Aturdidos por poderes sobrenaturales que habrán de rectificarlo todo algún día, pasan desapercibidas señales que nos da la vida. Si los acribillados son una señal que Dios envía, celebro como “exquisito” su sentido del humor. La religión interpreta sucesos como prueba de un orden cósmico. En la forma de grandes crisis, diversos desafíos obligan reflexión. Hace ocho años la prueba llegó en la forma de aviones impelidos sobre torres gemelas que solían estar muy cerca al cielo. El reto fue demasiado grande y el fundamentalismo demasiado arraigado en ambos bandos. En lugar de unirse, la humanidad fue fragmentada; fracasando en el objetivo de lograr mínimos acuerdos sobre cómo evitar que individuos manifiesten devoción a una causa robándoles a otros la vida. Con el sigilo propio de la providencia, la humanidad ahora tiene un nuevo desafío: aprender a cooperar para proteger a todo ciudadano de violencia en aguas internacionales.
Lejos de crear consensos, la guerra contra el terrorismo fue excusa para ejecutar una ingeniería social e ir detrás de petróleo ajeno. Los pretextos utilizados resultaron ser falsos. No es una señal divina que ahora hay que respetar la voluntad de terroristas o piratas. Muchas diferencias existen entre piratas y agenda política de unos cuantos ardientes devotos de su supremacía ideológica. A diferencia del suicidio colectivo de quienes mordieron la Gran Manzana, en las costas de Somalia sus vidas fueron violentamente apagadas. A diferencia de los ataques del 11 de septiembre sobre suelo soberano, los múltiples atentados en el cuerno de África es contra todas las naciones que navegan en aguas de nadie.
En el punto exacto donde se unen Oriente y Occidente – Constantinopla - el Presidente Obama declaró que su nación no es una nación cristiana, sino una nación compuesta de ciudadanos. En Europa Obama reconoció que su nación ha actuado con arrogancia. Al ordenar que disparen los francotiradores, han declarado también que tender una rama de olivo de tolerancia y cooperación no quiere decir que el Estado renuncie al derecho de aplicar violencia cuando normas básicas son violadas.
El modelo de negocios de los piratas somalíes tal vez sea la única empresa privada que los trasnochados se levanten de su letargo milenario a defender. Resulta más barato y eficiente pagar rescates exigidos por mercenarios más temerarios que Barbanegra, un pirata que en el siglo XVIII necesitaba un velero de 300 toneladas repleto de cañones. Gracias a la impunidad en aguas internacionales, con una liviana lancha de compuesto de aluminio y cuatro tripulantes ahora es más que suficiente. El costo que piratas imponen al comercio internacional es marginal; que las naciones cooperen en el diseño de normas no tiene precio.
Los piratas dejarán de ocupar los noticieros con la rapidez que dejaron de alarmar sobre la gripe aviaria. Pero la humanidad sigue haciendo esfuerzos para coordinar y cooperar para lidiar con futuras pestes. La regulación del sistema financiero, contaminación, armas nucleares y derechos humanos también son desafíos compartidos que requieren cooperación. Debido a los grandes vacíos legales en el Estado de Derecho internacional, resulta difícil coordinar. Los poderosos, lamentablemente, abusan del poder, lo cual hace más difícil ponerse de acuerdo, en particular sobre el uso legítimo de la violencia. El orden y convivencia pacífica requieren de un diálogo abierto y acciones legítimas por partes de los que representan la familia de naciones. Qué ironía que supuestos mercenarios sean los que entreguen el mensaje.
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