miércoles, 4 de marzo de 2015

Él Desinteresado

Un romántico descubre en la semilla una entrega desinteresada a nuestra seguridad alimentaria. Un pragmático encuentra en su ímpetu de reproducción cierto “egoísmo”. La semilla germina y lucha por erigirse hacia la copa del árbol en busca de más luz, opacando a las demás. Ello no la hace una semilla “neoliberal”. Del interés personal de la semilla de reproducirse brota el milagro de la interdependencia y sinergia ecológica.

Los genes de una semilla luchan por reproducirse, no por ingresar al estómago humano. Ese ímpetu de perpetuar la especie alimenta un proceso evolutivo que permite que del interés individual surja el ímpetu de la cooperación y sinergias que conforman los ciclos de la vida. Decir lo contrario es pecar de un idealismo antropocentrista.

De esa cooperación surge el clan, que lucha por la supervivencia del grupo. Ese grupo antes otorgaba poder a quienes podían mejor dirigirlos en la caza, cultivo de tierras o defenderse de la tribu vecina. Antes, el interés individual del líder estaba apegado al interés colectivo. Ahora, con los inmensos  y permanentes recursos del Estado, fruto de impuestos y recursos naturales, el líder tiene un margen de error muchísimo mayor. Antes un error del líder causaba muerte, hoy simplemente causa un déficit fiscal.

Al igual que la semilla, resulta que debemos creer que hay candidatos desinteresados. La verdad es que todos necesitamos algo: prestigio, satisfacción profesional, seguridad material, amor del prójimo o amar al prójimo. Incluso en el altruismo uno satisface la necesidad de expresar su compasión. Amar al vecino no contradice necesitar una linda vecindad, por lo que el mito del “desinteresado” debería despertar sospechas.

Existen quienes aman con tanta pasión que maltratan violentamente a su amada. En la política, líderes que aman a su patria tienen también necesidades no alineadas con las de la comunidad. Si un candidato no es capaz de someter su ego, inseguridades, complejos, ambiciones o necesidades inmediatas, entonces ese candidato no es el mejor preparado para servir.

Los intereses inmediatos del candidato pueden pesar más que su vocación de servicio. Existen candidatos que ponen su agenda personal por encima de la agenda de la comunidad. Espero que nadie se sorprenda con ese silogismo. Parte del ejercicio democrático es discernir entre un líder “egoísta” y un líder cuyo interés personal está alineado a los intereses (necesidades) de la comunidad.

Parte del ejercicio democrático es evaluar la idoneidad de un candidato, ya que si unos son pillos, otros son vagos o incapaces. Incluso si hubiese una “Madre Teresa” entre los políticos, ello no garantiza su capacidad de gestión. Los presupuestos quedan sin ser ejecutados y se gastan millones del erario público sin resultados tangibles.

Ante la falta de debates y un escrutinio (que no sea de su “estirpe política”), evaluar la idoneidad de un candidato en época electoral es un ejercicio esotérico. Solamente la pureza ideológica del candidato merece ser investigada. Su efectividad profesional, su compromiso con su entorno (familia, vecindario, comunidad) se vuelve irrelevante en una era en la cual lo trascendente es el color de su bandera.

Ahora, el caudillo proclama que piensa solamente cooperar con aquellos de su propio partido. Ello viola dos principios básicos de la democracia: que el que gobierna, gobierna para todo el pueblo, no solamente para los de su clan; y que quien controla los recursos del Estado no puede utilizar ese poder para manipular un voto libre y soberano.   

La competencia electoral se ve contaminada cuando quien define la idoneidad de un candidato son los poderosos. Corresponde al individuo velar por los intereses del grupo, determinando quién será su líder. En la vida hay una competencia de intereses, que supuestamente se dirimen en democracia. No todos necesitan lo mismo, ni ejercen de igual manera sus competencias o intachable buena voluntad. Elegir al candidato idóneo no es un ejercicio desinteresado.


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