Recordamos en el día de los muertos la amenaza que surgió hace más de un mes, poco antes de la última Expocruz de Santa Cruz, cuando Brutus estuvo dispuesto a inmolarse con tal de detener al César, nuestro emperador. Por su falta de decoro e intelecto, en occidente celebramos su mentalidad de “logia”; porque sus orientales bravuconadas contribuyen a mantener intacta nuestra frágil y muy colla monarquía. Las escazas nueces en la testa del cívico Núñez aportaron un revés al fragmentado frente republicano, un buen augurio de un periodo adicional para un mal necesario: un poder central cuasi-imperial. Y si el augurio es bueno, es porque Bolivia no puede darse el lujo de destronar a su héroe en una coyuntura histórica cuando su autoridad suprema ayuda sostener una nación fragmentada. Seamos francos, Bolivia necesita de César: un Franco originario.
Manifestar respeto ante la investidura del Presidente de una “República” es un principio básico de convivencia democrática. Este protocolo básico no exime a la primera autoridad de críticas -e incluso mofa - de parte de ciudadanos inconformes con su gestión. No obstante el derecho del pueblo de expresar censura del papel de la cabeza, su investidura representa un gobierno que pertenece – aunque solo en teoría – a todos. Amenazar con bloquear el libre tránsito del Presidente Constitucional, como amenazó con hacerlo en septiembre Núñez en Expocruz, para luego ir hasta Ginebra para denunciar violaciones a los derechos humanos, conlleva igual desfachatez que pegarle cachetadas a la esposa, para luego – ebrio en ginebra – declararse feminista.
Elegir al antojo las partes que nos conviene de las reglas de juego que permiten una convivencia en democracia es una clarísima señal que aun tenemos mucho que aprender. A su vez, la lógica de “pelear fuego con fuego” es una lógica de logia, que tal vez funcione entre grupos antagónicos enfrascados en una permanente pulseta, que luchan por demostrar cual logia es superior. Ese camino reduce el juego político a la lógica de “suma cero”, en la cual lo que gana un grupo, el otro grupo necesariamente tiene que perder. Esa lógica nefasta es superada en la medida que – en lugar de la fuerza – gobierna la razón. La “razón” son leyes que resultan de la deliberación y experiencia acumulada de todo un pueblo. Cuando gobierna la ley, la paz impera. Cuando gobierna el capricho de turno, la discrecionalidad merma la confianza y gana la fuerza bruta del poder.
Otro camino para Bolivia es enaltecer la inviolabilidad de un derecho inalienable por encima del poder político pasajero. Un principio que vale la pena defender es aquel que se defiende incluso cuando su aplicación perjudica el interés del clan. Años de consulta, esfuerzos y deliberaciones necesarias para crear una Constitución tras otra, de nada sirve si el espíritu de la ley se queda tan solo en el papel. La lógica de defender un principio, incluso cuando duele, es señal de una madurez política que es sumamente escaza en nuestro medio. Es como si de pronto la arrogancia del poder político se ha enarbolado en nuestra mente como una virtud, mientras que obedecer las normas y principios que nos imponemos nosotros mismos es muestra de debilidad. Pero si la estrategia política de la oposición es contrarrestar la arrogancia oficialista, con mayor dosis de la misma medicina, estaremos empedrando nuestro camino de rocas que bloquean nuestro desarrollo y que solo sirven para agarrarnos a pedradas. Esa experiencia – se supone – la superamos después del 2003.
Es paradójico que defendamos principios con la boca, para luego tratar en la práctica esos mismos principios con los pies. Es por esto que me atrevo a sugerir que, por muy autoritario su gobierno, Bolivia necesita nuevamente del Presidente Morales. No porque es la mejor opción, sino porque es la única. Una derrota electoral de la “figura histérica” del siglo XXI, sumiría a nuestra patria en mayor caos y anarquía. Su gestión ha traído estabilidad y crecimiento, un hecho aplaudido incluso por su némesis, el mismísimo FMI. Si bien el Gobierno de Morales tiene grandes desaciertos, el balance es positivo, y la evidencia es inconfundible: su gran apoyo popular. Si bien aún le queda al presidente Morales mucho por aprender, no es el único. Es todo un pueblo los que debemos también aprender a gobernaros a nosotros mismos. Al igual que un niño aprende -con el paso del tiempo y la experiencia- a controlar sus caprichos y berrinches, nuestra democracia ha de lentamente madurar. Pero al igual que un adolecente, necesitamos primero de estabilidad, aunque sea a punta de patadas. Solo un gobierno franco en su afán de someternos a la paternalista lógica de la logia corporativista sindical puede– en ésta coyuntura – mantener el orden familiar. Ojalá, entonces, que Evo gane. Con un voto cruzado y una mínima diferencia, que permita equilibrar el poder. ¡Pero que gane! Bolivia no puede, ni sabe, como lidiar con mayor fragmentación.
El exabrupto de Núñez tal vez ya ha sido olvidado. A casi treinta días de las elecciones no queda tiempo para utilizar su falta de decoro y de principios democráticos en algún “spot” publicitario electoral. Ello no detiene a algún payaso de utilizar la anécdota como excusa para escribir sus pinches cantinfladas. Lo cierto es que toda falta de respeto a la investidura de nuestro Presidente Constitucional es evidencia que aun tenemos mucho que aprender de dirimir y convivir en democracia. Y si bien el Gobierno actúa a momentos con la prepotencia propia del poder, la oposición debe dar señales inequívocas que no actúa utilizando la mismo lógica de logia, que solo busca defender el interés del grupo. El espiral de arrogancia y sed de venganza debe ser detenido, a base de principios democráticos, y no con la lógica de “ojo por ojo”. En el día de los muertos, ojalá celebremos el que contamos – por muy endebles - con herramientas democráticas para dirimir con nuestras diferencias, en base a argumentos y deliberaciones. Solo la institucionalización del conflicto permite evitar que unos se inmolen, mientras otros inmolan, en nombre de una convicción del clan, o personal. Muchos han muerto en nombre de aprender a convivir civilizadamente. Por ende, por muy arrogante su gestión, aprender a respetar la investidura de nuestro Presidente Constitucional es aportar - en honor a los caídos - a que el dolor no sea en vano.
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