miércoles, 2 de enero de 2013

Entre Rio y Selva


El 31 de diciembre, un aguijón venenoso encontró vía directa a mi paladar.  En un hotel que se postra entre las nacientes laderas del altiplano y umbral de la selva, la miel del desayuno me tendió una fortuita trampa. Una noble abeja había dejado su arma en el néctar con el cual yo endulzaría mi café. Al sentir un objeto extraño alojado entre mis dientes, presioné sobre el aguijón para retirarlo, consiguiendo a la vez inyectarme en la encía del veneno aun presente en aquel diminuto puñal. Mi cuerpo actuó exageradamente y – al intentar eliminar la toxina – la reacción alérgica hizo colapsar por unos segundos mi sistema nervioso central.

Una pluralidad de sustancias tóxicas surcan las venas cerradas del organismo que llamamos patria. En ambos bandos de nuestra polarizada madre, el dogmatismo e intolerancia envenena la convivencia entre hermanos. El capitalismo, socialismo, ecologismo, colonialismo, comunismo y otros “ismos” ocasionan reacciones alérgicas que paralizan el pensamiento complejo, para postrar a la conciencia general ante un reduccionismo banal. La ideología, polen necesario en la construcción de diversos almibares, se antepone a un discurso objetivo que permita encontrar complementos entre ideas y estrategias que avancen el desarrollo y bienestar colectivo. El veneno mental de la era es el fundamentalismo de cada cerrada posición.

Al contrario de un aguijón en la miel del desayuno, el proceso de cambio no es fortuito; es producto de una dialéctica incontenible. Tal vez sus formas, el curioso carisma de su caudillo, sus odios y amores, sean casuales; una casualidad producto de la intersubjetividad entre los miles de protagonistas que participan en su construcción.  Cada individuo trae al gobierno su propia mezcla de valores y estrategias, con frecuencia en conflicto y antítesis entre sí. Algunos resultados de una gestión que se aproxima rápidamente a la década son objetivos; otros son quimeras de la parcialidad que provoca la subjetividad.

 La subjetividad es la toxina que corroe el dialogo y pensamiento. Ver la realidad a través de ojos enamorados - o viseras enlodadas de desprecio - distorsiona el discurso y corroe el proceso de cambio; sean cuales sean sus bases o fundamentos del proceso deseado.  Tal es el caso en la valoración del servicio y comida del hotel donde un fortuito aguijón me desmayó. Otrora refugio de la oligarquía, ese hotel es hoy una extensión de los corredores del poder que surcan la plaza Murillo. Aquellos que antes se deleitaban de su selvático encanto, hoy menosprecian su transformación – sospecho – debido a una valoración subjetiva envenenada del prejuicio que mata la igualdad e inclusión.

El potencial déficit fiscal, la subvención de hidrocarburos, la vulnerabilidad del sistema judicial son temas objetivos que debemos evitar caigan en las redes del discurso fácil del nuevo entorno electoral.  Ahora que la bonanza económica puede despedirse el 2013, debemos evaluar fríamente los aciertos y desaciertos de la actual gestión, para apuntar hacia puerto seguro. El debate electoral será sano y parte del ejercicio democrático que avanza a la patria hacia mayor justicia. Pero el aguijón de la subjetividad partidista estará siempre en la miel con la cual endulzamos nuestros deseos y esperanzas. En ese hotel, entre rio y selva, tal subjetividad habita en quienes resienten que una nueva burguesía haya ocupado ese territorio vacacional; una apreciación – sospecho -marcada de prejuicios y el aguijón de un racismo disfrazado de paladar gourmet. 


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