De esos proverbio que preferimos ignorar hay varios. Otro
es, “ten cuidado con lo que pides”. Cuando el deseo hay que cumplirlo- a
cualquier precio- el remedio suele ser peor que la enfermedad. Joyitas de la
sabiduría popular, como ser el refrán jacobino “en toda revolución debe correr
sangre”, son menos cautos. Las revoluciones, por definición, buscan la
velocidad.
Sectores sociales tienen varios deseos; que exigen sean
cumplidos, a la mala. Nadie pide valorar y defender, sin importar “quién” se
beneficie, principios básicos. Dos principios en particular son manoseados: “gobernabilidad”
(democrático) y “empatía” (cristiano). Cual fanático del futbol (ciego a las
faltas propias, pero extremadamente sensible a las ajenas), utilizamos estos
principios selectivamente. Es decir, defendemos la gobernabilidad y somos
empáticos únicamente hacia los amigos.
Es difícil defender el principio de gobernabilidad cuando los que ahora gobiernan lo ignoraban cuando
eran oposición. Es difícil sentir empatía hacia el sufrimiento ajeno, cuando quien
sufre intentó eliminar a su escuálida oposición manipulando principios
democráticos. Si fuese fácil aplicar un principio, el ser humano (tan humano) avanzaría
más rápido el proceso gradual de perfeccionar el sistema.
Los saltos cualitativos “revolucionarios”, que conducen mágica
o violentamente al ser humano del estado de perdición a una redención iluminada,
no solamente jamás se han dado, sino que han resultado en experimentos
totalitarios. La ingeniería social no tiene facultad en universidad alguna. Por
algo será.
Pero si de revoluciones de trata, la bolivariana ha sido
relativamente exitosa en evitar el derramamiento de sangre que proclamaban
necesario sus antepasados. Si la comparamos con otras revoluciones de la
historia, recibiría un mayor puntaje en varias categorías, entre otros retazos
y esbozos de democracia. El sistema sigue siendo imperfecto, el poder sigue
siendo una fuerza corruptiva y el ser humano sigue siendo un animal político
muy conflictivo. Eso lo sabemos. Lo que no queremos aceptar es que estamos un
poquito mejor que ayer.
Muchos desean ponerle un freno en seco a la revolución,
para encausar de inmediato el proceso de
cambio en una dirección mejor. Estos marginados del poder político tienen derecho
a ambicionar treparse al árbol. Las preguntas difíciles en esta difícil
coyuntura es, ¿a qué costo?, ¿cómo?, ¿cuándo?
y ¿con el respaldo de quién?
Sectores sociales desean a los líderes de la revolución
bolivariana apabullados por la presión popular, o defenestrados por el cáncer. Parece
que eligen ignorar dos principios básicos de sus sistemas de creencias y
valores “compartidos” de democracia y cristianismo. Si el deseo se cumpliese y los
líderes fuesen a desaparecer- ya sea victimas de masas en frenesí o células
malignas- dudo que el proceso de perfeccionamiento del sistema y enaltecimiento
de nuestro propio espíritu se beneficie, o que sea acelerado.
Los caminos a la democracia y ejercicio cristiano están
empedrados de buenos principios que luego decidimos no aplicar. El camino a la
perfección del sistema y alma requiere atravesar el fuego de las pasiones, para
convertir en conductas aquellos principios que adornan nuestros mejores deseos.
Desearle al gobierno caos, o a un gobernante muerte, no es ser consistente con
principio alguno. El peligro es que el deseo se cumpla prematuramente. El
riesgo de acelerar el proceso permanente de cambio es profundizar la
polarización; para que la sangre que claman los jacobinos esta vez sí sea
derramada.