El dinero es un gran invento; una herramienta que no siempre es bien utilizada. Dicen que si el gobierno norteamericano no hubiese derrochado el dinero del pueblo en masivos programas de estímulo económico, la Gran Depresión de 1929 hubiese terminado en 1936. Los conservadores también dicen que el verdadero responsable de salvar al capitalismo no fue la intervención del gobierno de Roosevelt, sino la intervención del gobierno japonés. Lo que los conservadores no entienden es que la Segunda Guerra Mundial, a la cual EE.UU. entró después del ataque japonés a la isla donde nació Barack Obama, puede también ser considerada un segundo programa masivo de gasto. Los tanques, barcos y aviones producidos para combatir al Imperio del Sol fueron en gran parte destruidos, lo cual equivale a cavar un hoyo para luego taparlo. El dinero utilizado para derrotar al Eje no fue utilizado para crear granjas, hospitales, escuelas o autopistas, por lo que llamar a la Segunda Guerra Mundial un “estimulo económico” ofenderá la sensibilidad de algunos. Al margen de la guerra por mundanos apelativos, lo relevante es que para salir de la única depresión hasta la fecha, se tuvo que incrementar la demanda agregada mediante la intervención del Estado. El hecho que el fascismo también fue derrotado es una muy bienvenida yapa.
El economista peruano de Soto propone que el acceso del ciudadano a liquidez derivada de la hipoteca de una casa es una manera de estimular no solamente la actividad económica, sino de establecer un sentido de “pertenencia” del pueblo en el destino económico de su sociedad. Cuando un ciudadano tiene algo que perder y mucho que ganar con proteger la salud del sistema financiero, se crea una energía psíquica que también estimula la economía. La codicia e irresponsables herramientas de una truculenta ingeniería financiera también estimularon a los bancos a jugar con las casas del pueblo, un juego en el cual el pueblo perdió. Ello no quiere decir que – de ahora en adelante – el ciudadano no debería tener acceso a crédito utilizando su techo o propiedad como garantía para obtener capital necesario para mejorar su calidad de vida.
Las sociedades modernas han democratizado el acceso al capital. Mientras que en el pasado obtener un préstamo, o comprar acciones en la bolsa, era un privilegio reservado para una pequeña elite, hoy el ciudadano común tiene acceso a ambos. Si bien es cierto que la recesión actual es un doloroso reajuste y llamada de atención a reformar y regular el sector financiero, la formación de capital seguirá siendo una prioridad para cualquier sociedad empeñada en ofrecer oportunidades de empleo, educación y salud a su población. En Bolivia se pretende implementar una estrategia diferente de desarrollo. Queremos ser pieza de museo. ¡Está bien! Podemos darnos el lujo, porque tenemos gas. Pero incluso una economía autárquica necesita de un sector financiero saludable. Sin la formación de capital es imposible sostener un sector empresarial que suministre bienes de consumo y materias primas básicas incluso para un subdesarrollo sostenible. De no ser por el influjo de divisas, estaríamos vulnerables que nuestra moneda pase de “peso” a “lamento” “boliviano”. De igual manera, el artificialmente manipular su valor es lamento del sector empresarial, que depende de las exportaciones, un sector cada vez más deprimido. Pero parece que los responsables de nuestra política monetaria no aciertan en el verdadero valor de nuestra herramienta de intercambio.
Cuando el genovés piso suelo después de dos meses en alta mar, todos los que originalmente habitamos este continente pasamos a ser llamados “indios”. Han pasado por lo menos cuatro siglos desde que se entiende perfectamente bien que Colón no llegó a la India. No obstante esa necesaria aclaración, el mal utilizado gentilicio “indio” ha perdurado, creando cierta confusión. Tal vez en otros cuatrocientos años, cuando el intercambio comercial con la India sea la regla y no la excepción, este tema sea resuelto de manera amigable. Por el momento, podemos empezar a perfeccionar el lenguaje dejando de llamar a los indios “hindús”; porque hinduismo es una religión y no un gentilicio.
En otros cuatrocientos años se deberá también darle otro nombre al modelo económico llamado “capitalismo”, porque a diferencia de América (donde seguramente vivirán muchos indios de la India, algunos de religión musulmana, otro tanto de religión hindú), el modelo económico que saldrá de proceso globalizador y actual crisis económica no será el capitalismo que conocíamos. El nuevo apelativo deberá tener connotaciones de “comercio”, “regulación”, “bienestar social” y “ecología”, componentes que actualmente están siendo incorporados al sistema que rige el intercambio de bienes y servicios entre naciones. Cualquiera sea el nombre que se le dé, la formación del capital seguirá siendo una prioridad.
El dinero, vilificado por cristianos y comunistas por igual, no solamente es la sangre que circula por el cuerpo de la sociedad, sino que es testamento de nuestra mutua interdependencia. El dinero es un contrato social que depende de nuestra credibilidad en el sistema. El dinero es papel, que sin la energía que deriva de nuestra psique colectiva, no vale nada. El dinero no es un objeto tangible, y aunque su valor depende del respaldo de bienes tangibles, en la forma de materias primas, fabricas, casas y objetos que duelen cuando caen sobre el pie, su valor también requiere de un espíritu y confianza que humanos le conferimos con la mente. Si bien es cierto que se intentó crear capital multiplicando mágicamente las hipotecas, la necesidad de “formar” capital no ha de mágicamente desaparecer ahora que la codicia de Wall Street ha sido mundialmente censurada. Tampoco ha de desaparecer la necesidad de “creer” en el dinero.
En cuanto a defectuosos motes se refiere, otra necesaria aclaración es el modelo que actualmente predomina en toda Europa, Canadá, China, Rusia, India, Brasil, toda América Latina y recientemente EE.UU., que con malicia insisten los mareados en llamarlo un modelo “neoliberal”. ¿Dónde se aplica hoy en día este modelo? El “neoliberalismo” ha dejado de ser aplicado doctrinalmente en el mundo entero hace por lo menos ocho años. El capitalismo fue radicalmente transformado el 2009. Lo que quedan son herramientas de libre mercado e intervención del Estado. Es decir, en lugar de dogmas, ahora se perfecciona el uso de diversos instrumentos, en la medida que es la herramienta que funciona. Para una mejor explicación, observar las políticas de Lula de Silva. La gran esperanza de los únicos “doctrinarios” que aún quedan, charlatanes que se benefician políticamente de este “pequeño secreto”, es que el pueblo jamás se entere, porque su agenda de manipular los demonios atizados por el odio depende precisamente de una insulsa guerra de nombres. Dicen que definir el limitar. Ese es precisamente el nombre que deberá dársele al modelo de subdesarrollo dogmático que pretenden los bolivarianos construir sobre la base del prejuicio e adoctrinamiento: un modelo incompleto y limitado.
Lamento reiterarles a aquellos ofendidos con esta idolatría del dinero que en la actual crisis global no verán sus prejuicios satisfecho, debido que el sistema actualmente utilizado para crear riqueza será perfeccionado, no eliminado. El capitalismo como lo conocíamos ha dejado de existir, para dar lugar a un sistema internacional de intercambio comercial tanto más complejo y crecientemente responsable por el bienestar de todos; no únicamente de una pequeña élite privilegiada. ¡A buena hora! Pero la formación de capital seguirá siendo un mal necesario. En lo que estoy de acuerdo con los moralistas es que el dinero debe invocar menos el espíritu animal de la codicia, para convertirse más en testimonio de nuestra fe en nuestro más grande invento: convivir libremente en sociedad. Dicha convivencia no sería posible sin dinero y tampoco sería libre si el pueblo no tiene acceso al incomprendido y vilificado capital.
Aquellos ofendidos con tanta frivolidad económica invierten inútilmente su energía en proclamar la muerte de un modelo basado en la ancestral actividad de intercambio comercial. Creo que aportarían más al desarrollo de la sociedad si, en lugar de manipular a las masas satanizando una herramienta que (aunque no siempre bien utilizada) forja una sociedad más libre y productiva hace cientos de generaciones, gastasen su tan valiosa voluntad en bautizar al modelo que reemplaza al capitalismo utilizando un apelativo menos mundano. Porque cuando el polvo de la actual crisis se haya asentado y el modelo haya sido perfeccionado en su capacidad de avanzar justicia, equilibrio ecológico y bienestar social, aquellos que ondean las decrepitas banderas de Fidel no podrán seguir manipulando al pueblo con palabras; porque el pueblo entenderá por fin que - con demagogia populista - la guerra de palabras es la única reivindicación social que realmente tuvieron la esperanza de ganar.
Flavio Machicado Teran
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