Exportar fertilizante a base de coca, para abonar trigo ajeno,
permitirá financiar los bonos que – según
la teoría - coadyuvan el alto vuelo de
la economía boliviana. Si al abono de
coca de exportación agregamos miles de toneladas de quínoa, tal vez logremos
complementar con “ventaja comparativa” nuestra incipiente comprensión del
concepto “efecto multiplicador”.
Bolivia tiene una ventaja comparativa en coca y quínoa. Exportar
hoja y grano sagrado con valor agregado, agregará pocos pero valiosos
empleos e impuestos, para coadyuvar el financiamiento de proyectos agrícolas (y creciente gasto público). En el argot de la
timba, exportar coca y quínoa será cena-quina para la economía nacional.
Pero si en vez de invertir escasos
recursos en industrializar coca y quínoa, nos empecinamos en ser
autosuficientes– digamos – en producir trigo, incurriríamos en un costo de
oportunidad. Es decir, invertir en trigo distraería recursos de la coca y
quínoa; productos agrícolas que producimos más eficientemente y que pueden ser
industrializados, exportados y fiscalizados con mayores beneficios que un trigo
excedentario.
Tenemos otra ventaja
comparativa en gas y materias primas. Estas exportaciones – sin embargo –
alimentan industrias ajenas, que agregan valor a nuestros recursos naturales. Nuestra
ventaja, por lo tanto, no se traduce en mayores empleos. Si bien las arcas del
Estado se benefician de precios altos en el mercado internacional, el efecto
multiplicador de nuestras exportaciones se concentran en menos de 200 mil afortunadas
familias; mientras que otras millones siguen acopiando migajas de una economía
informal.
Industrias estratégicas (litio,
acero, turismo) merecen incentivos por parte del Estado, sea mediante inversión
en infraestructura, seguridad jurídica o participación directa. Lo que no
necesitamos es diluir escasos recursos en plantar trigo, o construir (digamos) fábricas
de celulares.
Otros países producen
celulares a muy bajos precios, por lo que ahora son accesibles a la mayoría de
la población. Los que se ufanan de la ubicuidad de estos aparatos (como si su bajo
precio fuese logro de una nacionalización), parecen ignorar que es la
competitividad de otros a quienes debemos dar las gracias. No necesitamos ser autosuficientes
en la producción de aquello que otras naciones producen con mayor competitividad
y eficiencia.
Bolivia debe identificar sus
ventajas comparativas y facilitar la inversión en industrias competitivas. Pero
como nuestra mayor eficiencia es identificar al enemigo, lo que exportamos son expertos
en rasgarse las vestiduras. En el caso de México, por ejemplo, causa gran
disgusto ideológico el hecho que 30% de su maíz no esté “Hecho en México”. Es cierto que, debido a que está siendo usado para
biocombustibles, se ha duplicado su precio. También es cierto que la economía
mexicana tiene la productividad necesaria para darse el lujo de subvencionar un
bien por el cual paga el doble.
México exporta 20 mil
toneladas de carne a Japón, agregándole valor al maíz importado. Mientras
México tenga una ventaja comparativa en miles de industrias pujantes, que
exportan por doquier, los mexicanos tendrán el lujo de crear empleos que
permitan pagar un poquito más por tortillas, atole y tamales.
Incentivar la producción y
exportación de quínoa y coca industrializada agregará un pequeño peldaño a la
tasa de empleos. Se necesitan empleos, no un superávit en cuentas del Estado.
Para crear empleos se requiere invertir en industrias con ventajas comparativas.
Esas industrias llegarán cuando exista entre Estado y sociedad civil un acuerdo
enmarcado en leyes e incentivos (economía mixta), de tal forma que los
mecanismos de mercado coadyuven los burocráticos nobles deseos de los
gobernantes. Sin inversión no hay productividad, ni empleos, y el pueblo deberá
seguir acopiando valor agregado de la hoja sagrada: “cena coca”.
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