lunes, 25 de enero de 2010

Muro de Arlequín

En despliegue de las gónadas más grandes e inservibles de la historia, desafiaron dos veces seguidas el poderío militar combinado del resto del planeta. Siendo apenas pueblos bárbaros - antes de convertirse propiamente en “germanos” – habían a espada limpia enfrentaron al imperio romano. Más de mil años después, el pueblo más disciplinado, obstinado y patriota de toda la historia se abalanzó sobre Europa, África y Asia, para intentar someter a cientos de millones de enemigos armados hasta los dientes. Todos sabemos que los alemanes perdieron ambas guerras mundiales; pocos sabemos que una mitad de fascistas se volvieron bolcheviques cuando el imperio soviético se adueñó de mitad de su nación.

Después de la gran guerra, el oriente de Alemania (donde se encuentra su capital) quedó bajo control ruso. Los norteamericanos insistieron en dividir la ciudad en dos, obligando a los comunistas lidiar con un oasis del capitalismo dentro de su territorio soberano. Para evitar contaminarse con el “fascismo” consumista del tío Sam, los “demócratas” erigieron la barrera más inútil de la historia. Ese triste y brutal capítulo es parte del reciente pasado de la humanidad. No obstante, ningún bolivariano fiel al llanero trovador tendría la honestidad intelectual de responder: ¿Qué opina usted del muro de Berlín?

Devastados física y moralmente por la destrucción y humillación de la más terrible de todas las guerras, los alemanes orientales estoicamente soportaron dos generaciones de tiranía bolchevique. El 2010 se celebran 20 años de la caída de un muro que intentó lo imposible: doblegar el espíritu de la libertad. Habiendo vivido toda una vida amargamente divididos por una cortina de hierro, las dos naciones hermanas finalmente se reconciliaron y reunificaron. El rezago económico del oriente - una devastación socialista compartida por todo satélite soviético - todavía no ha sido del todo superada. Alcanzar la madurez política ha llegado a un muy alto precio para el pueblo alemán.

Todos sabemos que los alemanes fueron propensos a la impetuosidad que nace de una celebración étnica y nacionalista desmesurada. Su gran disciplina ahora es equilibrada con un nuevo sentido de propósito y lucidez. Pocos sabemos que el pueblo venezolano, a pasos agigantados, también está adquiriendo una consciencia superior. En apenas diez años, Venezuela aprendió a ejercer su democracia, a organizarse y entender el proceso político con un creciente nivel de sofisticación. Los retos son aun onerosos. Su psique colectiva sigue devastada por la corrupción de una oligarquía que se llevo a Miami los reales de la nación. Pero el pueblo venezolano está despertando.

Lacayos del nuevo ejército rojo intentaron lucrar ideológicamente del luto haitiano. Dudo, sin embargo, se dignen opinar del acoso político y legal que ha llevado al cierre “temporal” de RCTV, canal de televisión venezolano. Los bolcheviques han aprovechado el desgaste de siglos de una pesimamente ejecutada guerra contra la pobreza y discriminación, para endiosarse. En vez de Miami, envían los reales del pueblo a Cuba, Bolivia y Nicaragua. Ahora pretenden adueñarse del espectro mediático para maquillar la realidad. Los oligarcas son culpables de crear un clima de cinismo y desasosiego similar al que llevó a Hitler al poder absoluto. Los venezolanos ahora ven - a la fuerza - las cadenas del fracaso. Pero si los espacios de libertad no pudieron ser cerrados por el Führer, la Stasi y el Muro de Berlín, mucho menos lo seguirá haciendo un comandante apagón, disfrazado de arlequín.

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