En medio de un resbalón democrático de un Tigre del
Asia, en Manila se celebra el Foro Económico Mundial (FEM). Militares
tailandeses intercedieron con fusiles para regresar a su nación a puerto
seguro. Debido a que los votos ya no podían garantizar la estabilidad social, los
militares pretenden avanzarla con la amenaza de meter bala. El Alto Mando promete
regresar a los civiles el poder una vez resuelta la crisis que había empujado al
Tigre tailandés al borde del abismo.
Participantes del FEM en Manila se preocupan por el crecimiento
económico, una redistribución más equitativa de los ingresos del vigoroso
intercambio comercial y la estabilidad política. Irónicamente, Tailandia tiene
un índice de desempleo bajo. Son las reglas de juego que reparten los frutos
del árbol del poder las que parecen no promover una convivencia pacífica entre
facciones.
La incongruencia entre una economía pujante y una
estabilidad amenazada por roces políticos conduce a los participantes del FEM a
preguntarse si en el Pacífico tal vez se deba considerar una tercera vía. El
Presidente latino más cercano a Asia intentó una tercera vía política, que se
llamó “dictablanda”. Bajo el pretexto del terrorismo que azotaba Perú, el ahora
prisionero Fujimori consideró prudente coartar algunos instrumentos
democráticos, en particular la división de poderes.
Bolívar, el venezolano, era republicano. Junto al
Bolívar de Tembladerani, sus victorias a nivel continental han conquistado el
corazón de los bolivianos. Pero es la tercera vía del “chino” (Fujimori) la que
parece ser receta favorita para un país considerado “ingobernable”. Y es precisamente
allí donde yace el dilema de los atigrados.
El Bolívar ha unido a la hinchada bajo el manto del
triunfo internacional. El Bolívar es hoy un equipo de futbol que goza de gran
prestigio en todo el continente (no obstante su mediocre desempeño en la liga
nacional). El triunfalismo bolivarista es contagioso. Y aunque los atigrados no
pueden hablar en nombre de aviadores cochabambinos, petroleros cambas o los Sport
Boys, muchos tigres celebran los goles de su celeste rival en cachas
extranjeras.
La magnanimidad del hincha parecería ser un indicio de
madurez democrática. La alternancia del poder, después de todo, es
manifestación de sofisticación cívica. Los atigrados ya ganaron tres copas
consecutivas. Es hora que los académicos por lo menos acaricien una.
En la próxima contienda electoral el legado de “Bolívar
del siglo XXI” irá a las urnas. Al decidir si mantenemos el curso actual (que
por el momento brinda buenos réditos), o nos vamos por un rumbo nuevo y
desconocido, los bolivianos deberán enfrentar el dilema atigrado: hacerle barra
al rival histórico, en tanto armamos un mejor equipo.
Que un bolivarista juegue para Sports Boy demuestra
que no somos tan tribales como nos pintan. Por lo menos en el futbol nos
permitimos abrazar la dialéctica y el lujo de defender la posición del otro. En
la política la cosa es un tanto más dogmática, por lo que celebrar los logros
del oponente (o entender su posición, sin demonizarla) cuesta más.
En las elecciones del 2014, posiblemente más de dos
tercios desearán que gane Evo (aunque no voten por él). Unos porque su gestión (por
el momento) obtiene resultados; otros porque sería injusto que sea un rival quien
el 2020 pague sus facturas. A su vez, la tercera vía entre democracia idealista
y un autoritarismo descarado parece ser la formula que aquí brinda estabilidad.
Otrora la derecha boliviana consideraba necesaria una dosis de mano dura. “Ten
cuidado con lo que deseas”, reza el refrán.
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