sábado, 12 de febrero de 2011

Ali Baba y los 40 Comunicadores

Hazte dueño del mensaje y serás rey. La receta, antigua como la humanidad, nace con sacerdotes que hablaban en nombre de dioses que protegían al clan de tribus forasteras. Cual monarca anunciado por Dios, el autócrata se adorna de principios básicos para aterrar al pueblo y someterlo a su poder. En Egipto, una dictadura basada en el sentimiento nacionalista se desmorona. Victimas durante 50 años de la ilusión y pasión compartida, el pueblo permitió que aquellos que se adueñaron del patriotismo se convirtieran en dueños de toda su nación. Habiendo sido mil veces esclavizados por consignas poderosas, el pueblo egipcio una vez más enaltece el proceso por encima de su destino final.

Las revoluciones de antaño colocaban sus nobles objetivos por encima de todos los demás. Las injusticias mayores fueron cometidas en nombre de los ideales más enaltecidos; sangre que sigue corriendo en nombre de lo más justo y sagrado. Pero una nueva revolución empieza a ganar mentes y corazones. Surge un espíritu que abandona palabras vacías por procesos dinámicos; que hace un lado el fetiche de las viejas efigies para abrazar el eterno devenir. Las nuevas generaciones integran el errático movimiento del electrón, para favorecer el dinamismo de las reglas de juego, por encima de un estático objetivo final. Los días del maquiavélico dictamen “el fin justifica los medios”, giran velozmente a su muerte.

Miles de años atrás empezó en Egipto una marcha a la Tierra Prometida, una promesa que ha sido convertida por varios en dogma una y otra vez. Egipto es símbolo de otro tipo de marcha, un desplazamiento que nos acerca a venerar, con madura devoción, los pasos que van marcado el camino. Revoluciones van y vienen, pero la de Egipto es emblema de una pirámide invertida. Entender la importancia del debido proceso, de las normas de convivencia, de los derechos inalienables de las minorías, puede permitir a enterrar poderes populistas, momificados por la envoltura propagandística de una consigna repetida una y otra vez.

Egipto transforma el significado de “proceso”, “histórico” y “cambio”. En Egipto, cuna de la civilización, las verdades ancestrales deben ceder ante una unidad que trasciende el patriarcado, sectarismo religioso, ideología política y prejuicios típicos del privilegio enraizado en la cultura vertical, para exigir un sistema verdaderamente democrático. Este movimiento popular fue liderado por una nueva generación, que se vuelve cada vez menos dogmatica, más dispuesta a aceptar el proceso dialectico y construcción de las verdades a través de una danza tolerante con fuerzas de la oposición. El proceso será gradual, un lento salir de la oscuridad de la catacumba estatista/sectorial. Pero si Egipto logra instituir instituciones y normas que privilegian el proceso por encima del resultado, habrá colocado la piedra angular de una revolución secular, liberal y verdaderamente democrática.

El faraón intentó frenar el proceso de cambio verdadero atizando la desconfianza natural del pueblo hacia tribus forasteras. La prensa extranjera fue culpada en los medios del Gobierno derrocado como “agentes del imperialismo” (con coro de los hipócritas-alaba-Assange). El Gobierno intentó, desesperado, vender la revolución como una conspiración extranjera. Pero el pueblo egipcio ya no compra consignas nacionalistas y reluce su soberana decisión de redimir el proceso de permanente cambio, que había sido secuestrado por aquellos que se adueñaron del espíritu tribal de toda una nación. La revolución nazi-estatista no podrá contra las revoluciones por minuto de un nuevo mundo digital. Q.E.P.D.

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