Entregado al placer inmediato, un adolecente no tiene aun la capacidad de realizar el más básico de los ejercicios matemáticos que impone la vida. Esa displicente actitud, sin embargo, cambia cuando un buen portazo machuca sus delicadas manos. Una vez el dolor se hace ferozmente presente, el adolorido adolecente debe “hacer la matemática” y calcular el costo-beneficio de diferentes cursos de acción. El camino más cómodo es dejar que la inflamación siga su curso natural. Meter la mano al hielo hasta que el dolor del portazo se conjugue con la fuerza penetrante del frio es otra opción; una muy incomoda acción proactiva que limita dolores futuros.
Los 20 minutos invertidos en sufrir los gélidos embates del agua cristalizada deben ser contrastados con una semana entera de dedos inutilizados por la hinchazón. Pero el adolecente típico no tiene suficiente información sobre cómo funciona su propio cuerpo, por lo cual con suerte (y arengas de un adulto) agregará apenas unos cuantos minutos de fastidio a su agravio físico; no permitiendo tiempo suficiente para que el hielo juegue su papel medicinal.
Al igual que un adolecente magullado, una nación empobrecida debe realizar un cálculo sencillo: buscar un cómodo placer de corto plazo, que a la larga puede conducir a una crisis económica; o incurrir en el fastidio político de corto plazo, que a la larga ha de mejorar la calidad de vida. Siendo más explícito: podemos comernos en bonos y proselitismo los ingresos del Estado, o podemos invertir en promover industria, infraestructura, salud, capacitación del ciudadano y promoción de nuestra nación como destino turístico y de segura inversión.
Utilizando trucos estadísticos equivalentes a realizar a magia con espejos, se pretende convencer a la población que el ingreso promedio de cada boliviano en 2008 fue de $ 1,651 dólares. Incluso si ello fuese cierto, no es motivo para el desmesurado triunfalismo, que conduce a algunos incluso a demeritar los logros de uno de nuestros vecinos, aludiendo que Chile “despertó de su sueño” después del colosal terremoto del 2010. El ingreso promedio de un chileno es de $ 10,124 dólares al año. Si ese es un “sueño”, entonces nuestros supuestos ingresos – casi 7 veces menores – deben ser una pesadilla.
No estamos haciendo bien las matemáticas. En vez de meter la mano al hielo, preferimos levantar el dedo y sermonear sobre el calentamiento global. El planeta entero debe asumir un sentido de urgencia y a pasos agigantados mover la economía hacia la sustentabilidad ecológica. Ello no quiere decir que Bolivia pueda darse el lujo de ponerle freno a la inversión. En el plan para el quinquenio 2010-2015, el Gobierno prevé que las inversiones serán del orden de los 32 mil millones de dólares. Reza el dicho que dos cosas que no se puede ocultar: la fortuna y el amor. Ambos tienen una manera de nítidamente manifestarse. Si el 2015 Bolivia sigue su marcha hacia un desarrollo sostenible y estabilidad macroeconómica, los bolivianos sentiremos el triunfo en el bolsillo y los escépticos tendremos que meternos hielo en la boca.
La puerta hacia el desarrollo en este momento se encuentra abierta de par en par. Ello no quiere decir que Bolivia pueda darse el lujo de seguir invirtiendo tiempo y esfuerzo en jugar a la geopolítica internacional, pretendiendo enarbolarse de autoridad moral, a la vez que domésticamente arremete políticamente contra disidentes, y permite se arremeta contra la naturaleza con el más depredador de todos los cultivos: la planta de coca. La falta de ánimo de incurrir en un poco de dolor de corto plazo - en la forma de inversión estratégica estatal – puede eventualmente conducir a un portazo, con su correspondiente inflamación. Tarde o temprano la mano tendrá que entrar al hielo.
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