Entregado al placer inmediato, un adolecente no tiene aun la capacidad de realizar el más básico de los ejercicios matemáticos que impone la vida. Esa displicente actitud, sin embargo, cambia cuando un buen portazo machuca sus delicadas manos. Una vez el dolor se hace ferozmente presente, el adolorido adolecente debe “hacer la matemática” y calcular el costo-beneficio de diferentes cursos de acción. El camino más cómodo es dejar que la inflamación siga su curso natural. Meter la mano al hielo hasta que el dolor del portazo se conjugue con la fuerza penetrante del frio es otra opción; una muy incomoda acción proactiva que limita dolores futuros.
Los 20 minutos invertidos en sufrir los gélidos embates del agua cristalizada deben ser contrastados con una semana entera de dedos inutilizados por la hinchazón. Pero el adolecente típico no tiene suficiente información sobre cómo funciona su propio cuerpo, por lo cual con suerte (y arengas de un adulto) agregará apenas unos cuantos minutos de fastidio a su agravio físico; no permitiendo tiempo suficiente para que el hielo juegue su papel medicinal.
Al igual que un adolecente magullado, una nación empobrecida debe realizar un cálculo sencillo: buscar un cómodo placer de corto plazo, que a la larga puede conducir a una crisis económica; o incurrir en el fastidio político de corto plazo, que a la larga ha de mejorar la calidad de vida. Siendo más explícito: podemos comernos en bonos y proselitismo los ingresos del Estado, o podemos invertir en promover industria, infraestructura, salud, capacitación del ciudadano y promoción de nuestra nación como destino turístico y de segura inversión.
Utilizando trucos estadísticos equivalentes a realizar a magia con espejos, se pretende convencer a la población que el ingreso promedio de cada boliviano en 2008 fue de $ 1,651 dólares. Incluso si ello fuese cierto, no es motivo para el desmesurado triunfalismo, que conduce a algunos incluso a demeritar los logros de uno de nuestros vecinos, aludiendo que Chile “despertó de su sueño” después del colosal terremoto del 2010. El ingreso promedio de un chileno es de $ 10,124 dólares al año. Si ese es un “sueño”, entonces nuestros supuestos ingresos – casi 7 veces menores – deben ser una pesadilla.
No estamos haciendo bien las matemáticas. En vez de meter la mano al hielo, preferimos levantar el dedo y sermonear sobre el calentamiento global. El planeta entero debe asumir un sentido de urgencia y a pasos agigantados mover la economía hacia la sustentabilidad ecológica. Ello no quiere decir que Bolivia pueda darse el lujo de ponerle freno a la inversión. En el plan para el quinquenio 2010-2015, el Gobierno prevé que las inversiones serán del orden de los 32 mil millones de dólares. Reza el dicho que dos cosas que no se puede ocultar: la fortuna y el amor. Ambos tienen una manera de nítidamente manifestarse. Si el 2015 Bolivia sigue su marcha hacia un desarrollo sostenible y estabilidad macroeconómica, los bolivianos sentiremos el triunfo en el bolsillo y los escépticos tendremos que meternos hielo en la boca.
La puerta hacia el desarrollo en este momento se encuentra abierta de par en par. Ello no quiere decir que Bolivia pueda darse el lujo de seguir invirtiendo tiempo y esfuerzo en jugar a la geopolítica internacional, pretendiendo enarbolarse de autoridad moral, a la vez que domésticamente arremete políticamente contra disidentes, y permite se arremeta contra la naturaleza con el más depredador de todos los cultivos: la planta de coca. La falta de ánimo de incurrir en un poco de dolor de corto plazo - en la forma de inversión estratégica estatal – puede eventualmente conducir a un portazo, con su correspondiente inflamación. Tarde o temprano la mano tendrá que entrar al hielo.
jueves, 25 de marzo de 2010
miércoles, 10 de marzo de 2010
Nosotros los Feos
Cleopatra fue legendariamente bella; una apreciación estética que no dependió de los dictados comerciales del mercado. Pero como el mercado es repositorio de todos nuestros males, ahora los feos tenemos justificación: la fealdad es invento capitalista. Otro mal social es el sometimiento de la mujer. La historia de la humanidad es de opresión y discriminación hacia – indiscutiblemente – el más hermoso de los dos géneros. Las raíces de la injusticia hacia la mujer son complejas. La evidencia muestra que las estructuras patriarcales se reproducen bajo diversos, e incluso primitivos, modelos de “desarrollo”.
El debate sobre si debíamos o no celebrar aquí Miss Universo representa otra paradoja: una que el Gobierno resolvió demasiado fácil. Parece que causó urticaria entre algunos extremos que la reserva moral de la humanidad preste brillo a un concurso que impone estándares de belleza “occidentales” y correspondiente decadente comercialización de lo “relativamente bello”; lo cual les resulta antipático y antitético a su cruzada de descolonización.
Mujeres de diversas etnias ganan Miss Universo. Sugerir que el certamen es “colonizador” sería llevar la victimización de nuestro pueblo a extremos ridículos. Además, desde épocas remotas, antes de inventarse la publicidad, existían parámetros de belleza. Fue evolutivamente necesario elegir la pareja mejor apta para reproducir retoños sanos. Las caderas anchas y glándulas mamarias desarrolladas eran evidencia de salud física. La obsesión del hombre por senos grandes, por ende, no es un invento capitalista. Es vestigio de nuestro pasado primitivo.
De igual manera, las mujeres preferían hombros anchos y cuerpo fornido. Sin civilización, los músculos eran garantía necesaria para proteger a los hijos de amenazas diarias. Pero desde que existe civilización, nosotros los feos podemos (potencialmente) suplir nuestras deficiencias físicas con una decente billetera. Estabilidad económica es – después de todo – otro importantísimo factor de supervivencia.
Hablando de estabilidad económica, Bolivia tiene un gran potencial turístico. Nuestro desarrollo nacional recibirá un fuerte impulso si logramos atraer un mayor número de visitantes, que se quedan en Cuzco, a escasos kilómetros de nuestra frontera. La inversión de 7 millones de dólares necesaria para celebrar en Bolivia a Miss Universo palidece ante el valor publicitario que hubiésemos recibido; sin mencionar los ingresos por concepto de gasto de las delegaciones, turismo y derechos de televisión, que hubiesen devuelto gran parte de la inversión.
El Gobierno de Evo Morales fue incapaz de enviar una importante señal al mundo promoviendo – por lo menos - este intercambio comercial. Perdimos la oportunidad de exponer nuestra belleza al resto del planeta. Peor aún, perdimos la oportunidad de mejorar la calidad de vida de las cientos de miles de mujeres que viven indirectamente del turismo. La vida de muchas mujeres será indudablemente más digna cuando se dé un salto cualitativo en la promoción de Bolivia como destino turístico. Nuestra naturaleza, cultura y mujeres son hermosas. Vergüenza debería darnos seguir siendo un país acomplejado.
Presentar una patria digna, que recibe a sus huéspedes con la frente en alto, hubiese ayudado a promover nuestro patrimonio cultural y Bolivia como destino turístico; a la vez de honrar el derecho de la mujer de elegir lo que con su cuerpo hace, o deja de hacer; libres de las manipulaciones ideológicas a las cuales nos someten a todos los extremos más feos .
El debate sobre si debíamos o no celebrar aquí Miss Universo representa otra paradoja: una que el Gobierno resolvió demasiado fácil. Parece que causó urticaria entre algunos extremos que la reserva moral de la humanidad preste brillo a un concurso que impone estándares de belleza “occidentales” y correspondiente decadente comercialización de lo “relativamente bello”; lo cual les resulta antipático y antitético a su cruzada de descolonización.
Mujeres de diversas etnias ganan Miss Universo. Sugerir que el certamen es “colonizador” sería llevar la victimización de nuestro pueblo a extremos ridículos. Además, desde épocas remotas, antes de inventarse la publicidad, existían parámetros de belleza. Fue evolutivamente necesario elegir la pareja mejor apta para reproducir retoños sanos. Las caderas anchas y glándulas mamarias desarrolladas eran evidencia de salud física. La obsesión del hombre por senos grandes, por ende, no es un invento capitalista. Es vestigio de nuestro pasado primitivo.
De igual manera, las mujeres preferían hombros anchos y cuerpo fornido. Sin civilización, los músculos eran garantía necesaria para proteger a los hijos de amenazas diarias. Pero desde que existe civilización, nosotros los feos podemos (potencialmente) suplir nuestras deficiencias físicas con una decente billetera. Estabilidad económica es – después de todo – otro importantísimo factor de supervivencia.
Hablando de estabilidad económica, Bolivia tiene un gran potencial turístico. Nuestro desarrollo nacional recibirá un fuerte impulso si logramos atraer un mayor número de visitantes, que se quedan en Cuzco, a escasos kilómetros de nuestra frontera. La inversión de 7 millones de dólares necesaria para celebrar en Bolivia a Miss Universo palidece ante el valor publicitario que hubiésemos recibido; sin mencionar los ingresos por concepto de gasto de las delegaciones, turismo y derechos de televisión, que hubiesen devuelto gran parte de la inversión.
El Gobierno de Evo Morales fue incapaz de enviar una importante señal al mundo promoviendo – por lo menos - este intercambio comercial. Perdimos la oportunidad de exponer nuestra belleza al resto del planeta. Peor aún, perdimos la oportunidad de mejorar la calidad de vida de las cientos de miles de mujeres que viven indirectamente del turismo. La vida de muchas mujeres será indudablemente más digna cuando se dé un salto cualitativo en la promoción de Bolivia como destino turístico. Nuestra naturaleza, cultura y mujeres son hermosas. Vergüenza debería darnos seguir siendo un país acomplejado.
Presentar una patria digna, que recibe a sus huéspedes con la frente en alto, hubiese ayudado a promover nuestro patrimonio cultural y Bolivia como destino turístico; a la vez de honrar el derecho de la mujer de elegir lo que con su cuerpo hace, o deja de hacer; libres de las manipulaciones ideológicas a las cuales nos someten a todos los extremos más feos .
jueves, 4 de marzo de 2010
El Otro Bono
En 1985, Jeffrey Sachs ayudó a sacar a Bolivia de la hiperinflación. Veinte años más tarde admite que –aunque la estabilidad de precios y reformas de mercado restablecieron el crecimiento – el impacto fue limitado y benefició a los más privilegiados; “un impacto demasiado desigual para sacar al conjunto de la población de la pobreza extrema”. Es irónico que el prólogo a su libro “El Fin de la Pobreza” esté escrito por Bono quien, además de ser uno de los cantantes más famosos del planeta (U2), es también el mantra (bono) que reemplaza al dogma de la desregularización.
El bono y ego más grande del mundo – en su acento irlandés – dice que resolver la pobreza requiere compatibilizar “los objetivos estratégicos del mundo rico y un nuevo tipo de planificación en el mundo pobre”. Tal vez sea una exquisitez conceptual, pero creo que la planificación siempre busca lograr objetivos estratégicos. Los objetivos estratégicos pueden ser diferentes para los países ricos y pobres. Pero Bono habla de “un nuevo tipo de planificación”. ¿Acaso proféticamente se refiere a una planificación que carece de objetivos estratégicos?
El primer objetivo estratégico del MAS – al igual que cualquier partido – es ganar elecciones. Para ello nos abrumaron de enemigos; algunos muy bien definidos, otros abstractos, los más recientes identificados en la medida que anuncian su entrada al ruedo político electoral. Ahora que de oposición el MAS pasa al oficialismo, es hora que haga menos proselitismo y empiece a gobernar. ¿Cuál entonces es el nuevo objetivo estratégico del MAS? Sin un objetivo estratégico, ningún “tipo” de planificación es posible, amigo Bono. Propongo que el objetivo estratégico que ha ganado el corazón y esperanza de los bolivianos es lograr precisamente lo que Jeffrey Sachs admite fue un fracaso: cerrar la brecha de la desigualdad.
Según Sachs, 500 millones de chinos e indios dejaron de ser pobres desde 1990 gracias a la inversión extranjera directa (IED). Una pésima capitalización en Bolivia no obstante, los países con niveles más altos de IED también son las naciones en vía de desarrollo con mayor PNB per cápita. En vez de intentar subsanar las desigualdades a base de bonos, amigo Bono, nuestro gobierno debería empezar a planificar para atraer inversión extranjera en Bolivia. Algunos en el gobierno tienen muy claro este objetivo, evidencia de ello es un desfile de delegaciones chinas, rusas, iraníes, francesas, venezolanas, etc. que ocupan las ocupadas agendas de algunos mandatarios. El problema, amigo Bono, es que el “nuevo tipo de planificación” carece de un componente “estratégico”, debido a un viejo tipo de esquizofrenia ideológica que nace del comprensible, pero ya trillado, trauma socio-existencial.
Lejos de ayudar a los pobres, ese dolor solo crea la percepción que Bolivia es enemiga del mercado, que no entiende los beneficios de la inversión e intercambio comercial y que su nuevo “tipo” de planificación se limita a administrar la pobreza; en vez de promover el desarrollo industrial. Una planificación de largo plazo requiere incentivar la inversión. Sin este componente estratégico, el objetivo de cerrar la brecha de la desigualdad y pobreza jamás será logrado. Si bien crear enemigos imaginarios y surtir un bono tras otro ha surtido un buen resultado electoral, sacarnos de la pobreza necesita hacer muy claro que en Bolivia el mercado y la inversión son bienvenidos. Incendiar el terreno económico con una retorica que sataniza al mercado e inversión no es un “nuevo tipo de planificación”, amigo Bono. Es una pésima estrategia.
El bono y ego más grande del mundo – en su acento irlandés – dice que resolver la pobreza requiere compatibilizar “los objetivos estratégicos del mundo rico y un nuevo tipo de planificación en el mundo pobre”. Tal vez sea una exquisitez conceptual, pero creo que la planificación siempre busca lograr objetivos estratégicos. Los objetivos estratégicos pueden ser diferentes para los países ricos y pobres. Pero Bono habla de “un nuevo tipo de planificación”. ¿Acaso proféticamente se refiere a una planificación que carece de objetivos estratégicos?
El primer objetivo estratégico del MAS – al igual que cualquier partido – es ganar elecciones. Para ello nos abrumaron de enemigos; algunos muy bien definidos, otros abstractos, los más recientes identificados en la medida que anuncian su entrada al ruedo político electoral. Ahora que de oposición el MAS pasa al oficialismo, es hora que haga menos proselitismo y empiece a gobernar. ¿Cuál entonces es el nuevo objetivo estratégico del MAS? Sin un objetivo estratégico, ningún “tipo” de planificación es posible, amigo Bono. Propongo que el objetivo estratégico que ha ganado el corazón y esperanza de los bolivianos es lograr precisamente lo que Jeffrey Sachs admite fue un fracaso: cerrar la brecha de la desigualdad.
Según Sachs, 500 millones de chinos e indios dejaron de ser pobres desde 1990 gracias a la inversión extranjera directa (IED). Una pésima capitalización en Bolivia no obstante, los países con niveles más altos de IED también son las naciones en vía de desarrollo con mayor PNB per cápita. En vez de intentar subsanar las desigualdades a base de bonos, amigo Bono, nuestro gobierno debería empezar a planificar para atraer inversión extranjera en Bolivia. Algunos en el gobierno tienen muy claro este objetivo, evidencia de ello es un desfile de delegaciones chinas, rusas, iraníes, francesas, venezolanas, etc. que ocupan las ocupadas agendas de algunos mandatarios. El problema, amigo Bono, es que el “nuevo tipo de planificación” carece de un componente “estratégico”, debido a un viejo tipo de esquizofrenia ideológica que nace del comprensible, pero ya trillado, trauma socio-existencial.
Lejos de ayudar a los pobres, ese dolor solo crea la percepción que Bolivia es enemiga del mercado, que no entiende los beneficios de la inversión e intercambio comercial y que su nuevo “tipo” de planificación se limita a administrar la pobreza; en vez de promover el desarrollo industrial. Una planificación de largo plazo requiere incentivar la inversión. Sin este componente estratégico, el objetivo de cerrar la brecha de la desigualdad y pobreza jamás será logrado. Si bien crear enemigos imaginarios y surtir un bono tras otro ha surtido un buen resultado electoral, sacarnos de la pobreza necesita hacer muy claro que en Bolivia el mercado y la inversión son bienvenidos. Incendiar el terreno económico con una retorica que sataniza al mercado e inversión no es un “nuevo tipo de planificación”, amigo Bono. Es una pésima estrategia.
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inversión extranjera directa
martes, 2 de marzo de 2010
Perfecto por Naturaleza
La perfección existe en la naturaleza como proceso, jamás como resultado final. Las eternamente cambiantes condiciones materiales hacen que la vida sea posible únicamente mediante equilibrios ecológicos en dinámico fluir y movimiento. Los ciclos que acompañan el devenir de millones de organismos que coordinan sus existencias en una sinergia de intereses en conflicto, demandan de una casi infinita variedad de formas que resultan de dicha adaptación. Es asombroso observar como la muerte y violencia que acompaña la lucha por supervivencia culmina en una milagrosa cooperación, donde cada especie contribuye dentro de su propio hábitat a la perpetuación de la vida en el planeta.
Una constante y primitiva verdad es que los organismos jamás han dejado de adaptarse a entornos ecológicos que – debido a los ciclos planetarios – han atravesado unas 60 glaciaciones en los últimos 2 millones de años. Se estima que los avances y retrocesos glaciales suceden cada 11,000 años, en línea con la órbita natural de la tierra alrededor del sol. El último periodo glacial - durante el Pleistoceno - duró 0.1 millones de años y terminó hace 10,000 años, en línea con el desarrollo de la civilización humana.
El profesor Tzedakis, Universidad de Leeds, Inglaterra, argumenta que la cantidad de gases de invernadero (CO2) que el ser humano expulsa a la atmosfera – irónicamente – puede acelerar el advenimiento de una nueva era glacial. Esta por demás añadir que el hecho que la naturaleza tenga la capacidad de adaptación no es excusa para contaminar desalmadamente el planeta. Los humanos no tenemos el derecho de acelerar ciclos; menos ser cómplice en el exterminio de especies; mucho menos conducir al abismo ecológico a nuestro único hogar. Pero el objetivo compartido de revertir la demencial marcha hacia un desastre apocalíptico creado por la industrialización tampoco justifica inventarnos realidades que existen únicamente en mentes desquiciadas por el dolor existencial de observar el altísimo costo de adaptación y desarrollo de fuentes ecológicas de energía. Menos cuando el dolor existencial no les impide seguir lucrando del mercado de energía a base de carbono.
La adaptación demanda que no existan - biológicamente y culturalmente hablando - verdades absolutas. La adaptación requiere de una pluralidad de manifestaciones y diversidad. La anterior premisa no quiere decir que todo sea relativo. El conjunto de condiciones (y valores) que constituyen un momento específico sobre este planeta (y sociedad) componen una verdad coyuntural; que es relativa y absoluta a la misma vez. Una verdad es relativa en relación al futuro, pero es absoluta en relación al presente. Entre ambos “momentos” existe un proceso – a veces natural, otras veces social, siempre divino – que lentamente va adaptando verdades biológicas, científicas y culturales a nuevos entornos, descubrimientos y realidades, para repetir el círculo dialectico por toda la eternidad.
La moral es una de las pocas verdades absolutas. No es “relativo” – por ejemplo - el amor (por “instintivo” que sea) que profesa un progenitor por su retoño, una altruismo sin el cual la supervivencia de especies complejas (como ser los mamíferos) sería imposible. Sin el cuidado desprendido de incluso algunas especies de peces, que celosamente cuidan los huevos que prolongarán su herencia genética, no puede existir adaptación o vida posible. Otra “verdad absoluta” de la naturaleza, por ende, no es la supervivencia del más fuerte; es la supervivencia del más cooperador - una conducta moral hacia la siguiente generación cuyo substrato es el amor al otro.
Tampoco es “relativo” que la naturaleza, Dios, Gaia, o el cosmos, perpetúe el proceso que evolutivamente dio lugar y permite que trillones de diferentes tipos de ojos interpreten trillones de realidades relativas. Desde la mosca que observa una mano acercarse para darle una caricia, hasta la ecolocalización mediante la reverberación de sus chirridos que reproducen el entorno dentro del cerebro del murciélago, la visión existe. La visión no es relativa. Lo que es relativo es el producto de dicha visión, sobre todo en el entorno social del ser humano.
Tal vez sin visión la adaptación sigue siendo posible. Pregúntenle al topo. Pero sin el interés personal que motiva hasta las abejas luchar por la supervivencia de su panal (y no por el panal vecino), la adaptación sería imposible. El interés personal conduce algunos a querer convertirse en mártir (y disfrutar de una vida eterna), o ser un santo (y vanagloriarse en la gratitud eterna del Señor). Pero incluso aquellos que sacrifican sus vidas por un servicio a la patria y deseo de ayudar al prójimo, lo hacen porque encuentran en dicho sacrificio algún tipo de gratificación personal, un interés de velar por una vocación personal que es consistente con la constante de la naturaleza, no una verdad relativa.
El interés personal puede asumir millones de distintas formas. Cualquiera fuese su manifestación, es parte del proceso diseñado por la fuerza más grande y sabia del universo. A esa fuerza divina/natural pueden ponerle el nombre que quieran. Al concepto que debemos atravesar por un proceso de adaptación semántica es al concepto de “interés personal”. En el presente absolutista estamos utilizando “interés personal” como sinónimo de “egoísmo”, una confusión que ofusca la mente y causa gran daño económico. El satanizar el interés personal y lógica de incentivos personales no permite desarrollar un bien común y cooperación en base tanto a la solidaridad como a conflictos de intereses que – de estar las políticas, leyes e incentivos correctamente alineados y probamente diseñadas – ayudarían a mejor conducir el desarrollo moral, social y económico de nuestro único y glorioso hábitat andino. La opción es intentar crear siervos autómatas del Estado, seres sin un interés personal, lo cual es ir en contra de la naturaleza.
Una constante y primitiva verdad es que los organismos jamás han dejado de adaptarse a entornos ecológicos que – debido a los ciclos planetarios – han atravesado unas 60 glaciaciones en los últimos 2 millones de años. Se estima que los avances y retrocesos glaciales suceden cada 11,000 años, en línea con la órbita natural de la tierra alrededor del sol. El último periodo glacial - durante el Pleistoceno - duró 0.1 millones de años y terminó hace 10,000 años, en línea con el desarrollo de la civilización humana.
El profesor Tzedakis, Universidad de Leeds, Inglaterra, argumenta que la cantidad de gases de invernadero (CO2) que el ser humano expulsa a la atmosfera – irónicamente – puede acelerar el advenimiento de una nueva era glacial. Esta por demás añadir que el hecho que la naturaleza tenga la capacidad de adaptación no es excusa para contaminar desalmadamente el planeta. Los humanos no tenemos el derecho de acelerar ciclos; menos ser cómplice en el exterminio de especies; mucho menos conducir al abismo ecológico a nuestro único hogar. Pero el objetivo compartido de revertir la demencial marcha hacia un desastre apocalíptico creado por la industrialización tampoco justifica inventarnos realidades que existen únicamente en mentes desquiciadas por el dolor existencial de observar el altísimo costo de adaptación y desarrollo de fuentes ecológicas de energía. Menos cuando el dolor existencial no les impide seguir lucrando del mercado de energía a base de carbono.
La adaptación demanda que no existan - biológicamente y culturalmente hablando - verdades absolutas. La adaptación requiere de una pluralidad de manifestaciones y diversidad. La anterior premisa no quiere decir que todo sea relativo. El conjunto de condiciones (y valores) que constituyen un momento específico sobre este planeta (y sociedad) componen una verdad coyuntural; que es relativa y absoluta a la misma vez. Una verdad es relativa en relación al futuro, pero es absoluta en relación al presente. Entre ambos “momentos” existe un proceso – a veces natural, otras veces social, siempre divino – que lentamente va adaptando verdades biológicas, científicas y culturales a nuevos entornos, descubrimientos y realidades, para repetir el círculo dialectico por toda la eternidad.
La moral es una de las pocas verdades absolutas. No es “relativo” – por ejemplo - el amor (por “instintivo” que sea) que profesa un progenitor por su retoño, una altruismo sin el cual la supervivencia de especies complejas (como ser los mamíferos) sería imposible. Sin el cuidado desprendido de incluso algunas especies de peces, que celosamente cuidan los huevos que prolongarán su herencia genética, no puede existir adaptación o vida posible. Otra “verdad absoluta” de la naturaleza, por ende, no es la supervivencia del más fuerte; es la supervivencia del más cooperador - una conducta moral hacia la siguiente generación cuyo substrato es el amor al otro.
Tampoco es “relativo” que la naturaleza, Dios, Gaia, o el cosmos, perpetúe el proceso que evolutivamente dio lugar y permite que trillones de diferentes tipos de ojos interpreten trillones de realidades relativas. Desde la mosca que observa una mano acercarse para darle una caricia, hasta la ecolocalización mediante la reverberación de sus chirridos que reproducen el entorno dentro del cerebro del murciélago, la visión existe. La visión no es relativa. Lo que es relativo es el producto de dicha visión, sobre todo en el entorno social del ser humano.
Tal vez sin visión la adaptación sigue siendo posible. Pregúntenle al topo. Pero sin el interés personal que motiva hasta las abejas luchar por la supervivencia de su panal (y no por el panal vecino), la adaptación sería imposible. El interés personal conduce algunos a querer convertirse en mártir (y disfrutar de una vida eterna), o ser un santo (y vanagloriarse en la gratitud eterna del Señor). Pero incluso aquellos que sacrifican sus vidas por un servicio a la patria y deseo de ayudar al prójimo, lo hacen porque encuentran en dicho sacrificio algún tipo de gratificación personal, un interés de velar por una vocación personal que es consistente con la constante de la naturaleza, no una verdad relativa.
El interés personal puede asumir millones de distintas formas. Cualquiera fuese su manifestación, es parte del proceso diseñado por la fuerza más grande y sabia del universo. A esa fuerza divina/natural pueden ponerle el nombre que quieran. Al concepto que debemos atravesar por un proceso de adaptación semántica es al concepto de “interés personal”. En el presente absolutista estamos utilizando “interés personal” como sinónimo de “egoísmo”, una confusión que ofusca la mente y causa gran daño económico. El satanizar el interés personal y lógica de incentivos personales no permite desarrollar un bien común y cooperación en base tanto a la solidaridad como a conflictos de intereses que – de estar las políticas, leyes e incentivos correctamente alineados y probamente diseñadas – ayudarían a mejor conducir el desarrollo moral, social y económico de nuestro único y glorioso hábitat andino. La opción es intentar crear siervos autómatas del Estado, seres sin un interés personal, lo cual es ir en contra de la naturaleza.
lunes, 1 de marzo de 2010
Alianza Política Sobrenatural
Con el estribillo cubano-comunista “patria o muerte, venceremos”, el gobierno pretende del todo subordinar a las FFAA bolivianas, despojándolas por completo de toda imparcialidad ideológica, para que rindan lealtad al partido político que – por ahora- domina en la nación. A esa coalición de fuerzas institucionales – que incluye el Poder Judicial - ahora se suma la Madre Tierra, que supuestamente vierte sus votos desde las profundidades, aportando su granito de arena mediante la destrucción de cientos de vidas e infraestructura de nuestra hermana República de Chile. En lo que representa un invisible desastre intelectual, los bolivianos permanecemos impávidos ante las grandes contradicciones en esta madre de todas las alianzas. Parece que siglos de opresión han calado profundo, derrumbando el sentido común y sometiéndonos a la más cruenta de todas las calamidades: el oscurantismo.
Cuando un terremoto quitó la vida a casi medio millón de haitianos, el movimiento tectónico fue tildado parte de una conspiración militar-imperialista de EEUU. Ahora que un sismo 50 veces mayor, acompañado de un brutal tsunami, hace estragos en la nación mejor industrializada y mejor articulada económicamente de nuestro continente, resulta que es un castigo por parte de la Pachamama, que se enoja con los chilenos por - mayoritariamente - sostener un modelo de desarrollo que ni siquiera acabamos de entender.
Cuando el evangelista Pat Robertson declaró el terremoto en Haití un castigo de Dios, por un supuesto “pacto con el diablo”, voces de la sensatez inmediatamente catalogaron sus apreciaciones como “demenciales”. Después de todo, asumir saber cómo actúa y cómo piensa Dios (o madre-tierra) solo puede ser comentario de un cándido fundamentalista que – en nombre de su agenda – dice cualquier majadería. Ahora que Chile es la victima de las fuerzas de la naturaleza, asoma su cabeza una grosera doble moral, que condena los poderes sobrenaturales de interlocución con Dios de Robertson, mientras que semanas más tarde con su silencio socapa la supuesta alianza ideologica entre un movimiento político y la madre-tierra. Dilucidar esa antípoda es perder el tiempo. Mejor esclarecer las maneras que tiene Dios, el cosmos, Gaia, madre-tierra o Pachamama, de reproducir la vida en este planeta.
El ciclo global que mantiene el equilibrio de carbono entre la atmosfera, hidrosfera y litosfera es posible gracias a que las placas tectónicas están en permanente movimiento. El proceso de placas tectónicas remueve el CO2 en los márgenes de subducción de la corteza terrestre. Además de su importancia en equilibrar el ciclo del carbono, las colisiones entre placas elevan las cadenas montañosas, revirtiendo el proceso de erosión que – de no ser por colosales colisiones que forman montañas – arrastraría sedimentos a los océanos, elevando el nivel del mar. En los miles de millones de años que este ciclo ha funcionado a la perfección, se ha evitado hundir la tierra bajo los mares. La inevitable destrucción– lejos de ser castigo – es como se hace posible la vida terrestre.
¿Cómo se “hace” posible un modelo de desarrollo envidiable? El éxito chileno es una mezcla de una apertura comercial, promoción de exportaciones y estabilidad macroeconómica. Pero en Bolivia el dogma caudillista nos ciega, por lo que no podremos ni ser justos al comparar la capacidad de Chile de lidiar con su tragedia natural, ni entender el éxito económico de un modelo gobernado por una coalición de izquierda que gobierna Chile desde 1990, incluyendo socialistas como Michelle Bachelet. Ese oscurantismo metafísico no es producto de la doble moral que nos embarga. Si somos incapaces de entender cómo se construye una vida digna y desarrollo es porque nuestra infraestructura ideológica hace siglos está en ruinas; una catástrofe social de tal magnitud que se asemeja a un desastre natural. Afortunadamente nuestros gobernantes compensan su oscurantismo mesiánico con una esotérica alianza ideológica con la mismísima madre naturaleza.
Cuando un terremoto quitó la vida a casi medio millón de haitianos, el movimiento tectónico fue tildado parte de una conspiración militar-imperialista de EEUU. Ahora que un sismo 50 veces mayor, acompañado de un tsunami, hace estragos en la nación mejor industrializada y mejor articulada económicamente de nuestro continente, resulta que es un castigo por parte de la Pachamama, que castiga a los chilenos por - mayoritariamente - sostener un modelo de desarrollo que ni siquiera entendemos. Cuando el evangelista de extrema derecha Pat Robertson culpó a los haitianos de su tragedia por haber realizado un “pacto con el diablo”, voces de la sensatez inmediatamente catalogaron sus apreciaciones como “demenciales”. Después de todo, asumir saber cómo actúa y cómo piensa Dios (o madre-tierra) solo puede ser espetado por un cándido fundamentalista que – en nombre de su agenda – dice cualquier majadería.
Intentar dilucidar esta grosera doble moral, que condena los poderes sobrenaturales de interlocución con Dios de unos; mientras que semanas más tarde se socapa la alianza política entre un movimiento político y el poder destructor de la naturaleza, es perder el tiempo. Mejor dilucidar las maneras que tiene Dios, el cosmos, Gaia, madre-tierra o Pachamama de reproducir la vida en este paradisiaco planeta.
El ciclo global que mantiene el equilibrio de carbono entre la atmosfera, hidrosfera y litosfera es posible gracias a que las placas tectónicas están en permanente movimiento. El proceso de placas tectónicas remueve el CO2 en los márgenes de subducción de la corteza terrestre. Además de su importancia en equilibrar el ciclo del carbono, las colisiones entre placas elevan las cadenas montañosas, revirtiendo el proceso de erosión que – de no ser por colosales colisiones que forman montañas – arrastraría sedimentos a los océanos, elevando el nivel del mar. En los miles de millones de años que este ciclo ha funcionado a la perfección, se ha evitado hundir a la tierra bajo los mares. La inevitable destrucción– lejos de ser castigo – es como se hace la vida en la tierra.
¿Cómo se “hace” un modelo de desarrollo envidiable? El éxito chileno es una mezcla de una apertura comercial, promoción de exportaciones y estabilidad macroeconómica. Pero en Bolivia no podremos ni ser justos al comparar la capacidad de Chile de lidiar con su tragedia natural, ni entender el éxito económico de un modelo gobernado por una coalición de izquierda que gobierna Chile desde 1990, incluyendo socialistas como Michelle Bachelet. Ese oscurantismo metafísico no es producto de la doble moral que nos embarga. Si somos incapaces de entender cómo se construye una vida digna y desarrollo es porque nuestra infraestructura ideológica hace siglos está en ruinas; una catástrofe social de tal magnitud que se asemeja a un desastre natural. Por suerte tenemos de aliada a las fuerzas de la madre-tierra.
Cuando un terremoto quitó la vida a casi medio millón de haitianos, el movimiento tectónico fue tildado parte de una conspiración militar-imperialista de EEUU. Ahora que un sismo 50 veces mayor, acompañado de un brutal tsunami, hace estragos en la nación mejor industrializada y mejor articulada económicamente de nuestro continente, resulta que es un castigo por parte de la Pachamama, que se enoja con los chilenos por - mayoritariamente - sostener un modelo de desarrollo que ni siquiera acabamos de entender.
Cuando el evangelista Pat Robertson declaró el terremoto en Haití un castigo de Dios, por un supuesto “pacto con el diablo”, voces de la sensatez inmediatamente catalogaron sus apreciaciones como “demenciales”. Después de todo, asumir saber cómo actúa y cómo piensa Dios (o madre-tierra) solo puede ser comentario de un cándido fundamentalista que – en nombre de su agenda – dice cualquier majadería. Ahora que Chile es la victima de las fuerzas de la naturaleza, asoma su cabeza una grosera doble moral, que condena los poderes sobrenaturales de interlocución con Dios de Robertson, mientras que semanas más tarde con su silencio socapa la supuesta alianza ideologica entre un movimiento político y la madre-tierra. Dilucidar esa antípoda es perder el tiempo. Mejor esclarecer las maneras que tiene Dios, el cosmos, Gaia, madre-tierra o Pachamama, de reproducir la vida en este planeta.
El ciclo global que mantiene el equilibrio de carbono entre la atmosfera, hidrosfera y litosfera es posible gracias a que las placas tectónicas están en permanente movimiento. El proceso de placas tectónicas remueve el CO2 en los márgenes de subducción de la corteza terrestre. Además de su importancia en equilibrar el ciclo del carbono, las colisiones entre placas elevan las cadenas montañosas, revirtiendo el proceso de erosión que – de no ser por colosales colisiones que forman montañas – arrastraría sedimentos a los océanos, elevando el nivel del mar. En los miles de millones de años que este ciclo ha funcionado a la perfección, se ha evitado hundir la tierra bajo los mares. La inevitable destrucción– lejos de ser castigo – es como se hace posible la vida terrestre.
¿Cómo se “hace” posible un modelo de desarrollo envidiable? El éxito chileno es una mezcla de una apertura comercial, promoción de exportaciones y estabilidad macroeconómica. Pero en Bolivia el dogma caudillista nos ciega, por lo que no podremos ni ser justos al comparar la capacidad de Chile de lidiar con su tragedia natural, ni entender el éxito económico de un modelo gobernado por una coalición de izquierda que gobierna Chile desde 1990, incluyendo socialistas como Michelle Bachelet. Ese oscurantismo metafísico no es producto de la doble moral que nos embarga. Si somos incapaces de entender cómo se construye una vida digna y desarrollo es porque nuestra infraestructura ideológica hace siglos está en ruinas; una catástrofe social de tal magnitud que se asemeja a un desastre natural. Afortunadamente nuestros gobernantes compensan su oscurantismo mesiánico con una esotérica alianza ideológica con la mismísima madre naturaleza.
Cuando un terremoto quitó la vida a casi medio millón de haitianos, el movimiento tectónico fue tildado parte de una conspiración militar-imperialista de EEUU. Ahora que un sismo 50 veces mayor, acompañado de un tsunami, hace estragos en la nación mejor industrializada y mejor articulada económicamente de nuestro continente, resulta que es un castigo por parte de la Pachamama, que castiga a los chilenos por - mayoritariamente - sostener un modelo de desarrollo que ni siquiera entendemos. Cuando el evangelista de extrema derecha Pat Robertson culpó a los haitianos de su tragedia por haber realizado un “pacto con el diablo”, voces de la sensatez inmediatamente catalogaron sus apreciaciones como “demenciales”. Después de todo, asumir saber cómo actúa y cómo piensa Dios (o madre-tierra) solo puede ser espetado por un cándido fundamentalista que – en nombre de su agenda – dice cualquier majadería.
Intentar dilucidar esta grosera doble moral, que condena los poderes sobrenaturales de interlocución con Dios de unos; mientras que semanas más tarde se socapa la alianza política entre un movimiento político y el poder destructor de la naturaleza, es perder el tiempo. Mejor dilucidar las maneras que tiene Dios, el cosmos, Gaia, madre-tierra o Pachamama de reproducir la vida en este paradisiaco planeta.
El ciclo global que mantiene el equilibrio de carbono entre la atmosfera, hidrosfera y litosfera es posible gracias a que las placas tectónicas están en permanente movimiento. El proceso de placas tectónicas remueve el CO2 en los márgenes de subducción de la corteza terrestre. Además de su importancia en equilibrar el ciclo del carbono, las colisiones entre placas elevan las cadenas montañosas, revirtiendo el proceso de erosión que – de no ser por colosales colisiones que forman montañas – arrastraría sedimentos a los océanos, elevando el nivel del mar. En los miles de millones de años que este ciclo ha funcionado a la perfección, se ha evitado hundir a la tierra bajo los mares. La inevitable destrucción– lejos de ser castigo – es como se hace la vida en la tierra.
¿Cómo se “hace” un modelo de desarrollo envidiable? El éxito chileno es una mezcla de una apertura comercial, promoción de exportaciones y estabilidad macroeconómica. Pero en Bolivia no podremos ni ser justos al comparar la capacidad de Chile de lidiar con su tragedia natural, ni entender el éxito económico de un modelo gobernado por una coalición de izquierda que gobierna Chile desde 1990, incluyendo socialistas como Michelle Bachelet. Ese oscurantismo metafísico no es producto de la doble moral que nos embarga. Si somos incapaces de entender cómo se construye una vida digna y desarrollo es porque nuestra infraestructura ideológica hace siglos está en ruinas; una catástrofe social de tal magnitud que se asemeja a un desastre natural. Por suerte tenemos de aliada a las fuerzas de la madre-tierra.
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