Un ventrílocuo mete la mano por detrás para pretender que habla su muñeco. La ilusión le confiere al ventrílocuo derecho a tener la primera, segunda y última palabra. No tiene sentido hacerle preguntas a una marioneta, porque su boca se mueve al compás de un pensamiento ajeno. Pero el truco es tan real, que pareciera que el títere tiene voluntad propia. Si en una mala jugarreta del destino tuviésemos que debatir con un títere, algo de las intenciones ocultas podremos dilucidar de sus respuestas, incluso si lo que sale de su boca es inducido por el que jala sus entrañas. Escuchar lo que puede decirnos una marioneta es mejor que quedarse en el absoluto silencio de la oscuridad mental.
Durante varias dictaduras militares, Bolivia seguía siendo llamada un “república”, aunque en realidad vivíamos bajo el peso y contrapeso de la culata de un fusil. Durante los oscuros años de dictaduras de derecha no tuvimos derecho a siquiera chistear, mucho menos opinar abiertamente. Si una nueva dictadura de izquierda llegase cambiarle a Bolivia el nombre, o empezara a desmantelar la democracia, sería manifestación de gran involución de nuestro pueblo si - de entrada - nos sentimos derrotados. No pudieron contener nuestro espíritu republicano con tanquetas y torturas, ¿lograron derrotarlo ahora con exquisiteces semánticas?
El pueblo boliviano ha ganado la libertad incluso de despreciar sus libertades. Si no tenemos apetito de conocimiento y confiamos ciegamente en las recetas que nos venden los poderosos, esa es una opción legítima que nadie nos puede negar. El hecho que seamos libres de indagar sobre la naturaleza de las cosas no quiere decir que estemos obligados a tener la mínima curiosidad de así hacerlo. El pueblo se ha quedado impávido ante un Gobierno dedicado a avanzar una agenda política; un lujo que le permite la bonanza económica del año pasado, una victoria pírrica y pasajera. La caída en los precios de las materias primas y nuestra endeble capacidad de exportar siquiera gas nos colocan en ruta a un bache económico, mientras nuestros mandatarios están enfrascados en una guerra de consignas con quien se le cruce en su proyecto hegemónico y “humanista”. Sin recursos intelectuales para entender el atolladero, con una economía personal que de “muy pobre” lo peor que le puede pasar al individuo es ahora ser 20% más pobre de lo que era el año pasado, no debe sorprender a nadie si el pueblo no siente la necesidad de escuchar a los candidatos a la Presidencia contestar preguntas. Si ser pobre es la condición natural del pueblo, quedar en el analfabetismo político es un derecho que nos imponemos sin saberlo.
La mayor tiranía no la impone un Gobierno; la mayor tiranía es la que impone la ignorancia. Los casos de comunidades esclavizadas por el canto de sirena de un supuesto redentor son varios, el más célebre tal vez el de Jim Jones en Guyana. En la utopía de la selva tropical, miles de hermanos que habían comulgado y celebrado juntos apenas horas antes, fueron inducidos a morir envenenados. Bajo la promesa de un destino mejor, enceguecido por su fe en el profeta y esclavizado por su ignorancia, el ser humano es capaz del suicidio colectivo. El ser humano es cada vez menos propenso a caer en la telaraña de carismáticos charlatanes que embaucan – con las mejores intenciones – a inmolarse en vida a sus insospechados feligreses. Pero no es inmune a la demencia colectiva.
No es por maldad que los profetas encausan a sus pueblos hacia la auto-destrucción. Si el profeta dirige al rebaño hacia el abismo, es porque realmente cree que si sigue dando pasos en la dirección equivocada, un milagro ha de elevarlos a todos aquellos que ciegamente obedecen sus dictados. Pero incluso un registro histórico de miles de casos de burdas manipulaciones, no evitan que todos los días miles de almas que buscan desesperadamente redención se conviertan en títeres de premisas que han demostrado – una y otra vez – ser contraproducentes a sus más nobles intenciones. Ignorar las lecciones del pasado – bajo la excusa o promesa de una fe ciega – es una opción que asumen millones de individuos cansados de una vida sin sabor.
Despreciar el debate político es también una opción. Al pueblo se lo ha avasallado precisamente bajo el yugo de la ignorancia. El trabajo difícil es sacudirnos la apatía, asumir responsabilidad por el pasado y educarnos sobre el valor de la iniciativa personal. En el pasado, ese derecho a auto-superarse fue recinto exclusivo de élites, cuya mejor carrera hacia la prosperidad era mediante la metástasis de grupitos de poder cuya única misión era meterse la mayor cantidad de mondas en el bolsillo. A los poderosos de ayer no les importó un rábano crear una simbiosis entre la educación, superación individual, igualdad y justicia. Acostumbrados a mamar de la teta del Estado, permitieron que el pueblo se acostumbre a una similar - aunque muchísimo más servil - dependencia.
Superar el letargo intelectual y corruptas dinámicas psicológicas que nos hacen prisioneros de una mediocridad bañada en alcohol y cocaína, es un trabajo que ha de tomar siquiera 20 años. Esa discusión nunca fue incentivada en nuestro podrido entorno político en el pasado, ni será una discusión que estamos dispuestos a sostener hoy; si acaso porque dejaría en claro el abandono intelectual al que fue sometido el pueblo boliviano. La discusión sobre como rescatar a la juventud de las garras de la mediocridad se reiniciara algún día, en el seno de futuras generaciones, que discutirán sobre el futuro de nuestros bisnietos. Y si bien el modelo cubano de adoctrinar, premiando a maestros que cumplen sus “misiones” de crear siervos del Estado convencidos en que algún día llegará la redención a su pobreza seguramente será aquí replicado, tenemos herramientas que impide bloqueen como en Cuba acceso al conocimiento.
En Cuba han esperado medio siglo que por fin caigan los frutos de la revolución. Con la inexorable apertura comercial de Cuba e implícito reconocimiento de una obstinada aplicación de políticas basadas en premisas incorrectas, una nueva generación de cubanos podrá por fin demostrar al mundo sus verdaderas capacidades. Esa experiencia está muy cerca de convertirse en “evidente”, incluso ante los ojos de los más fieles y abnegados feligreses que siguen esperando el milagro de Fidel. La evidencia ayudará evitar que otros sigamos tropezando con la misma profecía. Desperdiciar la amarga experiencia y cautiverio de otros pueblos es un lujo a medias que el pueblo boliviano no podrá darse mucho tiempo más.
El conocimiento es la libertad por excelencia. No obstante, nadie, ni siquiera nuestra Excelencia, puede ser obligado a buscar la excelencia intelectual. Si nuestra Excelencia demuestra no tenerla, ni desearla, esa es su legítima elección. Es muy posible que la ignorancia siga siendo explotada y manipulada durante otros 20 años. Pero si no pudieron someter al pueblo con fusiles, mucho menos podrán insultar indefinidamente la inteligencia colectiva. Si por el momento ha sido posible ir en contrasentido del resto del planeta – gracias a que las estrellas se han alineado para crear la ilusión de una reivindicación sobre la base del racismo y mediocridad – el truco que la coyuntura hizo posible momentáneamente ni siquiera las profecías mayas del 2012 lograrán sostener durante tiempo indefinido.
El trabajo de debatir y presentar premisas coherentes es un proyecto amargo, que no reditúa en el corto plazo otras cosas que no sean frustración y cansancio. Tal vez sea demasiado ambicioso pedirles a nuestros líderes políticos el mínimo pundonor de darse a molestia de inducir entre ellos un verdadero debate. El único debate que les interesa es aquel que – ellos bien suponen – puede redituarle los votos que se traducen en poder personal. El debate, si es que hay uno, será una crítica a la gestión inexistente de un Gobierno que – en lugar de gobernar – ha perdido nuestro tiempo en una permanente campaña proselitista.
Discutir temas de fondo, como ser el equilibrio entre la iniciativa personal y la solidaridad colectiva; incentivos y derechos; intercambio comercial y desarrollo autárquico, han de seguir siendo debates marginales entre académicos y estudiantes marginados. La buena noticia es que – paso a paso – un conocimiento más integral y menos dogmático se ha de ir gestando. Si nos toma 20 año lograr que el pueblo participe del debate, es poco tiempo en relación al tiempo que el pueblo estuvo (y esta) sometido a la ignorancia. Afortunadamente, vivimos en un mundo en el cual es prácticamente imposible contener el ímpetu de la información.
Si bien es cierto que con la ignorancia nos traen sugestionados, con modelos importados, que no son la solución; para crear títeres hay que meterle al pueblo la mano por atrás, o por lo menos meterle unas monedas en el bolsillo. Con tanta ignorancia no tendrán la capacidad de seguir metiéndonos durante mucho tiempo ninguna de las dos. Lo único que han de lograr en el largo plazo es seguir metiéndonos la mano en el bolsillo. Con todo y mediocridad de gestión y agendas neo-racistas que frenan el desarrollo colectivo, serán siquiera 20 años de oscuridad antes de que el pueblo se ilumine. En contraste a los años de abandono, veinte años es un abrir y cerrar de ojos. El verdadero truco será que los poderosos del oficialismo y oposición se den la molestia de ilustrar al pueblo con ideas, en lugar de manipularlo con consignas. Pero los políticos son muñecos de su propia ambición personal, por lo que pretender encaminar al pueblo hacia la excelencia intelectual es la ilusión suprema.
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