jueves, 17 de enero de 2013

¿Cena Quínoa?


Exportar fertilizante a base de coca, para abonar trigo ajeno, permitirá financiar los bonos  que – según la teoría -  coadyuvan el alto vuelo de la economía boliviana.  Si al abono de coca de exportación agregamos miles de toneladas de quínoa, tal vez logremos complementar con “ventaja comparativa” nuestra incipiente comprensión del concepto “efecto multiplicador”.

Bolivia tiene una ventaja comparativa en coca y quínoa. Exportar hoja y grano sagrado con valor agregado, agregará pocos pero valiosos empleos e impuestos, para coadyuvar el financiamiento de proyectos agrícolas  (y creciente gasto público). En el argot de la timba, exportar coca y quínoa será cena-quina para la economía nacional.

Pero si en vez de invertir escasos recursos en industrializar coca y quínoa, nos empecinamos en ser autosuficientes– digamos – en producir trigo, incurriríamos en un costo de oportunidad. Es decir, invertir en trigo distraería recursos de la coca y quínoa; productos agrícolas que producimos más eficientemente y que pueden ser industrializados, exportados y fiscalizados con mayores beneficios que un trigo excedentario.

Tenemos otra ventaja comparativa en gas y materias primas. Estas exportaciones – sin embargo – alimentan industrias ajenas, que agregan valor a nuestros recursos naturales. Nuestra ventaja, por lo tanto, no se traduce en mayores empleos. Si bien las arcas del Estado se benefician de precios altos en el mercado internacional, el efecto multiplicador de nuestras exportaciones se concentran en menos de 200 mil afortunadas familias; mientras que otras millones siguen acopiando migajas de una economía informal.

Industrias estratégicas (litio, acero, turismo) merecen incentivos por parte del Estado, sea mediante inversión en infraestructura, seguridad jurídica o participación directa. Lo que no necesitamos es diluir escasos recursos en plantar trigo, o construir (digamos) fábricas de celulares.

Otros países producen celulares a muy bajos precios, por lo que ahora son accesibles a la mayoría de la población. Los que se ufanan de la ubicuidad de estos aparatos (como si su bajo precio fuese logro de una nacionalización), parecen ignorar que es la competitividad de otros a quienes debemos dar las gracias. No necesitamos ser autosuficientes en la producción de aquello que otras naciones producen con mayor competitividad y eficiencia.

Bolivia debe identificar sus ventajas comparativas y facilitar la inversión en industrias competitivas. Pero como nuestra mayor eficiencia es identificar al enemigo, lo que exportamos son expertos en rasgarse las vestiduras. En el caso de México, por ejemplo, causa gran disgusto ideológico el hecho que 30% de su maíz no esté “Hecho en México”.  Es cierto que, debido a que está siendo usado para biocombustibles, se ha duplicado su precio. También es cierto que la economía mexicana tiene la productividad necesaria para darse el lujo de subvencionar un bien por el cual paga el doble.

México exporta 20 mil toneladas de carne a Japón, agregándole valor al maíz importado. Mientras México tenga una ventaja comparativa en miles de industrias pujantes, que exportan por doquier, los mexicanos tendrán el lujo de crear empleos que permitan pagar un poquito más por tortillas, atole y tamales.

Incentivar la producción y exportación de quínoa y coca industrializada agregará un pequeño peldaño a la tasa de empleos. Se necesitan empleos, no un superávit en cuentas del Estado. Para crear empleos se requiere invertir en industrias con ventajas comparativas. Esas industrias llegarán cuando exista entre Estado y sociedad civil un acuerdo enmarcado en leyes e incentivos (economía mixta), de tal forma que los mecanismos de mercado coadyuven los burocráticos nobles deseos de los gobernantes. Sin inversión no hay productividad, ni empleos, y el pueblo deberá seguir acopiando valor agregado de la hoja sagrada: “cena coca”.   

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