La censura
original fue tapar el cuerpo humano. Los retazos de bisonte amarrados al cuello
tuvieron un uso utilitario, abrigar nuestro desnudo torso. Cierto. Pero con el
paso del tiempo, el hombre descubrió otro de sus grandes inventos: la propiedad
privada. La primera propiedad del hombre fue la mujer. Las sociedades
ancestrales debían organizarse para sobrevivir. Tener hombrecitos lujuriosos
corriendo detrás de sus hormonas no hubiese ayudado a imponer el orden. Por
ende, el sagrado voto del matrimonio condujo a todo tipo de tabú. Es
comprensible. Pero miles de años después, la estrategia manifiesta serios
inconvenientes, no el menor de ellos una actitud patriarcal, envuelta en
traumas y agresiones, que han logrado una relación enfermiza hacia nuestro
propio cuerpo y sexualidad. La mujer es su víctima mayor, por lo que, ante la
represión sexual, siéntanse libres de indignarse.
Indignación
también provoca el hecho que este medio de excomulgación fuera censurado por
algunos fanáticos del séptimo pecado, – justo en el día de la libertad de
expresión. La soberbia, fuente suprema de los otros pecados capitales, no es
otra cosa que una sobrevaloración del “yo”. Lamentablemente, pareciera que
existen todavía voces minoritarias cuyo poder no radica en tener la razón, sino
hacer vocifera alharaca de sus inhibiciones. La soberbia es una opinión elevada
de uno mismo que raya en la prepotencia. Si mostrar el torso desnudo de un
grupo de rock es un pecado, una falta a las buenas costumbres o simplemente
manifestación de mal gusto, dejo a la opinión del lector la falla a la moral
que representa censurar un medio por el horror de mostrar el pezón de cinco
gorditos buenos-tipos.
Estamos en
el umbral de una consciencia integral, conectada al mundo y sensible a la
interdependencia de la existencia. El cuerpo humano debe ser tapado del frío,
protegido de las enfermedades, estudiado y venerado. Lo que el cuerpo humano no
merece es seguir siendo objeto del desprecio de las mentes chicas, que suponen
hacen una labor encomendable al estigmatizar su desnuda manifestación. Lo que
logran aquellos que se sonrojan ante un hombro destapado, acompañado de su
ombligo y tetilla, es perpetuar una censura cuya utilidad ha fenecido. El ser
humano integro, comprometido con una causa superior, sensibilizado ante la
pobreza, la crisis ecológica y los abismos creados por el sistema, no tiene
tiempo para estar ruborizándose por peladas, pelados o el cuerpo humano, tal y
como lo creó Dios.
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