lunes, 14 de mayo de 2012

Despacio, Que Llevamos Prisa


De esos proverbio que preferimos ignorar hay varios. Otro es, “ten cuidado con lo que pides”. Cuando el deseo hay que cumplirlo- a cualquier precio- el remedio suele ser peor que la enfermedad. Joyitas de la sabiduría popular, como ser el refrán jacobino “en toda revolución debe correr sangre”, son menos cautos. Las revoluciones, por definición, buscan la velocidad.    

Sectores sociales tienen varios deseos; que exigen sean cumplidos, a la mala. Nadie pide valorar y defender, sin importar “quién” se beneficie, principios básicos. Dos principios en particular son manoseados: “gobernabilidad” (democrático) y “empatía” (cristiano). Cual fanático del futbol (ciego a las faltas propias, pero extremadamente sensible a las ajenas), utilizamos estos principios selectivamente. Es decir, defendemos la gobernabilidad y somos empáticos únicamente hacia los amigos.

Es difícil defender el principio de gobernabilidad cuando los que ahora gobiernan lo ignoraban cuando eran oposición. Es difícil sentir empatía hacia el sufrimiento ajeno, cuando quien sufre intentó eliminar a su escuálida oposición manipulando principios democráticos. Si fuese fácil aplicar un principio, el ser humano (tan humano) avanzaría más rápido el proceso gradual de perfeccionar el sistema.

Los saltos cualitativos “revolucionarios”, que conducen mágica o violentamente al ser humano del estado de perdición a una redención iluminada, no solamente jamás se han dado, sino que han resultado en experimentos totalitarios. La ingeniería social no tiene facultad en universidad alguna. Por algo será.

Pero si de revoluciones de trata, la bolivariana ha sido relativamente exitosa en evitar el derramamiento de sangre que proclamaban necesario sus antepasados. Si la comparamos con otras revoluciones de la historia, recibiría un mayor puntaje en varias categorías, entre otros retazos y esbozos de democracia. El sistema sigue siendo imperfecto, el poder sigue siendo una fuerza corruptiva y el ser humano sigue siendo un animal político muy conflictivo. Eso lo sabemos. Lo que no queremos aceptar es que estamos un poquito mejor que ayer.

Muchos desean ponerle un freno en seco a la revolución, para encausar  de inmediato el proceso de cambio en una dirección mejor. Estos marginados del poder político tienen derecho a ambicionar treparse al árbol. Las preguntas difíciles en esta difícil coyuntura es, ¿a qué costo?, ¿cómo?,  ¿cuándo? y ¿con el respaldo de quién?

Sectores sociales desean a los líderes de la revolución bolivariana apabullados por la presión popular, o defenestrados por el cáncer. Parece que eligen ignorar dos principios básicos de sus sistemas de creencias y valores “compartidos” de democracia y cristianismo. Si el deseo se cumpliese y los líderes fuesen a desaparecer- ya sea victimas de masas en frenesí o células malignas- dudo que el proceso de perfeccionamiento del sistema y enaltecimiento de nuestro propio espíritu se beneficie, o que sea acelerado.

Los caminos a la democracia y ejercicio cristiano están empedrados de buenos principios que luego decidimos no aplicar. El camino a la perfección del sistema y alma requiere atravesar el fuego de las pasiones, para convertir en conductas aquellos principios que adornan nuestros mejores deseos. Desearle al gobierno caos, o a un gobernante muerte, no es ser consistente con principio alguno. El peligro es que el deseo se cumpla prematuramente. El riesgo de acelerar el proceso permanente de cambio es profundizar la polarización; para que la sangre que claman los jacobinos esta vez sí sea derramada. 

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