Recuperar el mar es el
producto estrella de nuestras causas sociales. Con ese objetivo, se ha
desarrollado una campaña mediática llamada “Corazones Azules”. Da la casualidad
que el partido en ejercicio del poder utiliza como color emblema también el color
azul. ¡Vaya dilema!
La regla de oro en ventas es diferenciar
tu producto. Con ese objetivo, se escriben manuales de imagen corporativa, que
establece los tipos de letra, espacio entre líneas y – sobre todo- los colores de la marca. Desviarse de la
línea grafica equivale a desviarse del mensaje. El “marketing” dictamina que la
imagen del producto debe sobresalir por encima de otros.
En el marketing político se vende
las causas de unos cuantos, mientras que en el marketing social se avanza
causas comunes. Los spots del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, por
ejemplo, ayudan a crear un sentimiento de estabilidad. Un país con confianza en
su moneda es un país cuyos ciudadanos invierten su esfuerzo y capital, lo cual beneficia
a todos. Ejemplos de marketing social incluyen luchar contra la violencia
intrafamiliar, los daños del alcohol y peligros de obstruir ojos de tormenta.
Intentar establecer una iconografía
cuyos colores y tipo de letra capturen la esencia de un objetivo social es un
arte complicado. A excepción de las cebritas paceñas, cuya línea gráfica
transmite la idea de civilidad, otros valores no pueden ser fácilmente convertidos
en iconografías. Tal vez sería incluso banal el pretender asociar colores,
tipos de letras o un jingle con los derechos de la mujer.
Decir que el Gobierno también “vende”
ideología tal vez ocasione malestar “revolucionario”. No obstante, nadie puede
negar que los políticos invierten dinero (propio y ajeno) en posicionar sus objetivos
sociales. Las ideas y objetivos también compiten entre sí y la ideología se vende
a diario en costosas propagandas. Eso se llama democracia. Y aunque esté de
moda imponer limitaciones a la economía de mercado (y derechos políticos del opositor),
defender el libre mercado de ideas no es un prejuicio “neoliberal”.
Tenemos diferencias sobre cuáles
son las mejores estrategias para salir de la pobreza. Pero por lo menos
acordemos que el arte de conceptualizar una idea implica definirla y
transmitirla. Por ejemplo, conceptualizar una sociedad en la que el hombre y la
mujer construyen un hogar trabajando en equipo, en vez de imponiendo un régimen
violento y autoritario, es una manera de diferenciar entre dos “productos”.
El primero modelo (producto) es
un régimen patriarcal, que usa el poder físico y monopolio de recursos para
avanzar el bien común; el segundo avanza la felicidad, productividad y estabilidad
en el hogar creando espacios de poder para los físicamente más débiles y
económicamente dependientes. El modelo (producto) que por ahora se impone a
nivel político y social son las habituales palizas por parte de los más fuertes
a los no sumisos.
En el recuadro final del spot “Corazones
Azules” salen dos niños con poleras azules, una más grisácea que la otra. No
mantener una línea grafica en el spot tal vez sea una manera de no discriminar entre
“azules” cuando marchemos unidos por la misma causa. El mensaje subliminal de
la pluralidad de tonos en la campaña es: “recuperar el mar es una campaña/marketing
social, no una campaña política”.
Otra razón puede ser que los
diseñadores de “Corazones Azules”, fieles al geist marxista, se rehúsan a
comulgar con la burguesa manía de convertir
todo en mercancía para la venta.
Vender nuestra campaña por un
mar soberano sin claudicar a las reglas del marketing para luego, una vez
recuperado el mar, exportar lo Hecho en
Bolivia sin claudicar a las reglas del mercado (ENATEX), sería justicia
poética para los detractores de la globalización.
Cuando recuperemos el mar azul,
¿tendremos un sector industrial exportador, que vende con la misma eficacia con
las que venden nuestros vecinos de la cuenca del Pacífico? Exportar por el mar
azul requiere que los bolivianos mejoremos condiciones de inversión, producción
y técnicas de venta, un talante burgués que parece irritar a los azules. ¡Vaya
dilema!
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