viernes, 12 de julio de 2013

América Encuentra su Rival

En su infancia, con el fuego volcánico aun ardiendo en entrañas compartidas y unidas por el ombligo ecuatorial, los continentes de Bolívar y Mandela eran uno solo. Millones de años después, hermanas separadas por movimientos en sus placas tectónicas deben competir por galardones concedidos a quienes supuestamente mejor avanzan la capacidad de alimentar a su pueblo (FAO).  Más importante aún, África y América deben competir  por el capital que empresarios de todo rincón del planeta invierten en tierras fértiles.     

A diferencia de Asia y Europa, continentes cuya capacidad de atraer inversión se nos adelantó una generación, compartimos con África un pasado empañado por el yugo colonial; un pasado de explotación que ha dificultando el proyecto de vivir bien. Empapados en calor humano y un espíritu bastante más festivo que el de los nórdicos, ambos continentes ahora deben ahondar esfuerzos por lograr índices de crecimiento económico sostenibles en el tiempo.

América, de raíces cada vez más diversas, tal vez– por ahora – sea un lugar más atractivo para invertir que el mercado africano. No obstante, grandes capitales lentamente se dirigen hacia el continente madre; hacia aquellas tierras originarias de la humanidad, que paulatinamente abandona su dependencia en la explotación de recursos no renovables, para producir valor agregado a través de la educación, inversión, tecnología y manufactura.

No todos los recursos que permitirá a África abandonar la dependencia llegan en la forma de capitales extranjeros; algunos son transferencias de tecnología, otros son las temidas donaciones para educación, salud y construcción de institucionalidad democrática. En su último viaje al continente donde nació Barack padre, el afroamericano Barack hijo anunció que Washington incrementa el número de becas ofrecidas por el programa de Becas para Jóvenes Líderes Africanos, un programa que ofrece educación  superior en universidades norteamericanas a miles de las más brillantes mentes africanas.

Durante la visita del Presidente norteamericano a Sud África, jóvenes de diferentes naciones del continente le realizaron preguntas en un foro estudiantil a nivel continental (vía satélite). Las susceptibilidades no estuvieron ausentes. Algunos estudiantes acusaron a EE.UU. de tener interés en África solo porque el continente es una prioridad en la política exterior de la China. Otros se lamentaron que Obama no visitara Kenia, su patria ancestral, porque Kenia se ha acercado demasiado al Gran Dragón asiático.

La siguiente fue la respuesta de Obama:

“En primer lugar, nuestro compromiso con África está basado en que creemos en la promesa de África y el futuro de  África, y queremos ser parte de ese futuro. En segundo lugar, creo que todos deberían estar involucrados en África.” En ese sentido, Obama consideró positivo que África cuente con inversiones de China, India, Brasil y Singapur. “Todos, vengan a África, porque 6 de las 10 economías de mayor crecimiento en el mundo están justo aquí en África”, dijo, en medio de risas, el primer Presidente afroamericano que gobierna desde la Casa Blanca.

El Presidente norteamericano no ocultó que detrás del maquiavélico plan de ayudar a jóvenes talentos africanos a desarrollar habilidades de liderazgo cívico, administración pública y capacidades empresariales, existe un interés nacional. En su retorcida lógica capitalista, Obama está apostando por un futuro en el cual las naciones africanas lleguen a un nivel de desarrollo institucional, social, político y económico que permita un mayor consumo de servicios y productos producidos  en China, India, Brasil, Singapur y (egoístamente) los EE.UU.

La población de África excede los mil millones de habitantes. La edad promedio de los africanos es de 19.7 años. Se estima que para el año 2050, habrá tres africanos por cada europeo. McKinsey Global Institute estima que para el año 2035, África tendrá la masa laboral más grande del planeta. No obstante estas cifras, que la convierte en un mercado atractivo, África también padece grandes males. El 58% de la mano de obra se emplea en el sector agrícola y la mayoría de los otros trabajos son en sectores informales y auto-empleo. De las diez naciones más corruptas del mundo, nueve se encuentran en África. Los niveles de libertad política, representatividad democrática y abertura comercial del continente aun siguen siendo bajos. 

Habiendo lentamente ha superado los escollos de la guerra, 11 de las 20 naciones que crecen más rápido en el mundo son africanas. Nokia, Nestlé e IBM están invirtiendo grandes capitales en esas fértiles tierras del Sahara. En el 2010, Sud África se sumo a Brasil, India, China y Rusia como una de las economías emergentes con mayor éxito en el mundo. En el otro extremo del péndulo africano se encuentra Zimbabue, con una tasa de desempleo que ha llegado al 95%, un sector agrícola en las ruinas después de una corrupta reforma agraria que - en nombre de enmendar las injusticias de la era colonial – la obliga a revertir una galopante hiperinflación mediante la dolarización de su economía.

En una entrevista reciente, el Presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, criticó a Nelson Mandela por su actitud conciliadora con los blancos. "Ha ido un poco demasiado lejos en su buen trato a las comunidades no negras, algunas veces a costa de los negros", dijo Mugabe, lamentando a su vez el hecho que Mandela no haya despojado a los blancos de sus propiedades. El modelo de Mugabe, una especie de jihad económico, pretende imponer justicia social enarbolando los valores medievales del “honor” y la “venganza”. En contraste, Mandela supo dirigir a su nación a un proceso de reconciliación, después de los horrores del apartheid, instituyendo una serie de valores un tanto más modernos y positivos.

El contraste entre las dos naciones solo se le puede escaparse a ojos viciados por tintes ideológicos. Mientras que en Zimbabue la producción de oro cayó en veinte años de 27 toneladas en 1998, a tan solo 7 (una reducción de 75%) a raíz de una ley que prohíbe a extranjeros invertir en ese sector, la economía de Sud África sigue atrayendo inversiones, a pesar de haber desacelerado el 2013 de un crecimiento esperado del 3.2% a tan solo 2.5%. El ingreso per cápita de $ 11.000 dólares en Sud África, comparado con $ 780 de Zimbabue, debería – en sí - hablar volúmenes.

Las naciones africanas, antiguas vecinas nuestras, tierra originaria de nuestras tortugas, caimanes, monos y alpacas, deberán elegir entre desarrollar una economía de mercado, como la que Mandela heredó a su pueblo, y el jihad económico de Mugabe. Con una economía de mercado, naciones como Brasil, Rusia y China han sacado a millones de la pobreza. Con el modelo de jihad económico, que enarbola el discurso anti-colonialista por encima de la inversión, no es un convencido fundamentalista quien se inmola en nombre de un concepto abstracto del “bien”, sino que se martiriza el empleo y desarrollo de la siguiente generación.


En las próximas décadas los índices de crecimiento y el bien vivir del continente más joven del planeta dependerá de cómo se despojan de su pasado colonialista, para incorporarse de lleno a la economía global. Los  bolsillos, que dependen de empleos a ser creados mediante la productividad, educación e inversión extranjera directa, tendrán la última palabra; no así los delirios vengativos de caudillos que insisten en arremeter su burocrático caballo contra molinos de viento. Los resultados en el largo plazo tendrán la última palabra. 

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