Un romántico descubre en la semilla una entrega desinteresada a nuestra
seguridad alimentaria. Un pragmático encuentra en su ímpetu de reproducción
cierto “egoísmo”. La semilla germina y lucha por erigirse hacia la copa del
árbol en busca de más luz, opacando a las demás. Ello no la hace una semilla “neoliberal”.
Del interés personal de la semilla de reproducirse brota el milagro de la
interdependencia y sinergia ecológica.
Los genes de una semilla luchan por reproducirse, no por ingresar al
estómago humano. Ese ímpetu de perpetuar la especie alimenta un proceso
evolutivo que permite que del interés individual surja el ímpetu de la
cooperación y sinergias que conforman los ciclos de la vida. Decir lo contrario
es pecar de un idealismo antropocentrista.
De esa cooperación surge el clan, que lucha por la supervivencia del
grupo. Ese grupo antes otorgaba poder a quienes podían mejor dirigirlos en la
caza, cultivo de tierras o defenderse de la tribu vecina. Antes, el interés individual
del líder estaba apegado al interés colectivo. Ahora, con los inmensos y permanentes recursos del Estado, fruto de
impuestos y recursos naturales, el líder tiene un margen de error muchísimo
mayor. Antes un error del líder causaba muerte, hoy simplemente causa un
déficit fiscal.
Al igual que la semilla, resulta que debemos creer que hay candidatos
desinteresados. La verdad es que todos necesitamos algo: prestigio,
satisfacción profesional, seguridad material, amor del prójimo o amar al
prójimo. Incluso en el altruismo uno satisface la necesidad de expresar su compasión.
Amar al vecino no contradice necesitar una linda vecindad, por lo que el mito
del “desinteresado” debería despertar sospechas.
Existen quienes aman con tanta pasión que maltratan violentamente a su
amada. En la política, líderes que aman a su patria tienen también necesidades
no alineadas con las de la comunidad. Si un candidato no es capaz de someter su
ego, inseguridades, complejos, ambiciones o necesidades inmediatas, entonces ese
candidato no es el mejor preparado para servir.
Los intereses inmediatos del candidato pueden pesar más que su vocación
de servicio. Existen candidatos que ponen su agenda personal por encima de la
agenda de la comunidad. Espero que nadie se sorprenda con ese silogismo. Parte
del ejercicio democrático es discernir entre un líder “egoísta” y un líder cuyo
interés personal está alineado a los intereses (necesidades) de la comunidad.
Parte del ejercicio democrático es evaluar la idoneidad de un candidato,
ya que si unos son pillos, otros son vagos o incapaces. Incluso si hubiese una
“Madre Teresa” entre los políticos, ello no garantiza su capacidad de gestión.
Los presupuestos quedan sin ser ejecutados y se gastan millones del erario
público sin resultados tangibles.
Ante la falta de debates y un escrutinio (que no sea de su “estirpe
política”), evaluar la idoneidad de un candidato en época electoral es un
ejercicio esotérico. Solamente la pureza ideológica del candidato merece ser
investigada. Su efectividad profesional, su compromiso con su entorno (familia,
vecindario, comunidad) se vuelve irrelevante en una era en la cual lo
trascendente es el color de su bandera.
Ahora, el caudillo proclama que piensa solamente cooperar con aquellos de
su propio partido. Ello viola dos principios básicos de la democracia: que el
que gobierna, gobierna para todo el pueblo, no solamente para los de su clan; y
que quien controla los recursos del Estado no puede utilizar ese poder para
manipular un voto libre y soberano.
La competencia electoral se ve contaminada cuando quien define la
idoneidad de un candidato son los poderosos. Corresponde al individuo velar por
los intereses del grupo, determinando quién será su líder. En la vida hay una
competencia de intereses, que supuestamente se dirimen en democracia. No todos
necesitan lo mismo, ni ejercen de igual manera sus competencias o intachable
buena voluntad. Elegir al candidato idóneo no es un ejercicio desinteresado.
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