La intención de la pateadura era protegernos. Mediante la draconiana disciplina y ciega obediencia que imponían los padres, los hijos actuábamos con miedo y prudencia. Eran diferentes épocas, y el peligro acechaba - no en un radio-taxi chuto, o bella sirena con pildorita en mano – sino en el resquebrajamiento del sistema, cualquiera fuese su base de poder, o románticas intenciones. Capitalista, comunista, despótico o democrático, de izquierda o derecha, las pateaduras creaban necesarias jerarquías, establecían orden y protegían al sistema. La violencia ejercida para protegernos era también mediante el amedrentamiento. Lo importante era someternos al orden establecido. Porque cuando un hijo desobedece, y por su imprudencia es lastimando, sufren los suyos. Y cuando el sistema es interrumpido por la subversión, desobediencia civil e intransigencia política, sufrimos todos los demás.
El mundo ha cambiado, y el orden y disciplina ya no se imponen a la fuerza. Las leyes protegen a los hijos de la violencia familiar, y la opinión mundial ha creado un entorno en el cual aquel que ostenta la fuerza económica y militar ya no puede imponer - por “universales” que sean - en los demás sus valores. No se debe ignorar el otro extremo. Algunas feministas solían escandalizarse ante la condición de la mujer en algunos países islámicos, y protestaban las mutilaciones de clítoris que practican patriarcados extremos. Pero como ahora estos patriarcas son el “enemigo de mi enemigo”, consideran que estas practicas y valores deben ser respetados. No pretendo, sin embargo, argumentar aquí el derecho cultural de mutilar clítoris, o el valor universal de la libertad o democracia. No me interesa tampoco exponer la hipocresía de los EEUU cuando dicen pretender transformar – por su propio bien - al Oriente Medio. El tema aquí no es sobre valores, objetivos o intenciones; es uno de metodología.
Solía ser que una buena pateadura era la mejor manera de proteger a un hijo, enseñarle respeto, obediencia, disciplina y moral. Ahora un hijo tiene demasiadas libertades, información y autonomía como para pretender imponerle – por su propio bien – absolutamente nada. Ahora un hijo requiere de comunicación, de la oportunidad de compartir sus problemas e inseguridades en sus propios términos, según su propia experiencia e inmadurez. Los padres podemos escuchar a nuestros hijos y compartir nuestra experiencia y limitada sabiduría. Pero ya no podemos controlarlos. Podemos satisfacer nuestro frágil ego pensando que los hemos sometido a nuestra voluntad, cuando en realidad son ellos quienes optan por la prudencia o rebeldía.
El gobierno de Bush, cual padre preocupado que defiende su familia, ha pretendido doblegar a una región entera a la fuerza, y ha fracasado. En Bolivia la “oligarquía” política jamás imaginó que le llegaría por fin el fin a su corrupto, incompetente y racista sometimiento del pueblo. Ahora el viejo orden está siendo interrumpido. ¡Que bueno! Pero cometerían un error los hijos--convertidos-padres si creen que ahora a patadas ellos si pueden crear condiciones para el desarrollo y justicia, sometiendo – por su propio bien - a los demás. Por mucho amor que profesen, y enaltecidos que sean sus valores, objetivos o intenciones, esa metodología ya ha dejado de funcionar.
Flavio Machicado Teran
lunes, 30 de julio de 2007
domingo, 29 de julio de 2007
Cavar Trincheras
En el diario de la juventud cubana, Fidel reconoce la existencia de los derechos inalienables, y concuerda con la Declaración de Independencia de Thomas Jefferson sobre el derecho del pueblo de luchar contra la tiranía. La Constitución norteamericana está basada en los derechos naturales – concepto original de Aristóteles y Platón, y adaptado luego por Hobbes, Locke y Rousseau – y es uno de los documentos más representativos de la existencia de valores universales. Al igual que los derechos humanos, un derecho natural es inalienable porque no depende del capricho de la ley, consenso histórico, o siquiera la voluntad de la mayoría, siendo inherente a la naturaleza de nuestro ser.
Donde se equivocan Jefferson y Fidel, es en el idealismo de asignarle un estatus privilegiado a la “felicidad”: “Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables entre los cuales se cuentan la vida, la libertad y la consecución de la felicidad”. La traducción es del mismísimo Fidel, y la palabra que aquí confunde es “consecución”. En ingles el concepto es “pursuit of happiness”, donde “pursuit” puede traducirse como “búsqueda” o “persecución”. Pero perseguir parece ser lo único que les queda a los yanquis, ya que por mucha riqueza que han logrado acumular, no parecen estar satisfechos con lo que tienen, ni dispuestos a declarar que por fin han alcanzado la felicidad.
Nadie tiene derecho a ser feliz. La felicidad – definida como un estado o condición al cual se arriba un día – temo tampoco existe. Lo que puede existir es la capacidad de crear las condiciones materiales para solventar necesidades básicas, y desarrollar una conciencia que permita navegar las vicisitudes y exaltaciones que marcan los ciclos de la vida. La vida, después de todo, es solo posible debido a la muerte, una tristeza de la cual no se escaparán Bill Gates, Angelina Jolie, ni el mismísimo Fidel.
Igual que la felicidad, el derecho al trabajo no puede legislarse. Una cosa es tener acceso a recursos excavando el subsuelo, o recibiendo subvenciones de PDVSA o Moscú. Otra es crear las condiciones – garantizando derechos e incentivos - para que la economía sea dinámica, creando así empleo productivo. Pero si se establece que - además de responsable - el Estado debe ser único protagonista en crear las condiciones, esa es una fórmula para la ineficiencia, estagnación y pobreza, además de infelicidad.
En “La Tiranía Mundial”, Fidel discute cómo fracasó la CIA en su intento de asesinarlo, y relata la opinión que Nixon tenía de él. Para nada menciona cómo Cuba garantiza los derechos inalienables que aplaude. Será porque la suya no es tiranía, y es solo que todo empieza y termina con él. Reconoce, sin embargo, que la economía no es su fuerte: “Tan consciente estaba yo de esa ignorancia, que matriculé tres carreras universitarias para obtener una beca que me permitiera estudiar Economía en Harvard”. Lamentablemente, dice Fidel, tuvo que enfocarse en “luchar con estrategia y táctica adecuada”. A eso se reduce su legado. Consecuentemente, nuestros “fundadores” minimizan la importancia de los derechos inalienables, y se enfocan en excavar meticulosamente la trinchera. A su lado están cavando la tumba del empleo productivo también.
Flavio Machicado Teran
Donde se equivocan Jefferson y Fidel, es en el idealismo de asignarle un estatus privilegiado a la “felicidad”: “Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables entre los cuales se cuentan la vida, la libertad y la consecución de la felicidad”. La traducción es del mismísimo Fidel, y la palabra que aquí confunde es “consecución”. En ingles el concepto es “pursuit of happiness”, donde “pursuit” puede traducirse como “búsqueda” o “persecución”. Pero perseguir parece ser lo único que les queda a los yanquis, ya que por mucha riqueza que han logrado acumular, no parecen estar satisfechos con lo que tienen, ni dispuestos a declarar que por fin han alcanzado la felicidad.
Nadie tiene derecho a ser feliz. La felicidad – definida como un estado o condición al cual se arriba un día – temo tampoco existe. Lo que puede existir es la capacidad de crear las condiciones materiales para solventar necesidades básicas, y desarrollar una conciencia que permita navegar las vicisitudes y exaltaciones que marcan los ciclos de la vida. La vida, después de todo, es solo posible debido a la muerte, una tristeza de la cual no se escaparán Bill Gates, Angelina Jolie, ni el mismísimo Fidel.
Igual que la felicidad, el derecho al trabajo no puede legislarse. Una cosa es tener acceso a recursos excavando el subsuelo, o recibiendo subvenciones de PDVSA o Moscú. Otra es crear las condiciones – garantizando derechos e incentivos - para que la economía sea dinámica, creando así empleo productivo. Pero si se establece que - además de responsable - el Estado debe ser único protagonista en crear las condiciones, esa es una fórmula para la ineficiencia, estagnación y pobreza, además de infelicidad.
En “La Tiranía Mundial”, Fidel discute cómo fracasó la CIA en su intento de asesinarlo, y relata la opinión que Nixon tenía de él. Para nada menciona cómo Cuba garantiza los derechos inalienables que aplaude. Será porque la suya no es tiranía, y es solo que todo empieza y termina con él. Reconoce, sin embargo, que la economía no es su fuerte: “Tan consciente estaba yo de esa ignorancia, que matriculé tres carreras universitarias para obtener una beca que me permitiera estudiar Economía en Harvard”. Lamentablemente, dice Fidel, tuvo que enfocarse en “luchar con estrategia y táctica adecuada”. A eso se reduce su legado. Consecuentemente, nuestros “fundadores” minimizan la importancia de los derechos inalienables, y se enfocan en excavar meticulosamente la trinchera. A su lado están cavando la tumba del empleo productivo también.
Flavio Machicado Teran
Naturalmente
El siglo XXI le pertenece a la mujer. Su intuición y capacidad de abstraer la información de manera paralela y no-lineal permitirá equilibrar la inteligencia humana, y su capacidad de entrega dará respiro al desenfrenado egoísmo. Surge un estilo de liderazgo femenino, que complementa la fría y analítica implementación de estrategias, con la empatía y sentido de pertenencia que permite– más que una fábrica u oficina - forjar una comunidad. Ello no resuelve – en mi caso – una diferencia irreconciliable. Sus sentidos observan y se relacionan al mundo externo mediante una estética de muy mal gusto, y ello no se debe a ningún condicionamiento social. Sin embargo, su cuestionable atracción al objeto de su deseo no es algo que eligen, y es simplemente un dictado evolutivo de nuestro Creador.
La mayoría de mujeres ven el cuerpo peludo, sudoroso, tosco y asimétrico del hombre, y en lugar de repulsión se sienten curiosamente atraídas. Esta aberración del buen gusto se debe a la sabia naturaleza, que inflinge en nuestros cuerpos un mecanismo instintivo que, al activarse, hace que nuestras pasiones se manifiesten de cierta manera. No hay consenso posible en cuanto a cuál de los dos arquetipos de cuerpos humanos debemos preferir. La mitad de la población prefiere la fea y vulgar forma del hombre, y nada se puede hacer para enmendar esa burda apreciación ¡Qué suerte!
Hasta las ocho semanas de concepción de un ser humano, el feto tiene características femeninas. En su libro “El Cerebro Femenino”, la Dra. Brizendine dice que el cerebro de todo ser humano empieza siendo un cerebro de mujer. La testosterona luego se encarga de desarrollar en el hombre su centro de agresión, inclinación a la conquista, y su muy refinado gusto. La ciencia empieza a profundizar la comprensión de la arquitectura del cerebro, evidencia que incluso transformará nuestro concepto de lo que quiere decir “masculino” o “femenino”. Lo relevante aquí es que - dentro de las múltiples expresiones y formaciones de nuestro cerebro - existen elementos genéticos y hormonales que dan forma a la manifestación de nuestra mente, y dan lugar a la gran diversidad de expresiones dentro la dualidad de ♂ y ♀.
La ciencia aun no ha llegado a la conclusión fehaciente que un hombre no elige ser gay. No obstante, sea por elección o naturaleza, en la medida que no lastime a nadie, un ser humano debería ser libre de profesar su sexualidad como mejor le parezca. Sin embargo, se ha convertido políticamente astuto el satanizar a los hombres que comparten parte de la naturaleza de nuestras santas madres. Al igual que hace muchos años se utilizaban las sagradas escrituras para justificar la esclavitud e inferioridad de ciertas razas, ahora se pretende justificar la violencia social que se ejerce hacia quienes son diferentes. Y por evidente que sea, seguimos ignorando las consecuencias que ocasionan dicha discriminación e intolerancia. Y si ni siquiera la actual convulsión social nos sacude el racismo, mucho menos podremos aceptar que el sexo debe dejar de ser un tema político, y que es algo natural que pertenece al campo del derecho civil. Pero preferimos la comodidad de nuestros prejuicios, naturalmente.
Flavio Machicado Teran
La mayoría de mujeres ven el cuerpo peludo, sudoroso, tosco y asimétrico del hombre, y en lugar de repulsión se sienten curiosamente atraídas. Esta aberración del buen gusto se debe a la sabia naturaleza, que inflinge en nuestros cuerpos un mecanismo instintivo que, al activarse, hace que nuestras pasiones se manifiesten de cierta manera. No hay consenso posible en cuanto a cuál de los dos arquetipos de cuerpos humanos debemos preferir. La mitad de la población prefiere la fea y vulgar forma del hombre, y nada se puede hacer para enmendar esa burda apreciación ¡Qué suerte!
Hasta las ocho semanas de concepción de un ser humano, el feto tiene características femeninas. En su libro “El Cerebro Femenino”, la Dra. Brizendine dice que el cerebro de todo ser humano empieza siendo un cerebro de mujer. La testosterona luego se encarga de desarrollar en el hombre su centro de agresión, inclinación a la conquista, y su muy refinado gusto. La ciencia empieza a profundizar la comprensión de la arquitectura del cerebro, evidencia que incluso transformará nuestro concepto de lo que quiere decir “masculino” o “femenino”. Lo relevante aquí es que - dentro de las múltiples expresiones y formaciones de nuestro cerebro - existen elementos genéticos y hormonales que dan forma a la manifestación de nuestra mente, y dan lugar a la gran diversidad de expresiones dentro la dualidad de ♂ y ♀.
La ciencia aun no ha llegado a la conclusión fehaciente que un hombre no elige ser gay. No obstante, sea por elección o naturaleza, en la medida que no lastime a nadie, un ser humano debería ser libre de profesar su sexualidad como mejor le parezca. Sin embargo, se ha convertido políticamente astuto el satanizar a los hombres que comparten parte de la naturaleza de nuestras santas madres. Al igual que hace muchos años se utilizaban las sagradas escrituras para justificar la esclavitud e inferioridad de ciertas razas, ahora se pretende justificar la violencia social que se ejerce hacia quienes son diferentes. Y por evidente que sea, seguimos ignorando las consecuencias que ocasionan dicha discriminación e intolerancia. Y si ni siquiera la actual convulsión social nos sacude el racismo, mucho menos podremos aceptar que el sexo debe dejar de ser un tema político, y que es algo natural que pertenece al campo del derecho civil. Pero preferimos la comodidad de nuestros prejuicios, naturalmente.
Flavio Machicado Teran
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Debido Tiempo
Solo la arrogancia humana puede imaginar que es posible controlar al amor o al tiempo. No se puede controlar aquella milagrosa celebración de la vida que florece en un corazón desafectado del ímpetu egoísta de poseer. Y el tiempo, misterioso y profundo, un día termina para todos, incluso en 5 mil millones de años para nuestro astro rey. El amor y el tiempo fluyen en una celebración que escapa los dictámenes del orden social, y del ímpetu banal de la supervivencia. Pero sobrevivir es el instinto mayor, que nos lleva a creer que debe someterse tanto al tiempo, y al amor.
Jugamos al amor, cuando en realidad es la reproducción de la especie la que gana. Jugamos a la impuntualidad, un juego en el cual gana el que no tuvo que esperar. Hago momentáneamente a un lado el sentimiento más enaltecido, para enfocar la mirada en el reloj. Los alemanes e ingleses juegan un juego de coordinación en el cual lo importante es llegar a tiempo. Ello hace más eficiente su cultura, e incrementa la productividad. Sin embargo, ¿los convierte en mejores amigos o amantes? ¡En absoluto! Simplemente hace más eficiente su economía, nacional y personal. En una sociedad donde el control proviene primordialmente del dinero, y el tiempo es dinero, es mayor la necesidad de ser puntual. El individuo puede luego controlar y ejercer el ego a través de mecanismos mucho más complejos que haciendo esperar al otro.
Nuestras culturas verticales, herencia de la mezcla entre un romanticismo andaluz, con los imperios originarios de nuestro continente, glorifican la tardanza. Queremos creer que somos pioneros de la cultura del “slow-down”. El descansar la mente del afán de controlarlo todo, y manejar mejor el estrés, es un objetivo que comparto. Pero el espíritu de respetar el tiempo del otro, e intentar el coordinar mejor, no lo contradice o contamina. Tenemos la tecnología que permite coordinar con precisión, pero no ha cambiado la cultura del retraso. ¿Por qué? Tal vez es la expresión de una agresividad pasiva, que pretende protestar miles de años de la verticalidad inca, azteca, española y maya. Tal vez es una manera de manifestar un aire de superioridad. ¡Quién espera pierde! No creo que sea ninguna de las dos. Yo creo que simplemente es un código cultural que se ha perpetuado, y que los individuos – según el diseño del cerebro, y sus correspondientes instintos – simplemente obedecen, sin reflexión alguna si lo hacen por rebeldía, o para satisfacer sus precarios egos.
Alemán, ingles o boliviano, somos autómatas que seguimos los dictados de nuestras culturas, o lo que Dawkins llama “memes”. Nuestra conducta no obedece a cálculos de utilidad del ego, o actos de sabotaje de la jerarquía. Simplemente son acuerdos “implícitos”, la famosa “hora boliviana” y demás ridículas justificaciones de nuestra incapacidad de coordinar. No olvidemos que aquí es de muy mal gusto que un invitado llegue a la hora que fue invitado. Y como vemos que los ingleses y alemanes sufren igualito, o incluso aun más de la soledad, nos damos una palmadita colectiva en la espalda y nos creemos buenos amigos y amorosos. ¡A buena hora! Ahora podemos justificar también la ineficiencia y el subdesarrollo. Hay más que decir, pero mi tiempo se acabo.
Flavio Machicado Teran
Jugamos al amor, cuando en realidad es la reproducción de la especie la que gana. Jugamos a la impuntualidad, un juego en el cual gana el que no tuvo que esperar. Hago momentáneamente a un lado el sentimiento más enaltecido, para enfocar la mirada en el reloj. Los alemanes e ingleses juegan un juego de coordinación en el cual lo importante es llegar a tiempo. Ello hace más eficiente su cultura, e incrementa la productividad. Sin embargo, ¿los convierte en mejores amigos o amantes? ¡En absoluto! Simplemente hace más eficiente su economía, nacional y personal. En una sociedad donde el control proviene primordialmente del dinero, y el tiempo es dinero, es mayor la necesidad de ser puntual. El individuo puede luego controlar y ejercer el ego a través de mecanismos mucho más complejos que haciendo esperar al otro.
Nuestras culturas verticales, herencia de la mezcla entre un romanticismo andaluz, con los imperios originarios de nuestro continente, glorifican la tardanza. Queremos creer que somos pioneros de la cultura del “slow-down”. El descansar la mente del afán de controlarlo todo, y manejar mejor el estrés, es un objetivo que comparto. Pero el espíritu de respetar el tiempo del otro, e intentar el coordinar mejor, no lo contradice o contamina. Tenemos la tecnología que permite coordinar con precisión, pero no ha cambiado la cultura del retraso. ¿Por qué? Tal vez es la expresión de una agresividad pasiva, que pretende protestar miles de años de la verticalidad inca, azteca, española y maya. Tal vez es una manera de manifestar un aire de superioridad. ¡Quién espera pierde! No creo que sea ninguna de las dos. Yo creo que simplemente es un código cultural que se ha perpetuado, y que los individuos – según el diseño del cerebro, y sus correspondientes instintos – simplemente obedecen, sin reflexión alguna si lo hacen por rebeldía, o para satisfacer sus precarios egos.
Alemán, ingles o boliviano, somos autómatas que seguimos los dictados de nuestras culturas, o lo que Dawkins llama “memes”. Nuestra conducta no obedece a cálculos de utilidad del ego, o actos de sabotaje de la jerarquía. Simplemente son acuerdos “implícitos”, la famosa “hora boliviana” y demás ridículas justificaciones de nuestra incapacidad de coordinar. No olvidemos que aquí es de muy mal gusto que un invitado llegue a la hora que fue invitado. Y como vemos que los ingleses y alemanes sufren igualito, o incluso aun más de la soledad, nos damos una palmadita colectiva en la espalda y nos creemos buenos amigos y amorosos. ¡A buena hora! Ahora podemos justificar también la ineficiencia y el subdesarrollo. Hay más que decir, pero mi tiempo se acabo.
Flavio Machicado Teran
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jueves, 5 de julio de 2007
Disciplina Sin Dial
Una herramienta ancestral es el miedo, artefacto social que perdió lustre ante el sometimiento físico y control hecho posible por eficientes tecnologías. La conquista territorial ahora deja de ser opción, y la lucha por la hegemonía una vez más se torna al mundo de los espectros, de las ideas, y se pretende nuevamente lograr la imposición utilizando poderes intangibles. Poderoso es el miedo, y en su construcción somos victimas y cómplices a la vez.
Debido a la ausencia de herramientas básicas - como ser cuchillos de acero - los humanos sobrevivíamos precariamente. Al igual que en jaurías o manadas de animales interdependientes, evolucionamos como seres altamente sociables. La diferencia es que - entre humanos - asumían el mando del grupo no solo los más fuertes, sino también los que podían predecir una luna llena, contar historias, o inventárselas. La inteligencia humana acepta más de una manera de garantizar que el grupo sea cohesivo, se imponga el orden y se ejerza – por el bien común – un alto nivel de control.
Existen niños que sufren severos traumas debido a una de las historias de miedo mejor logradas. Si medimos la efectividad de su capacidad de reproducción e impacto, el miedo al diablo se encuentra en los peldaños más elevados de nuestra creación. Un miedo menor en el escalafón es el que menciona nuestro presidente en el documental “Cocalero”, cuando bromea que es “al imperio” a quien realmente teme.
Magistralmente capturada la cotidianidad de su ascenso al poder, “Cocalero” muestra el lado humano del presidente, y se puede entrever su honestidad, humildad y compromiso de hacer el bien. Y aunque precisamente su humanidad lo hace accesible y encantador, esa misma “humanidad” hace que su mente – al igual que la mente de cada uno de los demás mortales – sea un vehículo de reproducción del miedo.
Miedo al calentamiento global tal vez logre despertarnos de nuestro egoísta letargo consumista, y logremos entender que acumular demasiado puede afectar negativamente la calidad de vida de nuestros hijos. La inimaginable riqueza creada en el planeta empieza a crear también conciencia que el equilibrio es frágil, que la injusticia tiene consecuencias, y que existen millones de personas que apenas tienen para comer. Pero no es lo mismo actuar por miedo, que actuar por conciencia de lo que es mejor, justo y sostenible.
La actual encrucijada constitucional debe llevarnos a reflexionar sobre el lugar y uso que la sociedad le brinda a toda herramienta. El camino fácil es actuar por instinto primitivo, y utilizar aquellas que han demostrado ser eficientes para impartir sumisión, sin importar las consecuencias. El reto es adquirir conciencia de que hemos utilizado algunas para crear una cultura vertical, diseñada para imprimir obediencia. Al margen de quiénes o cuántos ahora se beneficien, la imposición no se convierte mágicamente en el mejor camino. Con Satanás nos han tenido postrados durante siglos. Ahora con el Imperio se pretende hacer dicha “disciplina” más revolucionaria y secular. Tal vez mi falta de criterio no me permite apreciar la única e irrefutable verdad detrás del imperativo de controlar la mente. Pero el poder y el control parecen ir de la mano, y en su construcción somos cómplices y víctimas a la vez. ¡Qué miedo!
Flavio Machicado Teran
Debido a la ausencia de herramientas básicas - como ser cuchillos de acero - los humanos sobrevivíamos precariamente. Al igual que en jaurías o manadas de animales interdependientes, evolucionamos como seres altamente sociables. La diferencia es que - entre humanos - asumían el mando del grupo no solo los más fuertes, sino también los que podían predecir una luna llena, contar historias, o inventárselas. La inteligencia humana acepta más de una manera de garantizar que el grupo sea cohesivo, se imponga el orden y se ejerza – por el bien común – un alto nivel de control.
Existen niños que sufren severos traumas debido a una de las historias de miedo mejor logradas. Si medimos la efectividad de su capacidad de reproducción e impacto, el miedo al diablo se encuentra en los peldaños más elevados de nuestra creación. Un miedo menor en el escalafón es el que menciona nuestro presidente en el documental “Cocalero”, cuando bromea que es “al imperio” a quien realmente teme.
Magistralmente capturada la cotidianidad de su ascenso al poder, “Cocalero” muestra el lado humano del presidente, y se puede entrever su honestidad, humildad y compromiso de hacer el bien. Y aunque precisamente su humanidad lo hace accesible y encantador, esa misma “humanidad” hace que su mente – al igual que la mente de cada uno de los demás mortales – sea un vehículo de reproducción del miedo.
Miedo al calentamiento global tal vez logre despertarnos de nuestro egoísta letargo consumista, y logremos entender que acumular demasiado puede afectar negativamente la calidad de vida de nuestros hijos. La inimaginable riqueza creada en el planeta empieza a crear también conciencia que el equilibrio es frágil, que la injusticia tiene consecuencias, y que existen millones de personas que apenas tienen para comer. Pero no es lo mismo actuar por miedo, que actuar por conciencia de lo que es mejor, justo y sostenible.
La actual encrucijada constitucional debe llevarnos a reflexionar sobre el lugar y uso que la sociedad le brinda a toda herramienta. El camino fácil es actuar por instinto primitivo, y utilizar aquellas que han demostrado ser eficientes para impartir sumisión, sin importar las consecuencias. El reto es adquirir conciencia de que hemos utilizado algunas para crear una cultura vertical, diseñada para imprimir obediencia. Al margen de quiénes o cuántos ahora se beneficien, la imposición no se convierte mágicamente en el mejor camino. Con Satanás nos han tenido postrados durante siglos. Ahora con el Imperio se pretende hacer dicha “disciplina” más revolucionaria y secular. Tal vez mi falta de criterio no me permite apreciar la única e irrefutable verdad detrás del imperativo de controlar la mente. Pero el poder y el control parecen ir de la mano, y en su construcción somos cómplices y víctimas a la vez. ¡Qué miedo!
Flavio Machicado Teran
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