Sangre indígena corre orgullosamente por mis venas. Temo que no puedo decir lo mismo de mi espíritu. No creo en la reencarnación. Quisiera poder decir que en una vida pasada fui Túpac Amaru. Temo que esa encarnación es privilegio de algunos poderosos. Algunos espíritus, sin embargo, han logrado poseer mi alienado cuerpo. Ninguno de ellos pertenece a una vida anterior. La rebeldía de Túpac Amaru Shakur (2Pac), un afroamericano que vendió 50 millones de discos cuando estaba vivo y más de 25 millones después de ser asesinado, es uno de ellos.
Dudo que puristas de su propia raza entiendan mi celebración de música de protesta afroamericana, melodías que expresan su desprecio del racismo con gritos egoístas, sus cuellos adornados de fastuosos collares de oro y diamantes, abrazando cuerpos voluptuosos, sentados en coches de carrera. Seguramente preferirían que celebremos solo música que ellos consideran legítima, cantadas en el idioma que ellos consideran aceptable, humildemente arropados en ponchos y aguayos. La intolerancia disfrazada de revolución es el espíritu que gobierna los andes del siglo XXI.
Regresiones inducidas por hipnosis de la Terapia de Vidas Pasadas (TVP) permite al paciente explorar encarnaciones previas. Parece que barreras lingüísticas inhiben a espíritus de hermanos africanos aventurarse en tierras andinas, para asumir cuerpos bolivianos. No sé si expertos en TVP registran la etnia de vidas pasadas de sus pacientes. Presiento que la mayoría son etnias que salen en el cine, como ser un samurái japonés o un explorador holandés. Dudo que muchas regresiones acaben en memorias de África, cuna de la humanidad. ¿Sería ese un espíritu racista?
En esta vida yo fui criado por una descendiente de esclavos africanos. Mariana, mi madre adoptiva, era una mujer hermosa, su piel azabache como el carbón, su cariño y férrea disciplina una dulce memoria. En mis años de exilio me convertí en adolescente en un país de legado africano. Culturalmente, tengo más influencia caribeña que kolla. Extiendo una disculpa a los intolerantes por tal atrevida confesión. Espero que celebrar mi herencia africana no me haga, en sus confundidos ojos, un discriminador de lo andino.
En su arremetida contra el racismo, los intolerantes se olvidan de una muy poderosa arma en la crítica social: el humor. Mediante sarcásticas parodias que se burlan de estereotipos, el individuo no solo acaba en carcajadas, sino que acaba reflexionando sobre varios tipos de males “humanos tan humanos”; entre ellos el racismo. Si no podemos reíros de nuestras deficiencias, jamás lograremos trascender el flagelo de nuestra propia esencia tribal. Tal vez logremos reprimir instintos primitivos, pero la censura jamás permitirá transformar nuestra corrompida naturaleza.
En 1992, un policía de tránsito fue asesinado por un adolecente que escuchaba en su coche 2Pacalypse Now, de Túpac Amaru Shakur (2Pac), un álbum que rapea sobre asesinar policías. En reacción, el intolerante vicepresidente de EE.UU., Dan Quayle, demandó que el disco sea retirado del mercado. El ignorante mandatario norteamericano no pudo evitar utilizar su poder para intentar reprimir una expresión artística que “promueve la violencia”. Aquí también deberán monitorear y castigar a aquellos que reproducen películas, pinturas o música cuyo contenido pueda considerarse “discriminatorio”. Antes que pasen la Ley Contra el Racismo y Discriminación, elevo a Túpac (2Pac) una plegaria: “Mi negro hermoso, cuanto extraño tu violenta, irreverente y anarquista rebeldía”. “¡Volverás y venderemos millones!”
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