La única revolución es de átomos confinados a un espacio finito, partículas cuya inercia es girar alrededor de inútiles recetas ideológicas. En limitados recovecos de mentes confinadas por una comprensión binaria de la realidad, hemos sido atrapados en un horno político que - en vez de bollos – empieza a quemar nuestros recursos. Intelectualmente asqueados, empieza a darnos también nausea deambular en lo reiterativo, lamentándonos del hecho de estar enfrascados inútilmente en el ejercicio de plantear un problema que no tiene solución.
En este eterno retorno de los extremos “todo es de todos”, una utopía comunista donde todo problema social se resuelve en la mente mediante la magia creadora de la palabra política. En el otro extremo está la ley de la jungla, un mundo de salvajes donde el más fuerte explota a quien no se puede defender. Gestándose dentro del vientre de la complementariedad de la Pachamama, ¿existe siquiera la posibilidad de encontrar un punto de equilibrio?
El gran arte de hacer a todos victimas del pasado colonialista e imperialismo capitalista niega la existencia de un mundo donde el ciudadano puede mejorar su condición mediante un arduo trabajo, honesto y puntual. La histeria apocalíptica ha embrujado la psique colectiva, una supuesta invocación por parte de espíritus milenarios que impele a los políticos a controlarlo todo, para repartir al pueblo lo que sobra, en bonos conquistados durante el histórico desmantelamiento de nuestro aparato productivo. En un mundo perverso y paralelo, los políticos venden su consciencia, dejando que los capitanes de la industria exploten nuestros recursos e impongan egoístamente su mezquina voluntad. Esas son las únicas opciones binarias que - con maquiavélica precisión - se ha presentado ante el pueblo boliviano, para que elija una de ellas.
Utilizar el intercambio comercial como peón en su agenda geopolítica gana votos en la medida que el pueblo se siente victimizado por las exportaciones. No importa que sea el pueblo quien sufra de las consecuencias del deterioro en nuestra capacidad de vender lo poco que logramos producir. La relación que pesa en la cabeza es entre el mercado e injusticias del pasado. Esta ingeniería social es avanzada por don Llorenti, cuando dice “los Tratados de Libre Comercio promueven este tipo de conflictos”. Este gran humasista, a cargo de la propaganda política del Gobierno, se refiere al “genocidio” en Perú, que según su estimado es achacable 100% al TLC. La receta demagógica atiza pasiones, por lo que bloquear mercados se ha convertido en un “bien” político.
La mezquina actitud de “el ganador se lleva todo” induce a rencorosamente destruir la iniciativa privada. Este egoísmo miope ha sido hábilmente disfrazado de paraíso colectivista. La solidaridad es reserva únicamente para aquellos dispuestos a ejecutar una vendetta jacobina. La gran empatía de la revolución no se extiende a obreros, mineros, agricultores, comerciantes, asalariados y demás “vende patrias” cuando sus ingresos y bienestar familiar gira alrededor de un intercambio comercial con naciones “capitalistas”.
Miles de trabajadores pierden empleos gracias a políticas segregacionistas del Gobierno. Si el desarrollo autárquico llegase a profundizar la crisis, el 2010 serán los comerciantes de la Uyustus los que sientan la mano en el bolsillo. Pero nadie se inmuta, porque los que pierden sus fuentes de ingresos trabajan para patrones privados. En el actual régimen no hay solidaridad ni cooperación para los cómplices del enemigo. Los brillantes colores de las banderas indigenistas fusionan grandes pasiones, amor y odio, dibujando un enemigo en blanco y negro. Cuando se pinta de rojo color sangre todo el pasado —así sea bueno y razonable— se incluye sobre todo al intercambio comercial.
Según Feliz Patzi, “El mercado para los indígenas sólo es un espacio de distribución de bienes y servicios y no de competencia, de ahí que prima los principios de solidaridad, reciprocidad y sobre todo de complementariedad”. Este enunciado racista presupone que son los genes los que determinan una cosmovisión monolítica, sin posibilidad de excepción. Debido al simple hecho de no existir el dinero en tiempos pre-hispánicos, Patzi asume que los incas – en lugar de fuerza militar – gobernaron sobre extensos territorios a base de buenas intenciones.
Su burda manipulación de la verdad y realidad pre-hispánica permite a Patzi declarar que para los indígenas “el mercado no es un espacio de aprovechamiento de los que producen a bajos costos y sacan ganancias a costa de los que producen a costos altos por falta de tecnología y de esa manera dejan fuera de la competencia a los productores nacionales”. Fue precisamente la superior tecnología del imperio Inca la que le permitió extraer plusvalía de pueblos sometidos a su yugo político, una explotación del más débil que en su momento era una forma de vida.
Si Patzi contrasta a los Incas con los “indígenas modernos”, entonces tendría que explicar exactamente cuándo y cómo se dio esta transformación en su cosmovisión, corriendo el riesgo de arremeter contra nuestro pasado. En ese sentido, está protegido por el enunciado del Vicepresidente Lineras, que lo rechaza enterito, incluyendo nuestro propio imperio Inca. Pero intentar ser objetivo y establecer lo que “es” y lo que “fue”, es una tarea fútil que tan solo puede ganarme ser acusado de “racista”, cuando los verdaderos racistas son otros. La impune doble moral es posible gracias a la gran capacidad de manipulación, que permite exponer argumentos falsos, cuya única defensa necesaria es basarlos en supuestos contaminados ideológicamente. Para muestra un botón.
El Gobierno boliviano se digna protestar la muerte de civiles a manos de fuerzas de la represión cuando la represión es de indígenas y está de por medio un tratado de libre comercio. Pero cuando las muertes son en Irán - a manos de un aliado político - entonces su silencio pareciera justificarlas. En Perú, hacer un llamado a la rebelión son “solo palabras”; pero si Obama se muerde los labios para no interferir con asuntos internos de Irán, entonces la prensa occidental es acusada de inmiscuirse por el pecado de reportar. ¿Se debe el silencio a que no hay recuentos fiables por parte de Telesur, la única “prensa libre”? ¿O será porque pretenden por lo menos exportar uranio?
Idéntica doble moral es favorecer tratados de libre comercio únicamente con aquellos que tienen su misma agenda política, aunque no nos compren absolutamente nada. En este sentido, el Vicepresidente del Partido Socialista Único de Venezuela de Caracas, don Aristóbulo Istúriz, no deja duda alguna cuando dice que el ALBA, “más que un espacio económico, es un espacio político”. El bolsillo y el estomago del pueblo, sin embargo, no discrimina según etnia o perfil ideológico. Al pueblo no le interesa quien compre; lo que interesa es vender, a un precio justo, bajo condiciones que protejan la ecología y avancen justicia social. Esa solidaridad – lamentablemente - no es parte de la agenda.
En vez de crear condiciones para el desarrollo de mercados, es políticamente más lucrativo satanizar la iniciativa privada de una nueva generación de aymaras, quechuas y guaranís que quisieran invertir algún día en desarrollar empresas con miras a exportar productos a mercados reales. Pero en lugar de crear condiciones para que surja esa nueva generación, la única capacidad que se gesta es la de un Estado que pretende exportar a mercados imaginarios. Es así que la estrategia de facilitar el sentimiento de “victimas del pasado” – en lugar de empresas que exitosamente desarrollen empleos - se ha convertido en un “bien” políticamente rentable. Mientras se obligue a las masas a ignorar la relación directa entre la capacidad de exportar de nuestro pueblo y la generación de empleos, el bien inútil ha de lograr – con mucho orgullo -que sea inútil intentar exportar muy bien un bien.
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