miércoles, 13 de octubre de 2010

Tendencia a Engrosar

Nos engañan esos trapos costurados que usamos para disfrazar la desnudez. Burgueses y burócratas esconden sus complejos tras sus lanas refinadas, arropando imperfecciones en paños dignos de Patiño. En una regla no escrita de la sociedad, los más revolucionarios y mojigatos – creyentes en la misericordia e igualdad - tratan al otro según su vestimenta. La elegancia es homenaje a la hipocresía, porque los amigos del bien discriminan aquel que viste barato, pero se rasga las vestiduras cuando se sienten discriminados cuando visten su tenida “sport”. ¡Majadera vanidad!

La treta de la ropa es más que discriminación, es complicidad. Mi pantalón no miente: estoy comiendo mal. He buscado compensar mis múltiples frustraciones con salteñas, chicharrones y comidas ricas en grasas saturadas que hacen mal a figura y corazón. Análisis de sangre muestran un ascenso en mi nivel de colesterol, evidencia adicional que confirma lo que me dice cada ojal que en mi cinturón voy estrenando: “mucha mantequilla y marraqueta”. Pero amigos que comparten confidencias me aseguran que estoy bien.

Debajo de un jean descolorido se oculta una mortal tendencia. Tal vez ante los ojos de mis leales huestes y camaradas mi peso esté bien y – en comparación - mi ancho esté por debajo de la norma establecida. Ese triunfalismo es subjetivo y relativo. El problema con engrosar no es inmediato. La factura que nos pasa la vida por conductas y valores deficientes se manifiesta en el largo plazo, cuando la tendencia se expresa mañana con cardiaca vehemencia. Ofuscados por su cariño, mis correligionarios implícitamente aplauden malos hábitos. No me hacen un favor. Si fueran más honestos, me advertirían del peligro en mi tendencia.

Arropados en banderas ajenas de mártires del ayer y enarbolados en el poder con votos cansados de viejas maneras de gobernar, los poderosos de turno se jactan de ser muy “democráticos”. Con su poncho sacramental cubriendo la daga usada para satisfacer su sed de poder, el Gobierno se jacta de ser mejor que las dictaduras del pasado. ¡Sin duda alguna! Si me baso en lo que la mayoría de norteamericanos y cochabambinos consideran grosor aceptable, podría justificar desayunar chorizo con huevos fritos todos los santos días.

En contraste con tanques en las calles, asesinatos políticos y botas militares pisándoles el cuello a disidentes, la actual administración del poder del pueblo es de rosas un vergel. Si contrastamos esta coyuntura con tiranos del pasado y su abiertamente fascista agenda de colocar al Estado por encima del interés individual, hoy vivimos una libertad digna de final de Hollywood. En contraste con el machismo, racismo, discriminación, tecnología, expectativa/calidad de vida, alimentación, libertades, medicina y opciones de entretenimiento de hace apenas una generación, hoy vivimos en el paraíso terrenal.

Por muy grande el contraste con el pasado, aún no hemos cumplido con la promesa de justicia y libertad del ser humano. El proceso evolutivo de la sociedad no se detiene porque por fin hemos salido de las cavernas. Los bolivianos estamos lejos de haber llegado a la tierra prometida. Todavía nos quedan mucho por andar. Entre otros, nos queda pendiente el camino del progreso sostenible y ecológico, que nos saque del fondo de la lista de países subdesarrollados. El momento es bueno. Entre las opciones disponibles, el Gobierno actual es la mejor. Pero de seguir enfilado en la dirección de imponer sus supremacías, mañana podría vencer la tendencia de peligrosamente engrosar un Estado goloso, groseramente antojadizo.

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