Transferir al Estado libertades a cambio de su protección es una idea muy antigua. Maestro en controlar bajos instintos, Hobbes propuso librarnos de la discordia entre egoístas sometiendo al pueblo a una soberbia autoridad central. Walter Martínez, manipulador de “acontecimientos en pleno desarrollo”, ahora lamenta en su Dossier: “El Estado, que no debía meterse en nada, no se metió y el resultado es que ahora el Estado tiene que meterse en todo”. Un Estado que se mete en todo es una idea que nos han metido; un concepto que avanza por la coyuntura. La idea deberá ser digerida antes de ser evacuada por el otro lado de la historia.
El vulnerable Estado Plurinacional boliviano acaba de nacer. La gran paradoja es que – para rescatar vestigios de democracia – debemos por ahora tolerar la arremetida del Gran Poder del retoño del patriarca y cuadrilla de burócratas que se entrometen hasta en los bolsillos. Pero si la oposición llegase a ganar las elecciones en diciembre, en lugar de institucionalidad, tendríamos una nación sumergida en el caos que aun pueden imponer los aferrados al proyecto de dominación total. Hobbesiano imperativo, por ende, es que (por la más mínima diferencia) el Presidente Morales sea reelegido; mientras que el Congreso pase a manos de la pluralidad de bolivianos. Un nuevo empate – irónicamente – es la única esperanza de revalidar al Legislativo como último bastión del equilibrio del poder.
Complementariedad del poder no es agenda ni del oficialismo, ni de la oposición. Con votos de devotos unos buscan la hegemonía política que – al destruir la separación de poderes – permita el garrote político que imponga su hegemonía sectorial. Los otros buscan su cuotita de poder. Pero si en medio de la excitación proselitista la oposición llegase a interponerse al macizo muro que erigen para contener las egoístas energías que nacen del individuo, la vida se volvería aun más “corta, solitaria, pobre y brutal”. La cabeza del actual Estado debe seguir creciendo hasta aplastar la iniciativa personal. Solo cuando sea imposible maquillar sus arrugas y disfrazar sus falanges con retorica populista, podremos sentir la inútil paja del intrusivo órgano estatal.
México y Brasil tienen un Estado constituido, que permite integrar sus pueblos en beneficio de sus respectivas economías (y al revés). La madurez de líderes capaces de hacer a un lado ideologías en nombre del orden y progreso es un lujo que sólo se dan Estados que ya han pasado por sus entrañas las heces propias de las fases del adolecente narcisismo nacionalista. Las que aun lentamente pasamos el bolo por intestinos en vía de formación, debemos primero permitir que el Estado “nos meta con todo”. Es mejor que los bloqueos al desarrollo se concentren en la Plaza Murillo, a tener que lidiar nuevamente con la iniciativa personal de cien mil muy bien organizados bloqueadores de aplastante vocación.
Aunque el imberbe Estado Plurinacional no crea ni deja crear, es menester dejarlo crecer, incluso cuando la erección de sus muros desgarra el tejido de convivencia entre hermanos. Lo importante es mañana desentrañar su autoritarismo e digerir un mejor poder. Aún no existen las condiciones políticas, capacidad, ni convicción. De tener la tentación de detener del poder su paradoja, la prematura evacuación del marxismo cocalero prolongará el absolutismo sindical. Que sigan avasallando todo espacio social, adoctrinen al pueblo y arremetan contra la independencia: de los poderes, de las regiones, también del individuo. ¡Métanle maestros!
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