viernes, 4 de mayo de 2012

Pecado Siete


La censura original fue tapar el cuerpo humano. Los retazos de bisonte amarrados al cuello tuvieron un uso utilitario, abrigar nuestro desnudo torso. Cierto. Pero con el paso del tiempo, el hombre descubrió otro de sus grandes inventos: la propiedad privada. La primera propiedad del hombre fue la mujer. Las sociedades ancestrales debían organizarse para sobrevivir. Tener hombrecitos lujuriosos corriendo detrás de sus hormonas no hubiese ayudado a imponer el orden. Por ende, el sagrado voto del matrimonio condujo a todo tipo de tabú. Es comprensible. Pero miles de años después, la estrategia manifiesta serios inconvenientes, no el menor de ellos una actitud patriarcal, envuelta en traumas y agresiones, que han logrado una relación enfermiza hacia nuestro propio cuerpo y sexualidad. La mujer es su víctima mayor, por lo que, ante la represión sexual, siéntanse libres de indignarse.

Indignación también provoca el hecho que este medio de excomulgación fuera censurado por algunos fanáticos del séptimo pecado, – justo en el día de la libertad de expresión. La soberbia, fuente suprema de los otros pecados capitales, no es otra cosa que una sobrevaloración del “yo”. Lamentablemente, pareciera que existen todavía voces minoritarias cuyo poder no radica en tener la razón, sino hacer vocifera alharaca de sus inhibiciones. La soberbia es una opinión elevada de uno mismo que raya en la prepotencia. Si mostrar el torso desnudo de un grupo de rock es un pecado, una falta a las buenas costumbres o simplemente manifestación de mal gusto, dejo a la opinión del lector la falla a la moral que representa censurar un medio por el horror de mostrar el pezón de cinco gorditos buenos-tipos.

Estamos en el umbral de una consciencia integral, conectada al mundo y sensible a la interdependencia de la existencia. El cuerpo humano debe ser tapado del frío, protegido de las enfermedades, estudiado y venerado. Lo que el cuerpo humano no merece es seguir siendo objeto del desprecio de las mentes chicas, que suponen hacen una labor encomendable al estigmatizar su desnuda manifestación. Lo que logran aquellos que se sonrojan ante un hombro destapado, acompañado de su ombligo y tetilla, es perpetuar una censura cuya utilidad ha fenecido. El ser humano integro, comprometido con una causa superior, sensibilizado ante la pobreza, la crisis ecológica y los abismos creados por el sistema, no tiene tiempo para estar ruborizándose por peladas, pelados o el cuerpo humano, tal y como lo creó Dios.

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