Paradigma no es una teoría general que incorpora todas las demás teorías, ni es el mundo de ideas que habita nuestra mente. El paradigma tampoco describe la morada donde el intelecto encuentra refugio temporal: “Paradigma” es el conjunto de herramientas que permite a una generación descubrir, conocer y construir el camino.
El concepto “paradigma” fue acuñado por Thomas Kuhn, un pragmatista que señaló la relación entre las prácticas sociales, culturales y científicas y el conocimiento que obtenemos a través de esas prácticas. El telescopio, por ejemplo, permitió a Galileo corroborar las fórmulas matemáticas que llevaron a Kepler y Copérnico concluir que la tierra gira alrededor del sol. Primero existió una hipótesis, una idea abstracta que -gracias al nuevo paradigma, cortesía del telescopio- permitió al ser humano obtener una muy útil comprensión sobre su hogar azul. Después del telescopio es imposible creer que el sol gira alrededor de nuestra Tierra.
La crítica devastadora de Kuhn al paradigma científico es similar a la crítica que humanistas lanzan a las iglesias. El problema del paradigma científico, acusa Kuhn, es que obedece a prejuicios, prácticas impuestas por la tradición e intereses de la vieja-guardia-científica, que imponen métodos y premisas para defender su absoluta propiedad intelectual sobre su última versión de la “verdad”. Pero la verdad no es un monolito eterno, preservado por deidades en un Partenón platónico de formas eternas; la verdad se adapta, se transfigura para gradualmente manifestar en el espíritu humano gotas de la luz divina que hace a la gracia de la Creación.
Trozos de verdad contenidos en las dimensiones de la física y biología son opacados por profundas contradicciones. No obstante el aparente laberinto de la dualidad, muy lentamente el ser humano obtiene una perspectiva privilegiada de la mente y pasión de nuestro Creador. En contraste, desarrollar metodologías que permitan consensos sobre una pluralidad de universos creados por humanos a lo largo de tradiciones culturales o imposiciones políticas, resulta ser un ejercicio bastante más complejo que avanzar una ciencia objetiva y acertada. La subjetividad humana y la fuerza centrifuga del conformismo nos obliga a habitar incluso el imaginario de los múltiples infiernos creados por la fantasía de Dante hace más de 700 años.
Las complejidades dibujadas por la relación dialéctica entre “cosmovisión” (valores) y “paradigma” (método y herramientas) se hacen tangibles en la onerosa tarea de plasmar en palabras el espíritu de la Ley de Consulta Previa. En el último capítulo de Macondo, el país de las maravillas, las autoridades deberán dotar a los indígenas del TIPNIS de información “acopiada”. Esa información deberá permitirles consensuar una posición colectiva a favor o en contra la construcción de una carretera que atraviese el corazón de un parque nacional.
En democracia, las diferencias se resuelven mediante un vigoroso debate de ideas. En las dos últimas elecciones presidenciales, dicho debate estuvo ausente. Se hace tradición, entonces, una democracia por consigna. A falta de un debate, los indígenas del TIPNIS recibirán información. ¿Quién ha de desarrollar esa información? Más alucinante aun, en la interacción entre información que sustente la integración desarrollista y aquella que legitime un ecologismo indígena-pachamamista, ¿cuál será la cosmovisión que emerja del intento de una síntesis histórica? Lo único seguro es que el paradigma a ser aplicado, una vez más, será aquel que construyen los altos sacerdotes de su única verdad.
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