Luis Arce Gómez sugería “andar con su testamento bajo el brazo”. Hoy andamos con pie de plomo, temerosos de provocar la ira del todopoderoso. Cruzar una línea subjetiva puede convertirlo a uno en racista, terrorista, separatista, discriminador u otro enemigo del Estado. No obstante el miedo en el aire, anarquistas aún pretenden subvertir la buena costumbre de arrodillarse ante el poder arbitrario del Estado.
Neoliberales del existencialismo, algunos anarquistas aman por encima de todo su libertad individual y rechazan la intromisión del Estado en su vida privada. En el otro extremo están los anarco-colectivistas, que comparten con el comunismo su desprecio de la propiedad privada. Más anti-capitalistas aún son los anarco-primitivistas, que pretenden desmantelar toda tecnología de escala industrial, para regresar a un estado natural “no-civilizado”. Cualquiera su inclinación, todos promueven la anarquía, que implica la destrucción del Estado.
En Achacachi perros “cambas” fueron degollados, mientras que en Sucre ciudadanos sufrieron graves vejaciones; ambos casos graves atentados contra nuestra organizada civilidad. Es inverosímil pensar que en estas pugnas territoriales por el poder político, el repudio sea motivado por características físicas que todos compartimos. El racismo existe; violentamente mellar la dignidad o torturar a muerte a un ser debería tener cárcel. Pero el disparador del criminal repudio en Sucre y Achacachi se origina en un ancestral instinto de controlar el poder, lo cual incita un repudio visceral hacia el adversario y su ideología, más que un repudio incitado por el color de su piel, que es la misma.
La discriminación más grave es hacia la mujer, porque destruye la moral, autoestima y justicia dispensada a mitad del pueblo. La educación, desincentivos económicos a empresas que no avancen la igualdad de género y avanzar la independencia económica de la mujer permitirán superar este vergonzoso escollo. La mayor fuente de discriminación es la pobreza y dependencia ante un ente poderoso que se impone con sus dadivas, castigos y miedo. Hacer al pueblo dependiente del poder del Estado es bien machista.
Menos los anarquistas, todos queremos un Estado eficiente y un Estado de Derecho sano, que preserven un orden civilizado. Diferimos en las estrategias utilizadas para lograr objetivos compartidos. Nadie está a favor de la discriminación. Todos queremos una nación unida, próspera e igualitaria. Mientras más dignidad y éxito tenga mi vecino, más oportunidades de triunfar tendré yo. Pero mientras que progresistas (Noruega y Suecia) avanzan objetivos compartidos a través de la libertad, conservadores (Corea del Norte, Arabia Saudita e Irán) lo hacen a través del miedo y férreo control por parte del Estado.
Los anarquistas son un tumor para la supremacía y hegemonía del Estado, un grupito sedicioso que avanza su cáncer con muy bajo perfil. El Gobierno no los considera un peligro, porque asume que son cómplices de extrema izquierda. ¡Más bien! La artillería está siendo apuntada contra los medios de comunicación, un blanco que supusieron sería más fácil. Aplaudo el intento del Gobierno de ponerle fin al racismo y la discriminación. Ojalá eleve nuestra autoestima permitiendo que la sociedad produzca los empleos que con “voluntad política” sus burócratas son incapaces de inventar. Lo que objetamos muchos, es que intente avanzar objetivos compartidos fomentando temor y mayor división entre hermanos. Su espíritu draconiano e insaciable apetito de control alimenta un extremista absceso libertario. ¡Qué buen quiste!
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