Decidimos todo el tiempo por opciones que no cambian absolutamente nada. Una que otra nos marca de por vida. Vivimos una era tecnológica, que hace facilísimo llevar un mínimo registro de aquello que elegimos. Con gran indiferencia, sin embargo, ignoramos la eficacia con la cual construimos nuestro mundo personal. No registramos cómo influye el ejemplo de nuestra frivolidad sobre nuestros hijos; no guardamos evidencia de como el abuso del alcohol empobrece nuestro espíritu; y la historia ignora el impacto social de haber prohibido alguna vez a originarios de África partir pan con el presidente en la misma mesa. Ese fue el caso en la segregada Casa Blanca de antaño. Un afroamericano ahora se sentará en la cabecera. Nos llena de orgullo a los bolivianos haber pagado la factura histórica del racismo el 2005 en democracia. Ahora es un originario quien decide nuestro destino. Pero en lugar de una verdadera transformación, el cambio de liderazgo tan solo ha atizado el odio entre hermanos. Dudo, por ende, que un afroamericano presidente de Estados Unidos logre mágicamente crear una sociedad post-racial.
Sin identidad no existe el individuo, por lo que debe ser protegida de cualquier intento de discriminación. La identidad celebra la diversidad, por lo que no es deseable intentar eliminarla. Ello no justifica subsanar injusticias construyendo derechos exclusivos que privilegian una de ellas, o manipular al pueblo para que decida caminos ciegamente por solidaridad con su gremio, sea género o identidad étnica. No ayudaría a que la sociedad trabaje en equipo si – por ejemplo – esa fuese la agenda feminista. El principio de igualdad ante la ley requiere defender y proteger los derechos inalienables de toda minoría, no únicamente de aquellas con las que compartimos un mismo curul.
Barack Obama está por ser coronado como el gran salvador. Urge un cambio de dirección en la nación que impera últimamente con demasiados desaciertos. Simplemente ir al otro lado, sin embargo, no garantiza que la crisis será resuelta. Esa lección la aprendí a la mala, un mea culpa que aun no acabo de redimir. En las elecciones presidenciales de 2005 yo vote por el cambio, por el fin de la corrupción y arrogancia de una elite racista e incompetente. Mi acto es minúsculamente cómplice en reemplazar a la incompetencia, arrogancia y racismo de unos, por la nueva versión del populismo indigenista. Mi decisión es en parte responsable de colocar al presidente Evo Morales a la cabecera de lo que – hasta la fecha – parecía ser tan solo un pacto suicida. El presidente Morales ahora intenta revertir el camino al derrotero, un cambio en su liderazgo que tal vez permita encontrar coincidencias y conciliación.
Cuando Obama asuma la presidencia de EE.UU. no lo hará como suajili, aunque la sangre suajili corre por sus venas. Tampoco lo hará como anglosajón, por mucho que sea su herencia cultural, vestimenta y lengua materna. Lo hará como ciudadano. De Obama haber nacido en Bolivia, no pertenecer a un pueblo originario lo haría un ciudadano de segunda clase. La igualdad étnica es legado, entre otros, de Martin Luther King; un legado enmarcado en su gran visión: “Sueño algún día vivir en una nación en la que mis hijos sean juzgados por el contenido de su carácter, y no por el color de su piel”. El racismo en Bolivia ha sido herido de muerte. Nadie derrama lágrimas por su lenta agonía. Pero resulta curiosa la agenda política de hacer más difícil soñar convivir algún día en una sociedad post-racial.
Flavio Machicado Teran
lunes, 20 de octubre de 2008
Juego de Números
Porque nos obliga prestarle atención a detalles que no parecían tener gran importancia, una buena crisis afina nuestros sentidos. Cuando está a punto de caer al vacío la nación, observamos con mayor detalle las idiosincrasias de aquellos que conducen la nave del Estado; para personalmente verificar si realmente actúan con desapego de posturas partidistas y mezquina politiquería. Lamentablemente, a veces reaccionamos tarde, cuando de nada sirve comprender las serias limitaciones de quienes deciden el futuro de nuestros hijos; limitaciones a veces fruto de su tipo de formación, a veces debido a que carecen de ella. Quisiéramos creer que cualquiera es capaz de hacer a un lado su rencor o tendencia al conflicto, por lo menos en tiempos de crisis, cuando actuar irresponsablemente puede costarle la vida a aquellos que sirven de carne de cañón. Lamento informar que aunque cualquier pelafustán puede ser jefe, ser líder requiere un perfil psicológico y ética personal algo especial. En momentos de crisis, únicamente un verdadero líder sabe cómo mantener la cabeza fría, a la vez de actuar con humildad y sabiduría cuando debe contemplar ideas que no comparte. Un nuevo líder está a punto de ser elegido, en un momento cuando el planeta está sumergido en una gravísima crisis ecológica, financiera y militar. Es por ello que entender exactamente “cómo” disparan los trillones de neuronas que conforman el cerebro del próximo presidente de EE.UU. se ha convertido en tema electoral. En particular cuando se trata del cerebro de Mc Cain.
Cual mancha de sangre en las sabanas, una prueba de probidad en la cultura política norteamericana ha sido actuar según el dictado de los instintos. Es curioso observar cómo una proposición tan dudosa como la anterior pudo haberse convertido en parte del léxico político “aceptable” norteamericano. Dicho sentido común se reduce a la premisa, “no importa si el cacique está equivocado, lo importante es que demuestre por la patria su incondicional y apasionado amor”. Ronald Reagan fue el último gran intérprete del bravado que inmortalizó John Wayne. Inculcar respeto actuando con irresponsable temeridad tal vez sea la resaca de un Viejo Oeste sin leyes; herencia de la Ley del Garrote con la que los norteamericanos forjaron su hegemonía. Pero una cosa es tener un carácter bien formado, convicción en valores medulares y cumplir con amenazas. Otra muy diferente es tirar gasolina al fuego. Por ende, cuando de “maverick” (disidente) – un sobrenombre que se supone captura la esencia inconformista y rebelde del piloto de guerra – el líder pasa a “intempestivo”, el planeta entero se angustia ante el peligro de continuidad en la diplomacia de cowboy que actualmente ejerce el imperio.
John Mc Cain se ha convertido en el adversario político. Aun así, me cuesta descarnarlo de su humanidad, para convertirlo en una caricatura a la cual lanzar dardos envenenados de sarcasmo. A sus setenta y dos años me recuerda a mi padre, que aún siendo más joven que Mc Cain, tal vez no tenga la misma energía que en su momento gozó Bill Clinton, pero a quien le sobra tacto y sabiduría. Cuando asumió el poder en 1993, Clinton tenía 47 años, comía pizzas a la media noche mientras hablaba con un aliado al otro lado del planeta; Mónica Lewinsky tomando dictado. Al igual que Mc Cain, mi padre tal vez no tenga la misma energía que tiene a sus 46 años Barak Obama. Sin embargo, estoy convencido que mi padre sabría exactamente “cómo” impedir que factores viscerales e intempestivos nublen su vista. La pregunta que se hacen en EE.UU. es si puede decirse lo mismo del candidato John Mc Cain.
¿Exactamente cuál es el perfil psicológico de aquel con el poder de destruir el mundo? De pronto, cara a cara con una gravísima crisis financiera, entender exactamente qué tan visceral es un potencial “cuarto ángel del apocalipsis” parece ser una pregunta relevante. En mayor medida que otras naciones con arsenales nucleares, el destino y auto- profecía le otorgan al Presidente de los EE.UU. la capacidad de hacer mucho bien, o mucho daño. Por ende, la hipótesis que Mc Cain reacciona impulsivamente, con una personalidad que ha sido extirpada de la capacidad de controlar su intempestiva tendencia a perder el control, se convierte en arma estratégica que el campo de Obama empieza a arrojarle, en medio de un fuego cruzado repleto de agrios ataques personales.
De los trillones de neuronas “tejidas en el intrincado tapiz de la mente”, a los miles de millones de dólares necesarios para rescatar a Wall Street– posiblemente un millón de millones para ser imprecisos – la elección norteamericana es un juego de números. El número más importante parece ser el número de ciudadanos que han de votar – no por el próximo presidente – sino por el representante al Congreso de cada distrito electoral. El asiento que ocupan en el Congreso los honorables diputados pertenece a los constituyentes. Aquellos en las regiones más conservadoras no ven con buenos ojos la práctica denominada “socialista” de utilizar dinero de los contribuyentes para rescatar a individuos irresponsables y empresas codiciosas e ineficientes. El dogma fundamentalista del segmento de la población visceralmente capitalista es permitir que el mercado destruya a aquellos que no cumplen con un básico dictado evolutivo: sobrevivir.
Quienes se opusieron al proyecto de ley elaborado por el Congreso durante largas sesiones de emergencia que duraron todo el último fin de semana de septiembre, fueron los propios aliados de Bush y Mc Cain: los Republicanos. Ciento treinta y tres Republicanos en el Congreso se opusieron al rescate del “sistema financiero” – en principio – debido a que plan carecía de mecanismos idóneos para proteger recursos aportados por el pueblo. En los hechos, reconocieron que se opusieron en venganza al infantilismo visceral de la líder Nancy Pelosi, quien no pudo aguantarse las ganas de refregarles en la cara el error “ideológico” de la derecha de impulsar la desregulación del mercado financiero. Es decir, con el bienestar de cientos de millones de individuos en sus manos, con gran temeridad jugaron a “ojo por ojo”, para darle al mercado la última palabra.
Afortunadamente el mercado reaccionó bien, momentáneamente dándole la razón al 78% de norteamericanos que rechazaron apoyar el rescate financiero; un pueblo que con inimaginable temeridad rehusó subvencionar aquellos que - por codicia o ignorancia - arriesgó demasiado. La derecha norteamericana amargamente cuestionó la injusticia de castigar a quienes sí pagan puntualmente su hipoteca, y premiar a quienes mordieron más de lo que podían masticar. Por ende, al pueblo no le importó si de “libre mercado” tenían que aguantar la repercusión de una “libre caída”, con tal de no financiar la codicia de Wall Street, y los errores de aquellos que compraron una casa sin contar con suficiente solidez. Con un presidente Bush sin capacidad de convocatoria política, y un Congreso partidista sin líderes capaces de dirigir al pueblo lejos del abismo financiero, congresistas en ambos bandos obedecieron primero al fundamentalismo capitalista de quienes los eligieron, que a su propia conciencia y bien común. Son estos momentos que hacen dudar si un pueblo cansado de la codicia y corrupción de la clase gobernante tiene sobre todo sed de venganza, y no así la intención racional de encontrar una solución.
Momentos de crisis demuestran la importancia de conferir poder únicamente a líderes que, además de la adecuada formación y experiencia, tengan una mínima capacidad de enfrentar los embates psicológicos que inevitablemente surgen al lidiar con adversarios. Momentos de crisis demuestran la importancia de saber dirigir las facciones agriamente divididas hacia puerto seguro, para que adversarios políticos puedan trabajar juntos y evitar naufragar. En medio de un embate económico que pudo haber causado muchísimo dolor a familias en todo el planeta, Nancy Pelosi - líder Demócrata del Congreso - utilizó la crisis para asignar culpas y envenenar el proyecto de ley. A su vez, Mc Cain aprovechó para sacar partida política de la crisis, pintándose como un líder dedicado a lograr consensos en el Congreso. Prisioneros del imperativo de defender su viabilidad electoral, los congresistas de ambos partidos prefirieron correr el riesgo de una debacle financiero. Con tal de agraciarse con sus constituyentes, incurrieron en peligrosas negociaciones que demoraron la aprobación del proyecto de ley.
El mundo está cansado de líderes que se escudan bajo la bandera de su amor a la patria y buenas intenciones, incapaces de ocultar su fundamentalismo, odio y desprecio por rivales políticos, a quienes reducen al estatus de enemigos. El siglo XXI ya ha tenido su dosis de crisis globales. Esperemos que el próximo que ocupe la Casa Blanca sepa esta vez dirigir a su nación con la sabiduría que brinda un método ecuánime y reflexivo. El simple pasar de los años no es garantía de dicho perfil. Existe demasiado infantilismo en la política, algo que el pueblo norteamericano, y sus líderes, han demostrado tampoco poder evitar. John McCain no supo hacer a un lado su ambición presidencial y – según había prometido –dirigir a su propio partido a actuar con madurez política. Su bravucona personalidad ya fue demostrada durante la guerra de Vietnam, en la temeridad con la cual bombardeaba al enemigo; recientemente en su decisión de designar su sucesora a Sarah Palin. Su ascenso a la presidencia representaría la continuidad de tácticas de enfrentamiento, de palabras disparadas con la intención de asesinar la buena voluntad. Si McCain es el próximo líder de EE.UU. incrementa la posibilidad de una nueva Guerra Fría, y una política exterior caracterizada por su impetuosidad y mano dura, en un mundo que ahora quiere paz. El mercado financiero tal vez no cayó precipitosamente, dándole tiempo al proyecto de ley para que siga evolucionando. Pero el agua está hasta el cuello, con una crisis económica, ecológica y militar aún lejos de su final. Es hora, por lo tanto, de observar con mayor detalle lo que está pasando, y hacer caso al dictado evolutivo de no elegir líderes viscerales e intempestivos. Ni uno más.
Flavio Machicado Teran
Cual mancha de sangre en las sabanas, una prueba de probidad en la cultura política norteamericana ha sido actuar según el dictado de los instintos. Es curioso observar cómo una proposición tan dudosa como la anterior pudo haberse convertido en parte del léxico político “aceptable” norteamericano. Dicho sentido común se reduce a la premisa, “no importa si el cacique está equivocado, lo importante es que demuestre por la patria su incondicional y apasionado amor”. Ronald Reagan fue el último gran intérprete del bravado que inmortalizó John Wayne. Inculcar respeto actuando con irresponsable temeridad tal vez sea la resaca de un Viejo Oeste sin leyes; herencia de la Ley del Garrote con la que los norteamericanos forjaron su hegemonía. Pero una cosa es tener un carácter bien formado, convicción en valores medulares y cumplir con amenazas. Otra muy diferente es tirar gasolina al fuego. Por ende, cuando de “maverick” (disidente) – un sobrenombre que se supone captura la esencia inconformista y rebelde del piloto de guerra – el líder pasa a “intempestivo”, el planeta entero se angustia ante el peligro de continuidad en la diplomacia de cowboy que actualmente ejerce el imperio.
John Mc Cain se ha convertido en el adversario político. Aun así, me cuesta descarnarlo de su humanidad, para convertirlo en una caricatura a la cual lanzar dardos envenenados de sarcasmo. A sus setenta y dos años me recuerda a mi padre, que aún siendo más joven que Mc Cain, tal vez no tenga la misma energía que en su momento gozó Bill Clinton, pero a quien le sobra tacto y sabiduría. Cuando asumió el poder en 1993, Clinton tenía 47 años, comía pizzas a la media noche mientras hablaba con un aliado al otro lado del planeta; Mónica Lewinsky tomando dictado. Al igual que Mc Cain, mi padre tal vez no tenga la misma energía que tiene a sus 46 años Barak Obama. Sin embargo, estoy convencido que mi padre sabría exactamente “cómo” impedir que factores viscerales e intempestivos nublen su vista. La pregunta que se hacen en EE.UU. es si puede decirse lo mismo del candidato John Mc Cain.
¿Exactamente cuál es el perfil psicológico de aquel con el poder de destruir el mundo? De pronto, cara a cara con una gravísima crisis financiera, entender exactamente qué tan visceral es un potencial “cuarto ángel del apocalipsis” parece ser una pregunta relevante. En mayor medida que otras naciones con arsenales nucleares, el destino y auto- profecía le otorgan al Presidente de los EE.UU. la capacidad de hacer mucho bien, o mucho daño. Por ende, la hipótesis que Mc Cain reacciona impulsivamente, con una personalidad que ha sido extirpada de la capacidad de controlar su intempestiva tendencia a perder el control, se convierte en arma estratégica que el campo de Obama empieza a arrojarle, en medio de un fuego cruzado repleto de agrios ataques personales.
De los trillones de neuronas “tejidas en el intrincado tapiz de la mente”, a los miles de millones de dólares necesarios para rescatar a Wall Street– posiblemente un millón de millones para ser imprecisos – la elección norteamericana es un juego de números. El número más importante parece ser el número de ciudadanos que han de votar – no por el próximo presidente – sino por el representante al Congreso de cada distrito electoral. El asiento que ocupan en el Congreso los honorables diputados pertenece a los constituyentes. Aquellos en las regiones más conservadoras no ven con buenos ojos la práctica denominada “socialista” de utilizar dinero de los contribuyentes para rescatar a individuos irresponsables y empresas codiciosas e ineficientes. El dogma fundamentalista del segmento de la población visceralmente capitalista es permitir que el mercado destruya a aquellos que no cumplen con un básico dictado evolutivo: sobrevivir.
Quienes se opusieron al proyecto de ley elaborado por el Congreso durante largas sesiones de emergencia que duraron todo el último fin de semana de septiembre, fueron los propios aliados de Bush y Mc Cain: los Republicanos. Ciento treinta y tres Republicanos en el Congreso se opusieron al rescate del “sistema financiero” – en principio – debido a que plan carecía de mecanismos idóneos para proteger recursos aportados por el pueblo. En los hechos, reconocieron que se opusieron en venganza al infantilismo visceral de la líder Nancy Pelosi, quien no pudo aguantarse las ganas de refregarles en la cara el error “ideológico” de la derecha de impulsar la desregulación del mercado financiero. Es decir, con el bienestar de cientos de millones de individuos en sus manos, con gran temeridad jugaron a “ojo por ojo”, para darle al mercado la última palabra.
Afortunadamente el mercado reaccionó bien, momentáneamente dándole la razón al 78% de norteamericanos que rechazaron apoyar el rescate financiero; un pueblo que con inimaginable temeridad rehusó subvencionar aquellos que - por codicia o ignorancia - arriesgó demasiado. La derecha norteamericana amargamente cuestionó la injusticia de castigar a quienes sí pagan puntualmente su hipoteca, y premiar a quienes mordieron más de lo que podían masticar. Por ende, al pueblo no le importó si de “libre mercado” tenían que aguantar la repercusión de una “libre caída”, con tal de no financiar la codicia de Wall Street, y los errores de aquellos que compraron una casa sin contar con suficiente solidez. Con un presidente Bush sin capacidad de convocatoria política, y un Congreso partidista sin líderes capaces de dirigir al pueblo lejos del abismo financiero, congresistas en ambos bandos obedecieron primero al fundamentalismo capitalista de quienes los eligieron, que a su propia conciencia y bien común. Son estos momentos que hacen dudar si un pueblo cansado de la codicia y corrupción de la clase gobernante tiene sobre todo sed de venganza, y no así la intención racional de encontrar una solución.
Momentos de crisis demuestran la importancia de conferir poder únicamente a líderes que, además de la adecuada formación y experiencia, tengan una mínima capacidad de enfrentar los embates psicológicos que inevitablemente surgen al lidiar con adversarios. Momentos de crisis demuestran la importancia de saber dirigir las facciones agriamente divididas hacia puerto seguro, para que adversarios políticos puedan trabajar juntos y evitar naufragar. En medio de un embate económico que pudo haber causado muchísimo dolor a familias en todo el planeta, Nancy Pelosi - líder Demócrata del Congreso - utilizó la crisis para asignar culpas y envenenar el proyecto de ley. A su vez, Mc Cain aprovechó para sacar partida política de la crisis, pintándose como un líder dedicado a lograr consensos en el Congreso. Prisioneros del imperativo de defender su viabilidad electoral, los congresistas de ambos partidos prefirieron correr el riesgo de una debacle financiero. Con tal de agraciarse con sus constituyentes, incurrieron en peligrosas negociaciones que demoraron la aprobación del proyecto de ley.
El mundo está cansado de líderes que se escudan bajo la bandera de su amor a la patria y buenas intenciones, incapaces de ocultar su fundamentalismo, odio y desprecio por rivales políticos, a quienes reducen al estatus de enemigos. El siglo XXI ya ha tenido su dosis de crisis globales. Esperemos que el próximo que ocupe la Casa Blanca sepa esta vez dirigir a su nación con la sabiduría que brinda un método ecuánime y reflexivo. El simple pasar de los años no es garantía de dicho perfil. Existe demasiado infantilismo en la política, algo que el pueblo norteamericano, y sus líderes, han demostrado tampoco poder evitar. John McCain no supo hacer a un lado su ambición presidencial y – según había prometido –dirigir a su propio partido a actuar con madurez política. Su bravucona personalidad ya fue demostrada durante la guerra de Vietnam, en la temeridad con la cual bombardeaba al enemigo; recientemente en su decisión de designar su sucesora a Sarah Palin. Su ascenso a la presidencia representaría la continuidad de tácticas de enfrentamiento, de palabras disparadas con la intención de asesinar la buena voluntad. Si McCain es el próximo líder de EE.UU. incrementa la posibilidad de una nueva Guerra Fría, y una política exterior caracterizada por su impetuosidad y mano dura, en un mundo que ahora quiere paz. El mercado financiero tal vez no cayó precipitosamente, dándole tiempo al proyecto de ley para que siga evolucionando. Pero el agua está hasta el cuello, con una crisis económica, ecológica y militar aún lejos de su final. Es hora, por lo tanto, de observar con mayor detalle lo que está pasando, y hacer caso al dictado evolutivo de no elegir líderes viscerales e intempestivos. Ni uno más.
Flavio Machicado Teran
Nacido En Sangre
Nacido en Sangre
“Un recién nacido nace al mundo bañado en sangre”, observa Félix Rojas, senador del MAS. La metáfora – parece - se refiere al mínimo consenso que recién ha nacido entre bolivianos sobre el grave perjuicio al entorno socioeconómico y fibra moral de la nación de un rancio racismo provincial y un poder político centralizado. El cerebro del neonato ahora deberá forjarse mediante un proceso “dialéctico” que le permita armonizar y coordinar los diversos módulos que conforman su mente; un desarrollo que enriquece su destreza lingüística, matemática y musical. El cerebro aprende a integrar su facultad de olfato, con su capacidad de identificar tipo de texturas utilizando únicamente el reflejo de la luz. La arquitectura del cerebro permitirá al bebé equilibrar berrinches y desenfrenadas emociones con la capacidad de dialogar con los demás; un don que permite concordia entre su capacidad racional y su celebración del milagro de la existencia. Para alcanzar una conciencia superior, el recién nacido deberá ser capaz de crear una síntesis momentánea entre aparentes opuestos, una visión integral que le permita más lejos avanzar.
El cerebro de una recién nacida tiene muchas facetas que deben ser nutridas. En el seno de su mente existe un ser analítico, capaz de abstraer complejas relaciones físicas y geométricas, que coexiste con un ser emotivo, capaz de amar y odiar con gran convicción. El bebé también tiene una esencia pragmática, enfocada en el “arte de lo posible”, que convive con su naturaleza utópica, un noble espíritu que le permite avanzar de la mano de sus hermanos hacia objetivos compartidos. Sin la iluminación que confiere imaginar un mundo mejor, el bebé quedaría estancado en el pasado. La recién nacida empieza su vida sobreprotegida, desconectados entre sí los componentes de su milagrosa mente. Tarde o temprano deberá levantarse de su cuna, aceptar su dualidad, para enfrentar un mundo complejo, lleno de contradicciones.
Profundas transformaciones son necesarias en el cerebro del recién nacido. La premisa anterior no le confiere a su incipiente mente poderes sobrenaturales o infalibilidad. La actual propuesta de CPE, por ejemplo, está lejos de ser consensuada, porque nunca fue realmente deliberada entre las partes que conforman su ser. Lo que pretende una de las parte de la recién nacida es transformarse por decreto, metafísicamente conjurando reivindicaciones etno-comunitarias, sin importarle si en el proceso asfixia su capacidad de crear empleos, avanzar justicia o fomentar condiciones para que se invierta en su continuo crecimiento. Algunos bebés nacen a este mundo con grandes deficiencias, volviéndose mentirosos patológicos. Otros nacen esquizofrénicos o inclinados a la depresión. El hecho que un bebé nazca bañado en sangre no garantiza que aprenda a evitar aquellos vicios que pueden llevarla a su trágico ATPDEA suicidio.
La coyuntura actual ofrece grandes oportunidades de crear una Bolivia más justa, equitativa y productiva. Existen mínimos consensos. Pero el bebé del que habla Rojas no es un ser unidimensional, monolítico, producto de un estéril dogmatismo, que pueda darse el lujo de por siempre subsistir gracias a las dadivas de un padre generoso. Ese bebé deberá crecer fuerte y sano. Pero si se convierte en un niño caprichoso, cuya ignorancia lo conduce a bloquear “a la mala” su crecimiento, en nombre de decretar reivindicaciones que - en los hechos - “posiblemente deba contar con dedos que le sobran”, temo que logrará – en los hechos - alcanzar madurez política y económica únicamente en el ALBA de su vívida imaginación.
Flavio Machicado Teran
“Un recién nacido nace al mundo bañado en sangre”, observa Félix Rojas, senador del MAS. La metáfora – parece - se refiere al mínimo consenso que recién ha nacido entre bolivianos sobre el grave perjuicio al entorno socioeconómico y fibra moral de la nación de un rancio racismo provincial y un poder político centralizado. El cerebro del neonato ahora deberá forjarse mediante un proceso “dialéctico” que le permita armonizar y coordinar los diversos módulos que conforman su mente; un desarrollo que enriquece su destreza lingüística, matemática y musical. El cerebro aprende a integrar su facultad de olfato, con su capacidad de identificar tipo de texturas utilizando únicamente el reflejo de la luz. La arquitectura del cerebro permitirá al bebé equilibrar berrinches y desenfrenadas emociones con la capacidad de dialogar con los demás; un don que permite concordia entre su capacidad racional y su celebración del milagro de la existencia. Para alcanzar una conciencia superior, el recién nacido deberá ser capaz de crear una síntesis momentánea entre aparentes opuestos, una visión integral que le permita más lejos avanzar.
El cerebro de una recién nacida tiene muchas facetas que deben ser nutridas. En el seno de su mente existe un ser analítico, capaz de abstraer complejas relaciones físicas y geométricas, que coexiste con un ser emotivo, capaz de amar y odiar con gran convicción. El bebé también tiene una esencia pragmática, enfocada en el “arte de lo posible”, que convive con su naturaleza utópica, un noble espíritu que le permite avanzar de la mano de sus hermanos hacia objetivos compartidos. Sin la iluminación que confiere imaginar un mundo mejor, el bebé quedaría estancado en el pasado. La recién nacida empieza su vida sobreprotegida, desconectados entre sí los componentes de su milagrosa mente. Tarde o temprano deberá levantarse de su cuna, aceptar su dualidad, para enfrentar un mundo complejo, lleno de contradicciones.
Profundas transformaciones son necesarias en el cerebro del recién nacido. La premisa anterior no le confiere a su incipiente mente poderes sobrenaturales o infalibilidad. La actual propuesta de CPE, por ejemplo, está lejos de ser consensuada, porque nunca fue realmente deliberada entre las partes que conforman su ser. Lo que pretende una de las parte de la recién nacida es transformarse por decreto, metafísicamente conjurando reivindicaciones etno-comunitarias, sin importarle si en el proceso asfixia su capacidad de crear empleos, avanzar justicia o fomentar condiciones para que se invierta en su continuo crecimiento. Algunos bebés nacen a este mundo con grandes deficiencias, volviéndose mentirosos patológicos. Otros nacen esquizofrénicos o inclinados a la depresión. El hecho que un bebé nazca bañado en sangre no garantiza que aprenda a evitar aquellos vicios que pueden llevarla a su trágico ATPDEA suicidio.
La coyuntura actual ofrece grandes oportunidades de crear una Bolivia más justa, equitativa y productiva. Existen mínimos consensos. Pero el bebé del que habla Rojas no es un ser unidimensional, monolítico, producto de un estéril dogmatismo, que pueda darse el lujo de por siempre subsistir gracias a las dadivas de un padre generoso. Ese bebé deberá crecer fuerte y sano. Pero si se convierte en un niño caprichoso, cuya ignorancia lo conduce a bloquear “a la mala” su crecimiento, en nombre de decretar reivindicaciones que - en los hechos - “posiblemente deba contar con dedos que le sobran”, temo que logrará – en los hechos - alcanzar madurez política y económica únicamente en el ALBA de su vívida imaginación.
Flavio Machicado Teran
miércoles, 15 de octubre de 2008
CapiHolismo Global
Hermosa y simétrica, la telaraña de lazos afectivos se teje mejor en la oscuridad de estaciones subterráneas; aviones de la Luftwaffe escupiendo muerte sobre el cielo londinense. Algunos de los sobrevivientes del asedio militar cálidamente rememoran las sirenas que durante 57 días consecutivos anunciaron en 1940 el arribo de la destrucción, cortesía de Adolf Hitler. Forman parte de una rara estirpe humana aquellos que gozan de los cataclismos, en cuya psique el terror despierta un exagerado sentido de pertenencia. Cuando divisan buitres en el horizonte, estos individuos se transforman. De arrojar su acostumbrado desprecio al prójimo, el detestable vecino de pronto se convierte en cómplice de trinchera. Parece que el olor a muerte despierta una lucida demencia que – cual embrujo – se afina bajo las sombras que el instinto de supervivencia nos obliga observar. El espíritu de cooperación, piedra angular del desarrollo humano, se detona cual orgasmo cuando representa la única salida. Pero el instinto solidario no requiere de una guerra mundial para convertirse en mentalidad de turba. Evidencia es la desesperación de quienes - atormentados por su vacío existencial - buscan apechugarse cuales pollitos mojados. Su grito de guerra, ¡Mi reino por una causa!
Una causa en común, por suicida que sea, hilvana un tapiz de voluntades urgidas de una razón de ser. Mi menos favorita es aquella que amalgama masas de ofuscados feligreses, congregados alrededor de los apóstoles del apocalipsis financiero. En un frenesí invocado por una retórica anarquista, danzan alrededor de la hoguera ideológica, un fuego de pasiones en el cual pretenden sacrificar al sistema capitalista. Suponen que la sed de venganza de los dioses únicamente puede satisfacerse si son capaces de infligir muchísimo dolor. El concepto “exterminismo” - original del historiador inglés E.P. Thompson - captura la esencia de este ímpetu destructivo, un instinto que aparentemente ha guiado la evolución de nuestra especie. La voluntad de incurrir en un suicidio colectivo, señala Thompson, es “la última disfuncionalidad de la humanidad, su total auto-destrucción”. Este ímpetu de arrojarse al vacio ha jugado el papel de fuego purificador en varias coyunturas históricas. Desde remotas épocas el ser humano ha entendido que – para ayudar a germinar las semillas – algunas veces el bosque debe arder. En este caso, pareciera ser que las llamas que nos abrazan provienen del infierno financiero.
Nadie se ha inmolado en nombre del espíritu femenino. Muchos, sin embargo, han sufrido por la ignorancia humana y su necesidad de rígidas categorías. Las categorías “masculino” y “femenino” solían erigir murallas impenetrables que establecían claramente las conductas permisibles; a su vez del alcance legítimo de cada ser humano. Lo humano estaba nítidamente divido en polos opuestos: cuerpo y espíritu, instintivo y racional. Hoy esas categorías se derriten, se expanden, para incluir módulos del cerebro que abstraen e intuyen información utilizando la emotividad, sin necesitar el cuerpo que carga con esa materia gris portar bragas y sostén. De igual manera, “capitalista” y “socialista” empiezan a convertirse en estuches de herramientas que puede utilizar el ser humano para perfeccionar el sistema. El socialismo que surge en China y Europa utiliza mecanismos de mercado para asignar recursos y promover el desarrollo. El capitalismo que surge en EE.UU. obliga abandonar el fundamentalismo del libre mercado, para una vez más permitir que el gobierno – representante del pueblo – intervenga cuando la codicia y anarquía infligen daño a la economía. El capitalismo que surge de esta crisis viene gestándose hace muchos años, una nueva danza coordinada cuya coreografía fue perfeccionada en la reunión que hace poco sostuvieron las 20 naciones que representan el 90% del motor económico y eje de desarrollo del planeta.
Para los europeos el Estado representa a la sociedad, no así el mercado. Para los norteamericanos el libre mercado es su única herencia cultural. El péndulo empieza a girar hacia el otro lado del Atlántico. Ello no quiere decir que sea deseable, o siquiera posible, sustituir al mercado por burócratas a sueldo fijo. Si el sistema fracasó en su intento de colocar un techo barato sobre los más pobres, debido a la codicia de quienes pensaron poder seguir multiplicando - cuales panes - derivados de hipotecas , arrodillar al mercado ante los intereses políticos de los “empuja papeles” de escritorio acabaría de enterrar la economía. Habiendo denigrado el aporte de los funcionarios que manejan el aparato estatal, no queda duda que ellos tendrán que asumir la gran responsabilidad de intervenir en la regulación de los mercados financieros. Intervenir es fácil. Lo que tal vez resulte más difícil es sostener la cooperación y coordinación internacional, sobre todo cuando no existen mecanismos que obliguen a las naciones ajustar sus políticas económicas a una estrategia integral que proteja a los mercados de este tipo de ajustes.
El cambio más dramático, sin embargo, será el fin del burdo consumismo. Los últimos acontecimientos han unido en una causa común a los pueblos de Europa, Asia y EE.UU., un proceso que será profundizado cuando el presidente Obama avance un Plan Marshall para construir una economía verde. En lugar de joyas y liposucciones, los ricos deberán aportar más al desarrollo de una nueva matriz energética, con todo y sistema de aislamiento térmico que impida se escape durante el invierno el precioso y costoso calor. En lugar de invertir en una mayor capacidad militar de someter al mundo, los recursos serán utilizados para crear trabajos en la nueva eco-ecología. Esta transformación resultará de una mejor coordinación y cooperación entre mercado y Estado, un contrato social que debe ser perfeccionado. Lamento informar a quienes auguraban el fin del libre mercado que – con mayor dosis de regulación – seguirá siendo el mejor mecanismo para asignar recursos y premiar el sacrificio y esfuerzo personal.
El holismo es la antítesis del reduccionismo, una metodología caduca que pretende resolver problemas eliminando componentes del sistema, en lugar de ver al sistema como un todo integral. El holismo entiende a la realidad – toda realidad – como un todo orgánico o unificado compuesto de varias partes; una totalidad que es mayor a la simple suma de ellas. Un sistema complejo no puede ser comprendido – ni creado - desagregando sus componentes. El proceso dialéctico del cual emerge un capiholismo global es mayor que simplemente la voluntad política de aquellos más desafectados por su crisis existencial. El sistema requiere de la iniciativa que únicamente puede brindar un individuo motivado para crear su propia empresa. Cuando esa empresa crece a una magnitud que distorsiona el esfuerzo común, se debe aplicar un bisturí – y no un hacha – para subsanar pequeños tumores. Eliminar el dinamismo de la empresa privada en nombre de una abstracción que ha funcionado únicamente en libros de antaño es la peor forma de exterminismo que acecha a nuestra sociedad. La síntesis entre capitalismo y socialismo viene dándose hace mucho tiempo. La diferencia es que recién ahora el olor a sangre envuelve el psique radical en la excitación del apocalipsis. Ante la música del caos financiero, danzan en sus recamaras los trogloditas, pensando que se avecina la supremacía de su culto a la mediocridad, cuando en realidad lo que emerge de la crisis es un equilibrio.
Flavio Machicado Teran
Una causa en común, por suicida que sea, hilvana un tapiz de voluntades urgidas de una razón de ser. Mi menos favorita es aquella que amalgama masas de ofuscados feligreses, congregados alrededor de los apóstoles del apocalipsis financiero. En un frenesí invocado por una retórica anarquista, danzan alrededor de la hoguera ideológica, un fuego de pasiones en el cual pretenden sacrificar al sistema capitalista. Suponen que la sed de venganza de los dioses únicamente puede satisfacerse si son capaces de infligir muchísimo dolor. El concepto “exterminismo” - original del historiador inglés E.P. Thompson - captura la esencia de este ímpetu destructivo, un instinto que aparentemente ha guiado la evolución de nuestra especie. La voluntad de incurrir en un suicidio colectivo, señala Thompson, es “la última disfuncionalidad de la humanidad, su total auto-destrucción”. Este ímpetu de arrojarse al vacio ha jugado el papel de fuego purificador en varias coyunturas históricas. Desde remotas épocas el ser humano ha entendido que – para ayudar a germinar las semillas – algunas veces el bosque debe arder. En este caso, pareciera ser que las llamas que nos abrazan provienen del infierno financiero.
Nadie se ha inmolado en nombre del espíritu femenino. Muchos, sin embargo, han sufrido por la ignorancia humana y su necesidad de rígidas categorías. Las categorías “masculino” y “femenino” solían erigir murallas impenetrables que establecían claramente las conductas permisibles; a su vez del alcance legítimo de cada ser humano. Lo humano estaba nítidamente divido en polos opuestos: cuerpo y espíritu, instintivo y racional. Hoy esas categorías se derriten, se expanden, para incluir módulos del cerebro que abstraen e intuyen información utilizando la emotividad, sin necesitar el cuerpo que carga con esa materia gris portar bragas y sostén. De igual manera, “capitalista” y “socialista” empiezan a convertirse en estuches de herramientas que puede utilizar el ser humano para perfeccionar el sistema. El socialismo que surge en China y Europa utiliza mecanismos de mercado para asignar recursos y promover el desarrollo. El capitalismo que surge en EE.UU. obliga abandonar el fundamentalismo del libre mercado, para una vez más permitir que el gobierno – representante del pueblo – intervenga cuando la codicia y anarquía infligen daño a la economía. El capitalismo que surge de esta crisis viene gestándose hace muchos años, una nueva danza coordinada cuya coreografía fue perfeccionada en la reunión que hace poco sostuvieron las 20 naciones que representan el 90% del motor económico y eje de desarrollo del planeta.
Para los europeos el Estado representa a la sociedad, no así el mercado. Para los norteamericanos el libre mercado es su única herencia cultural. El péndulo empieza a girar hacia el otro lado del Atlántico. Ello no quiere decir que sea deseable, o siquiera posible, sustituir al mercado por burócratas a sueldo fijo. Si el sistema fracasó en su intento de colocar un techo barato sobre los más pobres, debido a la codicia de quienes pensaron poder seguir multiplicando - cuales panes - derivados de hipotecas , arrodillar al mercado ante los intereses políticos de los “empuja papeles” de escritorio acabaría de enterrar la economía. Habiendo denigrado el aporte de los funcionarios que manejan el aparato estatal, no queda duda que ellos tendrán que asumir la gran responsabilidad de intervenir en la regulación de los mercados financieros. Intervenir es fácil. Lo que tal vez resulte más difícil es sostener la cooperación y coordinación internacional, sobre todo cuando no existen mecanismos que obliguen a las naciones ajustar sus políticas económicas a una estrategia integral que proteja a los mercados de este tipo de ajustes.
El cambio más dramático, sin embargo, será el fin del burdo consumismo. Los últimos acontecimientos han unido en una causa común a los pueblos de Europa, Asia y EE.UU., un proceso que será profundizado cuando el presidente Obama avance un Plan Marshall para construir una economía verde. En lugar de joyas y liposucciones, los ricos deberán aportar más al desarrollo de una nueva matriz energética, con todo y sistema de aislamiento térmico que impida se escape durante el invierno el precioso y costoso calor. En lugar de invertir en una mayor capacidad militar de someter al mundo, los recursos serán utilizados para crear trabajos en la nueva eco-ecología. Esta transformación resultará de una mejor coordinación y cooperación entre mercado y Estado, un contrato social que debe ser perfeccionado. Lamento informar a quienes auguraban el fin del libre mercado que – con mayor dosis de regulación – seguirá siendo el mejor mecanismo para asignar recursos y premiar el sacrificio y esfuerzo personal.
El holismo es la antítesis del reduccionismo, una metodología caduca que pretende resolver problemas eliminando componentes del sistema, en lugar de ver al sistema como un todo integral. El holismo entiende a la realidad – toda realidad – como un todo orgánico o unificado compuesto de varias partes; una totalidad que es mayor a la simple suma de ellas. Un sistema complejo no puede ser comprendido – ni creado - desagregando sus componentes. El proceso dialéctico del cual emerge un capiholismo global es mayor que simplemente la voluntad política de aquellos más desafectados por su crisis existencial. El sistema requiere de la iniciativa que únicamente puede brindar un individuo motivado para crear su propia empresa. Cuando esa empresa crece a una magnitud que distorsiona el esfuerzo común, se debe aplicar un bisturí – y no un hacha – para subsanar pequeños tumores. Eliminar el dinamismo de la empresa privada en nombre de una abstracción que ha funcionado únicamente en libros de antaño es la peor forma de exterminismo que acecha a nuestra sociedad. La síntesis entre capitalismo y socialismo viene dándose hace mucho tiempo. La diferencia es que recién ahora el olor a sangre envuelve el psique radical en la excitación del apocalipsis. Ante la música del caos financiero, danzan en sus recamaras los trogloditas, pensando que se avecina la supremacía de su culto a la mediocridad, cuando en realidad lo que emerge de la crisis es un equilibrio.
Flavio Machicado Teran
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