viernes, 13 de febrero de 2015

Pragmatismo Dialectico

“El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general”. 

Según Marx, las relaciones que reproducen la vida en sociedad son independientes de la voluntad humana y corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales.  Es decir, nuestros valores, instituciones y creencias están determinados por factores externos, sujetos a la manera como se producen las condiciones básicas para subsistir.

La concepción materialista de la historia siempre fue considerada uno de los grandes logros del marxismo. Sus más entusiastas seguidores decían que lo que Darwin hizo con la evolución orgánica, Marx logró con la evolución de la sociedad. Según Marx, los procesos de cambio en la sociedad no se suscitan cuando así lo dicta la consciencia del individuo, sino cuando las contradicciones en el método de producción se acumulan hasta el punto de hacer inevitable una revolución.

El materialismo dialectico desarrollado posteriormente por Lenin postulaba que, una vez corregidas las condiciones económicas, el resto de la superestructura social se adaptaría en un proceso liberador del hombre, por el hombre. En la medida que el marxismo se ha ido adaptando a las condiciones reales de la historia, sus reglas de la evolución social han ido cambiando. Es por ello que el marxismo ha venido sufriendo revisión tras revisión, la última de ellas una retroceso del ateísmo (“Dios es el opio del pueblo”, Marx) a una nueva encontrada admiración (“Por Cristo, el más grande socialista de la historia”, Chávez).

Revisionismos anteriores fueron la alternativa no violenta y gradual para reformar al capitalismo de Bernstein y Jaurès, la visión anti-gradualista de revolución permanente de Trosky y el socialismo de mercado de Bukharin. Pero fue Herbert Marcuse quien primero atentó contra la integridad el carácter “científico” del marxismo, al regresar a la mesa revolucionaria factores diferentes a los medios de producción, específicamente a la energía vital de Eros.

Según Marcuse, Eros se manifiesta en la forma de una consciencia capaz de utilizar el Principio del Placer para transformar una sociedad, en vez de destruirla (ver: dualidad entre Eros y Tánatos). Freud había condenado a ser reprimida en nombre de la estabilidad de la civilización a la energía que emana de la libido (energía sexual). Mientras que el individuo busca su libertad personal, la civilización requiere conformismo y una represión casi instintiva. Por ende, la paradoja de la civilización es que, para protegernos del caos e infelicidad, requiere de una represión neurótica de los instintos.

Si Freud fue un conservador al servicio de la autoridad patriarcal, o un revolucionario siempre ha sido causa de debate. Lo cierto es que el descontento al cual se refiere es que la civilización demanda que sus miembros circunventen el erotismo natural que yace en la base del amor. Si bien Eros contiene un instinto amoroso que une a los individuos, también contiene instintos agresivos que deben ser reprimidos. Los horrores de la Primera Guerra Mundial establecieron para Freud con claridad su lamentable hipótesis.

En la medida que Freud fue siendo cada vez más acepado por el “establishment”, intelectuales dieron un giro a sus teorías, para encontrar en ellas la piedra filosofal del conformismo democrático. Una sociedad capitalista, después de todo, depende de la productividad de su clase trabajadora. Si los obreros son permitidos a permanecer en un estado de gratificación continua, ello significaría un descenso en la productividad laboral.

La represión de Eros por parte del sistema, según Marcuse, es tan sutil que logra someter al individuo con su propio consentimiento. Es decir, en vez de un aparato de inteligencia policial, que imponga los valores y conductas necesarias para el óptimo funcionamiento del sistema, el individuo incorpora dentro de su propia psique los requerimientos del Principio de la Realidad (como ser la Ley y el Orden) y “los transmite a la siguiente generación". El ser humano sometido por su propia mente es la pesadilla orwelliana convertida en realidad.

Marcuse concluye que sin una represión básica, la sociedad entraría en una vorágine de hedonismo “carente de sentido” y dicha entrega al erotismo pondría en peligro la producción de recursos básicos. Lo que se debe eliminar es la “Represión Excedente”, que el capitalismo (sistema) impone para reproducir trabajadores más productivos. La contradicción entre el "Principio del Placer" y "Principio de la Realidad" se elimina, según Marcuse,  dominando la esfera de la necesidad, eliminando esta represión excedente y convirtiendo en juego al trabajo, para disponer de mayor cantidad y calidad de tiempo y energía, que son sacrificados en nombre de la productividad.

El revisionismo contemporáneo al materialismo histórico de Marx es obra del Partido Comunista Chino. Siguiendo de una manera pragmática la necesidad de equilibrar Eros y Tanatos, los chinos han recurrido al hedonismo de la gratificación inmediata que ofrece el consumismo.  Lejos de incorporar la variable ecológica a la ecuación, para reapropiar recursos naturales en nombre de la supervivencia del planeta (en lugar del proletariado), los chinos y rusos contaminan a granel y  descubren el efecto multiplicador de la vanidad y permanente búsqueda de estatus social.

Guardando las distancias, en Bolivia sucede algo similar que en China. Con su silencio cómplice los ideólogos marxistas bolivianos permiten celosamente que las bondades del consumo y dinámica del mercado mantengan satisfechas a una parte de la población (mientras otra parte se beneficia del gasto público). Es decir, los marxistas criollos han intercambiado el materialismo dialéctico por la dialéctica del poder, donde lo importante no controlar el aparato productivo, sino tener un pueblo satisfecho, en el más puro sentido burgués.


Si los marxistas aún hablan de eliminar la subordinación de todos los aspectos de la vida “a una maquinaria de acumulación de ganancias”, o de que el papel de un revolucionario “no es la de administrar el Estado”, es solo para ser consecuentes con su utopía indianista en la dimensión de la palabra. En la dimensión de los hechos, se impone el pragmatismo, que en Bolivia está determinado por nuestro modo de producción, que seguirá apegado al lucro, hedonismo consumista y efecto multiplicador de una demanda interna que reproduce comerciantes antes que revolucionarios.

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