Algunas intolerancias son tan legítimas que merecen incluso estar enmarcadas en la ley. Otras son despreciables y merecen desaparecer. Cuando me enteré que mi hija supuestamente había utilizado un adjetivo que expresa prejuicio hacia un grupo, tuve la delicadeza de primero preguntar. Sólo un bruto llega a conclusiones antes de escuchar la versión del otro. Con la naturalidad propia de una adolescente me contestó que ella nunca se había expresado utilizado el adjetivo en cuestión, porque “únicamente ignorantes” hablan de esa manera. Además de llenarme de orgullo que mi hija no se humille a si misma intentando menospreciar al otro, su respuesta es para mí evidencia que nuestra generación pertenece a una especie en vía de extinción: los últimos ejemplares de un pueblo enfermo. Las siguientes generaciones de bolivianos estudiarán en libros de historia la idiosincrasia que actualmente gobierna con la misma curiosidad que la nueva generación de europeos estudia los prejuicios etno-nacionalistas del abuelo. Estamos, nada más ni nada menos, que ante el umbral de la desaparición del virus mental que ha enfermado a su última generación.
En el siglo XXI quedan cada vez menos intolerancias legítimas. La intolerancia hacia el racismo, corrupción y privilegios de una élite enmarcan valores dignos de formar parte de nuestras normas legales. No es sin gran dosis de ironía que quienes ahora se ven obligados a avanzar estos principios “universales” son (en su mayoría) los descendientes de europeos, una nueva minoría que otrora solía beneficiarse precisamente de violar con impunidad estos principios. Es increíble observar cómo se han invertido los papeles en tan solo una generación. El cambio que se ha proclamado parece ser simplemente de actores; nuevos gobernantes que practican costumbres milenarias de imponer el mandato de la nueva elite, igualmente corrupta y racista. Mientras más cambian las cosas, más siguen igual. La transformación es lenta. Roma no fue construida en un solo día y los europeos no abandonaron sus viejas costumbres de la noche a la mañana.
En Bolivia el conspirar contra el gobierno solía también ser una práctica cotidiana que rayaba en ser moralmente aceptable. Los amigos se reunían a tomarse un café y matarse de risa cuando les preguntaban “¿qué están haciendo?” Con idéntica ingenuidad que manifiesta mi hija contestaban, “conspirando”. Y aunque la historia boliviana es testamento de que este tipo de broma es de muy mal gusto, antes nadie se inmutaba u ofendía. Eran otras épocas, tanto más “inocentes” y peligrosas a la vez. Conspirar hoy es un delito penado con cárcel de por vida. No podría estar más de acuerdo en utilizar todo el peso de la ley para evitar que nuestro país sea balcanizado. Si tenemos diferencias políticas, debemos ultimar los recursos para alcanzar mínimos consensos que nos permitan convivir en paz. Es precisamente con ese objetivo en mente que con las palabras a continuación pretendo plantear una conspiración democrática. La confabulación que propongo no está penada por la ley, así que presten atención todos los que quieran utilizar mi maquiavélico plan para avanzar sus objetivos políticos, sean de la oposición u oficialismo. ¡A mí me da exactamente igual!
El pueblo boliviano tiene ocho meses para decidir nuevamente su destino. La gran mayoría ya ha decidido su voto y ningún argumento ha de lograr que cambien de opinión o parecer. ¡Nada! Las encuestas serán las encargadas de determinar exactamente cuántos ciudadanos están férreamente en uno de los dos campos: oficialismo u oposición. Este hecho no debería de sorprender ni ofender a nadie. Sucede exactamente lo mismo en toda sociedad. El grupo de “indecisos” suele ser muy pequeño, usualmente entre el 10 al 30 por ciento de la población. Esta minoría es la que ha de elegir el próximo Presidente de Bolivia, por lo que sugiero a los políticos intentar identificar quiénes son estos indecisos y empezar de una buena vez a dirigir todos sus esfuerzos para conquistarlos. Resulta que mi conspiración es bastante inocua, pero tremendamente efectiva. Ya que estamos entrados en gastos, sigamos “conspirando”.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas, la población boliviana entre las edades de 18 a 29 años es de 1,7 millones de habitantes. Digamos que aquellos mayores de 24 años (lo mismo que nuestra generación) ya no tienen remedio, porque son unos idiosincráticos mañudos fielmente arrodillados ante un dogma y sin la menor esperanza de cambiar de opinión. Si ese es el caso, la población entre 18 y 24 años de edad sigue siendo (políticamente hablando) bastante apetitosa, con huestes que llegan a más de un millón de deliciosos cerebros listos para ser conquistados por el mejor argumento. De ese total, exactamente la mitad son mujeres. Me atrevería a opinar que la próxima Presidente de la República será elegida por una minoría de bolivianas, mujeres entre 18 y 24, que son el grupo social realmente discriminado por idiosincrasias machistas y falta de oportunidades, cuya capacidad de razonar imparcialmente (luego de digerir los argumentos) es inmejorable. La conspiración, pueblo boliviano, es que son nuestras hijas las que esta vez pueden ser inducidas a decidir nuestro futuro. De ser el caso, entonces estamos en muy buenas manos. Lo único que ahora necesitamos es prestarles un poco de atención a quienes posiblemente decidirán el futuro de todos.
La anterior conspiración política está basada en la premisa que la juventud no está rígidamente sujeta a responder a las mismas identidades sociales que obligan a las grandes mayorías votar sin reflexión alguna. La premisa es que, al contrario de los prejuicios de generaciones anteriores que – debido a su edad - ya no pueden observar imparcialmente a un candidato, la juventud sí es capaz de hacer a un lado su identidad étnica, social o religiosa, para primero escuchar las plataformas electorales antes de decidir su voto. Lamento informarles que esta premisa es falsa y que esta conspiración ha sido tan solo un ardid. La verdad es que el ser humano es – a toda edad –no solo el producto de los prejuicios de su entorno, sino que responde emocionalmente a los estímulos externos y toma decisiones sobre la base de sus pasiones, en lugar de (como supone la economía) sobre la base de un argumento racional. Por ende, si pensaron que una ingeniosa campaña publicitaria que permita llegar a los nichos de votantes indecisos en grupos demográficos estratégicos con brillantes argumentos racionales será la clave para ganar las próximas elecciones, están siendo engañados. Las mujeres de 18 a 24 años, lamentablemente, serán manipuladas por imágenes que despiertan respuestas viscerales, lo mismo que el resto de la población.
El cerebro humano ha desarrollado una facultad que evolutivamente representa una gran ventaja: la capacidad de tomar atajos. Estamos equipados cognitivamente con procesos que responden emocionalmente ante un estímulo externo. El las pampas africanas nuestros antepasados no podían darse el lujo de reflexionar demasiado sobre las ventajas de intentar convivir con la tribu vecina. La herramienta que evolutivamente ha sido desarrollada y afinada con gran precisión es precisamente aquello que se supone mi hija había superado: el prejuicio. Esa es la mala noticia. La buena noticia es que, en la medida que el ser humano crea un entorno social que reproduce leyes, valores y conductas propicias para la convivencia pacífica, es posible revertir la tendencia primal de tomar el atajo más grande: utilizar insultos, chismes, mercenarios, emboscadas o el poder político para deshacerse del enemigo.
En un documental de la ABC de Australia titulado “Dos Bolivias” una mujer le pregunta a la senadora Leonida Zurita si El Presidente Morales ha de ganar nuevamente las elecciones. La senadora de la República contesta que el “pueblo está consciente que debe volver a ganar. Pero el enemigo no quiere...”. Una senadora de la República no debería humillarse, ni empañar su investidura, utilizando ese tipo de lenguaje. La senadora merece el beneficio de la duda. Debemos tener la delicadeza de primero preguntar si realmente considera “enemigos” a aquellos bolivianos que no sostienen sus mismos ideales. No deberíamos llegar a conclusiones antes de escuchar su propia versión.
De lo que si estoy casi seguro es que la nieta de la senadora Zurita, cuando le corresponda el turno de ser protagonista en la pugna política por el poder, entenderá que una República está constituida por una diversidad de ciudadanos, lo cual los hace rivales, pero no enemigos. La nieta de la senadora Zurita será producto de un entorno muy diferente al que ha forjado nuestra actual idiosincrasia. En un futuro todavía lejano, únicamente los ignorantes utilizarán ese tipo de adjetivos. Por ahora seguimos enfermos del poder. Pertenecemos a una generación que abre bien grande sus ojos y afina el oído cuando escucha conspiraciones que supuestamente permitirán ocupar el Palacio Quemado. Lo que sucede es que – en nuestra enfermedad – estamos concentrados en conquistar urnas, en lugar de construir una nación. Nuestros atajos son los atajos de un software del pasado. Para construir mejores intolerancias tendrá que - por lo menos - pasar una generación más.
viernes, 24 de abril de 2009
miércoles, 15 de abril de 2009
Dispararle al Mensajero
Aturdidos por poderes sobrenaturales que habrán de rectificarlo todo algún día, pasan desapercibidas señales que nos da la vida. Si los acribillados son una señal que Dios envía, celebro como “exquisito” su sentido del humor. La religión interpreta sucesos como prueba de un orden cósmico. En la forma de grandes crisis, diversos desafíos obligan reflexión. Hace ocho años la prueba llegó en la forma de aviones impelidos sobre torres gemelas que solían estar muy cerca al cielo. El reto fue demasiado grande y el fundamentalismo demasiado arraigado en ambos bandos. En lugar de unirse, la humanidad fue fragmentada; fracasando en el objetivo de lograr mínimos acuerdos sobre cómo evitar que individuos manifiesten devoción a una causa robándoles a otros la vida. Con el sigilo propio de la providencia, la humanidad ahora tiene un nuevo desafío: aprender a cooperar para proteger a todo ciudadano de violencia en aguas internacionales.
Lejos de crear consensos, la guerra contra el terrorismo fue excusa para ejecutar una ingeniería social e ir detrás de petróleo ajeno. Los pretextos utilizados resultaron ser falsos. No es una señal divina que ahora hay que respetar la voluntad de terroristas o piratas. Muchas diferencias existen entre piratas y agenda política de unos cuantos ardientes devotos de su supremacía ideológica. A diferencia del suicidio colectivo de quienes mordieron la Gran Manzana, en las costas de Somalia sus vidas fueron violentamente apagadas. A diferencia de los ataques del 11 de septiembre sobre suelo soberano, los múltiples atentados en el cuerno de África es contra todas las naciones que navegan en aguas de nadie.
En el punto exacto donde se unen Oriente y Occidente – Constantinopla - el Presidente Obama declaró que su nación no es una nación cristiana, sino una nación compuesta de ciudadanos. En Europa Obama reconoció que su nación ha actuado con arrogancia. Al ordenar que disparen los francotiradores, han declarado también que tender una rama de olivo de tolerancia y cooperación no quiere decir que el Estado renuncie al derecho de aplicar violencia cuando normas básicas son violadas.
El modelo de negocios de los piratas somalíes tal vez sea la única empresa privada que los trasnochados se levanten de su letargo milenario a defender. Resulta más barato y eficiente pagar rescates exigidos por mercenarios más temerarios que Barbanegra, un pirata que en el siglo XVIII necesitaba un velero de 300 toneladas repleto de cañones. Gracias a la impunidad en aguas internacionales, con una liviana lancha de compuesto de aluminio y cuatro tripulantes ahora es más que suficiente. El costo que piratas imponen al comercio internacional es marginal; que las naciones cooperen en el diseño de normas no tiene precio.
Los piratas dejarán de ocupar los noticieros con la rapidez que dejaron de alarmar sobre la gripe aviaria. Pero la humanidad sigue haciendo esfuerzos para coordinar y cooperar para lidiar con futuras pestes. La regulación del sistema financiero, contaminación, armas nucleares y derechos humanos también son desafíos compartidos que requieren cooperación. Debido a los grandes vacíos legales en el Estado de Derecho internacional, resulta difícil coordinar. Los poderosos, lamentablemente, abusan del poder, lo cual hace más difícil ponerse de acuerdo, en particular sobre el uso legítimo de la violencia. El orden y convivencia pacífica requieren de un diálogo abierto y acciones legítimas por partes de los que representan la familia de naciones. Qué ironía que supuestos mercenarios sean los que entreguen el mensaje.
Lejos de crear consensos, la guerra contra el terrorismo fue excusa para ejecutar una ingeniería social e ir detrás de petróleo ajeno. Los pretextos utilizados resultaron ser falsos. No es una señal divina que ahora hay que respetar la voluntad de terroristas o piratas. Muchas diferencias existen entre piratas y agenda política de unos cuantos ardientes devotos de su supremacía ideológica. A diferencia del suicidio colectivo de quienes mordieron la Gran Manzana, en las costas de Somalia sus vidas fueron violentamente apagadas. A diferencia de los ataques del 11 de septiembre sobre suelo soberano, los múltiples atentados en el cuerno de África es contra todas las naciones que navegan en aguas de nadie.
En el punto exacto donde se unen Oriente y Occidente – Constantinopla - el Presidente Obama declaró que su nación no es una nación cristiana, sino una nación compuesta de ciudadanos. En Europa Obama reconoció que su nación ha actuado con arrogancia. Al ordenar que disparen los francotiradores, han declarado también que tender una rama de olivo de tolerancia y cooperación no quiere decir que el Estado renuncie al derecho de aplicar violencia cuando normas básicas son violadas.
El modelo de negocios de los piratas somalíes tal vez sea la única empresa privada que los trasnochados se levanten de su letargo milenario a defender. Resulta más barato y eficiente pagar rescates exigidos por mercenarios más temerarios que Barbanegra, un pirata que en el siglo XVIII necesitaba un velero de 300 toneladas repleto de cañones. Gracias a la impunidad en aguas internacionales, con una liviana lancha de compuesto de aluminio y cuatro tripulantes ahora es más que suficiente. El costo que piratas imponen al comercio internacional es marginal; que las naciones cooperen en el diseño de normas no tiene precio.
Los piratas dejarán de ocupar los noticieros con la rapidez que dejaron de alarmar sobre la gripe aviaria. Pero la humanidad sigue haciendo esfuerzos para coordinar y cooperar para lidiar con futuras pestes. La regulación del sistema financiero, contaminación, armas nucleares y derechos humanos también son desafíos compartidos que requieren cooperación. Debido a los grandes vacíos legales en el Estado de Derecho internacional, resulta difícil coordinar. Los poderosos, lamentablemente, abusan del poder, lo cual hace más difícil ponerse de acuerdo, en particular sobre el uso legítimo de la violencia. El orden y convivencia pacífica requieren de un diálogo abierto y acciones legítimas por partes de los que representan la familia de naciones. Qué ironía que supuestos mercenarios sean los que entreguen el mensaje.
domingo, 12 de abril de 2009
República del Replicante
Lingüistas detestan la frase “así se replica el ADN”. La palabra “replica” no está reconocida como tal. El término correcto es “réplica”; que puede querer decir una copia del original, o la respuesta que se otorga en medio de un litigio. El verbo, sin embargo, no existe. Palabras nacen todos los días; no todas sobreviven. Algunas mueren, lo mismo que lenguas enteras. Genes e ideas tienen también que luchar para sobrevivir. Su manera de presentar y ganar argumentos es reproducirse.
Antes de propiamente existir, en el instante que pasamos de la “nada” a la vida, todo ser viviente es primero un “proyecto de ser”. El anteproyecto de vida está codificado en cromosomas, que obsesivamente se dividen, generando otros idénticos proyectos de ser, llamados “gen”. En su libro El Gen Egoísta, Richard Dawkins revolucionó la teoría de evolución de Darwin, al cambiar el enfoque del vehículo de este milagroso proceso (cuerpo), al verdadero protagonista de la mortal danza de la selección natural (gen). En lugar de estudiar la capacidad de sobrevivir y reproducirse de un león, observar la capacidad de sobrevivir y reproducirse del gen que producen garras retractables permite una nueva dimensión a la evolución de una especie: la perspectiva del grupo. Si en lugar de ser la supervivencia del individuo la que gobierna el proceso evolutivo, es el grupo el mecanismo elegido por la naturaleza para elegir ganadores en el mercado de atributos físicos, la cooperación adquiere gran importancia.
En el proceso evolutivo – por fin entendemos – el aporte del individuo es marginal. El verdadero responsable de facilitar la supervivencia y reproducción de atributos físicos e ideas culturales es el grupo. Un grupo de genes deben cooperar entre sí para sobrevivir. De igual manera, es el grupo de individuos que contienen ese gen los responsables que los atributos sobrevivan, un fenómeno conocido dentro de la ciencia de la evolución como “selectivo grupal” (inclusive fitness). El concepto se refiere al proceso mediante el cual varias características genéticas forman un sindicato de genes más “aptos” que, al ejercer un esfuerzo en común, crean un mejor vehículo reproductor. El resultado es una estrategia de supervivencia bastante más astuta que una individualista “ley de la selva”.
Cada vez entendemos más del mecanismo más efectivo en toda la historia del planeta; la evidencia de su eficacia regada por donde uno mire. En lugar de un proceso alimentado por la codicia individual de reproducirse, ahora entendemos que la evolución mediante la selección natural resultó no ser tan “egoísta” después de todo. Para que el gen de las garras retratables tenga éxito en su propósito de reproducirse en generaciones futuras de leones, ese gen deberá cooperar con otros genes que hicieron al león la hermosa y mortalmente eficaz fiera que es hoy. El proceso sólo tomó un par de miles de millones de años.
Esta perspectiva del universo orgánico responde por fin la pregunta “¿cuál fue primero, el huevo o la gallina? Según la teoría de Dawkins, la gallina es únicamente el vehículo que utiliza el huevo (gen) para reproducirse en millones de huevos, a lo largo de la historia del huevo. El primer microorganismo que pudo replicarse en una nueva generación fue el primer ser con vida sobre este planeta. Ese primer microorganismo unicelular (procarionte) se reproducía mediante simple fisión binaria. Con la revolución sexual las generaciones sucesivas dejaron de ser idénticas a los padres, creando un planeta con la diversidad actual. Exactamente cómo se formó el primer microorganismo unicelular es un misterio. Lo que no es un misterio es que tuvieron que pasar dos mil millones de años para que esos microorganismos conviertan a la atmosfera en el paraíso de oxigeno que es hoy. Tampoco queda duda que primero fue el huevo.
La reproducción biológica no acepta sofismos. La nueva generación es apta para sobrevivir en las condiciones materiales donde se reproducen, o no lo es. En la naturaleza no existe otro argumento que no sea la eficacia. Si el gen no es el que mejor contribuye a la supervivencia del vehículo que ocupa, los cientos de millones de años se encargan de que ese gen desaparezca. En la sociedad sucede algo tristemente diferente. Ya nos advertía Gramsci que, gracias a la capacidad de imposición de la hegemonía, el ser humano es capaz de reproducir durante cientos de generaciones puras huevadas.
Otra diferencia entre la unidad básica de la reproducción genética (gen) y la unidad básica de la reproducción cultural (meme) es que las ideas, conceptos, valores y creencias se reproducen de inmediato de una mente a otra. Mientras que la evolución biológica requiere de un acto sexual que combine y reproduzca el material genético, la revolución de papel solo requiere que el pueblo confiera legitimidad a los que espetan puras huevadas. Si las ideas funcionan o no, si las propuestas desarrollan a la sociedad o nos sumen en el caos y anarquía, puede ser hábilmente debatido. Siempre queda la opción de echarle la culpa a los demás. Por ende, el proceso de desarrollar una cultura democrática, populista o totalitaria no siempre se adapta a los mejores argumentos, ideas o procesos. Aquellos con el poder pueden crear virus de la mente capaces de infectar vulnerables cerebros que pasivamente hospedan ideas anacrónicas. Ya nos decía Gramsci que con poder se puede llegar políticamente muy lejos a base de puro pajazo mental.
Una idea que circula en nuestro medio es que Bolivia es una nación ingobernable. Irónicamente, los promotores del caos y anarquía ahora tienen la responsabilidad de utilizar el monopolio de la violencia para crear mínimas condiciones de convivencia pacífica. Debe ser muy difícil pasar del anarco-sindicalismo al oficialismo cuando existe en nuestro entorno un abismal vacío ideológico e institucional. El entorno cultural boliviano es campo fértil para el fenómeno llamado “disonancia cognitiva”, un conflicto emocional interno que emerge de sostener simultáneamente dos ideas que se contradicen entre sí. Un ejemplo de disonancia cognitiva es la que sufren los conservadores, que aceptan las premisas de Darwin cuando se trata del mercado, pero las reniegan cuando le resta una miga de omnipresencia a Dios. Los liberales sufren igual cuando pretenden avanzar una política exterior que no mate ni a una mosca, pero no les tiembla el pulso si se trata de abortar a un bebé de seis meses. La disonancia cognitiva esta por todas partes, lo cual es consuelo de tontos cuando se trata de reproducir nuestro ADN mental.
El ácido desoxirribonucleico (ADN) político del General Banzer sufrió de una radical mutación cuando formó el partido Acción Democrática Nacionalista (ADN). Hablando de disonancia cognitiva, el actual gobierno parece comulgar cada vez más con el General Banzer de la década de 1970, aferrándose al concepto de “nacionalista”, mientras reniega cada vez con mayor desdén la parte “democrática” de la ecuación. La cacería de brujas que ha intentado implementar el oficialismo para eliminar todo residuo político de los partidos “tradicionales” (al mejor estilo de persecución de miembros del partido Bath de Saddam Hussein en Irak después de la invasión norteamericana) quedará como pie de nota en la historia de nuestro triste presente teóricamente “democrático”.
Las ideas y valores (memes) que mejor se reproducen en nuestro medio es el espíritu de imponerse a la fuerza; un bastón de mando que confiere al cacique infalibilidad y omnipresencia política. Lo triste es que no somos capaces de observar aquello que reproducimos en nuestras mentes, actitudes que tan solo han de lograr profundizar la actual polarización. La intolerancia de ayer se ha reproducido con gran fidelidad. Somos muy fecundos a la hora de reproducir ideas totalitarias (la diferencia en la derecha es que preferirían que sean sus ideas las que se impongan a la fuerza). Ahora solo queda contemplar la longevidad de los malos métodos, mediocres valores y actitudes despóticas que cooperamos como grupo para reproducir con tanta alegría, cual autómatas replicantes.
Antes de propiamente existir, en el instante que pasamos de la “nada” a la vida, todo ser viviente es primero un “proyecto de ser”. El anteproyecto de vida está codificado en cromosomas, que obsesivamente se dividen, generando otros idénticos proyectos de ser, llamados “gen”. En su libro El Gen Egoísta, Richard Dawkins revolucionó la teoría de evolución de Darwin, al cambiar el enfoque del vehículo de este milagroso proceso (cuerpo), al verdadero protagonista de la mortal danza de la selección natural (gen). En lugar de estudiar la capacidad de sobrevivir y reproducirse de un león, observar la capacidad de sobrevivir y reproducirse del gen que producen garras retractables permite una nueva dimensión a la evolución de una especie: la perspectiva del grupo. Si en lugar de ser la supervivencia del individuo la que gobierna el proceso evolutivo, es el grupo el mecanismo elegido por la naturaleza para elegir ganadores en el mercado de atributos físicos, la cooperación adquiere gran importancia.
En el proceso evolutivo – por fin entendemos – el aporte del individuo es marginal. El verdadero responsable de facilitar la supervivencia y reproducción de atributos físicos e ideas culturales es el grupo. Un grupo de genes deben cooperar entre sí para sobrevivir. De igual manera, es el grupo de individuos que contienen ese gen los responsables que los atributos sobrevivan, un fenómeno conocido dentro de la ciencia de la evolución como “selectivo grupal” (inclusive fitness). El concepto se refiere al proceso mediante el cual varias características genéticas forman un sindicato de genes más “aptos” que, al ejercer un esfuerzo en común, crean un mejor vehículo reproductor. El resultado es una estrategia de supervivencia bastante más astuta que una individualista “ley de la selva”.
Cada vez entendemos más del mecanismo más efectivo en toda la historia del planeta; la evidencia de su eficacia regada por donde uno mire. En lugar de un proceso alimentado por la codicia individual de reproducirse, ahora entendemos que la evolución mediante la selección natural resultó no ser tan “egoísta” después de todo. Para que el gen de las garras retratables tenga éxito en su propósito de reproducirse en generaciones futuras de leones, ese gen deberá cooperar con otros genes que hicieron al león la hermosa y mortalmente eficaz fiera que es hoy. El proceso sólo tomó un par de miles de millones de años.
Esta perspectiva del universo orgánico responde por fin la pregunta “¿cuál fue primero, el huevo o la gallina? Según la teoría de Dawkins, la gallina es únicamente el vehículo que utiliza el huevo (gen) para reproducirse en millones de huevos, a lo largo de la historia del huevo. El primer microorganismo que pudo replicarse en una nueva generación fue el primer ser con vida sobre este planeta. Ese primer microorganismo unicelular (procarionte) se reproducía mediante simple fisión binaria. Con la revolución sexual las generaciones sucesivas dejaron de ser idénticas a los padres, creando un planeta con la diversidad actual. Exactamente cómo se formó el primer microorganismo unicelular es un misterio. Lo que no es un misterio es que tuvieron que pasar dos mil millones de años para que esos microorganismos conviertan a la atmosfera en el paraíso de oxigeno que es hoy. Tampoco queda duda que primero fue el huevo.
La reproducción biológica no acepta sofismos. La nueva generación es apta para sobrevivir en las condiciones materiales donde se reproducen, o no lo es. En la naturaleza no existe otro argumento que no sea la eficacia. Si el gen no es el que mejor contribuye a la supervivencia del vehículo que ocupa, los cientos de millones de años se encargan de que ese gen desaparezca. En la sociedad sucede algo tristemente diferente. Ya nos advertía Gramsci que, gracias a la capacidad de imposición de la hegemonía, el ser humano es capaz de reproducir durante cientos de generaciones puras huevadas.
Otra diferencia entre la unidad básica de la reproducción genética (gen) y la unidad básica de la reproducción cultural (meme) es que las ideas, conceptos, valores y creencias se reproducen de inmediato de una mente a otra. Mientras que la evolución biológica requiere de un acto sexual que combine y reproduzca el material genético, la revolución de papel solo requiere que el pueblo confiera legitimidad a los que espetan puras huevadas. Si las ideas funcionan o no, si las propuestas desarrollan a la sociedad o nos sumen en el caos y anarquía, puede ser hábilmente debatido. Siempre queda la opción de echarle la culpa a los demás. Por ende, el proceso de desarrollar una cultura democrática, populista o totalitaria no siempre se adapta a los mejores argumentos, ideas o procesos. Aquellos con el poder pueden crear virus de la mente capaces de infectar vulnerables cerebros que pasivamente hospedan ideas anacrónicas. Ya nos decía Gramsci que con poder se puede llegar políticamente muy lejos a base de puro pajazo mental.
Una idea que circula en nuestro medio es que Bolivia es una nación ingobernable. Irónicamente, los promotores del caos y anarquía ahora tienen la responsabilidad de utilizar el monopolio de la violencia para crear mínimas condiciones de convivencia pacífica. Debe ser muy difícil pasar del anarco-sindicalismo al oficialismo cuando existe en nuestro entorno un abismal vacío ideológico e institucional. El entorno cultural boliviano es campo fértil para el fenómeno llamado “disonancia cognitiva”, un conflicto emocional interno que emerge de sostener simultáneamente dos ideas que se contradicen entre sí. Un ejemplo de disonancia cognitiva es la que sufren los conservadores, que aceptan las premisas de Darwin cuando se trata del mercado, pero las reniegan cuando le resta una miga de omnipresencia a Dios. Los liberales sufren igual cuando pretenden avanzar una política exterior que no mate ni a una mosca, pero no les tiembla el pulso si se trata de abortar a un bebé de seis meses. La disonancia cognitiva esta por todas partes, lo cual es consuelo de tontos cuando se trata de reproducir nuestro ADN mental.
El ácido desoxirribonucleico (ADN) político del General Banzer sufrió de una radical mutación cuando formó el partido Acción Democrática Nacionalista (ADN). Hablando de disonancia cognitiva, el actual gobierno parece comulgar cada vez más con el General Banzer de la década de 1970, aferrándose al concepto de “nacionalista”, mientras reniega cada vez con mayor desdén la parte “democrática” de la ecuación. La cacería de brujas que ha intentado implementar el oficialismo para eliminar todo residuo político de los partidos “tradicionales” (al mejor estilo de persecución de miembros del partido Bath de Saddam Hussein en Irak después de la invasión norteamericana) quedará como pie de nota en la historia de nuestro triste presente teóricamente “democrático”.
Las ideas y valores (memes) que mejor se reproducen en nuestro medio es el espíritu de imponerse a la fuerza; un bastón de mando que confiere al cacique infalibilidad y omnipresencia política. Lo triste es que no somos capaces de observar aquello que reproducimos en nuestras mentes, actitudes que tan solo han de lograr profundizar la actual polarización. La intolerancia de ayer se ha reproducido con gran fidelidad. Somos muy fecundos a la hora de reproducir ideas totalitarias (la diferencia en la derecha es que preferirían que sean sus ideas las que se impongan a la fuerza). Ahora solo queda contemplar la longevidad de los malos métodos, mediocres valores y actitudes despóticas que cooperamos como grupo para reproducir con tanta alegría, cual autómatas replicantes.
jueves, 9 de abril de 2009
Utopía Mía
Colocarle bozal y silla de montar al unicornio es monopolizar toda utopía. Yo también tengo una fantasía: quiero aprender a escuchar a los demás. Verán, en mi universo la realidad se construye únicamente en base a las pocas premisas que mi limitada mente es capaz de observar. Mi soberbia soberanía me impele a reducir a los demás a bullas intrusas que se interponen ante mi caprichosa voluntad. Con tiránica arrogancia he desestimado otras verdades como arrogancia ajena. Si los demás manifiestan igualmente su desprecio, ¿por qué debería yo prestarles atención? Creía ser presidente constitucional de un organismo unido bajo el poder central de un cerebro capaz de controlar a mi sumiso cuerpo. La vida se ha encargado de demostrar que mi incapacidad de compenetrarme con las ideas y sentimientos del “otro” ha empobrecido más de una vida.
Culpo mi limitación a la fuerza corruptora del poder que sobre mí la naturaleza me confiere. Es consuelo de tontos observar que lo mismo sucede con la sociedad. La humildad de minorías que exigen su voz sea considerada, rápidamente se convierte en despotismo una vez se invierten los papeles. Pareces ser que los principios se defienden únicamente cuando el principio sirve al que lo profesa. Una vez el principio permite obtener control, las virtudes misteriosamente desaparecen. Esto lo entiende bien toda mujer conquistada por la galantería del novio; que despertó al lado de un bellaco una vez un simple anillo la sometió a su voluntad. La democracia boliviana se parece a matrimonios en sociedades patriarcales, como ser la afgana.
En lugar de defenderme de mi propia hipérbole, añadiré sal a la caricatura que he esbozado confesando una esquizofrénica conversación entre partes de mi cerebro. La ilusión que mi mente es un ente soberano, que puede ignorar las voces que componen un ser supuestamente sometido a la dictadura de mi voluntad ha sido destrozada. Resulta que en mi cerebro hay un permanente diálogo entre el hemisferio izquierdo (analítico) y hemisferio derecho (intuitivo), cada uno con visiones propias de la inconsistente y contradictoria realidad. La aparente unidad orgánica de mi estado unitario es en realidad un prisma de diversas perspectivas que dialogan entre sí para producir el milagro de la consciencia. La lógica analítica convive y se complementa con abstractas emociones. Sin un diálogo permanente entre la multiplicidad de polos que conforman nuestro ser, no es posible tipo alguno de inteligencia.
La arrogancia de pretender imponer verdades absolutas fue duramente criticada cuando los arrogantes eran otros. Ahora la verdad absoluta solo necesita un padrón electoral que le dé toda la razón. La democracia, sin embargo, es más que la suma de voluntades que otorgan a una mitad la ilusión de infalibilidad absoluta. Al igual que los unicornios, las mejores respuestas no existen, se desarrollan. Democracia también es desarrollar acuerdos que avancen la gobernabilidad mediante mínimos consensos.
Suponer que quienes han sido delegados el poder de velar por nuestro bienestar son capaces de dialogar inteligentemente es una infantil quimera. El mecanismo vigente se basa en la capacidad de imponer una verdad. Aplicar un método que permite escuchar al otro, brindándole legitimidad a su postura y siquiera la posibilidad de inclusión a ideas ajenas a la ortodoxia, es una fantasía. La utopía se redujo a obtener control. Ahora debemos construir una nación únicamente con las premisas que la limitada mente de Vicente es capaz de comprender. Sin método y procesos que valgan, en lugar de utopías, solo queda la ilusión.
Culpo mi limitación a la fuerza corruptora del poder que sobre mí la naturaleza me confiere. Es consuelo de tontos observar que lo mismo sucede con la sociedad. La humildad de minorías que exigen su voz sea considerada, rápidamente se convierte en despotismo una vez se invierten los papeles. Pareces ser que los principios se defienden únicamente cuando el principio sirve al que lo profesa. Una vez el principio permite obtener control, las virtudes misteriosamente desaparecen. Esto lo entiende bien toda mujer conquistada por la galantería del novio; que despertó al lado de un bellaco una vez un simple anillo la sometió a su voluntad. La democracia boliviana se parece a matrimonios en sociedades patriarcales, como ser la afgana.
En lugar de defenderme de mi propia hipérbole, añadiré sal a la caricatura que he esbozado confesando una esquizofrénica conversación entre partes de mi cerebro. La ilusión que mi mente es un ente soberano, que puede ignorar las voces que componen un ser supuestamente sometido a la dictadura de mi voluntad ha sido destrozada. Resulta que en mi cerebro hay un permanente diálogo entre el hemisferio izquierdo (analítico) y hemisferio derecho (intuitivo), cada uno con visiones propias de la inconsistente y contradictoria realidad. La aparente unidad orgánica de mi estado unitario es en realidad un prisma de diversas perspectivas que dialogan entre sí para producir el milagro de la consciencia. La lógica analítica convive y se complementa con abstractas emociones. Sin un diálogo permanente entre la multiplicidad de polos que conforman nuestro ser, no es posible tipo alguno de inteligencia.
La arrogancia de pretender imponer verdades absolutas fue duramente criticada cuando los arrogantes eran otros. Ahora la verdad absoluta solo necesita un padrón electoral que le dé toda la razón. La democracia, sin embargo, es más que la suma de voluntades que otorgan a una mitad la ilusión de infalibilidad absoluta. Al igual que los unicornios, las mejores respuestas no existen, se desarrollan. Democracia también es desarrollar acuerdos que avancen la gobernabilidad mediante mínimos consensos.
Suponer que quienes han sido delegados el poder de velar por nuestro bienestar son capaces de dialogar inteligentemente es una infantil quimera. El mecanismo vigente se basa en la capacidad de imponer una verdad. Aplicar un método que permite escuchar al otro, brindándole legitimidad a su postura y siquiera la posibilidad de inclusión a ideas ajenas a la ortodoxia, es una fantasía. La utopía se redujo a obtener control. Ahora debemos construir una nación únicamente con las premisas que la limitada mente de Vicente es capaz de comprender. Sin método y procesos que valgan, en lugar de utopías, solo queda la ilusión.
jueves, 2 de abril de 2009
¿Qué Puedes Esperar?
El recurso más valioso de la sociedad es el cerebro de un recién nacido. El cuidado que recibe el vulnerable retoño define que tan valioso será su aporte a la nación. Su capacidad de aprender, lidiar con el estrés y relacionarse con su entorno, depende del tipo de cuidado que recibe su delicado cerebro cuando aún era un niño. Durante los primeros años de vida se desarrolla la capacidad de aprender, amar, cuidar y cooperar con los demás. Cada vez menos padres pueden invertir todo su tiempo dentro del hogar, por lo que el cuidado de nuestros hijos es delegado a terceras personas.
Poco a poco la sociedad desarrolla el conocimiento que mejor contribuye a la formar la siguiente generación. Más allá de colocarles música de Mozart mientras hacen la siesta, se mejora el proceso de formación de sus maleables cerebros. Para cumplir con nuestro objetivo, se requiere de un mayor nivel de educación. Quienes cuidan de los chiquilines deben ser profesionales con mínimas habilidades. Si bien la dimensión psicológica del desarrollo del cerebro humano es primordial, no deja de ser importante la administración de recursos que se invierten en la educación, tanto del educador como del educado. Sin recursos suficientes, es más difícil adquirir, mejorar e implementar eficazmente el conocimiento. Los recursos disponibles son muy limitados, por lo que hay que aprender también a administrarlos bien.
Utilizar la palabra “administrar” en el contexto del desarrollo del cerebro activará alarmas “neoliberales” en mentes perturbadas por abismos confeccionados por un método binario. No me refiero a lucrar con sus cerebros, sino a educarlo. Con el objetivo de educar, los profesionales a quienes delegamos el desarrollo del bebé deben saber cómo administrar su entorno, alimentación y primeras experiencias sensoriales con el mundo externo. Si de palabras antipáticas se trata, los pioneros de la revolución cognitiva de nuestros críos necesitan un título que refleje mejor su verdadero nivel de responsabilidad que “niñera”.
En un futuro lejano, posiblemente las “niñeras” (además de mejor nombre) serán muy bien remuneradas; en parte por reivindicaciones sociales que incrementarán los niveles salariales del sector de servicios; en parte debido a los niveles de estudio que serán requeridos para ejercer su labor. Otra posibilidad es que un futuro cercano desaparezcan por completo, para ser reemplazadas por un sistema nacional de “jardín” de infantes. Cualquiera sea la visión del futuro, en el presente existe una ineludible realidad: vivimos en una sociedad que cree que porque la mano de obra es barata, se pueden dar el lujo de delegar la responsabilidad de jugar con el cerebro de sus hijos a quienes trabajan bajo una estructura de incentivos que los capacita para cuidar jardines; no niños.
En Bolivia la niñera promedio no tiene título de bachiller. Producto de una sociedad racista y un sistema de educación discriminatorio, quienes prestan servicios deben contribuir al desarrollo nacional con competencias de apenas sexto grado. Su remuneración refleja la pobreza de nuestra sociedad. Las limitaciones más indignantes son las que le impone a la niñera su jefe superior: la madre del neonato. Con una arrogancia digna de tirano, hay madres que pisotean la autoestima de su asistente mediante una rutina de regaños y órdenes mal explicadas. En lugar de ver a una niñera como una educadora que administra el proceso mediante el cual su bebé ingresar al mundo, los gerentes del hogar tratan a sus administradores como si fuesen peones que labran el campo. Incluso en hogares que otorgan mayor dignidad a quienes prestan tan valioso servicio, detrás de las gentilezas queda en claro que aquellos responsables de ayudar cuidar y desarrollar el recurso más valioso de la sociedad pertenecen a una clase inferior.
Utilizar las palabras “clase inferior” para describir el trato que en Bolivia recibe el sector de servicios activará alarmas “socialistas” en mentes perturbadas por abismos confeccionados por su estúpido racismo. No me refiero a igualar todo ciudadano por decreto, sino a crear condiciones para todos juntos evolucionar. Con el objetivo de evolucionar una sociedad, todos sus miembros deben aportar a perfeccionar los procesos mediante los cuales se administran nuestros valiosos recursos naturales. Una “niñera” que carece de educación, ante el vacio de leyes que protejan sus derechos básicos y carencia de un mínimo de autoestima, no puede aportar mucho al desarrollo de un bebé. Mucho menor será su contribución si se siente relegada a la condición de ciudadana de segunda clase.
Toda niñera debería aspirar algún día llegar a ser una mujer profesional. Una sociedad digna de llamarse sociedad ofrece igualdad de oportunidades, premia la educación y remunera según el nivel aporte y esfuerzo; y no según la clase social o etnia a la cual se nace. El trato, derechos y respeto que le damos a la niñera sufren de grandes deficiencias. Su trabajo es mediocre, un hecho reflejado en el cerebro de los políticos que han criado, y que ahora administran a patadas los recursos de la nación. Pero si las clases “inferiores” fueron tratadas con soltura y arrogancia, ¿qué otra cosa podemos esperar?
Palmira es una niñera diferente a las demás niñeras. En lugar de recibir regaños cuando las cosas salen mal, Palmira participa en el proceso de definir mejores métodos para administrar a los niños. A Palmira se le permite opinar y mejorar los procesos de control, retroalimentación y disciplina que son implementados para optimizar el desarrollo de dos bellas y precoces niñas. Palmira es considerada dentro su trabajo como una profesional que ejerce una valiosa función. En lugar de recibir órdenes, Palmira recibe instrucciones. En lugar de reducirla a un ente pasivo que debe limitarse a escuchar, Palmira sugiere maneras de mejor lograr los objetivos de la empresa: formar ciudadanas consideradas y respetuosas de los demás. Palmira pertenece a una nueva generación de administradores en el sector de servicios con un horizonte hasta hace poco desconocido: progresar.
Palmira tiene ambiciones de superación, experiencia necesaria y suficiente carisma como para algún día representar a su distrito en el Congreso. Pero si en lugar del entorno laboral en el cual Palmira se ha desarrollado, un hogar donde fue ayudada a ayudar a desarrollar, Palmira hubiese sido niñera en un hogar de pedantes padres que tratan al “servicio” con clasista desprecio y aires de superioridad, el día que Palmira sea elegida diputada nacional seguramente actuaría con idéntica estupidez y arrogancia. Luego, con el pasar del tiempo y ante la falta de una ONG europea que le proporcione a Palmira una cómoda vagoneta para que se movilice (y ayude a movilizar), Palmira tendrá que comprarse su propio automóvil. Pero si durante su vida de peatón tuvo que escabullirse entre las calles, evadiendo bocinazos y arremetidas de conductores que sin consideración alguna arrojaron sus pesadas carrocerías para cortarle el paso, cuando Palmira conduzca su propio automóvil pensará que esa es la manera como se debe conducir la nave del Estado. En Bolivia se ha institucionalizado “democráticamente” el menosprecio de la opinión e integridad del otro. Si Palmira fue atropellada, ¿qué otra podríamos ahora esperar?
Algo se está perdiendo en la traducción. En teoría, el lenguaje y temperamento de la lucha de clases debía ceder el paso a una mejor manera de administrar “todos” nuestros recursos. En la práctica no entendemos aun bien el objetivo. La justicia social es gran parte del objetivo, porque se traduce en desarrollo y bienestar social. Para avanzar la justicia social se requieren varias condiciones. La más importante es educación, que se traduce en productividad, que se traduce en ingresos, que se traduce en crecimiento. Pero educación sin oportunidades de empleo es almacenar inmensos tanques gasolina, con unos cuantos y decrépitos motores en manos del Estado, que ni siquiera trabajan a su mínima capacidad. Bolivia no ha de avanzar mucho sin una clase empresarial que ponga a trabajar a todos esos futuros cerebros educados, ¡pero tremendo incendio el que vamos a poder armar!
Justicia social es parte de una ecuación que evita brotes de fuego. La igualdad por decreto crea una población de borrachos conformistas. Una sociedad sin igualdad siembra una tormenta de conflictos. Palmira con educación, pero sin derechos o autoestima, jamás hubiese logrado entender que la administración (sea del cerebro del niño o de los recursos de la nación), requiere de procesos en los cuales todos participamos en definir las mejores maneras. La pobre administración del Estado hoy es resultado del trato del pueblo ayer. Si el Ejecutivo actúa con desprecio del Congreso es porque los actuales administradores aprendieron los métodos despóticos de señoritos que se sentían dueños de Bolivia; que impusieron su voluntad sin derecho a réplica o contribución alguna de los que fueron considerados mano de obra barata. Entonces, ¿qué MAS podemos esperar?
En Bolivia se perdió el memorándum anunciando que el desarrollo es integral, sea del ser humano o de la economía. El memorándum tal vez nunca siquiera llegó. Los nuevos administradores, su carencia de formación académica subvencionada por los votos del gremio, creen que es posible desarrollar únicamente el corazón de un niño, por lo que se dan el lujo de despreciar el oxigeno que llena sus pulmones. Debido que el objetivo de los padres de esta patria ha sido siempre, y sigue siendo, luchar por el poder, la atención que se le presta a perfeccionar procesos que administran nuestros valiosos recursos naturales ahora ha sido relegada a unos cuantos ignorantes. Lo más trágicos es que nuestra obsesiva incapacidad de cooperar con el otro nos ha convertido a todos los bolivianos en mano de obra barata.
La tensión dialéctica entre posturas antagonistas es una condición necesaria para un proceso político saludable y equilibrado. Esto es verdad sobre todo en la economía, donde “lo que funciona” cambia según las condiciones. Pero en lugar de tensión dialéctica, en Bolivia hay una patética tensión. Y si bien la economía, al igual que el cerebro de un niño, pasa necesariamente por diversos ciclos, requiriendo de diferentes estrategias de desarrollo parece que, por rencillas de cocina, en este hogar se pretende encontrar respuestas a puros carajazos. El memorándum que circula entre el sindicato de “amas de casa” y sindicato de “niñeras” es que solo uno de los dos sindicatos tiene que ser dueño de toda la razón.
Lo que se pierde en la analogía del cerebro incipiente es que el niño boliviano no pertenece ni a la ama de casa, ni a la niñera. El subdesarrollado cerebro del niño boliviano, carente de autoestima y educación, es el hijo de todos. En este hogar no se entiende que son mejores procesos los que descubren mejores respuestas a objetivos en común. Por ende, no existe argumento alguno en este hogar capaz de inculcar principios a cerebros programados toda su vida a que hay que imponer la solución de quien tiene el sartén por el mango. En lugar de voluntad de evolucionar el sistema, lo que aquí hay son chismes e intrigas de cocina entre clases sociales de segunda clase. Cuando la mediocridad de método es compartida, ¿qué PODEMOS esperar?
Flavio Machicado Teran
Poco a poco la sociedad desarrolla el conocimiento que mejor contribuye a la formar la siguiente generación. Más allá de colocarles música de Mozart mientras hacen la siesta, se mejora el proceso de formación de sus maleables cerebros. Para cumplir con nuestro objetivo, se requiere de un mayor nivel de educación. Quienes cuidan de los chiquilines deben ser profesionales con mínimas habilidades. Si bien la dimensión psicológica del desarrollo del cerebro humano es primordial, no deja de ser importante la administración de recursos que se invierten en la educación, tanto del educador como del educado. Sin recursos suficientes, es más difícil adquirir, mejorar e implementar eficazmente el conocimiento. Los recursos disponibles son muy limitados, por lo que hay que aprender también a administrarlos bien.
Utilizar la palabra “administrar” en el contexto del desarrollo del cerebro activará alarmas “neoliberales” en mentes perturbadas por abismos confeccionados por un método binario. No me refiero a lucrar con sus cerebros, sino a educarlo. Con el objetivo de educar, los profesionales a quienes delegamos el desarrollo del bebé deben saber cómo administrar su entorno, alimentación y primeras experiencias sensoriales con el mundo externo. Si de palabras antipáticas se trata, los pioneros de la revolución cognitiva de nuestros críos necesitan un título que refleje mejor su verdadero nivel de responsabilidad que “niñera”.
En un futuro lejano, posiblemente las “niñeras” (además de mejor nombre) serán muy bien remuneradas; en parte por reivindicaciones sociales que incrementarán los niveles salariales del sector de servicios; en parte debido a los niveles de estudio que serán requeridos para ejercer su labor. Otra posibilidad es que un futuro cercano desaparezcan por completo, para ser reemplazadas por un sistema nacional de “jardín” de infantes. Cualquiera sea la visión del futuro, en el presente existe una ineludible realidad: vivimos en una sociedad que cree que porque la mano de obra es barata, se pueden dar el lujo de delegar la responsabilidad de jugar con el cerebro de sus hijos a quienes trabajan bajo una estructura de incentivos que los capacita para cuidar jardines; no niños.
En Bolivia la niñera promedio no tiene título de bachiller. Producto de una sociedad racista y un sistema de educación discriminatorio, quienes prestan servicios deben contribuir al desarrollo nacional con competencias de apenas sexto grado. Su remuneración refleja la pobreza de nuestra sociedad. Las limitaciones más indignantes son las que le impone a la niñera su jefe superior: la madre del neonato. Con una arrogancia digna de tirano, hay madres que pisotean la autoestima de su asistente mediante una rutina de regaños y órdenes mal explicadas. En lugar de ver a una niñera como una educadora que administra el proceso mediante el cual su bebé ingresar al mundo, los gerentes del hogar tratan a sus administradores como si fuesen peones que labran el campo. Incluso en hogares que otorgan mayor dignidad a quienes prestan tan valioso servicio, detrás de las gentilezas queda en claro que aquellos responsables de ayudar cuidar y desarrollar el recurso más valioso de la sociedad pertenecen a una clase inferior.
Utilizar las palabras “clase inferior” para describir el trato que en Bolivia recibe el sector de servicios activará alarmas “socialistas” en mentes perturbadas por abismos confeccionados por su estúpido racismo. No me refiero a igualar todo ciudadano por decreto, sino a crear condiciones para todos juntos evolucionar. Con el objetivo de evolucionar una sociedad, todos sus miembros deben aportar a perfeccionar los procesos mediante los cuales se administran nuestros valiosos recursos naturales. Una “niñera” que carece de educación, ante el vacio de leyes que protejan sus derechos básicos y carencia de un mínimo de autoestima, no puede aportar mucho al desarrollo de un bebé. Mucho menor será su contribución si se siente relegada a la condición de ciudadana de segunda clase.
Toda niñera debería aspirar algún día llegar a ser una mujer profesional. Una sociedad digna de llamarse sociedad ofrece igualdad de oportunidades, premia la educación y remunera según el nivel aporte y esfuerzo; y no según la clase social o etnia a la cual se nace. El trato, derechos y respeto que le damos a la niñera sufren de grandes deficiencias. Su trabajo es mediocre, un hecho reflejado en el cerebro de los políticos que han criado, y que ahora administran a patadas los recursos de la nación. Pero si las clases “inferiores” fueron tratadas con soltura y arrogancia, ¿qué otra cosa podemos esperar?
Palmira es una niñera diferente a las demás niñeras. En lugar de recibir regaños cuando las cosas salen mal, Palmira participa en el proceso de definir mejores métodos para administrar a los niños. A Palmira se le permite opinar y mejorar los procesos de control, retroalimentación y disciplina que son implementados para optimizar el desarrollo de dos bellas y precoces niñas. Palmira es considerada dentro su trabajo como una profesional que ejerce una valiosa función. En lugar de recibir órdenes, Palmira recibe instrucciones. En lugar de reducirla a un ente pasivo que debe limitarse a escuchar, Palmira sugiere maneras de mejor lograr los objetivos de la empresa: formar ciudadanas consideradas y respetuosas de los demás. Palmira pertenece a una nueva generación de administradores en el sector de servicios con un horizonte hasta hace poco desconocido: progresar.
Palmira tiene ambiciones de superación, experiencia necesaria y suficiente carisma como para algún día representar a su distrito en el Congreso. Pero si en lugar del entorno laboral en el cual Palmira se ha desarrollado, un hogar donde fue ayudada a ayudar a desarrollar, Palmira hubiese sido niñera en un hogar de pedantes padres que tratan al “servicio” con clasista desprecio y aires de superioridad, el día que Palmira sea elegida diputada nacional seguramente actuaría con idéntica estupidez y arrogancia. Luego, con el pasar del tiempo y ante la falta de una ONG europea que le proporcione a Palmira una cómoda vagoneta para que se movilice (y ayude a movilizar), Palmira tendrá que comprarse su propio automóvil. Pero si durante su vida de peatón tuvo que escabullirse entre las calles, evadiendo bocinazos y arremetidas de conductores que sin consideración alguna arrojaron sus pesadas carrocerías para cortarle el paso, cuando Palmira conduzca su propio automóvil pensará que esa es la manera como se debe conducir la nave del Estado. En Bolivia se ha institucionalizado “democráticamente” el menosprecio de la opinión e integridad del otro. Si Palmira fue atropellada, ¿qué otra podríamos ahora esperar?
Algo se está perdiendo en la traducción. En teoría, el lenguaje y temperamento de la lucha de clases debía ceder el paso a una mejor manera de administrar “todos” nuestros recursos. En la práctica no entendemos aun bien el objetivo. La justicia social es gran parte del objetivo, porque se traduce en desarrollo y bienestar social. Para avanzar la justicia social se requieren varias condiciones. La más importante es educación, que se traduce en productividad, que se traduce en ingresos, que se traduce en crecimiento. Pero educación sin oportunidades de empleo es almacenar inmensos tanques gasolina, con unos cuantos y decrépitos motores en manos del Estado, que ni siquiera trabajan a su mínima capacidad. Bolivia no ha de avanzar mucho sin una clase empresarial que ponga a trabajar a todos esos futuros cerebros educados, ¡pero tremendo incendio el que vamos a poder armar!
Justicia social es parte de una ecuación que evita brotes de fuego. La igualdad por decreto crea una población de borrachos conformistas. Una sociedad sin igualdad siembra una tormenta de conflictos. Palmira con educación, pero sin derechos o autoestima, jamás hubiese logrado entender que la administración (sea del cerebro del niño o de los recursos de la nación), requiere de procesos en los cuales todos participamos en definir las mejores maneras. La pobre administración del Estado hoy es resultado del trato del pueblo ayer. Si el Ejecutivo actúa con desprecio del Congreso es porque los actuales administradores aprendieron los métodos despóticos de señoritos que se sentían dueños de Bolivia; que impusieron su voluntad sin derecho a réplica o contribución alguna de los que fueron considerados mano de obra barata. Entonces, ¿qué MAS podemos esperar?
En Bolivia se perdió el memorándum anunciando que el desarrollo es integral, sea del ser humano o de la economía. El memorándum tal vez nunca siquiera llegó. Los nuevos administradores, su carencia de formación académica subvencionada por los votos del gremio, creen que es posible desarrollar únicamente el corazón de un niño, por lo que se dan el lujo de despreciar el oxigeno que llena sus pulmones. Debido que el objetivo de los padres de esta patria ha sido siempre, y sigue siendo, luchar por el poder, la atención que se le presta a perfeccionar procesos que administran nuestros valiosos recursos naturales ahora ha sido relegada a unos cuantos ignorantes. Lo más trágicos es que nuestra obsesiva incapacidad de cooperar con el otro nos ha convertido a todos los bolivianos en mano de obra barata.
La tensión dialéctica entre posturas antagonistas es una condición necesaria para un proceso político saludable y equilibrado. Esto es verdad sobre todo en la economía, donde “lo que funciona” cambia según las condiciones. Pero en lugar de tensión dialéctica, en Bolivia hay una patética tensión. Y si bien la economía, al igual que el cerebro de un niño, pasa necesariamente por diversos ciclos, requiriendo de diferentes estrategias de desarrollo parece que, por rencillas de cocina, en este hogar se pretende encontrar respuestas a puros carajazos. El memorándum que circula entre el sindicato de “amas de casa” y sindicato de “niñeras” es que solo uno de los dos sindicatos tiene que ser dueño de toda la razón.
Lo que se pierde en la analogía del cerebro incipiente es que el niño boliviano no pertenece ni a la ama de casa, ni a la niñera. El subdesarrollado cerebro del niño boliviano, carente de autoestima y educación, es el hijo de todos. En este hogar no se entiende que son mejores procesos los que descubren mejores respuestas a objetivos en común. Por ende, no existe argumento alguno en este hogar capaz de inculcar principios a cerebros programados toda su vida a que hay que imponer la solución de quien tiene el sartén por el mango. En lugar de voluntad de evolucionar el sistema, lo que aquí hay son chismes e intrigas de cocina entre clases sociales de segunda clase. Cuando la mediocridad de método es compartida, ¿qué PODEMOS esperar?
Flavio Machicado Teran
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