La producción nacional no es de exportación. Las fronteras son celosamente guarecidas precisamente para evitar que los empresarios bolivianos hagan negocios en Chile, Paraguay, Brasil y Perú. Ahora que las negociaciones con Chile para salir de nuestro enclaustramiento avanzan a paso acelerado, surge la pregunta, ¿necesitamos acaso una frontera más que controlar? Cuando el mayor y más rentable producto de exportación cuesta en destino más de $ 50,000 dólares el kilo, uno supondría que la vía aérea es la opción más costo efectiva.
Una salida al mar ha de requerir invertir en un puerto marítimo. Con un satélite chino a punto de entrar en órbita, habrá que agregar ese costo al menguado presupuesto. Tanta preocupación con la interconectividad invoca un pregunta ¿el modelo de desarrollo boliviano es autárquico, o es un modelo afín con la globalización? Un satélite chino sirve para popularizar precisamente las tecnologías que están sepultando a tiranos en otras partes del planeta. Un puerto marítimo sirve para exportar, algo que no es precisamente nuestra especialidad. Y aunque la naturaleza ha sido con nosotros generosa, Bolivia importa alimentos de naciones que alimentan una población varias veces mayor. De seguir la tendencia, estar más conectados al mundo solo hará más posible que las “contradicciones dialécticas” estallen en nuestro “face”.
Naciones vecinas exportadoras de alimentos pertenecen al mismo planeta, no a una comarca extraterrestre, exonerados de los agravios del calentamiento global que justifica nuestro fracaso. Esos países vecinos alimentan el triple de nuestra población con casi la misma extensión territorial. ¿Será que el calor y contaminación fruto de los chaqueos hace que Bolivia tenga una crisis climática que elude a Colombia, Chile, Perú y Uruguay? La buena noticia es que con una salida al mar, Colombia podrá exportar más rápido y barato los millones de quintales de azúcar que aquí necesitamos.
En Bolivia está prohibido exportar varios de nuestros mejores productos. Es irónico que, justo cuando estamos más cerca a una salida al mar, sea justo cuando el sector exportador enfrenta más trabas para expandir sus actividades. Para entender la ironía, observemos una campaña del Ministerio de Economía y Finanzas, que analiza el alza mundial en el precio del azúcar con una lógica selectiva. Cuando le conviene, el Gobierno acepta y utiliza la ley de la oferta y la demanda: “a menor oferta global, mayor el precio internacional”. Pero cuando debe brindar excusas, la menor producción interna se convierte en agio y especulación. Cuando le conviene, la culpa es del cambio climático; cuando no le conviene, culpables son los empresarios. Con esa lógica tal vez marean la perdiz, pero ni por mar lograrán exportarla.
Fortalecer la moneda nacional y una mayor burocracia en fronteras perjudica las exportaciones. Pactos políticos con quienes tenemos un magro intercambio comercial, en perjuicio de una relación sana con mercados que si compraban productos bolivianos, perjudica al agro. La lógica de nuestro “libre comercio” obedece a prioridades ideológicas, y no a la idoneidad de la propuesta comercial. . Si mañana tenemos una salida soberana al mar, ¿qué vamos a exportar por nuestra flamante frontera marítima? Pocas naciones se preocupan más por evitar que sus productos salgan, que por controlar los que entran a su país. Con o sin salida al mar, los productos bolivianos no se van, ni irán, al exterior en barca; una preocupación menos para la política de prohibición de la exportación.
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