo que la derecha tradicional debería celebrar. La mala noticia para los camisas negras es que el totalitarismo se pinta la cara de rojo, en lugar del azabache que hace palpitar sus malvados corazones. “Cuidado con lo que pides”, reza el refrán, porque se puede volver en realidad. La realidad es que - bajo el manto democrático – se empieza a instituir una neo-monarquía, con todo y mandato en base a la “sangre”.
El concepto de democracia que se avanza justifica cierto sometimiento al yugo del Estado. La esquizofrenia se debe en parte a una oportunista clase media, que vende sus principios a cambio de poder vestir el color de moda. Pero también se debe a que el crimen se ha apoderado de casi toda gran ciudad. Bajo la bandera que la casta neoliberal es culpable de crear la actual extrema pobreza, delincuentes de toda estirpe salen a las calles a reclamar su versión de justicia comunitaria. Justificados ideológicamente por las raíces “neoliberales” de su pobreza, un ejército de ampones impone su propio proyecto de expropiación. La lógica que gobierna en las calles es que los bienes en manos de los “ricos” deben pasar sumariamente a los más necesitados, haciendo valer cuchillo en mano sus derechos revolucionarios.
Esa misma lógica llega hasta la cabeza, quien supone que si su partido obtiene más del 50% del voto, nada de lo que hace como Gobierno puede ser considerado anti-democrático. Bajo esta lógica, la esclavitud del siglo XVIII en EE.UU. era “democrática”, debido a que muchísimo más de la mitad de la población, incluyendo los votos nulos de mujeres y esclavos, estaba a favor de someter a una minoría étnica. En EE.UU. tuvo que haber una guerra civil para establecer que las minorías tienen derechos inalienables; derechos que no están a la merced del capricho de las urnas. Ese espíritu de libertad– “afortunadamente” – ha de ser reprimido con equipos antimotines donados sin ánimo de dolo por el Gobierno venezolano.
Los linchamientos se han vuelto cotidianos. Pero si en barrios de clase media se organizan grupos de vengadores anónimos, que salen armados por las noches para castigar a la horda delincuentes que asaltan, golpean y violan con impunidad, ¿demostraría el Gobierno la misma lacónica actitud que demuestra ante linchamientos o motines protagonizados por el pueblo “verdadero”? Lo dudo, porque el derecho a ser derecha - e imponerse a palos –depende en la Bolivia del siglo XXI del color de la “camiseta”.
Flavio Machicado Terán
sábado, 24 de octubre de 2009
miércoles, 21 de octubre de 2009
Una Divisa sin Visa
Irónico que el dinero – tal vez el más importante invento humano – no recibe el crédito que merece. Desde épocas remotas, la moneda es la manifestación suprema de una confianza compartida en la sociedad. Organizados bajo el elevado propósito de convivir prósperamente en paz, hemos necesitado desde el principio un testamento de mutua fe. Sin un mecanismo que permita el intercambio comercial de bienes y servicios, nada de lo que hemos logrado como civilización hubiese sido posible. Únicamente un contrato práctico y sin la inútil presencia de una burocracia, crea el incentivo básico para confiar en los cientos de millones de contratos que celebramos juntos todos los días. Si bien el trueque es una opción primitiva, mucho mejor ha demostrado ser un sencillo papel pintado con el rostro de alguna figura histórica que ha pasado a mejor vida. La moneda es más que un símbolo de un destino compartido, es el pilar fundamental de todo contrato social.
No existe civilización ni modelo económico que no use una moneda. Sin una manera rápida y eficiente de intercambiar todo aquello producido – incluyendo el arte y la propiedad intelectual - seguiríamos sumergidos en los fundamentalismos de una edad de piedra; un oscuro pasado donde el garrote decidía cómo repartir el producto del trabajo del otro. Y si de mano de obra se trata, el pueblo chino comunista es el que aporta a la humanidad el mayor número de las llamadas “horas-hombre”, un apelativo que seguramente habrá de cambiar en la medida que se reconoce el invaluable aporte a la productividad de mujeres de gran talante. En todo caso, si algo hacen juntos y muy bien chinos y chinas, es intercambiar efectivamente y fuera de sus fronteras aquello que producen con gran habilidad.
Los chinos, ortodoxos en muchos ámbitos de su preciada insurrección maoísta, son los mejores clientes del vilipendiado dólar. En su ancestral sabiduría y pragmatismo revolucionario, entienden que el dólar es una herramienta necesaria. Sin importarles el color de la piel o cuan rasgados son sus ojos, la China comunista de Mao es patrona del destino de las imágenes de Presidente gringos ya fenecidos, cuyos talantes adornan billetes pintados con un verde olivo. Hace muchas lunas que los chinos se compraron la deuda externa norteamericana, una herejía a la ortodoxia marxista que – lejos de frenar su desarrollo – ha sido instrumental en su ascenso de país tercermundista a potencia mundial, en apenas un par de generaciones.
Si el día de mañana el Euro llegase a ser para los chinos una mejor opción, seguramente no dudarán en cambiar de herramienta monetaria. Lo que dudo que hagan, por muy grande su éxito económico, es crear entre el puñado de países que aun se tildan “comunistas” una moneda inspirada en chauvinismos ideológicos. Temo que lo único que arrancaría en la China del siglo XXI dicha sugerencia – entre ministros, obreros y amas de casa – es una sonora e inteligente carcajada.
Nuestros dirigentes ofrecen un contraste que no podría ser mayor. En demostración de franca majadería intelectual, se ha llegado a escuchar entre nuestros más altos dignatarios el augurio que el dólar “corre peligro de desparecer”. Parecería inocente la sandez, pero refleja una actitud muy preocupante. Si algo ha de lograr un dólar débil, es incrementar las exportaciones norteamericanas; con el correspondiente ajuste a su balanza comercial y elevado nivel de desempleo. En cambio, un aun más valorizado peso boliviano lograría todo lo contrario. Si nuestra moneda se vuelve más cara, los productos bolivianos se vuelven más caros a su vez. En medio de una insensata estrategia política que - en lugar de desarrollar tratados y abrir mercados que beneficien al país – lo que busca es comerciar únicamente con el puñado de Gobiernos ideológicamente compatibles, jactarse de tener un “peso fuerte” es de tan mal gusto como burlarse del difunto en su propio funeral. El que hace rato que aquí agoniza es el sector exportador.
Con la excepción de Venezuela, los países del ALBA se empecinan en colocar trabas al intercambio comercial con mercados viables. Es en ese espíritu que se les ocurre ahora la brillante idea de crear una burocracia adicional para entorpecer aun más las exportaciones. Pero mientras que el purismo ideológico boliviano ha puesto al chauvinismo ideológico por encima de crear empleos, además de no tener inconveniente alguno en vender su contaminante petróleo al mercado norteamericano, el chavismo ha convertido el negocio de divisas yanquis en una manera efectiva de castigar a empresarios privados de la oposición y beneficiar artificialmente a los suyos. Los niveles de corrupción e ineficiencia experimentados en Argentina, Brasil y Bolivia durante la hiperinflación de los 80’, podrían ser igualados por el S.U.C.R.E., símbolo supremo de la politización ideológica del intercambio comercial.
Irónico que la nueva moneda del alma – tal vez la pachotada más grande de un casi bachiller – no despierte la preocupación que merece. Desde épocas remotas la corrupta maraña burocrática es la limitación suprema al desarrollo económico. Pero organizados bajo el propósito crear banderas políticas que importen el ardid de independencia, lo único que exportan nuestros líderes es una atroz dependencia hacia el yugo del aparato estatal. Crear una moneda virtual ha de requerir la inversión de cientos de miles de horas-hombre en inútiles papeleos administrativos. Hacerlo para intercambiar exportaciones también imaginarias, simplemente para sacar a relucir su visceral antipatía hacia los EE.UU., será un trágicamente jocoso pie de nota de nuestra historia; un cuento que el Agregado Comercial de China algún día contará, cuando se encuentre jubilado entre los suyos.
Para crecer hay que creer en la buena fe del otro, en los contratos y en una moneda; mejor si es una moneda nacional. Lo importante es contar con herramientas prácticas que permitan el mutuo beneficio - instrumentos ajenos a intereses y manipulaciones políticas o ideológicas. Lejos de representar una herramienta idónea, el S.U.C.R.E. será un triste tigre de papel, que necesitará de un papeleo similar al de obtener una visa para cruzar fronteras. Es decir, la nueva divisa requerirá de un trámite burocrático para ejercer su gran papel. Nadie cree en cuentos chinos, pero este es un cuento que juntos tendremos que tragar en un trigal.
No existe civilización ni modelo económico que no use una moneda. Sin una manera rápida y eficiente de intercambiar todo aquello producido – incluyendo el arte y la propiedad intelectual - seguiríamos sumergidos en los fundamentalismos de una edad de piedra; un oscuro pasado donde el garrote decidía cómo repartir el producto del trabajo del otro. Y si de mano de obra se trata, el pueblo chino comunista es el que aporta a la humanidad el mayor número de las llamadas “horas-hombre”, un apelativo que seguramente habrá de cambiar en la medida que se reconoce el invaluable aporte a la productividad de mujeres de gran talante. En todo caso, si algo hacen juntos y muy bien chinos y chinas, es intercambiar efectivamente y fuera de sus fronteras aquello que producen con gran habilidad.
Los chinos, ortodoxos en muchos ámbitos de su preciada insurrección maoísta, son los mejores clientes del vilipendiado dólar. En su ancestral sabiduría y pragmatismo revolucionario, entienden que el dólar es una herramienta necesaria. Sin importarles el color de la piel o cuan rasgados son sus ojos, la China comunista de Mao es patrona del destino de las imágenes de Presidente gringos ya fenecidos, cuyos talantes adornan billetes pintados con un verde olivo. Hace muchas lunas que los chinos se compraron la deuda externa norteamericana, una herejía a la ortodoxia marxista que – lejos de frenar su desarrollo – ha sido instrumental en su ascenso de país tercermundista a potencia mundial, en apenas un par de generaciones.
Si el día de mañana el Euro llegase a ser para los chinos una mejor opción, seguramente no dudarán en cambiar de herramienta monetaria. Lo que dudo que hagan, por muy grande su éxito económico, es crear entre el puñado de países que aun se tildan “comunistas” una moneda inspirada en chauvinismos ideológicos. Temo que lo único que arrancaría en la China del siglo XXI dicha sugerencia – entre ministros, obreros y amas de casa – es una sonora e inteligente carcajada.
Nuestros dirigentes ofrecen un contraste que no podría ser mayor. En demostración de franca majadería intelectual, se ha llegado a escuchar entre nuestros más altos dignatarios el augurio que el dólar “corre peligro de desparecer”. Parecería inocente la sandez, pero refleja una actitud muy preocupante. Si algo ha de lograr un dólar débil, es incrementar las exportaciones norteamericanas; con el correspondiente ajuste a su balanza comercial y elevado nivel de desempleo. En cambio, un aun más valorizado peso boliviano lograría todo lo contrario. Si nuestra moneda se vuelve más cara, los productos bolivianos se vuelven más caros a su vez. En medio de una insensata estrategia política que - en lugar de desarrollar tratados y abrir mercados que beneficien al país – lo que busca es comerciar únicamente con el puñado de Gobiernos ideológicamente compatibles, jactarse de tener un “peso fuerte” es de tan mal gusto como burlarse del difunto en su propio funeral. El que hace rato que aquí agoniza es el sector exportador.
Con la excepción de Venezuela, los países del ALBA se empecinan en colocar trabas al intercambio comercial con mercados viables. Es en ese espíritu que se les ocurre ahora la brillante idea de crear una burocracia adicional para entorpecer aun más las exportaciones. Pero mientras que el purismo ideológico boliviano ha puesto al chauvinismo ideológico por encima de crear empleos, además de no tener inconveniente alguno en vender su contaminante petróleo al mercado norteamericano, el chavismo ha convertido el negocio de divisas yanquis en una manera efectiva de castigar a empresarios privados de la oposición y beneficiar artificialmente a los suyos. Los niveles de corrupción e ineficiencia experimentados en Argentina, Brasil y Bolivia durante la hiperinflación de los 80’, podrían ser igualados por el S.U.C.R.E., símbolo supremo de la politización ideológica del intercambio comercial.
Irónico que la nueva moneda del alma – tal vez la pachotada más grande de un casi bachiller – no despierte la preocupación que merece. Desde épocas remotas la corrupta maraña burocrática es la limitación suprema al desarrollo económico. Pero organizados bajo el propósito crear banderas políticas que importen el ardid de independencia, lo único que exportan nuestros líderes es una atroz dependencia hacia el yugo del aparato estatal. Crear una moneda virtual ha de requerir la inversión de cientos de miles de horas-hombre en inútiles papeleos administrativos. Hacerlo para intercambiar exportaciones también imaginarias, simplemente para sacar a relucir su visceral antipatía hacia los EE.UU., será un trágicamente jocoso pie de nota de nuestra historia; un cuento que el Agregado Comercial de China algún día contará, cuando se encuentre jubilado entre los suyos.
Para crecer hay que creer en la buena fe del otro, en los contratos y en una moneda; mejor si es una moneda nacional. Lo importante es contar con herramientas prácticas que permitan el mutuo beneficio - instrumentos ajenos a intereses y manipulaciones políticas o ideológicas. Lejos de representar una herramienta idónea, el S.U.C.R.E. será un triste tigre de papel, que necesitará de un papeleo similar al de obtener una visa para cruzar fronteras. Es decir, la nueva divisa requerirá de un trámite burocrático para ejercer su gran papel. Nadie cree en cuentos chinos, pero este es un cuento que juntos tendremos que tragar en un trigal.
martes, 13 de octubre de 2009
Cinco Aristas de un Ardid
Un miembro del Pentágono acusa a Ana María Romero de Campero, primera senadora por La Paz del MAS, de ser una “derechista”. No es el mismo Pentágono que en Washington D.C. supo crear la ilusión óptica que un avión se estrelló contra su edificio; pero fue incapaz de sembrar un turril de armas biológicas en el desierto de Irak. ¡No! No son esa manga de inútiles, que no pueden siquiera controlar Afganistán, el país más pobre del mundo. El Pentágono aquí aludido es una mesa redonda de Cadena A. Sin las cinco puntas de un bunker nuevamente maquillado, ni la tecnología de muerte de su homónimo del norte; desde la sencillez del ovalo mueble que alberga sus puntiagudos codos, la lengua de un analista espeta con bilis el nuevo mantra amarillista: “colonial”.
Con gran habilidad supieron utilizar “neoliberal” para reducir a miles de diferentes opiniones políticas a una sola. Con el mismo prejuicio que utiliza un racista para caricaturizar al otro en base al color de su piel, los grandes ideólogos del chauvinismo seudo-revolucionario lograron usar el apelativo “neoliberal” para deslegitimar cualquier posición que no esté alineada a su hegemónica ortodoxia. Pero parece que la nueva consigna y estrategia política es vender – sin prueba alguna - la maquiavélica conspiración “derechista” de recrear un Estado colonialista. Se supone – reza el ardid – que la visión de país de la oposición es un complot secreto para regresar al pasado de privilegios para una minoría.
Nunca supieron explicar “qué” ideas o conceptos hacen “neoliberal” a un individuo. La deshonestidad intelectual fue suficiente recurso para enlodar mediante un aura de sospecha y resentimiento; ímpetu suficiente para su ardid es el fracaso e injusticias de un orden social y político que benefició a unos cuantos corruptos dedicados a hacer negocios con el Estado, en lugar de un proyecto de nación. Suficiente entonces es el espíritu de inquisición jacobina para también acusar a la candidata a Senadora por La Paz del MAS de ser una “colonialista”. ¿La evidencia? La estirpe política falangista de sus padres. Es decir, de la discriminación en base al pedigrí étnico hemos pasado al acoso mediático debido al pedigrí político. El ímpetu de someter al otro sigue siendo igual.
La discriminación por parte de angurrientos del poder no ha cambiado. La diferencia es que, en vez de unos pocos mañudos de ayer beneficiándose del poder del Estado, hoy son millones los apantallados por la ilusión óptica que en Bolivia vamos todos, unidos, a despegar a base de bonos y proyectos de ley. Lo que no logran con alta tecnología e inteligencia militar desde el Pentágono yankee, desde el Pentágono criollo un manipulador solitario cierra la pinza con el arma más barata: la estaca verbal. En un país donde no existe mejor aliciente que un chisme para excitar el intercambio “intelectual” de morbo, la tecnología de la deshonra personal ha resultado inmejorable recurso para seguir avasallando al país más pobre de América Latina.
El tribal instinto de sabotear a Ana María es a la vez intuitivo y racional, porque tener control total del Congreso puede perjudicar a MAS. Sin el ardid político que el Senado opositor bloquea sus proyectos, tendrán que responsabilizarse por completo de la siguiente gestión; tanto de sus logros como de sus maquilladas limitaciones. Un absolutismo político del MAS quitaría por completo la máscara a un proyecto político que ha resultado ser – de todos - el ardid mayor. Parece que solo el éxito de su angurria de poder absoluto nos devolverá – algún día - la paz y libertad.
Con gran habilidad supieron utilizar “neoliberal” para reducir a miles de diferentes opiniones políticas a una sola. Con el mismo prejuicio que utiliza un racista para caricaturizar al otro en base al color de su piel, los grandes ideólogos del chauvinismo seudo-revolucionario lograron usar el apelativo “neoliberal” para deslegitimar cualquier posición que no esté alineada a su hegemónica ortodoxia. Pero parece que la nueva consigna y estrategia política es vender – sin prueba alguna - la maquiavélica conspiración “derechista” de recrear un Estado colonialista. Se supone – reza el ardid – que la visión de país de la oposición es un complot secreto para regresar al pasado de privilegios para una minoría.
Nunca supieron explicar “qué” ideas o conceptos hacen “neoliberal” a un individuo. La deshonestidad intelectual fue suficiente recurso para enlodar mediante un aura de sospecha y resentimiento; ímpetu suficiente para su ardid es el fracaso e injusticias de un orden social y político que benefició a unos cuantos corruptos dedicados a hacer negocios con el Estado, en lugar de un proyecto de nación. Suficiente entonces es el espíritu de inquisición jacobina para también acusar a la candidata a Senadora por La Paz del MAS de ser una “colonialista”. ¿La evidencia? La estirpe política falangista de sus padres. Es decir, de la discriminación en base al pedigrí étnico hemos pasado al acoso mediático debido al pedigrí político. El ímpetu de someter al otro sigue siendo igual.
La discriminación por parte de angurrientos del poder no ha cambiado. La diferencia es que, en vez de unos pocos mañudos de ayer beneficiándose del poder del Estado, hoy son millones los apantallados por la ilusión óptica que en Bolivia vamos todos, unidos, a despegar a base de bonos y proyectos de ley. Lo que no logran con alta tecnología e inteligencia militar desde el Pentágono yankee, desde el Pentágono criollo un manipulador solitario cierra la pinza con el arma más barata: la estaca verbal. En un país donde no existe mejor aliciente que un chisme para excitar el intercambio “intelectual” de morbo, la tecnología de la deshonra personal ha resultado inmejorable recurso para seguir avasallando al país más pobre de América Latina.
El tribal instinto de sabotear a Ana María es a la vez intuitivo y racional, porque tener control total del Congreso puede perjudicar a MAS. Sin el ardid político que el Senado opositor bloquea sus proyectos, tendrán que responsabilizarse por completo de la siguiente gestión; tanto de sus logros como de sus maquilladas limitaciones. Un absolutismo político del MAS quitaría por completo la máscara a un proyecto político que ha resultado ser – de todos - el ardid mayor. Parece que solo el éxito de su angurria de poder absoluto nos devolverá – algún día - la paz y libertad.
domingo, 4 de octubre de 2009
Dueños de la Razón
¿Quién será el nuevo dueño de la razón? El ciudadano pretende informarse de lo que acontece en la obra de su creación: la sociedad. Pero de pronto la exhortación “¡deme la razón!” cobra tono de una orden por parte de poderosos que intentan adueñarse - a cambio de unas monedas – hasta de nuestra razón de ser. Cuando la razón no se tiene, la deficiencia es compensada gritando más fuerte. Un grito ensordecedor es el monopolio del poder del Estado, que se supone es un mandato del pueblo para imponer leyes que hacen posible su libertad: entre otras de consciencia. Pero los mortales solemos confundir “mandato” con “prerrogativa”. Dicha confusión promueve entre servidores públicos angurria de monopolizar el poder. Y mientras los actuales servidores se jactan en la economía de su absolutismo, creen que entran sigilosos al terreno del debate, cuando en realidad su ardid de imponer a la fuerza su razón es evidente para todo aquel con cuatro dedos de frente.
En teoría las urnas les dieron al gobierno la razón; una razón que en la práctica empieza a tambalear ante una realidad que no se compra tan fácilmente. Y como el arte de gobernar resultó necesitar de un mayor nivel de consenso, pretenden suplir sus deficiencias estipulando una verdad déspota, recubierta bajo el manto de una razón absoluta. En lugar del debate permanente que forja aquella complementariedad que celebra nuestra tradición y cultura andina, observamos atónitos cómo se pretende implementar una política de “arrasamiento” intelectual mediante la imposición de un bombardeo mediático. Es como si presintiesen la inconsistencia de sus argumentos y pobreza de sus recursos ideológicos. Las inseguridades son comprensibles, porque los pueblos de Chile, Brasil y Argentina empiezan a manifestar el desgaste que ocasiona el ímpetu de crear - a la mala - una hegemonía continental.
El paso del tiempo es inexorable. Las promesas electorales suenan huecas, cuando la experiencia demuestra que los campeones de la igualdad y la justicia en realidad buscan arrasar - envueltos en túnicas democráticas – con toda razón que no sea suya. Mientras, diversas fuerzas extranjeras experimentan con nuestro justificado dolor; un dolor consecuencia de cientos de años de sometimiento al yugo de caudillos de la discriminación. Pero, ante la evidencia que el proyecto no fue muy bien concebido, el experimento empieza agriarse. El verdadero experimento democrático será cuando el pueblo imponga su propia razón, obligando un verdadero debate dentro del Poder Legislativo.
La razón de nuestro más elevado propósito político – construir una mejor nación – requiere de un debate real entre las diversas ideas y visiones por parte de las fuerzas sociales que hacen a Bolivia. Los medios de comunicación – incluyendo esta columna –por lo general aportan apenas circo a ese desarrollo. Reconozco que lo único que agregan mis palabras es chacota intelectual. Ello no desmerita la importante labor de periodistas, que si agregan valor al proceso en la medida que reflejan el proceso de desarrollo con imparcialidad y ética profesional.
Pero como la imparcialidad es un recurso cada vez más escaso en nuestro medio, haríamos bien en intentar forzar el debate, eligiendo al Congreso nacional individuos que respondan a su consciencia, en lugar de pobres “levanta manos”. Para ello debemos imponer democráticamente nuestra propia imparcialidad. Escuchemos entonces- sin importar el color de su piel o su bandera - lo que ofrecen futuros senadores y diputados, en lugar de darles de antemano el poder de la razón.
En teoría las urnas les dieron al gobierno la razón; una razón que en la práctica empieza a tambalear ante una realidad que no se compra tan fácilmente. Y como el arte de gobernar resultó necesitar de un mayor nivel de consenso, pretenden suplir sus deficiencias estipulando una verdad déspota, recubierta bajo el manto de una razón absoluta. En lugar del debate permanente que forja aquella complementariedad que celebra nuestra tradición y cultura andina, observamos atónitos cómo se pretende implementar una política de “arrasamiento” intelectual mediante la imposición de un bombardeo mediático. Es como si presintiesen la inconsistencia de sus argumentos y pobreza de sus recursos ideológicos. Las inseguridades son comprensibles, porque los pueblos de Chile, Brasil y Argentina empiezan a manifestar el desgaste que ocasiona el ímpetu de crear - a la mala - una hegemonía continental.
El paso del tiempo es inexorable. Las promesas electorales suenan huecas, cuando la experiencia demuestra que los campeones de la igualdad y la justicia en realidad buscan arrasar - envueltos en túnicas democráticas – con toda razón que no sea suya. Mientras, diversas fuerzas extranjeras experimentan con nuestro justificado dolor; un dolor consecuencia de cientos de años de sometimiento al yugo de caudillos de la discriminación. Pero, ante la evidencia que el proyecto no fue muy bien concebido, el experimento empieza agriarse. El verdadero experimento democrático será cuando el pueblo imponga su propia razón, obligando un verdadero debate dentro del Poder Legislativo.
La razón de nuestro más elevado propósito político – construir una mejor nación – requiere de un debate real entre las diversas ideas y visiones por parte de las fuerzas sociales que hacen a Bolivia. Los medios de comunicación – incluyendo esta columna –por lo general aportan apenas circo a ese desarrollo. Reconozco que lo único que agregan mis palabras es chacota intelectual. Ello no desmerita la importante labor de periodistas, que si agregan valor al proceso en la medida que reflejan el proceso de desarrollo con imparcialidad y ética profesional.
Pero como la imparcialidad es un recurso cada vez más escaso en nuestro medio, haríamos bien en intentar forzar el debate, eligiendo al Congreso nacional individuos que respondan a su consciencia, en lugar de pobres “levanta manos”. Para ello debemos imponer democráticamente nuestra propia imparcialidad. Escuchemos entonces- sin importar el color de su piel o su bandera - lo que ofrecen futuros senadores y diputados, en lugar de darles de antemano el poder de la razón.
jueves, 1 de octubre de 2009
Orden Maya Ancestral
Los mayas tenían razón; el 2012 el mundo se acaba. Nuevos estándares de regulación que impidan una nueva crisis financiera global deberán ser adoptados el 2012 por el G-20, un grupo de las veinte naciones más industrializadas del planeta. Los apóstoles de la destrucción y esotéricos de la eterna conspiración quedarán decepcionados con el augurio, porque el que se acaba es el mundo fragmentado, para dar lugar a un Nuevo Orden Mundial.
Líder de aquellos que encomiendan el destino de sus pueblos a fuerzas cósmicas, para avanzar nobles causas mediante voluntades ancestrales, es el Presidente de Irán. No es casualidad que los mesías de la liberalización simbólica se han alineando con ese eje banal. Naciones como China, Rusia, India y Brasil, grandes bastiones del socialismo mundial, han preferido alinearse a la liberalización regulada de sus economías, dando lugar a un nuevo acuerdo que buscar coordinar políticas fiscales y monetarias. Con los pies sobre la tierra, los líderes del G-20 quieren “dar vuelta la página de la era de irresponsabilidad, y adoptar reformas que “cumplan con las necesidades de una economía de siglo XXI”.
Algún día las normas adoptadas por el G-20 el 2012 serán laureadas como la estocada final al capitalismo e inicio de la era de la integración de modelos de desarrollo, incluyendo el socialismo. Ese nuevo orden, que se viene hace mucho gestando, no es dogmático. Es un híbrido que utiliza mercados para crecer la economía y el marco de instituciones del Estado que coordinan políticas macroeconómicas para evitar los golpes cíclicos por los que atraviesa la economía. El cuarto pilar de esta transformación es la nueva Junta de Estabilidad Financiera, que junto al Banco Mundial, el FMI, y Organización Mundial del Trabajo, serán quienes armonicen políticas y normas de mutuo beneficio.
La Junta de Estabilidad Financiera es la pesadilla del capitalismo, primero porque incorpora a naciones en vía de desarrollo (China, India y Brasil) para que coordinar y monitorear una regulación financiera mucho más estricta. Pero lo que le arde más a los reaccionarios de extrema derecha es que se hable de normalizar la economía a nivel mundial, porque una coordinación transnacional de la transparencia del sistema financiero atenta – en sus primitivos y angurrientos ojos – contra la dinámica de una banca privada libre de las cadenas de la regulación.
Los nuevos requerimientos de liquidez, valuaciones y contabilidad de precio justo para derivados y otras herramientas financieras ponen fin a la orgia romana que puso de rodillas al sistema financiero mundial. Los grandes poderes financieros no reciben bien un orden que establezca serios límites a su codicia. En la extrema izquierda también hay grandes paranoias y teorías de conspiración respecto al Nuevo Orden Mundial, pero sus apreciaciones se inspiran en un metafísico oscurantismo, por lo que hacemos bien en ignorarlas.
Fortalecer la orientación macro-prudencial de los marcos de regulación y supervisión ha de poner fin a un mundo fragmentado, donde la codicia rumiaba alegremente, para crear un orden económicamente racional. No será el fin del mundo que ansían los apóstoles de la destrucción, pero es un buen paso hacia la creación de un mejor planeta. El libro sagrado de los indios – Upanishads – usa la palabra “maya” para definir al mundo material como un engaño; una ilusión. Pero en lugar de usar cábalas esotéricas de sus antepasados, chinos, indios y brasileros rompen cadenas del subdesarrollo con mayor y mejor regulada integración a la economía.
Líder de aquellos que encomiendan el destino de sus pueblos a fuerzas cósmicas, para avanzar nobles causas mediante voluntades ancestrales, es el Presidente de Irán. No es casualidad que los mesías de la liberalización simbólica se han alineando con ese eje banal. Naciones como China, Rusia, India y Brasil, grandes bastiones del socialismo mundial, han preferido alinearse a la liberalización regulada de sus economías, dando lugar a un nuevo acuerdo que buscar coordinar políticas fiscales y monetarias. Con los pies sobre la tierra, los líderes del G-20 quieren “dar vuelta la página de la era de irresponsabilidad, y adoptar reformas que “cumplan con las necesidades de una economía de siglo XXI”.
Algún día las normas adoptadas por el G-20 el 2012 serán laureadas como la estocada final al capitalismo e inicio de la era de la integración de modelos de desarrollo, incluyendo el socialismo. Ese nuevo orden, que se viene hace mucho gestando, no es dogmático. Es un híbrido que utiliza mercados para crecer la economía y el marco de instituciones del Estado que coordinan políticas macroeconómicas para evitar los golpes cíclicos por los que atraviesa la economía. El cuarto pilar de esta transformación es la nueva Junta de Estabilidad Financiera, que junto al Banco Mundial, el FMI, y Organización Mundial del Trabajo, serán quienes armonicen políticas y normas de mutuo beneficio.
La Junta de Estabilidad Financiera es la pesadilla del capitalismo, primero porque incorpora a naciones en vía de desarrollo (China, India y Brasil) para que coordinar y monitorear una regulación financiera mucho más estricta. Pero lo que le arde más a los reaccionarios de extrema derecha es que se hable de normalizar la economía a nivel mundial, porque una coordinación transnacional de la transparencia del sistema financiero atenta – en sus primitivos y angurrientos ojos – contra la dinámica de una banca privada libre de las cadenas de la regulación.
Los nuevos requerimientos de liquidez, valuaciones y contabilidad de precio justo para derivados y otras herramientas financieras ponen fin a la orgia romana que puso de rodillas al sistema financiero mundial. Los grandes poderes financieros no reciben bien un orden que establezca serios límites a su codicia. En la extrema izquierda también hay grandes paranoias y teorías de conspiración respecto al Nuevo Orden Mundial, pero sus apreciaciones se inspiran en un metafísico oscurantismo, por lo que hacemos bien en ignorarlas.
Fortalecer la orientación macro-prudencial de los marcos de regulación y supervisión ha de poner fin a un mundo fragmentado, donde la codicia rumiaba alegremente, para crear un orden económicamente racional. No será el fin del mundo que ansían los apóstoles de la destrucción, pero es un buen paso hacia la creación de un mejor planeta. El libro sagrado de los indios – Upanishads – usa la palabra “maya” para definir al mundo material como un engaño; una ilusión. Pero en lugar de usar cábalas esotéricas de sus antepasados, chinos, indios y brasileros rompen cadenas del subdesarrollo con mayor y mejor regulada integración a la economía.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)