En coches de lujo y chofer se conducen los románticos corazones de quienes añoran transformarnos a como de lugar. Impecables son sus deseos poderosos, infatigable su compromiso de erradicar todo egoísmo y desigualdad. Sus credenciales son inmejorables. Son los resultados los que dejan mucho que desear. La razón de su fracaso es sencilla: No escuchan a Karl Marx. El más grande odiador del capitalismo fue también su gran apologista. Marx entendía que, sin desarrollo industrial y mercados eficientes, el proyecto socialista es una quimera; un muy buen deseo, destinado a fracasar.
A partir de la Revolución Industrial y democracia liberal, el aparato productivo es gobernado por las decisiones de ciudadanos que se conducen a pie; que en la madrugada salen a producir y vender el pan que luego el pueblo pone sobre su mesa. Por mucho que los abnegados y sacrificados burócratas lo intenten, no podrán generar empleos productivos. Su poder es democrático y su trabajo es vital para el manejo del Estado, pero por grande su voluntad, no pueden mover la economía. La economía se mueve por las decisiones que toman pequeños productores, que invierten su tiempo, energía y capital en pequeños negocios; esfuerzos colectivos que permiten alimentar y brindar servicios básicos a la sociedad. Eso podría cambiar en el siglo XXIII.
Tal vez el equivocado es Marx. Tal vez el desarrollo de un mercado eficiente no es condición necesaria para que burócratas detrás vidrios blindados controlen el aparato productivo. Tal vez lo que se necesita es simplemente tecnología de información. Si con ayuda de un satélite chino, el Gobierno logra algún día crear una red informática que recolecte datos estadísticos de todo y cada rincón, los nobles servidores en control del Estado tal vez puedan controlar la economía. Esa red tecnológica y centralizada - equipos sofisticados que deberán ser resguardados un edificio de la ciudad de La Paz - aun no existe. Pero en el siglo XXIII, poderosos servidores (TI) permitirán crear una red político-social que permita a poderosos servidores controlar la voluntad, inversión de tiempo, recursos y esfuerzos del individuo: todo el aparato productivo.
Lo que Churchill decía de la democracia, se aplica a la economía de mercado: “Es el peor sistema que existe, a excepción de todos los demás”. El mercado utiliza la información que proporcionan los precios para asignar recursos, un método imperfecto, que permite que sean las decisiones de los ciudadanos de a pie las que van edificando el aparato productivo. Esa “libertad” es relativa y fácilmente manipulable por poderes económicos. Es por ello que existen leyes anti-monopolio y poderosos sindicatos, que obliga a los dueños de los medios de producción a negociar sueldos con la clase obrera. Un obrero calificado en una economía de mercado gana más de 20 dólares la hora.
La economía de mercado saca de la pobreza a millones en Chile y Brasil. Pero el socialismo del futuro será mucho más eficiente y justo, porque podrá controlar la red de producción mediante gigantescas bases de datos que – al observarlo todo - alimenten poderoso algoritmos, para así invertir nuestros recursos de una manera mucho más idónea, independientemente de lo que haga o piense el ciudadano común. En vez de la red social actual, que embrutece a la juventud con frivolidades y revoluciones en el mundo árabe, se construirá una red política-social, capaz de una brutal racionalidad en la asignación de recursos. Mientras llegue esa red, habrá que seguir challándole no más, para que deje de ser tan quencha el socialismo del siglo XXI.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario