En su infancia, con el fuego
volcánico aun ardiendo en entrañas compartidas y unidas por el ombligo
ecuatorial, los continentes de Bolívar y Mandela eran uno solo. Millones de
años después, hermanas separadas por movimientos en sus placas tectónicas deben
competir por galardones concedidos a quienes supuestamente mejor avanzan la
capacidad de alimentar a su pueblo (FAO). Más importante aún, África y América deben
competir por el capital que empresarios
de todo rincón del planeta invierten en tierras fértiles.
A diferencia de Asia y Europa,
continentes cuya capacidad de atraer inversión se nos adelantó una generación,
compartimos con África un pasado empañado por el yugo colonial; un pasado de
explotación que ha dificultando el proyecto de vivir bien. Empapados en calor
humano y un espíritu bastante más festivo que el de los nórdicos, ambos
continentes ahora deben ahondar esfuerzos por lograr índices de crecimiento
económico sostenibles en el tiempo.
América, de raíces cada vez
más diversas, tal vez– por ahora – sea un lugar más atractivo para invertir que
el mercado africano. No obstante, grandes capitales lentamente se dirigen hacia
el continente madre; hacia aquellas tierras originarias de la humanidad, que paulatinamente
abandona su dependencia en la explotación de recursos no renovables, para
producir valor agregado a través de la educación, inversión, tecnología y manufactura.
No todos los recursos que permitirá
a África abandonar la dependencia llegan en la forma de capitales extranjeros;
algunos son transferencias de tecnología, otros son las temidas donaciones para
educación, salud y construcción de institucionalidad democrática. En su último
viaje al continente donde nació Barack padre, el afroamericano Barack hijo anunció
que Washington incrementa el número de becas ofrecidas por el programa de Becas
para Jóvenes Líderes Africanos, un programa que ofrece educación superior en universidades norteamericanas a
miles de las más brillantes mentes africanas.
Durante la visita del
Presidente norteamericano a Sud África, jóvenes de diferentes naciones del
continente le realizaron preguntas en un foro estudiantil a nivel continental
(vía satélite). Las susceptibilidades no estuvieron ausentes. Algunos estudiantes
acusaron a EE.UU. de tener interés en África solo porque el continente es una
prioridad en la política exterior de la China. Otros se lamentaron que Obama no
visitara Kenia, su patria ancestral, porque Kenia se ha acercado demasiado al
Gran Dragón asiático.
La siguiente fue la respuesta
de Obama:
“En primer lugar, nuestro
compromiso con África está basado en que creemos en la promesa de África y el
futuro de África, y queremos ser parte
de ese futuro. En segundo lugar, creo que todos deberían estar involucrados en
África.” En ese sentido, Obama consideró positivo que África cuente con
inversiones de China, India, Brasil y Singapur. “Todos, vengan a África, porque
6 de las 10 economías de mayor crecimiento en el mundo están justo aquí en
África”, dijo, en medio de risas, el primer Presidente afroamericano que
gobierna desde la Casa Blanca.
El Presidente norteamericano
no ocultó que detrás del maquiavélico plan de ayudar a jóvenes talentos
africanos a desarrollar habilidades de liderazgo cívico, administración pública
y capacidades empresariales, existe un interés nacional. En su retorcida lógica
capitalista, Obama está apostando por un futuro en el cual las naciones
africanas lleguen a un nivel de desarrollo institucional, social, político y
económico que permita un mayor consumo de servicios y productos producidos en China, India, Brasil, Singapur y
(egoístamente) los EE.UU.
La población de África excede
los mil millones de habitantes. La edad promedio de los africanos es de 19.7
años. Se estima que para el año 2050, habrá tres africanos por cada europeo. McKinsey
Global Institute estima que para el año 2035, África tendrá la masa laboral más
grande del planeta. No obstante estas cifras, que la convierte en un mercado
atractivo, África también padece grandes males. El 58% de la mano de obra se
emplea en el sector agrícola y la mayoría de los otros trabajos son en sectores
informales y auto-empleo. De las diez naciones más corruptas del mundo, nueve
se encuentran en África. Los niveles de libertad política, representatividad
democrática y abertura comercial del continente aun siguen siendo bajos.
Habiendo lentamente ha
superado los escollos de la guerra, 11 de las 20 naciones que crecen más rápido
en el mundo son africanas. Nokia, Nestlé e IBM están invirtiendo grandes
capitales en esas fértiles tierras del Sahara. En el 2010, Sud África se sumo a
Brasil, India, China y Rusia como una de las economías emergentes con mayor
éxito en el mundo. En el otro extremo del péndulo africano se encuentra
Zimbabue, con una tasa de desempleo que ha llegado al 95%, un sector agrícola
en las ruinas después de una corrupta reforma agraria que - en nombre de enmendar
las injusticias de la era colonial – la obliga a revertir una galopante
hiperinflación mediante la dolarización de su economía.
En una entrevista reciente, el
Presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, criticó a Nelson Mandela por su actitud
conciliadora con los blancos. "Ha ido un poco demasiado lejos en su buen
trato a las comunidades no negras, algunas veces a costa de los negros",
dijo Mugabe, lamentando a su vez el hecho que Mandela no haya despojado a los
blancos de sus propiedades. El modelo de Mugabe, una especie de jihad económico, pretende imponer
justicia social enarbolando los valores medievales del “honor” y la “venganza”.
En contraste, Mandela supo dirigir a su nación a un proceso de reconciliación,
después de los horrores del apartheid, instituyendo una serie de valores un
tanto más modernos y positivos.
El contraste entre las dos
naciones solo se le puede escaparse a ojos viciados por tintes ideológicos.
Mientras que en Zimbabue la producción de oro cayó en veinte años de 27
toneladas en 1998, a tan solo 7 (una reducción de 75%) a raíz de una ley que
prohíbe a extranjeros invertir en ese sector, la economía de Sud África sigue
atrayendo inversiones, a pesar de haber desacelerado el 2013 de un crecimiento
esperado del 3.2% a tan solo 2.5%. El ingreso per cápita de $ 11.000 dólares en
Sud África, comparado con $ 780 de Zimbabue, debería – en sí - hablar
volúmenes.
Las naciones africanas,
antiguas vecinas nuestras, tierra originaria de nuestras tortugas, caimanes,
monos y alpacas, deberán elegir entre desarrollar una economía de mercado, como
la que Mandela heredó a su pueblo, y el jihad
económico de Mugabe. Con una economía de mercado, naciones como Brasil, Rusia y
China han sacado a millones de la pobreza. Con el modelo de jihad económico, que enarbola el
discurso anti-colonialista por encima de la inversión, no es un convencido fundamentalista
quien se inmola en nombre de un concepto abstracto del “bien”, sino que se
martiriza el empleo y desarrollo de la siguiente generación.
En las próximas décadas los
índices de crecimiento y el bien vivir del continente más joven del planeta
dependerá de cómo se despojan de su pasado colonialista, para incorporarse de
lleno a la economía global. Los
bolsillos, que dependen de empleos a ser creados mediante la productividad,
educación e inversión extranjera directa, tendrán la última palabra; no así los
delirios vengativos de caudillos que insisten en arremeter su burocrático caballo
contra molinos de viento. Los resultados en el largo plazo tendrán la última
palabra.
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