Erase una vez cuando el enemigo era la energía nuclear. El movimiento ecologista nacido en Alemania en la década de 1960 soñaba con un mundo sin columnas de humo, una vida sin el estrés de la vida urbana y -sobre todo- un mundo sin la energía derivada de la fisión nuclear. Apenas una generación más tarde, los verdes de antaño aceptan los avances tecnológicos que han convertido a los peligros de la Isla de Tres Millas y Chernóbil en una pesadilla de juventud. Es muy probable que en menos de una generación, una planta de energía nuclear segura, eficiente y bajo estándares de calidad mundial sea construida en suelo bolivariano. Sin ofender susceptibilidad ecologista alguna podemos, por ende, concluir que la tecnología del siglo XXI es la energía nuclear.
Si bien el peligro que aun pesa cual espada de Damocles sobre el planeta es la guerra nuclear entre naciones, también existe el dilema de los residuos radioactivos. Se estima que los reactores nucleares del mundo producen 12.000 toneladas métricas al año (no reprocesado). El almacenaje de estos desperdicios nucleares se ha convertido en un tema político, más que tecnológico. Francia, Alemania, Reino Unido, España, Suecia, Finlandia, Bélgica y Suiza, por ejemplo, han creado una plataforma tecnológica para analizar el problema del almacenamiento a largo plazo de los residuos radiactivos de alta actividad. Según la Fundación Vida Sostenible, “El objetivo es promover la creación de almacenes geológicos profundos donde depositar el combustible y residuos de alta actividad, que emiten radiación durante decenas de miles de años”.
Cuarenta y siete jefes de Estado y de Gobierno asistieron a la cumbre sobre seguridad nuclear organizada por la Casa Blanca. La agenda incluyó la continua seguridad del sistema capitalista. Una de las mayores amenazas al mercado internacional–irónicamente- es el mercado negro de uranio enriquecido. Se teme que solo sea cuestión de tiempo para que anti-capitalistas reunidos en las montañas de Afganistán logren adquirir – por el módico precio de 12 millones de dólares – suficiente conocimiento científico y uranio para construir una bomba atómica de 2 megatones. Si una bomba atómica “casera” llegase a explotar en Manhattan -centro financiero del planeta – (matando un estimado de 100,000 personas), los asustadizos mercados financieros pudiesen crear mucha más muerte, hambre y destrucción que los miles de rascacielos pulverizados en la Gran Manzana.
La energía nuclear es garantía de la supervivencia del ser humano, no solo del capitalismo. En la mente de algunos, el mal manejo de sus residuos radiactivos es el camino rápido hacia, de este último, su destrucción. Es cierto que las tecnologías limpias, desarrolladas a pasos agigantados, seguirán alimentando la consumista maquinaria. Por ende, cumbres diseñadas resolver los peligros que yacen detrás del manejo de desechos radioactivos pasarán desapercibidas, mientras que las cumbres que hablan de salvar al planeta se dan el lujo de ignoran por completo que su integridad depende también del buen uso de energías derivadas de la fisión nuclear.
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