“El modo
de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social
política y espiritual en general”.
Según
Marx, las relaciones que reproducen la vida en sociedad son independientes de
la voluntad humana y corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus
fuerzas productivas materiales. Es
decir, nuestros valores, instituciones y creencias están determinados por
factores externos, sujetos a la manera como se producen las condiciones básicas
para subsistir.
La
concepción materialista de la historia siempre fue considerada uno de los
grandes logros del marxismo. Sus más entusiastas seguidores decían que lo que
Darwin hizo con la evolución orgánica, Marx logró con la evolución de la
sociedad. Según Marx, los procesos de cambio en la sociedad no se suscitan
cuando así lo dicta la consciencia del individuo, sino cuando las
contradicciones en el método de producción se acumulan hasta el punto de hacer
inevitable una revolución.
El
materialismo dialectico desarrollado posteriormente por Lenin postulaba que,
una vez corregidas las condiciones económicas, el resto de la superestructura
social se adaptaría en un proceso liberador del hombre, por el hombre. En la
medida que el marxismo se ha ido adaptando a las condiciones reales de la
historia, sus reglas de la evolución social han ido cambiando. Es por ello que
el marxismo ha venido sufriendo revisión tras revisión, la última de ellas una
retroceso del ateísmo (“Dios es el opio del pueblo”, Marx) a una nueva
encontrada admiración (“Por Cristo, el más grande socialista de la historia”,
Chávez).
Revisionismos
anteriores fueron la alternativa no violenta y gradual para reformar al
capitalismo de Bernstein y Jaurès, la visión anti-gradualista de revolución
permanente de Trosky y el socialismo de mercado de Bukharin. Pero fue Herbert
Marcuse quien primero atentó contra la integridad el carácter “científico” del marxismo,
al regresar a la mesa revolucionaria factores diferentes a los medios de
producción, específicamente a la energía vital de Eros.
Según
Marcuse, Eros se manifiesta en la forma de una consciencia capaz de utilizar el
Principio del Placer para transformar una sociedad, en vez de destruirla (ver:
dualidad entre Eros y Tánatos). Freud había condenado a ser reprimida en nombre
de la estabilidad de la civilización a la energía que emana de la libido
(energía sexual). Mientras que el individuo busca su libertad personal, la
civilización requiere conformismo y una represión casi instintiva. Por ende, la
paradoja de la civilización es que, para protegernos del caos e infelicidad,
requiere de una represión neurótica de los instintos.
Si Freud
fue un conservador al servicio de la autoridad patriarcal, o un revolucionario
siempre ha sido causa de debate. Lo cierto es que el descontento al cual se
refiere es que la civilización demanda que sus miembros circunventen el
erotismo natural que yace en la base del amor. Si bien Eros contiene un
instinto amoroso que une a los individuos, también contiene instintos agresivos
que deben ser reprimidos. Los horrores de la Primera Guerra Mundial
establecieron para Freud con claridad su lamentable hipótesis.
En la
medida que Freud fue siendo cada vez más acepado por el “establishment”,
intelectuales dieron un giro a sus teorías, para encontrar en ellas la piedra
filosofal del conformismo democrático. Una sociedad capitalista, después de
todo, depende de la productividad de su clase trabajadora. Si los obreros son
permitidos a permanecer en un estado de gratificación continua, ello
significaría un descenso en la productividad laboral.
La
represión de Eros por parte del sistema, según Marcuse, es tan sutil que logra
someter al individuo con su propio consentimiento. Es decir, en vez de un
aparato de inteligencia policial, que imponga los valores y conductas
necesarias para el óptimo funcionamiento del sistema, el individuo incorpora
dentro de su propia psique los requerimientos del Principio de la Realidad
(como ser la Ley y el Orden) y “los transmite a la siguiente generación".
El ser humano sometido por su propia mente es la pesadilla orwelliana
convertida en realidad.
Marcuse
concluye que sin una represión básica, la sociedad entraría en una vorágine de
hedonismo “carente de sentido” y dicha entrega al erotismo pondría en peligro
la producción de recursos básicos. Lo que se debe eliminar es la “Represión
Excedente”, que el capitalismo (sistema) impone para reproducir trabajadores
más productivos. La contradicción entre el "Principio del Placer" y
"Principio de la Realidad" se elimina, según Marcuse, dominando la esfera de la necesidad,
eliminando esta represión excedente y convirtiendo en juego al trabajo, para
disponer de mayor cantidad y calidad de tiempo y energía, que son sacrificados
en nombre de la productividad.
El
revisionismo contemporáneo al materialismo histórico de Marx es obra del
Partido Comunista Chino. Siguiendo de una manera pragmática la necesidad de equilibrar
Eros y Tanatos, los chinos han recurrido al hedonismo de la gratificación
inmediata que ofrece el consumismo.
Lejos de incorporar la variable ecológica a la ecuación, para reapropiar
recursos naturales en nombre de la supervivencia del planeta (en lugar del
proletariado), los chinos y rusos contaminan a granel y descubren el efecto multiplicador de la
vanidad y permanente búsqueda de estatus social.
Guardando
las distancias, en Bolivia sucede algo similar que en China. Con su silencio
cómplice los ideólogos marxistas bolivianos permiten celosamente que las
bondades del consumo y dinámica del mercado mantengan satisfechas a una parte
de la población (mientras otra parte se beneficia del gasto público). Es decir,
los marxistas criollos han intercambiado el materialismo dialéctico por la
dialéctica del poder, donde lo importante no controlar el aparato productivo,
sino tener un pueblo satisfecho, en el más puro sentido burgués.
Si los
marxistas aún hablan de eliminar la subordinación de todos los aspectos de la
vida “a una maquinaria de acumulación de ganancias”, o de que el papel de un
revolucionario “no es la de administrar el Estado”, es solo para ser
consecuentes con su utopía indianista en la dimensión de la palabra. En la
dimensión de los hechos, se impone el pragmatismo, que en Bolivia está
determinado por nuestro modo de producción, que seguirá apegado al lucro,
hedonismo consumista y efecto multiplicador de una demanda interna que
reproduce comerciantes antes que revolucionarios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario