Lingüistas detestan la frase “así se replica el ADN”. La palabra “replica” no está reconocida como tal. El término correcto es “réplica”; que puede querer decir una copia del original, o la respuesta que se otorga en medio de un litigio. El verbo, sin embargo, no existe. Palabras nacen todos los días; no todas sobreviven. Algunas mueren, lo mismo que lenguas enteras. Genes e ideas tienen también que luchar para sobrevivir. Su manera de presentar y ganar argumentos es reproducirse.
Antes de propiamente existir, en el instante que pasamos de la “nada” a la vida, todo ser viviente es primero un “proyecto de ser”. El anteproyecto de vida está codificado en cromosomas, que obsesivamente se dividen, generando otros idénticos proyectos de ser, llamados “gen”. En su libro El Gen Egoísta, Richard Dawkins revolucionó la teoría de evolución de Darwin, al cambiar el enfoque del vehículo de este milagroso proceso (cuerpo), al verdadero protagonista de la mortal danza de la selección natural (gen). En lugar de estudiar la capacidad de sobrevivir y reproducirse de un león, observar la capacidad de sobrevivir y reproducirse del gen que producen garras retractables permite una nueva dimensión a la evolución de una especie: la perspectiva del grupo. Si en lugar de ser la supervivencia del individuo la que gobierna el proceso evolutivo, es el grupo el mecanismo elegido por la naturaleza para elegir ganadores en el mercado de atributos físicos, la cooperación adquiere gran importancia.
En el proceso evolutivo – por fin entendemos – el aporte del individuo es marginal. El verdadero responsable de facilitar la supervivencia y reproducción de atributos físicos e ideas culturales es el grupo. Un grupo de genes deben cooperar entre sí para sobrevivir. De igual manera, es el grupo de individuos que contienen ese gen los responsables que los atributos sobrevivan, un fenómeno conocido dentro de la ciencia de la evolución como “selectivo grupal” (inclusive fitness). El concepto se refiere al proceso mediante el cual varias características genéticas forman un sindicato de genes más “aptos” que, al ejercer un esfuerzo en común, crean un mejor vehículo reproductor. El resultado es una estrategia de supervivencia bastante más astuta que una individualista “ley de la selva”.
Cada vez entendemos más del mecanismo más efectivo en toda la historia del planeta; la evidencia de su eficacia regada por donde uno mire. En lugar de un proceso alimentado por la codicia individual de reproducirse, ahora entendemos que la evolución mediante la selección natural resultó no ser tan “egoísta” después de todo. Para que el gen de las garras retratables tenga éxito en su propósito de reproducirse en generaciones futuras de leones, ese gen deberá cooperar con otros genes que hicieron al león la hermosa y mortalmente eficaz fiera que es hoy. El proceso sólo tomó un par de miles de millones de años.
Esta perspectiva del universo orgánico responde por fin la pregunta “¿cuál fue primero, el huevo o la gallina? Según la teoría de Dawkins, la gallina es únicamente el vehículo que utiliza el huevo (gen) para reproducirse en millones de huevos, a lo largo de la historia del huevo. El primer microorganismo que pudo replicarse en una nueva generación fue el primer ser con vida sobre este planeta. Ese primer microorganismo unicelular (procarionte) se reproducía mediante simple fisión binaria. Con la revolución sexual las generaciones sucesivas dejaron de ser idénticas a los padres, creando un planeta con la diversidad actual. Exactamente cómo se formó el primer microorganismo unicelular es un misterio. Lo que no es un misterio es que tuvieron que pasar dos mil millones de años para que esos microorganismos conviertan a la atmosfera en el paraíso de oxigeno que es hoy. Tampoco queda duda que primero fue el huevo.
La reproducción biológica no acepta sofismos. La nueva generación es apta para sobrevivir en las condiciones materiales donde se reproducen, o no lo es. En la naturaleza no existe otro argumento que no sea la eficacia. Si el gen no es el que mejor contribuye a la supervivencia del vehículo que ocupa, los cientos de millones de años se encargan de que ese gen desaparezca. En la sociedad sucede algo tristemente diferente. Ya nos advertía Gramsci que, gracias a la capacidad de imposición de la hegemonía, el ser humano es capaz de reproducir durante cientos de generaciones puras huevadas.
Otra diferencia entre la unidad básica de la reproducción genética (gen) y la unidad básica de la reproducción cultural (meme) es que las ideas, conceptos, valores y creencias se reproducen de inmediato de una mente a otra. Mientras que la evolución biológica requiere de un acto sexual que combine y reproduzca el material genético, la revolución de papel solo requiere que el pueblo confiera legitimidad a los que espetan puras huevadas. Si las ideas funcionan o no, si las propuestas desarrollan a la sociedad o nos sumen en el caos y anarquía, puede ser hábilmente debatido. Siempre queda la opción de echarle la culpa a los demás. Por ende, el proceso de desarrollar una cultura democrática, populista o totalitaria no siempre se adapta a los mejores argumentos, ideas o procesos. Aquellos con el poder pueden crear virus de la mente capaces de infectar vulnerables cerebros que pasivamente hospedan ideas anacrónicas. Ya nos decía Gramsci que con poder se puede llegar políticamente muy lejos a base de puro pajazo mental.
Una idea que circula en nuestro medio es que Bolivia es una nación ingobernable. Irónicamente, los promotores del caos y anarquía ahora tienen la responsabilidad de utilizar el monopolio de la violencia para crear mínimas condiciones de convivencia pacífica. Debe ser muy difícil pasar del anarco-sindicalismo al oficialismo cuando existe en nuestro entorno un abismal vacío ideológico e institucional. El entorno cultural boliviano es campo fértil para el fenómeno llamado “disonancia cognitiva”, un conflicto emocional interno que emerge de sostener simultáneamente dos ideas que se contradicen entre sí. Un ejemplo de disonancia cognitiva es la que sufren los conservadores, que aceptan las premisas de Darwin cuando se trata del mercado, pero las reniegan cuando le resta una miga de omnipresencia a Dios. Los liberales sufren igual cuando pretenden avanzar una política exterior que no mate ni a una mosca, pero no les tiembla el pulso si se trata de abortar a un bebé de seis meses. La disonancia cognitiva esta por todas partes, lo cual es consuelo de tontos cuando se trata de reproducir nuestro ADN mental.
El ácido desoxirribonucleico (ADN) político del General Banzer sufrió de una radical mutación cuando formó el partido Acción Democrática Nacionalista (ADN). Hablando de disonancia cognitiva, el actual gobierno parece comulgar cada vez más con el General Banzer de la década de 1970, aferrándose al concepto de “nacionalista”, mientras reniega cada vez con mayor desdén la parte “democrática” de la ecuación. La cacería de brujas que ha intentado implementar el oficialismo para eliminar todo residuo político de los partidos “tradicionales” (al mejor estilo de persecución de miembros del partido Bath de Saddam Hussein en Irak después de la invasión norteamericana) quedará como pie de nota en la historia de nuestro triste presente teóricamente “democrático”.
Las ideas y valores (memes) que mejor se reproducen en nuestro medio es el espíritu de imponerse a la fuerza; un bastón de mando que confiere al cacique infalibilidad y omnipresencia política. Lo triste es que no somos capaces de observar aquello que reproducimos en nuestras mentes, actitudes que tan solo han de lograr profundizar la actual polarización. La intolerancia de ayer se ha reproducido con gran fidelidad. Somos muy fecundos a la hora de reproducir ideas totalitarias (la diferencia en la derecha es que preferirían que sean sus ideas las que se impongan a la fuerza). Ahora solo queda contemplar la longevidad de los malos métodos, mediocres valores y actitudes despóticas que cooperamos como grupo para reproducir con tanta alegría, cual autómatas replicantes.
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