Sin economía la vida es más pobre. Negar esta tautología es la mezquindad de moda. Ignorar las condiciones que permiten vivir bien en sociedad, sin embargo, no es ninguna novedad. La generación anterior, por ejemplo, se olvidó la valiosa lección de la Revolución de 1952: sin inclusión social no hay desarrollo. La economía – después de todo – es más que máquinas y billetes. También es seres humanos, cuya integración a la sociedad tiene una dimensión moral y productiva. Olvidar esta lección es un desliz conceptual de los poderosos de ayer que nos está costado caro.
El proceso de perfeccionamiento de la economía es delegado a cada generación. La mayor responsabilidad y contribución de la infraestructura legal, moral y científica es precisamente proteger, nutrir y mejorar el aparato productivo. Con el paso del tiempo, la premisa anterior se hace cada vez más compleja. El ecosistema, por ejemplo, no era considerado antes parte del “aparato productivo”. Hoy se entiende que la ecología es la economía. Y así sucesivamente, el concepto de “economía” se perfecciona, convirtiéndose en una ecuación integral que incorpora todo tipo de variable: sobre todo social.
En el pasado no se le brindo a la inclusión social el lugar que amerita en la ecuación del desarrollo. El hecho es que en Bolivia se creó una clase social desamparada, relegada a la discriminación y olvido. El Estado sirvió a la perfección para las ambiciones de una clase dominante que hizo de la política su mejor inversión. En consecuencia, invertir en la inclusión social – con la correspondiente mejora en el aparato productivo - no fue una prioridad. Es insensato, por ende, suponer que el horizonte de los nuevos poderosos sea construir el andamio que ni siquiera los “empresarios” de ayer se dignaron erigir.
La nueva generación deberá aprender que la inclusión social no puede ser legislada ni impuesta por decreto. Gracias a la visión del actual Gobierno - la nacionalización de los hidrocarburos y canalización de recursos a las regiones a través del IDH - las arcas de los municipios y prefecturas están llenas. Ahora corresponde una ejecución presupuestaria coherente con el propósito de mejorar el aparto productivo. La brecha de la desigualdad no puede cerrarse, ni la inclusión social lograrse, sin avances en la economía.
Este elusivo concepto “economía”, cada vez más integral y con rostro más humano, representa un sinfín de condiciones que hacen la vida en sociedad. Las exportaciones bolivianas forman parte de la ecuación y estas empiezan a caer. La inversión extranjera directa es otro componente importante. Atraerla no es fácil cuando ocupamos en lugar 146 en el Índice de Libertad Económica. No obstante, los demás fundamentos macroeconómicos por el momento son sólidos. Para ahora incorporar la inclusión social a la ecuación del desarrollo debemos superar la corrupta visión rentista de ayer, con una visión enfocada en invertir en el aparato productivo, que incluye infraestructura social. La inclusión es el camino y horizonte a la vez. Pero sin una buena y pujante economía, es tan solo un bonito estribillo.
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