El milagro más grande es el misterio más profundo. Líneas curveadas sobre el papel que sostiene entre sus manos reproducen en la oscuridad de su cráneo una voz que usted descifra. Sonidos y texturas se deslizan a la vez por su consciencia, creando la sensación de un preciso y precioso instante: el aquí y ahora. Una diversidad de módulos en su cerebro procesa paralelamente información desde cada rincón del cuerpo, impulsos sensoriales que trepan a cada instante por su sistema nervioso; mientras que recuerdos del pasado es angustia, o es nostalgia. Millones de millones de disparos sinápticos son organizados con gracia exquisita en el teatro de su consciencia. ¡Qué divino saber pensar, rezar, sentir!
La consciencia humana, tan celestial, tan mágica; tan propensa a la violencia y la maldad. Un cerebro deteriorado por la enfermedad (Alzheimer), un trauma violento (porrazo) o lotería genética (psicópata) no reproduce la misma dulzura que un cerebro sano y lleno de vitalidad. Pero incluso el cerebro más hermoso es capaz de matar, odiar, resentir y morir de envidia. Solíamos achacar ciertas conductas al demonio. Hoy entendemos que diferentes estados potenciales del cerebro son en realidad diferentes herramientas con las cuales el ser humano aprendió - a lo largo del precario proceso evolutivo - a lidiar con un mundo externo donde toda agenda personal se cree el rey.
Son apenas cien mil años con un cerebro capaz del lenguaje, solidaridad, moral y raciocino. Antes de poseer tal privilegio, el orden era impuesto con gran violencia. Los instintos que aún habitan el sistema límbico– voces de nuestro primitivo pasado - se manifiestan a veces con crueldad. Pero no es el diablo quien se apodera del ser; son herramientas del cerebro que se expresan incluso en el más santo. Una madre dispuesta a matar para proteger a su recién nacido no está poseída por demontre; está poseída por el instinto de proteger a su bebé.
Al diablo lo utilizó la iglesia para imponer su autoridad. Misioneros jacobinos creen ahora poder invocar al fantasma del capitalismo para imponer su Estado comunista. A sus fieles devotos les venden una caricatura del neo-Mefistófeles; un Satán que ha de despojarlos del placer que emana del proceso de trabajar. En el instante en el cual se trabaja sin pensar en la ganancia –dice el bolchevique – es que el ser humano logra ser integro y feliz. El obstáculo a dicha “dicha” ni siquiera son “los” capitalistas, viles seres humanos con la agenda personal de enriquecerse a la costilla del otro. ¡No! Es “El” capitalismo, como si “El” capitalismo fuese la personificación de un ente, con consciencia y agenda individual.
En la natural ignorancia de una fase evolutiva que podríamos llamar nuestra “infancia histórica”, armados de mitos en lugar de conocimiento, el humano intentó entender la fragilidad moral propia del ser, invocando la entelequia de un pobre Belcebú. Usar metafísica en lugar de ciencia acabó fragmentando nuestras facultades, convirtiendo nuestro pecaminoso cuerpo en agente secreto de la maldita agenda de un tal Lucifer. La comprensión de la complejidad del cerebro, un milagroso órgano que trabaja a través de múltiples módulos que compiten por manifestarse, nos permite hoy esbozar un mapa de la psique humana con muchísima mayor elegancia y precisión que las caricaturas que dibujaron de nuestro ser divino limitados misioneros del siglo XV.
Entendemos ahora que el cerebro tiene que organizar y complementar una variedad de agendas que impelen al individuo al sexo, la gula, el poder, la solidaridad, la empatía y cooperación: todo al mismo tiempo. No son diversos entes metafísicos que se apoderan del ser, es una compleja danza neural que baila al ritmo de circunstancias especificas, excitaciones sensoriales pasajeras, principios morales duraderos y un marco legal que delinea todo aquello que llamamos cultura. A veces comemos hasta la muerte. Pero insisto, la culpa no la tiene el diablo. La gula se deriva de un sistema límbico incapaz de incorporar a la neocorteza en el instante que decidimos si el placer de corto plazo (comer hasta infartar) debe incorporar al proceso de toma de decisiones consideraciones de largo plazo, donde el “dolor” de postergar la gratificación inmediata se traduce en el “placer” de un cuerpo sano por el resto de la vida.
Les aclaro a todos los niños que juegan a salvar al mundo que la buena ciencia refleja aquello que existe y que forma parte de la gloriosa creación de Dios. La mala ciencia es la que puede reflejar una agenda “hegemónica” o un error de apreciación. Los instintos, la genética, el cerebro reptiliano y sistema límbico no son inventos de Satanás, son herramientas con las cuales Dios ha creado energías en contraposición, cuya interacción dialéctica genera la fuerza vital con la cual la vida triunfa sobre la “escasez” de la segunda ley de la termodinámica. Es más fácil, sin embargo, reducirlo todo a una pugna entre el bien y el mal, un maniqueísmo infantil que devora con gran facilidad mentes imberbes que se rinden de rodillas ante falsos ídolos. La única esperanza de desarrollo físico, económico, mental y espiritual de inocentes devotos del fundamentalismo político o religioso, es que sus suplicas a dioses paganos sean escuchados por abstracciones cósmicas; o que se promulgue un nuevo bono.
La biblia de los misioneros jacobinos es el Capital de Karl Marx. Intentar entender la hermandad entre economías entrelazadas por una dinámica de desarrollo compartido que se gesta en el siglo XXI, utilizando una metafísica del siglo XIX - que divaga sobre la gratificación del trabajo - es como entender a la naturaleza humana utilizando frenología en lugar de neurociencia: un absurdo. La consecuencia de fragmentar a la economía en “ayllus universales” – sea intencional o no – sería destruir las sinergias que permiten a los pueblos vender sus productos en un mercado cada vez más grade. En lugar de una mayor gratificación que mágicamente emane del nuevo dios Eros, desarticular a Bolivia de la economía global en nombre de luchar contra el fantasma del capitalismo, es una agenda infantil que acabará en llanto.
El pueblo boliviano – para bien o para mal – es un pueblo de comerciantes, que compramos barato y vendemos caro. Si bien es cierto que debemos trasformar nuestra economía hacia una que agregue valor a los recursos naturales de todos, el camino será empedrado de buenas intenciones si nuestros máximos líderes siguen satanizando herramientas del mercado en nombre de su lucha cósmica contra espectros del pasado. ¿Los chinos y rusos son víctimas del capitalismo, o simplemente utilizan herramientas de mercado que funcionan? ¿Los comerciantes de la Uyustus y del Mercado Rodríguez pecan de falsa consciencia, o están generando dinámicas que permitirán a sus hijos el día de mañana producir en lugar de revender? ¿Dónde empieza la empresa/mercado y termina el capitalismo?
Existen empresas que explotan a sus trabajadores y naciones poderosas con agendas geopolíticas que utilizan sus economías para someter a los demás. Su angurria de poder no es mentira. Pero son seres humanos los que están detrás de dicha desdicha, no una entelequia abstracta que conspira con gran precisión. Lo que se pierde en esta ridícula caricatura y burda simplificación es que el fruto del trabajo – para que brinde satisfacción – debe tener un mercado. Ese mercado - lleno de bondades y crueldad – funciona mejor cuando se aplican herramientas que han aprendido a utilizar, con grandes satisfacciones para sus respectivos pueblos, chinos, indios, vietnamitas, rusos y brasileros. De “capitalismo” como doctrina hoy queda el amargo recuerdo de un pasado primitivo, cuyo anacrónico fundamentalismo ni pasa desapercibido en un mundo interconectado, ni es aceptado por una vigilante comunidad internacional.
En lugar de una gran conspiración del un ente sobrenatural (“El”capitalismo), que viene a Bolivia a robar niños, tierras y ancestrales tecnologías, lo que existen son individuos corruptos que pueden abusar de herramientas de libre mercado con las cuales se forjan desarrollo; lo mismo que en lugar de ángeles y demonios lo que existe un sistema límbico lleno de apetitos y una neocorteza que brinda al cerebro herramientas para avanzar mayor moral. No hay agendas diabólicas por parte de un ángel caído, o conspiración de un capitalismo transnacional. Lo que existe detrás de las distorsiones a los principios de equidad y mutuo beneficio que rigen mercados modernos es la angurria de una corrupta agenda personal. Pero los misioneros jacobinos quieren hacerle creer al pueblo en la maldad de herramientas que otros pueblos utilizan para su desarrollo, colocándonos a todos los bolivianos en una posición en la cual nos introducen facialmente quimeras llenas de terror. Con miedo al diablo y capitalismo fragmentamos las herramientas con las cuales podemos integrar mercados y nuestro propio ser. Sumergidos en lo ancestral, el patrimonio por el cual luchamos los bolivianos es un monopolio sobre un baile - la diablada - y supremacía sobre un dios pagano – Ekeko- dios de la abundancia. En ambos casos, ¡qué ironía!
La gratificación humana, por último, no solo es una abstracción, es también un acto concreto que no solo se desprende metafísicamente del proceso del trabajo desinteresado. La gratificación es un techo, salud, bienestar, dignidad y educación para la familia; bienes que también emana de vender con éxito en el mercado, o de recibir una justa retribución. Para ello se necesitan de mercados. Esa sencilla realidad – sin embargo - no la pueden entender los académicos y asalariados que viven muy bien mamando de la teta del Estado; cuyo mejor producto es adoctrinamiento y negociados que hacen posible que se aferren al poder. La verdadera misión de políticos e “intelectuales” no es salvar al pueblo de las garras de un alienante trabajo, su verdadera misión es monopolizar el ejercicio de la fuerza, una posición del misionero que pretende poner de rodillas a un mercado que también es un recurso que pertenece a todo el pueblo boliviano. Es tan abstracto el tipo de trabajo que promueven los misioneros jacobinos, que ni siquiera con las arcas llenas y monopolio del poder son capaces de crearlo. Debe ser culpa del diablo.
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