El 31 de diciembre, un aguijón
venenoso encontró vía directa a mi paladar.
En un hotel que se postra entre las nacientes laderas del altiplano y umbral
de la selva, la miel del desayuno me tendió una fortuita trampa. Una noble abeja
había dejado su arma en el néctar con el cual yo endulzaría mi café. Al sentir
un objeto extraño alojado entre mis dientes, presioné sobre el aguijón para
retirarlo, consiguiendo a la vez inyectarme en la encía del veneno aun presente
en aquel diminuto puñal. Mi cuerpo actuó exageradamente y – al intentar
eliminar la toxina – la reacción alérgica hizo colapsar por unos segundos mi
sistema nervioso central.
Una pluralidad de sustancias
tóxicas surcan las venas cerradas del organismo que llamamos patria. En ambos
bandos de nuestra polarizada madre, el dogmatismo e intolerancia envenena la
convivencia entre hermanos. El capitalismo, socialismo, ecologismo,
colonialismo, comunismo y otros “ismos” ocasionan reacciones alérgicas que
paralizan el pensamiento complejo, para postrar a la conciencia general ante un
reduccionismo banal. La ideología, polen necesario en la construcción de
diversos almibares, se antepone a un discurso objetivo que permita encontrar
complementos entre ideas y estrategias que avancen el desarrollo y bienestar colectivo.
El veneno mental de la era es el fundamentalismo de cada cerrada posición.
Al contrario de un aguijón en
la miel del desayuno, el proceso de cambio no es fortuito; es producto de una
dialéctica incontenible. Tal vez sus formas, el curioso carisma de su caudillo,
sus odios y amores, sean casuales; una casualidad producto de la
intersubjetividad entre los miles de protagonistas que participan en su
construcción. Cada individuo trae al
gobierno su propia mezcla de valores y estrategias, con frecuencia en conflicto
y antítesis entre sí. Algunos resultados de una gestión que se aproxima
rápidamente a la década son objetivos; otros son quimeras de la parcialidad
que provoca la subjetividad.
La subjetividad es la toxina que corroe el
dialogo y pensamiento. Ver la realidad a través de ojos enamorados - o viseras
enlodadas de desprecio - distorsiona el discurso y corroe el proceso de cambio;
sean cuales sean sus bases o fundamentos del proceso deseado. Tal es el caso en la valoración del servicio
y comida del hotel donde un fortuito aguijón me desmayó. Otrora refugio de la
oligarquía, ese hotel es hoy una extensión de los corredores del poder que
surcan la plaza Murillo. Aquellos que antes se deleitaban de su selvático encanto,
hoy menosprecian su transformación – sospecho – debido a una valoración
subjetiva envenenada del prejuicio que mata la igualdad e inclusión.
El potencial déficit fiscal,
la subvención de hidrocarburos, la vulnerabilidad del sistema judicial son
temas objetivos que debemos evitar caigan en las redes del discurso fácil del
nuevo entorno electoral. Ahora que la
bonanza económica puede despedirse el 2013, debemos evaluar fríamente los
aciertos y desaciertos de la actual gestión, para apuntar hacia puerto seguro.
El debate electoral será sano y parte del ejercicio democrático que avanza a la
patria hacia mayor justicia. Pero el aguijón de la subjetividad partidista
estará siempre en la miel con la cual endulzamos nuestros deseos y esperanzas.
En ese hotel, entre rio y selva, tal subjetividad habita en quienes resienten
que una nueva burguesía haya ocupado ese territorio vacacional; una apreciación
– sospecho -marcada de prejuicios y el aguijón de un racismo disfrazado de paladar
gourmet.
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