El rey de la hamburguesa es Jorge
Paulo Lemann, un brasileño, co-fundador de 3G, el holding dueño de Burguer King.
La sede de esta cadena de restaurantes abandona EE.UU y se muda al Canadá. El
éxodo que emprenden empresas norteamericanas de su propia patria, supuestamente
suelo über-capitalista, es la nueva forma de evadir impuestos; una estrategia
que el Presidente Obama ha llamado “anti-patriótica” (“vendepatria” en nuestro
argot).
En EE.UU., el código fiscal
obliga a Burguer King pagar impuestos sobre ingresos por ganancias obtenidas en
Bolivia. Por ende, los 18.000 restaurantes en 100 naciones – con sede ahora en
Canadá – tendrían que pagar más impuestos si su sede todavía fuese Florida, en
vez de Ontario. La actual regulación fiscal conduce a muchas empresas
norteamericanas a buscar refugio en el extranjero.
El rol de vecino cuasi-socialista,
con un régimen fiscal poco atractivo, solía ser para Canadá. Los papeles se han
invertido y ahora EE.UU. es el vecino que desincentiva la creación de empleos. En
los últimos 3 años, 22 empresas norteamericanas se han mudado al exterior. Otra
reversión de roles es la que intenta realizar el nuevo primer ministro de
India, Narendra Modi quien, como gobernador del estado de Gujarat durante 12
años, logró instituir un clima de negocios atractivo para la inversión privada.
La economía India sufre de una
estanflación, producto de altos niveles de burocracia, corrupción e
incompetencia, lo cual llevó a las empresas privadas a reducir sus inversiones a
la mitad. La infraestructura en India está décadas detrás de la China; casi 90%
de la economía es informal y su sector industrial de manufactura tan solo
aporta el 11% del empleo. Las finanzas del Gobierno indio sufren del hecho que
solamente el 3% pagan impuestos. El reto es grande y Modi ha decretado el
rumbo: “India necesita menos gobierno y más gobernanza”.
El renacimiento indio de Modi
requiere sanear las finanzas públicas e incentivar el intercambio comercial con
sus vecinos, incluyendo su enemigo histórico, Paquistán. Los japoneses y
coreanos tienen su vista puesta en India, donde prefieren invertir, en lugar de
China. En vez de incrementar impuestos y desincentivar la inversión, India
pretende (al igual que Canadá) expandir la base de empresas e individuos que
contribuyan con sus tributos al desarrollo nacional.
Mientras los indios y
canadienses invierten su rol cuasi-socialista, en Bolivia el sector industrial,
empresarial y energético empieza a sentir las consecuencias de la ausencia de
inversión privada. Los actuales paliativos tan solo retrasarán las inevitables
reformas, que llegarán solo cuando el agua llegue al cuello. Al comunismo
europeo, después de todo, le tomó más de 50 años entender las limitaciones del
estatismo. Pero en lugar de alentar una reforma a las políticas de subsidio a
los hidrocarburos, la oposición se deleita con acosar al Gobierno por su
gradual “sinceramiento” de la economía.
A un par de meses de
elecciones nacionales, el debate en Bolivia se enfoca en el “machismo”, un mal
compartido a lo largo y ancho de clases, etnias, políticos y hombres con y sin poder.
Entretenidos todos los políticos con
desprestigiar al oponente, el sutil acoso a pequeños empresarios, actualmente asfixiados
con leyes y regulaciones, pasa desapercibido. Ignoramos el hecho que, en cuanto
a clima de negocios, Bolivia ocupa en el mundo el puesto 162 (apenas dos por
encima de Afganistán).
La alevosa doble moral no
resuelve un problema estructural: una alarmante incidencia de violencia contra
la mujer. Y si debatir sobre el machismo y sus fatales vicisitudes es
fundamental, tampoco debemos olvidar el acoso a bolivianas, que sufren de la
maraña burocrática; empresarias que quieren vivir de su trabajo honesto, pero
que deben ceder al sector informal su rol como motor del empleo. El Estado tal
vez quiere asumir el rol de la empresa más grande. Pero es al sector informal a
quien se le permite - libre de impuestos y regulación - ejercer a su antojo el papel
de nuestro mayor patrón.
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