Pocas palabras tienen una definición tan enigmática.
¿Qué es el excepcionalismo? El término fue “inventado” en EE.UU. y durante
muchos años fue palabra solamente reproducida en bocas fieles al poder en
Washington. El concepto forma parte del proyecto civilizador que se les vendió al
pueblo norteamericano (bastión del “excepcionalismo”); un proyecto nacional basado
en una visión del resto del mundo como un refugio de tiranos y retrogradas que
necesitan ser iluminados por la misma gracia divina que ilumina a su nación.
Recurrir a un vehículo de transporte público tal vez
ayude entender mejor el concepto. Imagínese que usted transita la ciudad bípedamente
y se detiene a esperar que la luz cambie, dándole derecho a cruzar la acera. Cuando la luz cambia a verde y usted
pretende seguir su camino, un taxi se pasa “entre amarillo y rojo”, obligándolo
abruptamente a detenerse. Indignado, usted fustiga al apuradito chófer. Pero ahora
imagínese que usted es el pasajero de dicho taxi y observa la misma escena,
esta vez dentro del vehículo y llevando mucha prisa. Su percepción de los
hechos no es la misma que cuando era un peatón.
Moraleja: Cuando son los intereses de uno los que
están en juego, el pasarse “apenitas” en rojo y obligar a maniobrar por su vida
a un peatón es peccata minuta.
Cuando EE.UU. aplica un pragmatismo geopolítico en
nombre de su seguridad nacional y agenda “democrática”, eso es condenable. Pero
cuando es el pobrecito de mi, bien desfavorecido “che”, quien practica un tipo
(menor e inocente) de excepcionalismo, entonces es justificable, pues.
En 1941, un editorial de la revista Life emplazaba
a EE.UU. “(a)…aceptar de todo corazón
[su] deber y oportunidad como la nación más poderosa y vital del mundo; y en
consecuencia ejercer sobre el mundo el impacto total de [su] influencia, hacia aquellos propósitos que
[vean] necesarios y utilizando los medios que [consideren] necesarios”. Es
decir, yo (EE.UU.) debo hacer cosas medio turbias, porque yo (policía del
mundo) tengo el deber moral de – a veces - torcer la ley en nombre de un bien
mayor.
¿Todavía es enigmática la definición? En las
relaciones de pareja también hay excepcionalismo. El equilibro de poder es –
después de todo - un elemento en el proceso de amarse mutuamente. Evidentemente
hay un bien común: el bienestar de la pareja. Según la hegemonía patriarcal, se
justifica mentirle al conyugue en nombre de esa unión. El excepcionalismo del
hombre autoriza el violar el voto a la fidelidad que impone sobre su pareja.
Mentir es por bien de ambos. La mujer tampoco está exenta de “excepcionalismos”
cuando se atribuye permisos que niega a su pareja, bajo la excusa que ella es
moralmente superior.
El excepcionalismo andino fue célebremente enmarcado
en la frase “meterle no más”. El estándar de conducta que imponemos a ex –
mandatarios nacionales (ahora prófugos de nuestro tipo de justicia) que no
supieron evitar que casi una veintena de personas se inmolen en una gasolinera de
El Alto cuando robaban gasolina en medio de un golpe de Estado, no se aplica a
un tirano-amigo en Siria, que lanza sobre civiles bombas de barril. El
excepcionalismo andino tiene cientos de ejemplos enmarcados en torcidos derechos
humanos, una gran reserva económica de gastos justificados y una agenda
anti-terrorista salpicada de geopolítica criolla y extorsión.
El excepcionalismo andino tiene larga data. La agenda
revolucionaria y anti-imperialista del Dr. Paz Estensoro, por ejemplo, tomó un
giro pragmático cuando se refirió al embajador norteamericano como “el compañero
Henry Holland”. Luego, en nombre de un bien mayor, emplazó a líderes de la
oposición a habitar campos de concentración. El poder en los Andes – después de
todo - es rey; y el rey no ha de abdicar el trono sin antes emplazar todo tipo
de artimañas. Las astucias criollas están justificadas porque, cual chófer de
la nación, el poderoso está justificado por su noble agenda a pasarse un
semáforo en rojo. El líder de turno – después de todo – siempre lleva prisa por
salvar nuestra nación.
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