La única revolución es de átomos confinados a un espacio finito, partículas cuya inercia es girar alrededor de inútiles recetas ideológicas. En limitados recovecos de mentes confinadas por una comprensión binaria de la realidad, hemos sido atrapados en un horno político que - en vez de bollos – empieza a quemar nuestros recursos. Intelectualmente asqueados, empieza a darnos también nausea deambular en lo reiterativo, lamentándonos del hecho de estar enfrascados inútilmente en el ejercicio de plantear un problema que no tiene solución.
En este eterno retorno de los extremos “todo es de todos”, una utopía comunista donde todo problema social se resuelve en la mente mediante la magia creadora de la palabra política. En el otro extremo está la ley de la jungla, un mundo de salvajes donde el más fuerte explota a quien no se puede defender. Gestándose dentro del vientre de la complementariedad de la Pachamama, ¿existe siquiera la posibilidad de encontrar un punto de equilibrio?
El gran arte de hacer a todos victimas del pasado colonialista e imperialismo capitalista niega la existencia de un mundo donde el ciudadano puede mejorar su condición mediante un arduo trabajo, honesto y puntual. La histeria apocalíptica ha embrujado la psique colectiva, una supuesta invocación por parte de espíritus milenarios que impele a los políticos a controlarlo todo, para repartir al pueblo lo que sobra, en bonos conquistados durante el histórico desmantelamiento de nuestro aparato productivo. En un mundo perverso y paralelo, los políticos venden su consciencia, dejando que los capitanes de la industria exploten nuestros recursos e impongan egoístamente su mezquina voluntad. Esas son las únicas opciones binarias que - con maquiavélica precisión - se ha presentado ante el pueblo boliviano, para que elija una de ellas.
Utilizar el intercambio comercial como peón en su agenda geopolítica gana votos en la medida que el pueblo se siente victimizado por las exportaciones. No importa que sea el pueblo quien sufra de las consecuencias del deterioro en nuestra capacidad de vender lo poco que logramos producir. La relación que pesa en la cabeza es entre el mercado e injusticias del pasado. Esta ingeniería social es avanzada por don Llorenti, cuando dice “los Tratados de Libre Comercio promueven este tipo de conflictos”. Este gran humasista, a cargo de la propaganda política del Gobierno, se refiere al “genocidio” en Perú, que según su estimado es achacable 100% al TLC. La receta demagógica atiza pasiones, por lo que bloquear mercados se ha convertido en un “bien” político.
La mezquina actitud de “el ganador se lleva todo” induce a rencorosamente destruir la iniciativa privada. Este egoísmo miope ha sido hábilmente disfrazado de paraíso colectivista. La solidaridad es reserva únicamente para aquellos dispuestos a ejecutar una vendetta jacobina. La gran empatía de la revolución no se extiende a obreros, mineros, agricultores, comerciantes, asalariados y demás “vende patrias” cuando sus ingresos y bienestar familiar gira alrededor de un intercambio comercial con naciones “capitalistas”.
Miles de trabajadores pierden empleos gracias a políticas segregacionistas del Gobierno. Si el desarrollo autárquico llegase a profundizar la crisis, el 2010 serán los comerciantes de la Uyustus los que sientan la mano en el bolsillo. Pero nadie se inmuta, porque los que pierden sus fuentes de ingresos trabajan para patrones privados. En el actual régimen no hay solidaridad ni cooperación para los cómplices del enemigo. Los brillantes colores de las banderas indigenistas fusionan grandes pasiones, amor y odio, dibujando un enemigo en blanco y negro. Cuando se pinta de rojo color sangre todo el pasado —así sea bueno y razonable— se incluye sobre todo al intercambio comercial.
Según Feliz Patzi, “El mercado para los indígenas sólo es un espacio de distribución de bienes y servicios y no de competencia, de ahí que prima los principios de solidaridad, reciprocidad y sobre todo de complementariedad”. Este enunciado racista presupone que son los genes los que determinan una cosmovisión monolítica, sin posibilidad de excepción. Debido al simple hecho de no existir el dinero en tiempos pre-hispánicos, Patzi asume que los incas – en lugar de fuerza militar – gobernaron sobre extensos territorios a base de buenas intenciones.
Su burda manipulación de la verdad y realidad pre-hispánica permite a Patzi declarar que para los indígenas “el mercado no es un espacio de aprovechamiento de los que producen a bajos costos y sacan ganancias a costa de los que producen a costos altos por falta de tecnología y de esa manera dejan fuera de la competencia a los productores nacionales”. Fue precisamente la superior tecnología del imperio Inca la que le permitió extraer plusvalía de pueblos sometidos a su yugo político, una explotación del más débil que en su momento era una forma de vida.
Si Patzi contrasta a los Incas con los “indígenas modernos”, entonces tendría que explicar exactamente cuándo y cómo se dio esta transformación en su cosmovisión, corriendo el riesgo de arremeter contra nuestro pasado. En ese sentido, está protegido por el enunciado del Vicepresidente Lineras, que lo rechaza enterito, incluyendo nuestro propio imperio Inca. Pero intentar ser objetivo y establecer lo que “es” y lo que “fue”, es una tarea fútil que tan solo puede ganarme ser acusado de “racista”, cuando los verdaderos racistas son otros. La impune doble moral es posible gracias a la gran capacidad de manipulación, que permite exponer argumentos falsos, cuya única defensa necesaria es basarlos en supuestos contaminados ideológicamente. Para muestra un botón.
El Gobierno boliviano se digna protestar la muerte de civiles a manos de fuerzas de la represión cuando la represión es de indígenas y está de por medio un tratado de libre comercio. Pero cuando las muertes son en Irán - a manos de un aliado político - entonces su silencio pareciera justificarlas. En Perú, hacer un llamado a la rebelión son “solo palabras”; pero si Obama se muerde los labios para no interferir con asuntos internos de Irán, entonces la prensa occidental es acusada de inmiscuirse por el pecado de reportar. ¿Se debe el silencio a que no hay recuentos fiables por parte de Telesur, la única “prensa libre”? ¿O será porque pretenden por lo menos exportar uranio?
Idéntica doble moral es favorecer tratados de libre comercio únicamente con aquellos que tienen su misma agenda política, aunque no nos compren absolutamente nada. En este sentido, el Vicepresidente del Partido Socialista Único de Venezuela de Caracas, don Aristóbulo Istúriz, no deja duda alguna cuando dice que el ALBA, “más que un espacio económico, es un espacio político”. El bolsillo y el estomago del pueblo, sin embargo, no discrimina según etnia o perfil ideológico. Al pueblo no le interesa quien compre; lo que interesa es vender, a un precio justo, bajo condiciones que protejan la ecología y avancen justicia social. Esa solidaridad – lamentablemente - no es parte de la agenda.
En vez de crear condiciones para el desarrollo de mercados, es políticamente más lucrativo satanizar la iniciativa privada de una nueva generación de aymaras, quechuas y guaranís que quisieran invertir algún día en desarrollar empresas con miras a exportar productos a mercados reales. Pero en lugar de crear condiciones para que surja esa nueva generación, la única capacidad que se gesta es la de un Estado que pretende exportar a mercados imaginarios. Es así que la estrategia de facilitar el sentimiento de “victimas del pasado” – en lugar de empresas que exitosamente desarrollen empleos - se ha convertido en un “bien” políticamente rentable. Mientras se obligue a las masas a ignorar la relación directa entre la capacidad de exportar de nuestro pueblo y la generación de empleos, el bien inútil ha de lograr – con mucho orgullo -que sea inútil intentar exportar muy bien un bien.
viernes, 19 de junio de 2009
martes, 16 de junio de 2009
EL DEVENIR DE LA HOSTILIDAD
EL DEVENIR DE LA HOSTILIDAD
Flavio Machicado Terán
Prologo
Este artículo inédito fue escrito en enero de 1990. En los casi 20 años que han transcurrido, el autor ha adquirido información y conocimiento que han transformado su comprensión - no tanto del predicamento - sino sobre la mejor manera cómo podemos resolverlo. El escrito es testamento de aquello que una mente con un bajo nivel de instrucción y gran idealismo es capaz de rebuznar. Algunos planteamientos siguen siendo acertados después de 20 años, otros son burradas producto de la ignorancia.
Artículo Escrito Enero, 1990
El instinto consumista que practican beatos de la nueva religión apaga la espontaneidad de nuestra buena voluntad, mientras que el recuerdo de amargas navidades sin dinero siguen dejado un agrio sabor a dólar. Mientras, los sacerdotes de nuestra era - economistas, científicos y politólogos del industrialismo – siguen diseñando los principios y tecnologías que permitirán el continuo crecimiento económico: panacea de la condición humana. Y así, la tradición judeo-cristiana se diluye sutilmente al compás de golpes en el pecho, ante el pragmático materialismo que demanda la modernidad. La codicia y el egoísmo se convierten en los principios más altos del orden social. El crecimiento económico se transforma en una imperiosa necesidad para el funcionamiento del mercado: eje filosófico del sistema de valores occidentales. Cuestionar el progreso material del hombre en los términos que ha determinado la obstinada búsqueda de máxima utilidad es una herejía; una herejía que no puedo evitar.
Cuestionar el afán de ciegamente buscar fuentes de explotación industrial no es lo mismo que despreciar la creación de abundancia material. Lo que aquí preocupa es que – en nuestra obstinada búsqueda de riqueza – hemos invertido valores. Mientras la felicidad humana era el añorado fin y el crecimiento económico el medio necesario, hoy el orden de prioridades es a la inversa: el crecimiento económico es el fin y máximo objetivo. Se cree que el bienestar espiritual ha de derivarse por inercia de los bienes materiales. Se consigue de esta manera subyugar a la ideología y amor por la sabiduría al pragmatismo detrás de la ley de la oferta y la demanda.
La experiencia de las sociedades occidentales - y especialmente de los Estados Unidos - nos permite observar el costo en términos humanos de esta filosofía materialista. En el mundo industrializado se da el fenómeno de la objetivización de las relaciones personales. Se da una frenética individualidad que permite una máxima movilidad física de recursos humanos, a la vez que determina un desprendimiento de dinámicas emocionales básicas del ser humano, como ser la empatía. Las dinámicas del mercado, a su vez, establecen el concepto de utilidad como única referencia y principio que rigen la conducta. Esto crea una insensibilidad social que, por ejemplo, busca solucionar el problema de la discriminación racial y de género al margen del concepto de justicia. Más bien, se define la reversión de esa discriminación en términos de las ineficiencias que dichas injusticias crean en el mercado.
Nuestra sociedad no se encuentra impermeable a este devenir histórico y a la consecuente “evolución” de valores. El desarrollo de medios de comunicación sumamente sofisticados nos conecta a los acontecimientos del mundo occidental en “vivo y directo”. En nuestro país, tanto la actual generación gobernante como la juventud, buscan ávidamente señales del norte que den luz al arduo camino que nuestra patria hoy emprende. Nuestra servil dependencia exaspera este fenómeno y crea una hiper-sensibilidad a todo principio que resulte de la experiencia occidental, especialmente si la conducta ha demostrado ser rentable. El “éxito” de la política neoliberal, conjuntamente con la caída del bloque del Este, glorifica la tradición capitalista y el sistema de valores que ésta ha determinado. Lejos de cuestionar las deficiencias de ese sistema y la crisis espiritual que el modelo ha suscitado, nos encontramos enceguecidos por su magnanimidad y benevolencia material.
En el fracaso del eje soviético de imponer su hegemonía creemos haber visualizado en su antítesis – el modelo capitalista - la supuesta cúspide de la organización humana. El problema de la existencia huma se ha reducido a formulas de crecimientos económico, mientras que todo cuestionamiento ideológico es tildado como demagógico, o simplemente idealista; nunca como espiritual o filosófico. Sin embargo, cometemos un error en nuestra ciega convicción, ya que afanadamente seguimos a un sistema que esta destinado a una profunda reestructuración en su lógica interna.
El argumento es simple: las dinámicas del sistema capitalista demandan un crecimiento indefinido, superior al ritmo de su crecimiento poblacional. Para mantenerse en equilibrio, el sistema se ve obligado a promover una demanda artificial, a su vez creada por un adoctrinamiento consumista. El imperativo de crecimiento indefinido dentro del contexto finito de nuestro planeta - que posee una capacidad limitada de renovación física - crea un conflicto entre los intereses del sistema financiero y la misma supervivencia de nuestra especie. El problema del medio ambiente, ya evidente, conjuntamente a la imposibilidad de los Estados Unidos de lograr la añorada hegemonía mundial ante la inevitable división de hegemonías mundiales con el Japón, la Comunidad Europea, URSS y China, han de diluir la influencia del sistema de valores soberbiamente impuesto sobre el planeta por el capitalismo, cuando deba enfrentarse a una realidad política, ecológica y cultural mucho más compleja que la que vivimos hoy.
Paralelamente a la transformación del sistema capitalista, es cada vez más evidente que en la sociedad occidental el espíritu del individuo se encuentra cada vez más acongojado existencialmente. Este proceso sucede debido a contradicciones entre los valores humanos que demanda el sistema de competencia perfecta y la tradición judeo-cristiana, la cual inútilmente intenta sanear la superficialidad nihilista de nuestra era. Esta tradición religiosa promueve una empatía entre los seres humanos, la cual es incompatible con las dinámicas de supervivencia en el mercado. Es así que la evolución del espíritu humano y de los valores que optimizan las relaciones entre los hombres y mujeres, debe ceder paso al pragmatismo materialista de la utilidad; un pragmatismo cuyo único dios y principio es el dólar.
No obstante su jaula de oro, el espíritu del mundo occidental empieza a sentir la necesidad de revelarse contra un orden que determina, utilizando falsas banderas de libertad y democracia, que las decisiones sobre la utilización de recursos naturales sean tomadas por las máximas expresiones del capital y la codicia (una manifestación de la democracia del dólar). Las dinámicas de poder determinan que las decisiones que afectan el propio aire que respiramos y agua que bebemos sean tomadas por los grandes conglomerados económicos, en función de conceptos de lucro, no sobre la base de una racionalidad que garantice la supervivencia del ser humano. Cohibidos por la ubicuidad del actual orden político, económico y cultural, no concebimos un cuestionamiento al orden de valores que de lugar a una revolución espiritual, para por fin reclamar los principios de armonía de justicia.
Incluso ante la hegemonía ideológica, el individuo empieza a sentirse engañado por lo que puede calificarse como el fenómeno de la moralidad “Miami Vice”. La mencionada serie televisiva intenta mostrar que el tráfico de cocaína es un crimen, a la misma vez que muestra a narcotraficantes rodeados de bellas mujeres, fabulosos autos y lujosas mansiones; la máxima expresión del sueño norteamericano. Esta intención conductista de regir el comportamiento humano bajo principios que contradicen sus más altos valores - el poder y el dinero – es una receta para el cinismo. Ante estas burdas contradicciones, el ciudadano empieza a mostrar desilusión hacia un sistema democrático en el cual las dinámicas de poder y de decisiones se basan cada vez más en el poder económico del individuo o conglomerado industrial. Se comienza a observar con gran nitidez la corrupción del sistema político, en el cual grandes potentados tienen la capacidad de comprar a jueces y senadores. Esta desilusión del pueblo norteamericano esta ilustrada por la apatía política de su población.
El conformismo cultural y político de nuestra era, el nihilismo de las nuevas generaciones, emite señales equivocadas que impiden concebir la revolución espiritual que nos depara el siglo próximo. Creemos que tanto las dinámicas ideológicas del juego político, como la realidad cultural actual, son invariables. Sin embargo, la revolución espiritual y cultural del próximo siglo ha de nacer al margen del conflicto ideológico que hoy rige el clima político mundial. Los cambios que se han de dar a nivel global estarán determinados por factores ecológicos. Es decir, el cambio será impulsado por una crisis que ha de demandar reestructurar la organización social para permitir nuestra supervivencia física. Una metáfora bíblica ilustra nuestro predicamento: el hombre aún come del fruto del saber. Aún estamos empecinados con un desarrollo tecnológico, el cual a la vez que permite el funcionamiento del complejo industrial mundial (capitalista o comunista), lleva a la humanidad al abismo ecológico. El hombre, con su capacidad inventiva y creadora, ha creado a su vez los instrumentos que permiten su extinción. En otras palabras aún no hemos sido expulsados del paraíso terrenal, pero estamos a punto de así serlo.
Ante este proceso histórico inevitable, cometemos el error de asimilar, sin cuestionamiento, lo que percibimos de la experiencia occidental; sobre todo cuando asimilamos sin comprender el complejo proceso cultural que han gestado modelos extranjeros. Al no percibir toda la complejidad del proceso evolutivo de nuestro planeta, deslumbrados por el fenómeno histórico de la era de “Reagan”, dejamos de considerar el precio que nuestra inercia intelectual, conducida por valores históricamente caducos, impone sobre nuestra propia tradición cultural. Es ante esta ofuscación histórica que nuestros políticos se dan el lujo de polarizar a nuestra población en una tendencia que peyorativamente clasifican de “populista” y otra “modernista”, términos que sutilmente reflejan una realidad y una injusticia que data desde la colonia.
Lo que sucede en Bolivia es que en 1989 aún podemos darnos el lujo de prorrogar esta dicotomía étnica y social, aún podemos postergar la búsqueda de una identidad nacional auténtica que asimile a todos los bolivianos. Nadie cuestiona la eminente necesidad de nuestro pueblo de lograr una rápida industrialización. Sin embargo, incluso para establecer un capitalismo funcional, es imperativo integrar a la población - no sólo en el proceso económico - también en el proceso político y cultural. La sociedad occidental tiene muchos aspectos rescatables, uno de ellos es la paulatina superación del racismo y la discriminación, aún cuando se logre esta conciencia en términos de eficiencia. Nuestro reto, por lo tanto es mirar más allá del presente contexto histórico. Debemos evaluar, compenetrados en nuestra propia realidad, el precio - en términos humanos - del proceso neoliberal. Sólo de esta manera podemos asimilar lo positivo de la experiencia occidental y evitar a la vez la profundización de nuestro problema social. De otra manera corremos el riesgo de exasperar el potencial de conflicto social que por naturaleza posee nuestra sociedad. El mundo, en ambos campos ideológicos, se encuentra en un proceso de cuestionamientos de los principios y valores que rigen a sus sociedades. El planeta se encuentra en un proceso de transformación, de un radical cambio de actitudes. En Bolivia también debemos cambiar las actitudes sociales que hemos heredado de la colonia. De lo contrario, al pretender abrir el surco que permite del crecimiento económico – sin superar las contradicciones políticas y culturales internas - hemos de empedrar también el camino a la hostilidad.
Epilogo Escrito Junio 2009
Una de las lecciones de los últimos 20 años es que es el verdadero falso ídolo de nuestra era es la dualidad. Por diseño del cerebro humano y arquitectura cognitiva, el dolor existencial que ocasiona una mezquindad, conduce a la simetría de ser igualmente miserables, una fuerza natural que impele a destruir la otredad. Ante el vacío conceptual que impide realmente comprender y aceptar la complementariedad del universo, es más fácil ser vilmente arrastrados al derrotero de opciones binarias, como si fuese posible extirpar instintos básicos de supervivencia. El meollo del asunto es el “egoísmo”. El ser humano no es esencialmente “egoísta” ni “solidario”. ¡Es ambos! Y necesita ser ambos. Un ser humano sin la capacidad de manifestar su enfado con aquellos que violan normas de convivencia tampoco puede ejercer su empatía. Incluso el chisme – tan odiado y ejercido a la vez por todos – cumple una función en sostener el tejido social. Pero nos resulta fácil condenar la paja ajena, incapaces de observar el leño que cargamos en el ojo. Sera consuelo de los hipócritas escuchar que sin hipocresía tampoco es posible lograr un equilibrio en el orden moral. El orden social requiere de todo el arsenal de conductas conferidas por el proceso evolutivo y gracia divina de Dios.
El planeta se torna gradualmente más solidario, cada vez más entrelazado por comunidades crecientemente conscientes de injusticias políticas, deficiencias sistémicas y crisis ecológica. La maldad propia del egoísmo miope, sin embargo, esta aun lejos de ser eliminada. Limitaciones lingüísticas e ideológicas obstaculizan una mejor comprensión del predicamento. Dualidades, al igual que la ideología, siguen siendo manipuladas, como siempre en nombre del poder. A la humanidad aun le queda un largo trecho para reconciliar el interés de largo plazo del individuo y la comunidad, una visión integral que logre reconciliar supuestos opuestos. La cultura que se está gestando en todo rincón del planeta refleja el impulso de actuar dentro de confines delineadnos por una ética de convivencia, iniciativa personal, responsabilidad cívica, sustentabilidad y reciprocidad. El concepto que captura este espíritu es “interés personal iluminado”, una palabra que releja un equilibrio entre la parte y el todo, que denota la capacidad humana de velar simultáneamente por el bien de la familia y de la comunidad. Esa palabra rompe la dualidad entre egoísmo y solidaridad, pero no forma aun parte de nuestra discusión política, o léxico elemental. Es más fácil vender al pueblo la noción que toda empresa e inversión privada está contaminada por el vicio de la mezquindad. Pero una vendetta metafísica e ignorante contra el “egoísmo” es un agenda igualmente mezquina, que se encuentra lejísimo de reflejar un interés personal iluminado. Entre lamentos revolucionarios y arengas contra el capitalismo, la dualidad de los nuevos poderosos oculta su propio egoísmo y angurria personal. Así había sido la naturaleza humana.
Flavio Machicado Terán
Prologo
Este artículo inédito fue escrito en enero de 1990. En los casi 20 años que han transcurrido, el autor ha adquirido información y conocimiento que han transformado su comprensión - no tanto del predicamento - sino sobre la mejor manera cómo podemos resolverlo. El escrito es testamento de aquello que una mente con un bajo nivel de instrucción y gran idealismo es capaz de rebuznar. Algunos planteamientos siguen siendo acertados después de 20 años, otros son burradas producto de la ignorancia.
Artículo Escrito Enero, 1990
El instinto consumista que practican beatos de la nueva religión apaga la espontaneidad de nuestra buena voluntad, mientras que el recuerdo de amargas navidades sin dinero siguen dejado un agrio sabor a dólar. Mientras, los sacerdotes de nuestra era - economistas, científicos y politólogos del industrialismo – siguen diseñando los principios y tecnologías que permitirán el continuo crecimiento económico: panacea de la condición humana. Y así, la tradición judeo-cristiana se diluye sutilmente al compás de golpes en el pecho, ante el pragmático materialismo que demanda la modernidad. La codicia y el egoísmo se convierten en los principios más altos del orden social. El crecimiento económico se transforma en una imperiosa necesidad para el funcionamiento del mercado: eje filosófico del sistema de valores occidentales. Cuestionar el progreso material del hombre en los términos que ha determinado la obstinada búsqueda de máxima utilidad es una herejía; una herejía que no puedo evitar.
Cuestionar el afán de ciegamente buscar fuentes de explotación industrial no es lo mismo que despreciar la creación de abundancia material. Lo que aquí preocupa es que – en nuestra obstinada búsqueda de riqueza – hemos invertido valores. Mientras la felicidad humana era el añorado fin y el crecimiento económico el medio necesario, hoy el orden de prioridades es a la inversa: el crecimiento económico es el fin y máximo objetivo. Se cree que el bienestar espiritual ha de derivarse por inercia de los bienes materiales. Se consigue de esta manera subyugar a la ideología y amor por la sabiduría al pragmatismo detrás de la ley de la oferta y la demanda.
La experiencia de las sociedades occidentales - y especialmente de los Estados Unidos - nos permite observar el costo en términos humanos de esta filosofía materialista. En el mundo industrializado se da el fenómeno de la objetivización de las relaciones personales. Se da una frenética individualidad que permite una máxima movilidad física de recursos humanos, a la vez que determina un desprendimiento de dinámicas emocionales básicas del ser humano, como ser la empatía. Las dinámicas del mercado, a su vez, establecen el concepto de utilidad como única referencia y principio que rigen la conducta. Esto crea una insensibilidad social que, por ejemplo, busca solucionar el problema de la discriminación racial y de género al margen del concepto de justicia. Más bien, se define la reversión de esa discriminación en términos de las ineficiencias que dichas injusticias crean en el mercado.
Nuestra sociedad no se encuentra impermeable a este devenir histórico y a la consecuente “evolución” de valores. El desarrollo de medios de comunicación sumamente sofisticados nos conecta a los acontecimientos del mundo occidental en “vivo y directo”. En nuestro país, tanto la actual generación gobernante como la juventud, buscan ávidamente señales del norte que den luz al arduo camino que nuestra patria hoy emprende. Nuestra servil dependencia exaspera este fenómeno y crea una hiper-sensibilidad a todo principio que resulte de la experiencia occidental, especialmente si la conducta ha demostrado ser rentable. El “éxito” de la política neoliberal, conjuntamente con la caída del bloque del Este, glorifica la tradición capitalista y el sistema de valores que ésta ha determinado. Lejos de cuestionar las deficiencias de ese sistema y la crisis espiritual que el modelo ha suscitado, nos encontramos enceguecidos por su magnanimidad y benevolencia material.
En el fracaso del eje soviético de imponer su hegemonía creemos haber visualizado en su antítesis – el modelo capitalista - la supuesta cúspide de la organización humana. El problema de la existencia huma se ha reducido a formulas de crecimientos económico, mientras que todo cuestionamiento ideológico es tildado como demagógico, o simplemente idealista; nunca como espiritual o filosófico. Sin embargo, cometemos un error en nuestra ciega convicción, ya que afanadamente seguimos a un sistema que esta destinado a una profunda reestructuración en su lógica interna.
El argumento es simple: las dinámicas del sistema capitalista demandan un crecimiento indefinido, superior al ritmo de su crecimiento poblacional. Para mantenerse en equilibrio, el sistema se ve obligado a promover una demanda artificial, a su vez creada por un adoctrinamiento consumista. El imperativo de crecimiento indefinido dentro del contexto finito de nuestro planeta - que posee una capacidad limitada de renovación física - crea un conflicto entre los intereses del sistema financiero y la misma supervivencia de nuestra especie. El problema del medio ambiente, ya evidente, conjuntamente a la imposibilidad de los Estados Unidos de lograr la añorada hegemonía mundial ante la inevitable división de hegemonías mundiales con el Japón, la Comunidad Europea, URSS y China, han de diluir la influencia del sistema de valores soberbiamente impuesto sobre el planeta por el capitalismo, cuando deba enfrentarse a una realidad política, ecológica y cultural mucho más compleja que la que vivimos hoy.
Paralelamente a la transformación del sistema capitalista, es cada vez más evidente que en la sociedad occidental el espíritu del individuo se encuentra cada vez más acongojado existencialmente. Este proceso sucede debido a contradicciones entre los valores humanos que demanda el sistema de competencia perfecta y la tradición judeo-cristiana, la cual inútilmente intenta sanear la superficialidad nihilista de nuestra era. Esta tradición religiosa promueve una empatía entre los seres humanos, la cual es incompatible con las dinámicas de supervivencia en el mercado. Es así que la evolución del espíritu humano y de los valores que optimizan las relaciones entre los hombres y mujeres, debe ceder paso al pragmatismo materialista de la utilidad; un pragmatismo cuyo único dios y principio es el dólar.
No obstante su jaula de oro, el espíritu del mundo occidental empieza a sentir la necesidad de revelarse contra un orden que determina, utilizando falsas banderas de libertad y democracia, que las decisiones sobre la utilización de recursos naturales sean tomadas por las máximas expresiones del capital y la codicia (una manifestación de la democracia del dólar). Las dinámicas de poder determinan que las decisiones que afectan el propio aire que respiramos y agua que bebemos sean tomadas por los grandes conglomerados económicos, en función de conceptos de lucro, no sobre la base de una racionalidad que garantice la supervivencia del ser humano. Cohibidos por la ubicuidad del actual orden político, económico y cultural, no concebimos un cuestionamiento al orden de valores que de lugar a una revolución espiritual, para por fin reclamar los principios de armonía de justicia.
Incluso ante la hegemonía ideológica, el individuo empieza a sentirse engañado por lo que puede calificarse como el fenómeno de la moralidad “Miami Vice”. La mencionada serie televisiva intenta mostrar que el tráfico de cocaína es un crimen, a la misma vez que muestra a narcotraficantes rodeados de bellas mujeres, fabulosos autos y lujosas mansiones; la máxima expresión del sueño norteamericano. Esta intención conductista de regir el comportamiento humano bajo principios que contradicen sus más altos valores - el poder y el dinero – es una receta para el cinismo. Ante estas burdas contradicciones, el ciudadano empieza a mostrar desilusión hacia un sistema democrático en el cual las dinámicas de poder y de decisiones se basan cada vez más en el poder económico del individuo o conglomerado industrial. Se comienza a observar con gran nitidez la corrupción del sistema político, en el cual grandes potentados tienen la capacidad de comprar a jueces y senadores. Esta desilusión del pueblo norteamericano esta ilustrada por la apatía política de su población.
El conformismo cultural y político de nuestra era, el nihilismo de las nuevas generaciones, emite señales equivocadas que impiden concebir la revolución espiritual que nos depara el siglo próximo. Creemos que tanto las dinámicas ideológicas del juego político, como la realidad cultural actual, son invariables. Sin embargo, la revolución espiritual y cultural del próximo siglo ha de nacer al margen del conflicto ideológico que hoy rige el clima político mundial. Los cambios que se han de dar a nivel global estarán determinados por factores ecológicos. Es decir, el cambio será impulsado por una crisis que ha de demandar reestructurar la organización social para permitir nuestra supervivencia física. Una metáfora bíblica ilustra nuestro predicamento: el hombre aún come del fruto del saber. Aún estamos empecinados con un desarrollo tecnológico, el cual a la vez que permite el funcionamiento del complejo industrial mundial (capitalista o comunista), lleva a la humanidad al abismo ecológico. El hombre, con su capacidad inventiva y creadora, ha creado a su vez los instrumentos que permiten su extinción. En otras palabras aún no hemos sido expulsados del paraíso terrenal, pero estamos a punto de así serlo.
Ante este proceso histórico inevitable, cometemos el error de asimilar, sin cuestionamiento, lo que percibimos de la experiencia occidental; sobre todo cuando asimilamos sin comprender el complejo proceso cultural que han gestado modelos extranjeros. Al no percibir toda la complejidad del proceso evolutivo de nuestro planeta, deslumbrados por el fenómeno histórico de la era de “Reagan”, dejamos de considerar el precio que nuestra inercia intelectual, conducida por valores históricamente caducos, impone sobre nuestra propia tradición cultural. Es ante esta ofuscación histórica que nuestros políticos se dan el lujo de polarizar a nuestra población en una tendencia que peyorativamente clasifican de “populista” y otra “modernista”, términos que sutilmente reflejan una realidad y una injusticia que data desde la colonia.
Lo que sucede en Bolivia es que en 1989 aún podemos darnos el lujo de prorrogar esta dicotomía étnica y social, aún podemos postergar la búsqueda de una identidad nacional auténtica que asimile a todos los bolivianos. Nadie cuestiona la eminente necesidad de nuestro pueblo de lograr una rápida industrialización. Sin embargo, incluso para establecer un capitalismo funcional, es imperativo integrar a la población - no sólo en el proceso económico - también en el proceso político y cultural. La sociedad occidental tiene muchos aspectos rescatables, uno de ellos es la paulatina superación del racismo y la discriminación, aún cuando se logre esta conciencia en términos de eficiencia. Nuestro reto, por lo tanto es mirar más allá del presente contexto histórico. Debemos evaluar, compenetrados en nuestra propia realidad, el precio - en términos humanos - del proceso neoliberal. Sólo de esta manera podemos asimilar lo positivo de la experiencia occidental y evitar a la vez la profundización de nuestro problema social. De otra manera corremos el riesgo de exasperar el potencial de conflicto social que por naturaleza posee nuestra sociedad. El mundo, en ambos campos ideológicos, se encuentra en un proceso de cuestionamientos de los principios y valores que rigen a sus sociedades. El planeta se encuentra en un proceso de transformación, de un radical cambio de actitudes. En Bolivia también debemos cambiar las actitudes sociales que hemos heredado de la colonia. De lo contrario, al pretender abrir el surco que permite del crecimiento económico – sin superar las contradicciones políticas y culturales internas - hemos de empedrar también el camino a la hostilidad.
Epilogo Escrito Junio 2009
Una de las lecciones de los últimos 20 años es que es el verdadero falso ídolo de nuestra era es la dualidad. Por diseño del cerebro humano y arquitectura cognitiva, el dolor existencial que ocasiona una mezquindad, conduce a la simetría de ser igualmente miserables, una fuerza natural que impele a destruir la otredad. Ante el vacío conceptual que impide realmente comprender y aceptar la complementariedad del universo, es más fácil ser vilmente arrastrados al derrotero de opciones binarias, como si fuese posible extirpar instintos básicos de supervivencia. El meollo del asunto es el “egoísmo”. El ser humano no es esencialmente “egoísta” ni “solidario”. ¡Es ambos! Y necesita ser ambos. Un ser humano sin la capacidad de manifestar su enfado con aquellos que violan normas de convivencia tampoco puede ejercer su empatía. Incluso el chisme – tan odiado y ejercido a la vez por todos – cumple una función en sostener el tejido social. Pero nos resulta fácil condenar la paja ajena, incapaces de observar el leño que cargamos en el ojo. Sera consuelo de los hipócritas escuchar que sin hipocresía tampoco es posible lograr un equilibrio en el orden moral. El orden social requiere de todo el arsenal de conductas conferidas por el proceso evolutivo y gracia divina de Dios.
El planeta se torna gradualmente más solidario, cada vez más entrelazado por comunidades crecientemente conscientes de injusticias políticas, deficiencias sistémicas y crisis ecológica. La maldad propia del egoísmo miope, sin embargo, esta aun lejos de ser eliminada. Limitaciones lingüísticas e ideológicas obstaculizan una mejor comprensión del predicamento. Dualidades, al igual que la ideología, siguen siendo manipuladas, como siempre en nombre del poder. A la humanidad aun le queda un largo trecho para reconciliar el interés de largo plazo del individuo y la comunidad, una visión integral que logre reconciliar supuestos opuestos. La cultura que se está gestando en todo rincón del planeta refleja el impulso de actuar dentro de confines delineadnos por una ética de convivencia, iniciativa personal, responsabilidad cívica, sustentabilidad y reciprocidad. El concepto que captura este espíritu es “interés personal iluminado”, una palabra que releja un equilibrio entre la parte y el todo, que denota la capacidad humana de velar simultáneamente por el bien de la familia y de la comunidad. Esa palabra rompe la dualidad entre egoísmo y solidaridad, pero no forma aun parte de nuestra discusión política, o léxico elemental. Es más fácil vender al pueblo la noción que toda empresa e inversión privada está contaminada por el vicio de la mezquindad. Pero una vendetta metafísica e ignorante contra el “egoísmo” es un agenda igualmente mezquina, que se encuentra lejísimo de reflejar un interés personal iluminado. Entre lamentos revolucionarios y arengas contra el capitalismo, la dualidad de los nuevos poderosos oculta su propio egoísmo y angurria personal. Así había sido la naturaleza humana.
sábado, 6 de junio de 2009
Libertad por Excelencia
Un ventrílocuo mete la mano por detrás para pretender que habla su muñeco. La ilusión le confiere al ventrílocuo derecho a tener la primera, segunda y última palabra. No tiene sentido hacerle preguntas a una marioneta, porque su boca se mueve al compás de un pensamiento ajeno. Pero el truco es tan real, que pareciera que el títere tiene voluntad propia. Si en una mala jugarreta del destino tuviésemos que debatir con un títere, algo de las intenciones ocultas podremos dilucidar de sus respuestas, incluso si lo que sale de su boca es inducido por el que jala sus entrañas. Escuchar lo que puede decirnos una marioneta es mejor que quedarse en el absoluto silencio de la oscuridad mental.
Durante varias dictaduras militares, Bolivia seguía siendo llamada un “república”, aunque en realidad vivíamos bajo el peso y contrapeso de la culata de un fusil. Durante los oscuros años de dictaduras de derecha no tuvimos derecho a siquiera chistear, mucho menos opinar abiertamente. Si una nueva dictadura de izquierda llegase cambiarle a Bolivia el nombre, o empezara a desmantelar la democracia, sería manifestación de gran involución de nuestro pueblo si - de entrada - nos sentimos derrotados. No pudieron contener nuestro espíritu republicano con tanquetas y torturas, ¿lograron derrotarlo ahora con exquisiteces semánticas?
El pueblo boliviano ha ganado la libertad incluso de despreciar sus libertades. Si no tenemos apetito de conocimiento y confiamos ciegamente en las recetas que nos venden los poderosos, esa es una opción legítima que nadie nos puede negar. El hecho que seamos libres de indagar sobre la naturaleza de las cosas no quiere decir que estemos obligados a tener la mínima curiosidad de así hacerlo. El pueblo se ha quedado impávido ante un Gobierno dedicado a avanzar una agenda política; un lujo que le permite la bonanza económica del año pasado, una victoria pírrica y pasajera. La caída en los precios de las materias primas y nuestra endeble capacidad de exportar siquiera gas nos colocan en ruta a un bache económico, mientras nuestros mandatarios están enfrascados en una guerra de consignas con quien se le cruce en su proyecto hegemónico y “humanista”. Sin recursos intelectuales para entender el atolladero, con una economía personal que de “muy pobre” lo peor que le puede pasar al individuo es ahora ser 20% más pobre de lo que era el año pasado, no debe sorprender a nadie si el pueblo no siente la necesidad de escuchar a los candidatos a la Presidencia contestar preguntas. Si ser pobre es la condición natural del pueblo, quedar en el analfabetismo político es un derecho que nos imponemos sin saberlo.
La mayor tiranía no la impone un Gobierno; la mayor tiranía es la que impone la ignorancia. Los casos de comunidades esclavizadas por el canto de sirena de un supuesto redentor son varios, el más célebre tal vez el de Jim Jones en Guyana. En la utopía de la selva tropical, miles de hermanos que habían comulgado y celebrado juntos apenas horas antes, fueron inducidos a morir envenenados. Bajo la promesa de un destino mejor, enceguecido por su fe en el profeta y esclavizado por su ignorancia, el ser humano es capaz del suicidio colectivo. El ser humano es cada vez menos propenso a caer en la telaraña de carismáticos charlatanes que embaucan – con las mejores intenciones – a inmolarse en vida a sus insospechados feligreses. Pero no es inmune a la demencia colectiva.
No es por maldad que los profetas encausan a sus pueblos hacia la auto-destrucción. Si el profeta dirige al rebaño hacia el abismo, es porque realmente cree que si sigue dando pasos en la dirección equivocada, un milagro ha de elevarlos a todos aquellos que ciegamente obedecen sus dictados. Pero incluso un registro histórico de miles de casos de burdas manipulaciones, no evitan que todos los días miles de almas que buscan desesperadamente redención se conviertan en títeres de premisas que han demostrado – una y otra vez – ser contraproducentes a sus más nobles intenciones. Ignorar las lecciones del pasado – bajo la excusa o promesa de una fe ciega – es una opción que asumen millones de individuos cansados de una vida sin sabor.
Despreciar el debate político es también una opción. Al pueblo se lo ha avasallado precisamente bajo el yugo de la ignorancia. El trabajo difícil es sacudirnos la apatía, asumir responsabilidad por el pasado y educarnos sobre el valor de la iniciativa personal. En el pasado, ese derecho a auto-superarse fue recinto exclusivo de élites, cuya mejor carrera hacia la prosperidad era mediante la metástasis de grupitos de poder cuya única misión era meterse la mayor cantidad de mondas en el bolsillo. A los poderosos de ayer no les importó un rábano crear una simbiosis entre la educación, superación individual, igualdad y justicia. Acostumbrados a mamar de la teta del Estado, permitieron que el pueblo se acostumbre a una similar - aunque muchísimo más servil - dependencia.
Superar el letargo intelectual y corruptas dinámicas psicológicas que nos hacen prisioneros de una mediocridad bañada en alcohol y cocaína, es un trabajo que ha de tomar siquiera 20 años. Esa discusión nunca fue incentivada en nuestro podrido entorno político en el pasado, ni será una discusión que estamos dispuestos a sostener hoy; si acaso porque dejaría en claro el abandono intelectual al que fue sometido el pueblo boliviano. La discusión sobre como rescatar a la juventud de las garras de la mediocridad se reiniciara algún día, en el seno de futuras generaciones, que discutirán sobre el futuro de nuestros bisnietos. Y si bien el modelo cubano de adoctrinar, premiando a maestros que cumplen sus “misiones” de crear siervos del Estado convencidos en que algún día llegará la redención a su pobreza seguramente será aquí replicado, tenemos herramientas que impide bloqueen como en Cuba acceso al conocimiento.
En Cuba han esperado medio siglo que por fin caigan los frutos de la revolución. Con la inexorable apertura comercial de Cuba e implícito reconocimiento de una obstinada aplicación de políticas basadas en premisas incorrectas, una nueva generación de cubanos podrá por fin demostrar al mundo sus verdaderas capacidades. Esa experiencia está muy cerca de convertirse en “evidente”, incluso ante los ojos de los más fieles y abnegados feligreses que siguen esperando el milagro de Fidel. La evidencia ayudará evitar que otros sigamos tropezando con la misma profecía. Desperdiciar la amarga experiencia y cautiverio de otros pueblos es un lujo a medias que el pueblo boliviano no podrá darse mucho tiempo más.
El conocimiento es la libertad por excelencia. No obstante, nadie, ni siquiera nuestra Excelencia, puede ser obligado a buscar la excelencia intelectual. Si nuestra Excelencia demuestra no tenerla, ni desearla, esa es su legítima elección. Es muy posible que la ignorancia siga siendo explotada y manipulada durante otros 20 años. Pero si no pudieron someter al pueblo con fusiles, mucho menos podrán insultar indefinidamente la inteligencia colectiva. Si por el momento ha sido posible ir en contrasentido del resto del planeta – gracias a que las estrellas se han alineado para crear la ilusión de una reivindicación sobre la base del racismo y mediocridad – el truco que la coyuntura hizo posible momentáneamente ni siquiera las profecías mayas del 2012 lograrán sostener durante tiempo indefinido.
El trabajo de debatir y presentar premisas coherentes es un proyecto amargo, que no reditúa en el corto plazo otras cosas que no sean frustración y cansancio. Tal vez sea demasiado ambicioso pedirles a nuestros líderes políticos el mínimo pundonor de darse a molestia de inducir entre ellos un verdadero debate. El único debate que les interesa es aquel que – ellos bien suponen – puede redituarle los votos que se traducen en poder personal. El debate, si es que hay uno, será una crítica a la gestión inexistente de un Gobierno que – en lugar de gobernar – ha perdido nuestro tiempo en una permanente campaña proselitista.
Discutir temas de fondo, como ser el equilibrio entre la iniciativa personal y la solidaridad colectiva; incentivos y derechos; intercambio comercial y desarrollo autárquico, han de seguir siendo debates marginales entre académicos y estudiantes marginados. La buena noticia es que – paso a paso – un conocimiento más integral y menos dogmático se ha de ir gestando. Si nos toma 20 año lograr que el pueblo participe del debate, es poco tiempo en relación al tiempo que el pueblo estuvo (y esta) sometido a la ignorancia. Afortunadamente, vivimos en un mundo en el cual es prácticamente imposible contener el ímpetu de la información.
Si bien es cierto que con la ignorancia nos traen sugestionados, con modelos importados, que no son la solución; para crear títeres hay que meterle al pueblo la mano por atrás, o por lo menos meterle unas monedas en el bolsillo. Con tanta ignorancia no tendrán la capacidad de seguir metiéndonos durante mucho tiempo ninguna de las dos. Lo único que han de lograr en el largo plazo es seguir metiéndonos la mano en el bolsillo. Con todo y mediocridad de gestión y agendas neo-racistas que frenan el desarrollo colectivo, serán siquiera 20 años de oscuridad antes de que el pueblo se ilumine. En contraste a los años de abandono, veinte años es un abrir y cerrar de ojos. El verdadero truco será que los poderosos del oficialismo y oposición se den la molestia de ilustrar al pueblo con ideas, en lugar de manipularlo con consignas. Pero los políticos son muñecos de su propia ambición personal, por lo que pretender encaminar al pueblo hacia la excelencia intelectual es la ilusión suprema.
Durante varias dictaduras militares, Bolivia seguía siendo llamada un “república”, aunque en realidad vivíamos bajo el peso y contrapeso de la culata de un fusil. Durante los oscuros años de dictaduras de derecha no tuvimos derecho a siquiera chistear, mucho menos opinar abiertamente. Si una nueva dictadura de izquierda llegase cambiarle a Bolivia el nombre, o empezara a desmantelar la democracia, sería manifestación de gran involución de nuestro pueblo si - de entrada - nos sentimos derrotados. No pudieron contener nuestro espíritu republicano con tanquetas y torturas, ¿lograron derrotarlo ahora con exquisiteces semánticas?
El pueblo boliviano ha ganado la libertad incluso de despreciar sus libertades. Si no tenemos apetito de conocimiento y confiamos ciegamente en las recetas que nos venden los poderosos, esa es una opción legítima que nadie nos puede negar. El hecho que seamos libres de indagar sobre la naturaleza de las cosas no quiere decir que estemos obligados a tener la mínima curiosidad de así hacerlo. El pueblo se ha quedado impávido ante un Gobierno dedicado a avanzar una agenda política; un lujo que le permite la bonanza económica del año pasado, una victoria pírrica y pasajera. La caída en los precios de las materias primas y nuestra endeble capacidad de exportar siquiera gas nos colocan en ruta a un bache económico, mientras nuestros mandatarios están enfrascados en una guerra de consignas con quien se le cruce en su proyecto hegemónico y “humanista”. Sin recursos intelectuales para entender el atolladero, con una economía personal que de “muy pobre” lo peor que le puede pasar al individuo es ahora ser 20% más pobre de lo que era el año pasado, no debe sorprender a nadie si el pueblo no siente la necesidad de escuchar a los candidatos a la Presidencia contestar preguntas. Si ser pobre es la condición natural del pueblo, quedar en el analfabetismo político es un derecho que nos imponemos sin saberlo.
La mayor tiranía no la impone un Gobierno; la mayor tiranía es la que impone la ignorancia. Los casos de comunidades esclavizadas por el canto de sirena de un supuesto redentor son varios, el más célebre tal vez el de Jim Jones en Guyana. En la utopía de la selva tropical, miles de hermanos que habían comulgado y celebrado juntos apenas horas antes, fueron inducidos a morir envenenados. Bajo la promesa de un destino mejor, enceguecido por su fe en el profeta y esclavizado por su ignorancia, el ser humano es capaz del suicidio colectivo. El ser humano es cada vez menos propenso a caer en la telaraña de carismáticos charlatanes que embaucan – con las mejores intenciones – a inmolarse en vida a sus insospechados feligreses. Pero no es inmune a la demencia colectiva.
No es por maldad que los profetas encausan a sus pueblos hacia la auto-destrucción. Si el profeta dirige al rebaño hacia el abismo, es porque realmente cree que si sigue dando pasos en la dirección equivocada, un milagro ha de elevarlos a todos aquellos que ciegamente obedecen sus dictados. Pero incluso un registro histórico de miles de casos de burdas manipulaciones, no evitan que todos los días miles de almas que buscan desesperadamente redención se conviertan en títeres de premisas que han demostrado – una y otra vez – ser contraproducentes a sus más nobles intenciones. Ignorar las lecciones del pasado – bajo la excusa o promesa de una fe ciega – es una opción que asumen millones de individuos cansados de una vida sin sabor.
Despreciar el debate político es también una opción. Al pueblo se lo ha avasallado precisamente bajo el yugo de la ignorancia. El trabajo difícil es sacudirnos la apatía, asumir responsabilidad por el pasado y educarnos sobre el valor de la iniciativa personal. En el pasado, ese derecho a auto-superarse fue recinto exclusivo de élites, cuya mejor carrera hacia la prosperidad era mediante la metástasis de grupitos de poder cuya única misión era meterse la mayor cantidad de mondas en el bolsillo. A los poderosos de ayer no les importó un rábano crear una simbiosis entre la educación, superación individual, igualdad y justicia. Acostumbrados a mamar de la teta del Estado, permitieron que el pueblo se acostumbre a una similar - aunque muchísimo más servil - dependencia.
Superar el letargo intelectual y corruptas dinámicas psicológicas que nos hacen prisioneros de una mediocridad bañada en alcohol y cocaína, es un trabajo que ha de tomar siquiera 20 años. Esa discusión nunca fue incentivada en nuestro podrido entorno político en el pasado, ni será una discusión que estamos dispuestos a sostener hoy; si acaso porque dejaría en claro el abandono intelectual al que fue sometido el pueblo boliviano. La discusión sobre como rescatar a la juventud de las garras de la mediocridad se reiniciara algún día, en el seno de futuras generaciones, que discutirán sobre el futuro de nuestros bisnietos. Y si bien el modelo cubano de adoctrinar, premiando a maestros que cumplen sus “misiones” de crear siervos del Estado convencidos en que algún día llegará la redención a su pobreza seguramente será aquí replicado, tenemos herramientas que impide bloqueen como en Cuba acceso al conocimiento.
En Cuba han esperado medio siglo que por fin caigan los frutos de la revolución. Con la inexorable apertura comercial de Cuba e implícito reconocimiento de una obstinada aplicación de políticas basadas en premisas incorrectas, una nueva generación de cubanos podrá por fin demostrar al mundo sus verdaderas capacidades. Esa experiencia está muy cerca de convertirse en “evidente”, incluso ante los ojos de los más fieles y abnegados feligreses que siguen esperando el milagro de Fidel. La evidencia ayudará evitar que otros sigamos tropezando con la misma profecía. Desperdiciar la amarga experiencia y cautiverio de otros pueblos es un lujo a medias que el pueblo boliviano no podrá darse mucho tiempo más.
El conocimiento es la libertad por excelencia. No obstante, nadie, ni siquiera nuestra Excelencia, puede ser obligado a buscar la excelencia intelectual. Si nuestra Excelencia demuestra no tenerla, ni desearla, esa es su legítima elección. Es muy posible que la ignorancia siga siendo explotada y manipulada durante otros 20 años. Pero si no pudieron someter al pueblo con fusiles, mucho menos podrán insultar indefinidamente la inteligencia colectiva. Si por el momento ha sido posible ir en contrasentido del resto del planeta – gracias a que las estrellas se han alineado para crear la ilusión de una reivindicación sobre la base del racismo y mediocridad – el truco que la coyuntura hizo posible momentáneamente ni siquiera las profecías mayas del 2012 lograrán sostener durante tiempo indefinido.
El trabajo de debatir y presentar premisas coherentes es un proyecto amargo, que no reditúa en el corto plazo otras cosas que no sean frustración y cansancio. Tal vez sea demasiado ambicioso pedirles a nuestros líderes políticos el mínimo pundonor de darse a molestia de inducir entre ellos un verdadero debate. El único debate que les interesa es aquel que – ellos bien suponen – puede redituarle los votos que se traducen en poder personal. El debate, si es que hay uno, será una crítica a la gestión inexistente de un Gobierno que – en lugar de gobernar – ha perdido nuestro tiempo en una permanente campaña proselitista.
Discutir temas de fondo, como ser el equilibrio entre la iniciativa personal y la solidaridad colectiva; incentivos y derechos; intercambio comercial y desarrollo autárquico, han de seguir siendo debates marginales entre académicos y estudiantes marginados. La buena noticia es que – paso a paso – un conocimiento más integral y menos dogmático se ha de ir gestando. Si nos toma 20 año lograr que el pueblo participe del debate, es poco tiempo en relación al tiempo que el pueblo estuvo (y esta) sometido a la ignorancia. Afortunadamente, vivimos en un mundo en el cual es prácticamente imposible contener el ímpetu de la información.
Si bien es cierto que con la ignorancia nos traen sugestionados, con modelos importados, que no son la solución; para crear títeres hay que meterle al pueblo la mano por atrás, o por lo menos meterle unas monedas en el bolsillo. Con tanta ignorancia no tendrán la capacidad de seguir metiéndonos durante mucho tiempo ninguna de las dos. Lo único que han de lograr en el largo plazo es seguir metiéndonos la mano en el bolsillo. Con todo y mediocridad de gestión y agendas neo-racistas que frenan el desarrollo colectivo, serán siquiera 20 años de oscuridad antes de que el pueblo se ilumine. En contraste a los años de abandono, veinte años es un abrir y cerrar de ojos. El verdadero truco será que los poderosos del oficialismo y oposición se den la molestia de ilustrar al pueblo con ideas, en lugar de manipularlo con consignas. Pero los políticos son muñecos de su propia ambición personal, por lo que pretender encaminar al pueblo hacia la excelencia intelectual es la ilusión suprema.
lunes, 1 de junio de 2009
Reparto de una Parte
El milagro de dar a luz es a su vez el dolor supremo, un dolor que tan solo lo pude entender una mujer. Al precio de incluso la muerte, los mártires de la democracia se sacrificaron para que el pueblo hoy vea respetados sus derechos civiles, entre los cuales está la posibilidad de expresarse sin miedo a la censura o represión. Casi todo el pueblo boliviano celebra las grandes reivindicaciones. En un mundo paralelo, el pueblo unido celebra a Evo Morales, personaje histórico responsable de mantener a la República en paz. Incluso en nuestra actual y surrealista dimensión, algún día casi todos rendiremos homenaje por su invaluable aporte. De no existir Evo, es muy probable que este país hubiese caído en espiral de caos y violencia, producto del cansancio del pueblo hacia el racismo de un orden podrido. En contraste a la violencia que se estaba gestando a principios del actual siglo, el impasse que vivimos ahora es tan solo un agónico y prolongado carnaval.
Cuando el color de la piel lo hace a uno invisible, obligando a rendirle pleitesía a un mocoso por ser de tez más clara, uno siente perderse del milagro de celebrar la vida a plenitud. Es muy difícil sentirse realizado cuando el reflejo en el espejo muestra a un ciudadano de segunda clase. Quien se siente menospreciado, su esencia desvalorada, siente que no tienen nada que perder. Cuesta entender lo que se siente ser discriminado, humillado, ignorado y abandonado a la pobreza. Millones de seres sin amor propio o identidad definida nos cansamos del atropello en las pasadas elecciones. Los líderes del régimen anterior habían fracasado y el desgaste social había adquirido inercia propia, una volatilidad que se organizó por sí sola. Gracias a Evo Morales, esa inercia fue canalizada siquiera un poco, las ganas de regresarles el favor a quienes pisotearon el orgullo de ser indio (pisoteando también su preciada sociedad), fue exitosamente contenida. No hay manera de saber “qué” hubiese pasado si el vacío político de 2003 hubiese dado lugar a un limbo aun mayor. Es fácil quejarse y lanzar epítetos al nuevo orden, porque no vivimos la violencia en la que Bolivia pudo haber fácilmente caído. Algún día entenderemos que, gracias al Presidente Morales, nuestra nación esquivo una bala al corazón.
Si somos incapaces de comprender el caos del que fuimos rescatados gracias al hecho que elegimos al Presidente Morales, por lo menos debemos entender que lo cortés no quita lo valiente. Lo mínimo que podemos hacer por nuestro digno Mandatario es tratarlo con sumo respeto; si tal solo por respeto propio, ya que su investidura representa la unidad orgánica de nuestra sagrada República. A su vez, debemos aprovechar la oportunidad para sentar el precedente de la conducta digna de una oposición madura. Este es el momento para dejar en claro que la oposición política debe actuar con prudencia y contribuir al desarrollo de la nación; no solamente ser quien bloquea toda iniciativa del Gobierno, con el único propósito y “razón de ser” de desestabilizar. Algún día el Presidente Morales habrá de perder una elección. Sería bueno que – utilizando el poder del ejemplo - se le empiece a enseñar cómo actúa una oposición que coloca el interés de Bolivia por encima de la angurria partidista o egolatría personal.
Ser Presidente es una lección que por lo menos equivale a sacar un bachillerato. La próxima elección presidencial será un examen que permitirá al pueblo boliviano entrever exactamente “cuánto” el Presidente Morales realmente ha logrado aprender. Es por ello que debemos inducirlo al debate, para que se vea obligado a defender y demostrar –mediante un diálogo directo y civilizado con los otros aspirantes a la Presidencia - la superioridad de su propuesta y capacidad. Si nuestro Primer Mandatario nos exige aprender a realizar ordenadamente las preguntas, preguntar ordenadamente es lo mínimo que podemos ofrecerle, en muestra de nuestra eterna gratitud. Lo importante será que ahora no tenga más excusas para esquivar el debate; y honre su deber de contestar preguntas ante el pueblo boliviano.
Un niño educado en el seno de una familia budista, mormona o marxista-leninista, aprende primero a decir “mío”. El primer dolor existencial de todo niño del planeta es aprender a compartir sus juguetes con los demás. El apego al juguete será proporcionalmente mayor si el niño nunca tuvo para jugar siquiera un pollito de granja. Casi todo niño aprende luego aprende a compartir. El Presidente Morales aun no aprende a compartir con la otra mitad del pueblo boliviano el espíritu republicano de – juntos – forjar una mejor nación. Su instinto natural es amenazar con llevarse el balón a su casa si no le rendimos absoluta pleitesía. Eso fue lo que aprendió de un régimen racista y prepotente. Esa fue su escuela, la misma escuela en la que se forjaron todos los líderes del pueblo boliviano, sin importar su etnia, ideología o condición social.
Las nuevas generaciones están aprendiendo de los errores del pasado, por lo que el nuevo liderazgo boliviano habrá de asumir un espíritu republicano, entendiendo que las partes en contraposición crean el equilibrio que sostiene a una sociedad pujante. Las nuevas generaciones habrán de entender que el mercado de ideas no puede ser un monopolio autoritario, porque es mediante el diálogo entre partes opuestas que se gestan ideas que funcionan. En este sentido, el liderazgo de Morales es necesario. No podemos darnos el lujo de nuevos vacios políticos. Es por eso que todos debemos aportar para incrementar su espíritu republicano y capacidad intelectual. Si, con sumo respeto, la sociedad civil logra que nuestro Presidente se digne en participar del debate y demuestre su propia “objetividad” e “imparcialidad”, habremos avanzado un poco más nuestras propias libertades. Si bien es cierto que “echando a perder se aprende”, temo que el Presidente Morales empieza a borrar con el codo sus grandes avances y logros en el campo de “reivindicación social”. Su aporte como máximo dirigente de Bolivia hace rato que fue suficiente. Las muchas lecciones que aún le faltan por aprender deberán ahora llegarle como digno líder de la oposición. Si bien hay lecciones que solo entran con sangre, esperemos que - en la nueva Bolivia - la evidencia del hambre y tiempo perdido sean evidencia suficiente para que el pueblo continúe eligiendo la mejor opción.
El hambre se explica sola. El tiempo perdido es más difícil de observar. Para entender exactamente cómo el Presidente Morales utiliza el tiempo del pueblo boliviano, lo primero debemos establecer es que el pueblo tiene todo el derecho de entender - con lujo de detalle - cómo funciona su mente. Por ende, el Presidente Morales debe dejar muy en claro si considera que el pueblo boliviano tiene – o no - derecho a entrar en la cabeza de un político, para observar con lujo de detalle exactamente cuál es el proceso mediante el cual se toman decisiones que afectan el bienestar de todos, e incluso conducen a la muerte. Entre las decisiones que el actual Gobierno ha tomado, es utilizar a la economía como una ficha en una partida de ajedrez. Es cada vez más evidente que la agenda del actual Gobierno es primordialmente política, lo cual representa una gran pérdida de tiempo (y oportunidades) en materia económica. La pregunta que pesa sobre casi todos, por lo tanto es, ¿por qué utiliza su Gobierno el intercambio comercial como peón en un juego de ajedrez geopolítico que empieza a costarle empleos al pueblo boliviano?
Si el Presidente Morales no entiende la pregunta, debemos intentar explicarle - con mucha paciencia y respeto – que para crear empleos necesitamos exportar, algo que hacían nuestros antepasados durante el imperio Inca, mucho antes de sucumbir ante el imperio español, norteamericano y venezolano (en ese orden). Debemos explicarle que condicionar el intercambio comercial con otros pueblos a la agenda ideológica del imperialismo venezolano está costando empleos al pueblo boliviano. Es irónico que sea un ex – Ministro de Educación de su propio Gobierno quien públicamente exhorte al Presidente Morales a tener una visión más integral de la economía. Feliz Patzi explica que “el aparato productivo no sólo puede ser concebido desde la empresa privada o estatal, sino también desde la microempresa individual y familiar y en las empresas de asociación comunal, y ambas son las que realmente generan empleos”. Una lógica accesible a un niño de 10 años permite entrever que el adverbio “también” sirve “para indicar la igualdad, semejanza, conformidad o relación de una cosa con otra ya nombrada”. La conclusión es que Patzi ha aprendido que “también” se requiere de iniciativa privada. Otra conclusión es que Patzi ha aprendido la lección porque ha dejado de ser parte del poder político, un poder que tiene la tendencia a nublarnos la vista.
No será fácil que la prensa, sociedad civil y partidos de la oposición logren superar el cerco que por el momento tiene al Presidente aislado del resto de la sociedad. Si dice que se rehúsa contestar preguntas porque no sabemos hacer preguntas, entonces hay que hacer preguntas como le gusta a Evo, para que no tenga más excusas. Si soy reiterativo, es porque quiero ser absolutamente claro. En esta nueva contienda debemos intentar ser más amplios en nuestras preguntas, para incorporar incluso nuestra comprensión de la naturaleza humana. ¿Somos de la opinión que el poder puede nublar o limitar la visión? ¿Creemos que algunos líderes son inmunes a caer en esa tentación? ¿Entendemos que las leyes han sido creadas precisamente para evitar que una persona o partido monopolice el poder? ¿Se ha perdido el espíritu democrático de pesos y contrapesos? ¿Cuáles son las repercusiones de que un hombre asuma el control total del Estado? Aprender a compartir el poder, a dar lugar a otras ideas, contemplar y aprender de nuestros errores, son lecciones que debe aprender todo el pueblo boliviano, no únicamente el actual Presidente de turno. Casi tendremos una oportunidad más en diciembre del 2009.
El Presidente Morales ha presentado la excusa más absurda para no contestarle al pueblo, argumentando que quienes hacen preguntas lo hacen de una manera desordenada. Su gran aporte a la nación no lo exime de rendir cuentas y brindar explicaciones. A menos que el Presidente Morales empiece a contestar preguntas, el pueblo boliviano no tendrá elementos suficientes para tomar otra vez una buena decisión. Es menester del pueblo, sin embargo, no solamente organizarse bien cuando realiza preguntas, sino hacer preguntas bien organizadas. En este sentido, el tener a la oposición repartida en diez pedazos no es necesariamente contraproducente a hacer mejores preguntas y lograr mejores resultados. Repartir el poder es también repartir las voces que forman parte de una contienda política. Mientras más voces formen parte del debate, mayores las opciones que tendremos para expresar diferentes puntos de vista. Esperemos que los candidatos a la Presidencia, al igual que los periodistas, aprendan a excelentemente debatir con su Excelencia. Preguntando bien se ejercerá la responsabilidad de no permitir que en el próximo reparto del poder los poderosos nos traten como pollitos de granja. Ha dolido demasiado casi ganar el derecho que tiene el pueblo de piar.
Cuando el color de la piel lo hace a uno invisible, obligando a rendirle pleitesía a un mocoso por ser de tez más clara, uno siente perderse del milagro de celebrar la vida a plenitud. Es muy difícil sentirse realizado cuando el reflejo en el espejo muestra a un ciudadano de segunda clase. Quien se siente menospreciado, su esencia desvalorada, siente que no tienen nada que perder. Cuesta entender lo que se siente ser discriminado, humillado, ignorado y abandonado a la pobreza. Millones de seres sin amor propio o identidad definida nos cansamos del atropello en las pasadas elecciones. Los líderes del régimen anterior habían fracasado y el desgaste social había adquirido inercia propia, una volatilidad que se organizó por sí sola. Gracias a Evo Morales, esa inercia fue canalizada siquiera un poco, las ganas de regresarles el favor a quienes pisotearon el orgullo de ser indio (pisoteando también su preciada sociedad), fue exitosamente contenida. No hay manera de saber “qué” hubiese pasado si el vacío político de 2003 hubiese dado lugar a un limbo aun mayor. Es fácil quejarse y lanzar epítetos al nuevo orden, porque no vivimos la violencia en la que Bolivia pudo haber fácilmente caído. Algún día entenderemos que, gracias al Presidente Morales, nuestra nación esquivo una bala al corazón.
Si somos incapaces de comprender el caos del que fuimos rescatados gracias al hecho que elegimos al Presidente Morales, por lo menos debemos entender que lo cortés no quita lo valiente. Lo mínimo que podemos hacer por nuestro digno Mandatario es tratarlo con sumo respeto; si tal solo por respeto propio, ya que su investidura representa la unidad orgánica de nuestra sagrada República. A su vez, debemos aprovechar la oportunidad para sentar el precedente de la conducta digna de una oposición madura. Este es el momento para dejar en claro que la oposición política debe actuar con prudencia y contribuir al desarrollo de la nación; no solamente ser quien bloquea toda iniciativa del Gobierno, con el único propósito y “razón de ser” de desestabilizar. Algún día el Presidente Morales habrá de perder una elección. Sería bueno que – utilizando el poder del ejemplo - se le empiece a enseñar cómo actúa una oposición que coloca el interés de Bolivia por encima de la angurria partidista o egolatría personal.
Ser Presidente es una lección que por lo menos equivale a sacar un bachillerato. La próxima elección presidencial será un examen que permitirá al pueblo boliviano entrever exactamente “cuánto” el Presidente Morales realmente ha logrado aprender. Es por ello que debemos inducirlo al debate, para que se vea obligado a defender y demostrar –mediante un diálogo directo y civilizado con los otros aspirantes a la Presidencia - la superioridad de su propuesta y capacidad. Si nuestro Primer Mandatario nos exige aprender a realizar ordenadamente las preguntas, preguntar ordenadamente es lo mínimo que podemos ofrecerle, en muestra de nuestra eterna gratitud. Lo importante será que ahora no tenga más excusas para esquivar el debate; y honre su deber de contestar preguntas ante el pueblo boliviano.
Un niño educado en el seno de una familia budista, mormona o marxista-leninista, aprende primero a decir “mío”. El primer dolor existencial de todo niño del planeta es aprender a compartir sus juguetes con los demás. El apego al juguete será proporcionalmente mayor si el niño nunca tuvo para jugar siquiera un pollito de granja. Casi todo niño aprende luego aprende a compartir. El Presidente Morales aun no aprende a compartir con la otra mitad del pueblo boliviano el espíritu republicano de – juntos – forjar una mejor nación. Su instinto natural es amenazar con llevarse el balón a su casa si no le rendimos absoluta pleitesía. Eso fue lo que aprendió de un régimen racista y prepotente. Esa fue su escuela, la misma escuela en la que se forjaron todos los líderes del pueblo boliviano, sin importar su etnia, ideología o condición social.
Las nuevas generaciones están aprendiendo de los errores del pasado, por lo que el nuevo liderazgo boliviano habrá de asumir un espíritu republicano, entendiendo que las partes en contraposición crean el equilibrio que sostiene a una sociedad pujante. Las nuevas generaciones habrán de entender que el mercado de ideas no puede ser un monopolio autoritario, porque es mediante el diálogo entre partes opuestas que se gestan ideas que funcionan. En este sentido, el liderazgo de Morales es necesario. No podemos darnos el lujo de nuevos vacios políticos. Es por eso que todos debemos aportar para incrementar su espíritu republicano y capacidad intelectual. Si, con sumo respeto, la sociedad civil logra que nuestro Presidente se digne en participar del debate y demuestre su propia “objetividad” e “imparcialidad”, habremos avanzado un poco más nuestras propias libertades. Si bien es cierto que “echando a perder se aprende”, temo que el Presidente Morales empieza a borrar con el codo sus grandes avances y logros en el campo de “reivindicación social”. Su aporte como máximo dirigente de Bolivia hace rato que fue suficiente. Las muchas lecciones que aún le faltan por aprender deberán ahora llegarle como digno líder de la oposición. Si bien hay lecciones que solo entran con sangre, esperemos que - en la nueva Bolivia - la evidencia del hambre y tiempo perdido sean evidencia suficiente para que el pueblo continúe eligiendo la mejor opción.
El hambre se explica sola. El tiempo perdido es más difícil de observar. Para entender exactamente cómo el Presidente Morales utiliza el tiempo del pueblo boliviano, lo primero debemos establecer es que el pueblo tiene todo el derecho de entender - con lujo de detalle - cómo funciona su mente. Por ende, el Presidente Morales debe dejar muy en claro si considera que el pueblo boliviano tiene – o no - derecho a entrar en la cabeza de un político, para observar con lujo de detalle exactamente cuál es el proceso mediante el cual se toman decisiones que afectan el bienestar de todos, e incluso conducen a la muerte. Entre las decisiones que el actual Gobierno ha tomado, es utilizar a la economía como una ficha en una partida de ajedrez. Es cada vez más evidente que la agenda del actual Gobierno es primordialmente política, lo cual representa una gran pérdida de tiempo (y oportunidades) en materia económica. La pregunta que pesa sobre casi todos, por lo tanto es, ¿por qué utiliza su Gobierno el intercambio comercial como peón en un juego de ajedrez geopolítico que empieza a costarle empleos al pueblo boliviano?
Si el Presidente Morales no entiende la pregunta, debemos intentar explicarle - con mucha paciencia y respeto – que para crear empleos necesitamos exportar, algo que hacían nuestros antepasados durante el imperio Inca, mucho antes de sucumbir ante el imperio español, norteamericano y venezolano (en ese orden). Debemos explicarle que condicionar el intercambio comercial con otros pueblos a la agenda ideológica del imperialismo venezolano está costando empleos al pueblo boliviano. Es irónico que sea un ex – Ministro de Educación de su propio Gobierno quien públicamente exhorte al Presidente Morales a tener una visión más integral de la economía. Feliz Patzi explica que “el aparato productivo no sólo puede ser concebido desde la empresa privada o estatal, sino también desde la microempresa individual y familiar y en las empresas de asociación comunal, y ambas son las que realmente generan empleos”. Una lógica accesible a un niño de 10 años permite entrever que el adverbio “también” sirve “para indicar la igualdad, semejanza, conformidad o relación de una cosa con otra ya nombrada”. La conclusión es que Patzi ha aprendido que “también” se requiere de iniciativa privada. Otra conclusión es que Patzi ha aprendido la lección porque ha dejado de ser parte del poder político, un poder que tiene la tendencia a nublarnos la vista.
No será fácil que la prensa, sociedad civil y partidos de la oposición logren superar el cerco que por el momento tiene al Presidente aislado del resto de la sociedad. Si dice que se rehúsa contestar preguntas porque no sabemos hacer preguntas, entonces hay que hacer preguntas como le gusta a Evo, para que no tenga más excusas. Si soy reiterativo, es porque quiero ser absolutamente claro. En esta nueva contienda debemos intentar ser más amplios en nuestras preguntas, para incorporar incluso nuestra comprensión de la naturaleza humana. ¿Somos de la opinión que el poder puede nublar o limitar la visión? ¿Creemos que algunos líderes son inmunes a caer en esa tentación? ¿Entendemos que las leyes han sido creadas precisamente para evitar que una persona o partido monopolice el poder? ¿Se ha perdido el espíritu democrático de pesos y contrapesos? ¿Cuáles son las repercusiones de que un hombre asuma el control total del Estado? Aprender a compartir el poder, a dar lugar a otras ideas, contemplar y aprender de nuestros errores, son lecciones que debe aprender todo el pueblo boliviano, no únicamente el actual Presidente de turno. Casi tendremos una oportunidad más en diciembre del 2009.
El Presidente Morales ha presentado la excusa más absurda para no contestarle al pueblo, argumentando que quienes hacen preguntas lo hacen de una manera desordenada. Su gran aporte a la nación no lo exime de rendir cuentas y brindar explicaciones. A menos que el Presidente Morales empiece a contestar preguntas, el pueblo boliviano no tendrá elementos suficientes para tomar otra vez una buena decisión. Es menester del pueblo, sin embargo, no solamente organizarse bien cuando realiza preguntas, sino hacer preguntas bien organizadas. En este sentido, el tener a la oposición repartida en diez pedazos no es necesariamente contraproducente a hacer mejores preguntas y lograr mejores resultados. Repartir el poder es también repartir las voces que forman parte de una contienda política. Mientras más voces formen parte del debate, mayores las opciones que tendremos para expresar diferentes puntos de vista. Esperemos que los candidatos a la Presidencia, al igual que los periodistas, aprendan a excelentemente debatir con su Excelencia. Preguntando bien se ejercerá la responsabilidad de no permitir que en el próximo reparto del poder los poderosos nos traten como pollitos de granja. Ha dolido demasiado casi ganar el derecho que tiene el pueblo de piar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)