El vocablo “semita” o “semítico” fue creado por Ludwig Schlözer para conjugar un grupo de lenguas del norte de África y Oriente Medio con un antepasado común. El adjetivo se deriva del nombre Shem, uno de los tres hijos de Noé. La palabra “hijo” en hebreo y árabe - Ben y Bin respectivamente - por ejemplo comparten una misma raíz etimológica. Aunque se debate cual fue la primera rama en el árbol del que se ramifican árabe, hebreo, maltes, fenicio y arameo, la lengua materna de Jesús, todas ellas pertenecen a la familia de lenguas “semíticas”. En 1879, el racismo alemán necesitaba una manera de expresar - no tanto un desprecio hacia la raza judía - sino un profundo desdén hacia los valores judíos, considerados demasiado “racionalistas” para el gusto de aquellos que necesitan invocar un espíritu (geist) para gobernar a su nación. Por ende, otro alemán, el periodista Wilhelm Marr, acuñó el concepto “anti-semitismo”. Agrupar en familias, grupos y categorías permite reducir la realidad en conceptos tangibles que pueden ser comprendidos por la mente. El odio tiene la manía de ser un tanto más complejo. El hecho que árabes y hebreos compartan una misma raíz etimológica no representa mayor obstáculo para el anti-semitismo árabe, que sería difícil para un persa (ario) sentir desprecio por la ideología de arios de blonda cabellera; o una razón para que Mussolini proteste la invasión de Francia el hecho que el francés es lengua latina.
Haciendo a un lado exquisiteces históricas, Anne Norton le ha dado un giro radical al concepto “anti-semita”, para describir la política exterior del gobierno de George W. Bush: una política alimentada por un desprecio de los valores del mundo del Islam. Debido que árabes también son semitas, según Norton una política de Estado basada en la premisa que el Islam es una religión retrograda y su militancia peligrosamente violenta es, por lo tanto, también “anti-semítica”. El Presidente Bush llegó al extremo de llamar el despliegue de sus tropas una “cruzada”, una expresión de intenciones que manifiesta o una abismal falta de tacto, o un diabólico propósito de enfrentar a balazos a la “otra” civilización.
El choque entre civilizaciones, entre Oriente y Occidente, entre fe y ciencia, está históricamente enmarcado en un conflicto por Jerusalén. La Guerra en Iraq tuvo (además del petróleo y geopolítica) la justificación de pretender democratizar el Oriente Medio para garantizar la seguridad nacional, entre otros, de Israel, quien forma parte de las familias de naciones de Occidente. Según Norton, reconocer que el geist de la guerra contra el terrorismo fue alimentado por una aversión al fundamentalismo islámico, que logró cegar a la administración de Bush al punto de la demencia, “nos obligaría a considerar la vergonzosa manera como hemos utilizado la oposición a una forma de anti-semitismo (contra judíos) como licencia para otra (contra árabes), y reconocer que hemos convertido a la intolerancia en piedra angular no reconocida de la política exterior norteamericana.”
El judaísmo es considerado la religión de la razón, una herramienta del cerebro humano que hace siglos sufre de una muy mala imagen pública; una herramienta que (no obstante el desprecio que incita) no puede ser abandonada. La supuesta batalla entre el intelecto y la religión, entre la fe y la ciencia, es una estúpida hostilidad contra nuestra propia sombra, que lo único que logra es el subdesarrollo de nuestro verdadero potencial. La ciencia no es otra cosa que la investigación de las leyes de Dios; la fe la otra cara de una misma moneda. Estar en contra de la ciencia es – en efecto – estar en contra de las maneras que Dios ha diseñado para gobernar el universo. El intelecto y la emotividad son igual dos caras de una misma energía, que debe cruzar de un hemisferio cerebral al otro, en una danza sagrada de la cual emerge la consciencia. Pretender que es posible “elegir” a una fuerza de nuestro ser por encima de la otra es pretender amputar la mano izquierda por considerarla “impura”.
La razón está siendo equilibrada por una manera de procesar la información que, en lugar de satisfacer apetitos inmediatos extrayendo cada vez más de la Madre Tierra, nutre la racionalidad del largo plazo con la afectiva comprensión de la total interdependencia, un sentimiento que esperemos logre restaurar un equilibrio ecológico. En lugar de la racional codicia que ha desatado una tempestad financiera en nombre de la acumulación material, ahora se empieza a cultivar una virtud cívica que equilibre al individualismo desenfrenado con un sentido de responsabilidad hacia la comunidad. Necesitamos tanto la disciplina del padre y el alimento de la madre, y somos Logos y Eros a la misma vez. El equilibrio a la razón emerge de un método que busca también acariciar al entorno, en lugar de obsesionarse con explotarlo o apropiarse de él. Por falta de mejor término llamemos este complemento un acercamiento femenino a la realidad.
El contraste de método entre Bush y Obama no podría ser más radical, ni mejor ilustración del proceso evolutivo de la consciencia humana. Mientras que Bush pretendió resucitar la virtud cívica atizando un militante patriotismo imperialista, Obama pretende crear un entorno de tolerancia que permita integrar diferentes herramientas ideológicas bajo la premisa de utilizar aquello que funciona. La metodología de Obama privilegia al proceso por encima del valor. La tendencia humana de caer en la idolatría de verdades absolutas – como ser la libertad - es equilibrada mediante el uso de la herramienta femenina de escuchar al otro. En lugar de imponerse por la fuerza de la razón, Obama pretende desarrollar un dialogo que hilvane en la narrativa hilos comunes compartidos entre Oriente y Occidente. El propósito de Obama será enfrentar fuerzas que pretenden asesinar en nombre de una causa, pero no enfrentar Sharia, por retrograda que sea su implementación local. Que no le extrañe a nadie si en Afganistán se empieza a forjar alianzas entre fuerzas de la OTAN y fuerzas “talibanes”.
Cuando se trata del mundo del Islam, es difícil ser tolerante de un puñado de prácticas culturales ancestrales que rayan en barbáricas. Espero que nadie intente justificar arrojar acido en el rostro de una niña por atreverse desafiar los usos y costumbres de tribus afganas, al intentar obtener una educación. En este sentido Fareed Zakaria ofrece un consejo que Obama ha tomado; diferenciar entre aquello que uno no puede aceptar como un valor legítimo, de aquello que uno necesita a la fuerza enfrentar. Cuando se trata de diferencia culturales, tal vez sea legítimo utilizar la fuerza de la opinión pública para criticar la implementación valores que violan los derechos de la mujer, u cualquier otra exquisitez occidental llamada “derechos humanos”; pero no se debe jamás utilizar la fuerza militar para transformar una cultura. Lo que propone Zakaria es básicamente saber elegir las batallas; reservando nuestra intolerancia para quienes pretenden destruirnos, no para quienes son intolerantes con los suyos. Es decir, vive y deja vivir. Si pretenden matarte defiéndete. Pero si de valores se trata, permite que el lento proceso evolutivo demuestre cuales valores mejor resuelven los predicamentos de la modernidad.
Aunque profesan dos muy distintas ideologías, cuando se trata de procesar la información, el presidente Morales ha resultado tener el mismo modelo de cerebro del ex-presidente Bush. Ambos no cargan los mismos valores dentro de sus respectivos cerebros, sino que utilizan un mismo método; tanto Bush como Morales comparten un cerebro tribalista. Valga la aclaración que llamar al cerebro de Bush “tribalista” no es insultar su inteligencia o humanidad; todo lo contrario, es celebrarla. Si no fuésemos “tribalistas” seriamos incapaces de forjar los lazos afectivos que hacen a la comunidad, que nos impele a defender a los nuestros, un instinto básico sin la cual no hubiésemos podido sobrevivir. El tribalismo forma parte de las herramientas que Dios ha conferido al ser humano para asegurar su supervivencia, al igual que nos ha conferido un cerebro reptiliano, un sistema límbico y más recientemente la neocórteza. Al igual que con el intelecto, el problema surge cuando pretendemos utilizar un solo módulo cognitivo para enfrentar una crisis. El problema surge cuando el mundo cambia, pero seguimos reaccionando utilizando predominantemente el substrato de nuestro cerebro intelectual o reptiliano.
Al igual que Bush pretendió utilizar un anti-semitismo para combatir otro anti-semitismo, en Bolivia se pretende combatir el racismo mediante la implementación del racismo; luchar contra la corrupción justificándola; democratizar imponiendo el poder del Poder Ejecutivo. Pero en lugar de elegir una batalla y demostrar como el accionar del gobierno profundiza la crisis, la oposición en Bolivia ha preferido enfrentar al oficialismo con la misma ingenuidad con la que George W. Bush pensó podía transformar un continente utilizando tecnología militar. Los tiempos han cambiado y es menester aprender a elegir nuestras batallas. Tal vez sea preocupante observar como la discrecionalidad de la justicia comunitaria puede salirse de control, u observar como hemos sido secuestrados por la agenda política de un llanero solitario con mucho petróleo en el bolsillo. La batalla que debemos preparar ahora es en el terreno de valores, estoy de acuerdo. Pero en lugar de proponer coherentemente una alternativa que supere en efectividad y mejor avance la agenda actual de inclusión social, tolerancia y fin al racismo, la oposición al gobierno del presidente Morales pretende agarrarse de la cotidianidad política para desarrollar un “anti-aymarismo” igual de intolerante y racista.
El ser humano tiende siempre a ir a extremos. Lo hicimos con la racionalidad y ahora necesitamos equilibrarla. EE.UU. lo hizo con el capitalismo y ahora necesita una dosis de intervención del Estado. Cuba lo hizo con el socialismo, y ahora apuesta a una gradual apertura comercial. Cualquier expresión extremista, que ignora la necesidad de complementariedad, está destinada a ser eventualmente equilibrada. La siguiente generación de bolivianos se asegurará que ello suceda. Por el momento, deberíamos observar con preocupación cómo – con complicidad del subterfugio moderno del internet - se quiere declarar una guerra santa contra el aymarismo, como si un anti-aymarismo fuese el camino para crear una alternativa política incluyente, o una alternativa política que ofrezca una visión equilibrada entre libre mercado y justicia social. El vice Presidente Cárdenas lamenta que se desconozca al mundo aymara. La agresión a la integridad física y moral de su familia traiciona un espíritu de diálogo y principio de propiedad privada que amenaza el bienestar de toda etnia. Más importante, representa una oportunidad para despertar de nuestro letargo racista, el mayor obstáculo que enfrentamos para revertir nuestro descalabro social y económico. Pero parece que no podemos contener los prejuicios que han sido plantados en nuestro cerebro y corazón.
En lugar de elegir nuestras batallas y ofrecer una alternativa coherente con el momento que vivimos, el Cucús Clan de una minoría racista está profundizando el clima de intolerancia, obligando al pueblo a elegir con las vísceras, en lugar de la razón. Los únicos argumentos que se presentan son para justificar una polarización étnica. Si el odio de la racionalidad “judía” nos ha llevado a ese extremo, Dios se apiade del pueblo boliviano y su nuevo geist. Intentar derrotar una expresión de fundamentalismo con mayor fundamentalismo “k’hara” es estúpido y contraproducente. Necesitamos una oposición coherente, propositiva, que atraiga a bolivianos al margen de su etnia o región natal. Para ello, deben dejar la intolerancia, elegir mejor las batallas y abandonar su desquiciado “jihad” ideológico y racial.
Flavio Machicado
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