Un campesino quiere un huevo. Compra
una gallina y siembra maíz. Para obtener el huevo, su ave debe comer. El cálculo básico que hace ese
campesino es, ¿Cuánto maíz? Con esta analogía, Petty le explicó a John Arandia
su lógica empresarial.
Si el maíz tiene pesticidas, o
la gallina está genéticamente manipulada para poner huevos de avestruz, el
Estado debe intervenir. La gallina tampoco debe ser torturada; su vida
metalizada al punto de ofender la más básica sensibilidad humana. Consideraciones
morales, fiscales y sanitarias debe normar el mercado del huevo. Pero si el
campesino quiere vender muchos huevos, esa mentalidad empresarial es también “mentalidad
de campesino”.
La mentalidad empresarial está
siendo denigrada. Un ciudadano es libre de apenas trabajar, para precariamente
alimentar a su familia en una economía de subsistencia. Pero a lo largo y ancho
de este planeta (p.e. China), la lógica del campesino es la lógica del mercado.
Solamente aquellos que reciben sueldos por espetar palabras pueden darse el
lujo de menospreciar el hecho que la vida es un negocio. Aquellos que no
vivimos de la política debemos desarrollar una habilidad, o producto idóneo y
competitivo, para luego venderlo al mejor postor.
Un tejano – Bush -se mofaba de
la elite intelectual, jactándose de su propia mentalidad de campesino. Ese
tejano ganó la presidencia en su país. “Los intelectuales”, decía, “son bueno solo
para construir castillos en el aire”. Mientras que un campesino produce
alimentos que la familia sirve en su mesa, un ideólogo se sienta detrás de su
escritorio para elucubrar abstracciones. Mientras un campesino levanta el pico
para sembrar el maíz que alimenta la gallina, el político levanta el teléfono para
vender poder y sembrar aliados.
Otro tejano – Petty- llegó aquí
hace años para invertir, crear empleos y pagar impuestos al Estado. Ahora ese
tejano quiere invertir en una empresa que está en la lona. Admite el tejano que
sus asesores más cercanos creen que está loco por pensar que puede rescatar una
aerolínea en crisis, sobre todo en el clima que caracteriza la coyuntura actual.
El tejano habla un idioma
ajeno, tan ajeno, que incluso un neoyorquino tendría problemas para entender. El
tejano habla el idioma del campesino, un lenguaje sencillo que tiene poco
sentido para un citadino, que jamás ha criado una gallina, cuyos huevos salen
del supermercado. El tejano quiere
apostar en que rutas aéreas, como ser Honduras-México-Los Ángeles, pueden poner
muchos huevos en beneficio de todos: empleados, fisco, proveedores, usuarios e
inversionistas
Por humilde el origen del
político, cuando el poder lo convierte en intelectual, rápidamente se olvida de
la mentalidad de campesino. Entonces traza abstracciones para “abrir” mercados,
cuando detesta la mentalidad empresarial, y de invertir o producir a gran
escala no entiende nada. Detrás de la comodidad de su lujosa oficina, con
grandes medios para volar muy alto en su imaginación, desprecia la actividad
básica de la sociedad civil: hacer negocios.
Los campesinos que labran la
tierra para alimentar gallinas que ponen huevos, hacen negocios. Vender huevos no
es altruismo. Satanizar los “negocios” es ignorar que la mentalidad de la
ganancia es también “mentalidad de campesino”. Mareados por la altura del
poder, algunos ignoran lo complejo que es crear empleos. En vez de apoyar el
rescate de una empresa que alimenta miles de familias, están a punto de dejar
que muera una gallina más. Lo más preocupante es que creen que dejar morir
gallinas nos ayuda a “vivir bien”.
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