Cortinas de humo cubren un continente embriagado por serenatas que anuncian la invasión del Comando Sur. Abnegados Presidentes (sin agenda personal) suponen que un mágico referéndum transnacional disolvería por decreto la amenaza militar; votos depositados en urnas “bolivarianas” que obliguen a Colombia enterrar por cuenta propia y sin ayuda a los hijos de Santander caídos en garras del narco-terrorismo. Uno de los países más prósperos del continente, Colombia ve su desarrollo violenta y cruelmente entorpecido por fuerzas irregulares que operan en su territorio. Pero las amargas consignas en contra del terrorismo, separatismo y guerrillas cambas que operan en Bolivia se disuelven cuando se trata de las FARC. Parece ser que la ideología con la cual se disfrazan algunos asesinos despierta una romántica nostalgia entre los maestros de la indignación selectiva.
Un puñado de espinas en un Rozas en Bolivia conmueve a lágrimas, pero hechos de vejación, asesinato y sedición cien mil veces repetidas en Colombia parece excitar el mismo morbo en nuestro cerebro reptiliano que provoca ver como otros ultrajan una dama. La morbosa complicidad parece replicarse cuando es el narco-terrorismo quien a diario viola al pueblo colombiano. El sufrimiento de Ingrid Betancourt y miles otros se diluye en medio de una abstracción revolucionaria; mientras que tres tristes tigres conspirando desde un céntrico hotel aledaño a la feria de Santa Cruz aquí nos desgarra el alma. Desgarrada está una nación hermana. Pero Colombia no es Honduras, ni Uribe es Zelaya. Por ende - en lugar de apoyar la lucha por su democracia y soberanía - se enfilaron varios Presidentes a Bariloche a condenarla.
Entre los Presidentes de UNASUR se interpuso la cordura. La más mínima decencia obligó apoyar a Colombia en su lucha contra el narco-terrorismo, aunque sea de boca para afuera. La doctrina de sometimiento político tuvo que ceder a la doctrina de avanzar paz y libertad siempre; no solo cuando les conviene. Y aunque pretenden hacer del vergonzoso caso de una menor de edad colombiana una venda que tape las otras decenas de miles vejaciones de las FARC, la solidaridad con Colombia puede más que la manipulación mediática de Telesur. Ahora se buscan soluciones, como ser un referéndum intercontinental.
Propongo, en el mismo espíritu, que los pueblos de América Latina decidan si se legalizan o no las drogas; no para promover el consumo, sino para regularlo. Que sea el Estado – y no la oferta y la demanda - quien someta a productores y consumidores de cocaína a la racionalidad. En lugar de narco-terroristas sembrando muerte, que broten clínicas para tratar a los cocainómanos por lo que son: enfermos. Es más lucrativo, sin embargo, que la cocaína sea ilegal. De ser legalizada, el precio bajaría y habría que rendir cuentas; lo cual haría más difícil el uso clandestino de ganancias para financiar agendas cuyo norte es drogar al pueblo con la merca ideológica del sur.
La política de EEUU contra el narcotráfico desestabiliza y mata. Si nuestros líderes realmente pretenden luchar contra el imperialismo, que sus voces se eleven ahora también para acabar con una guerra que ha resultado tóxica para nuestros pueblos. Aunque fueron expulsados los agentes de la DEA, sigue reinando la misma demente lógica de la prohibición. Debemos reemplazar el libre mercado de cocaína con Europa y EEUU por regulación e intervención del Estado. El silencio en este sentido no solo es cómplice, es también sospechoso. Para encausar la agenda, tal vez ayude agregar al referéndum una urna adicional.
domingo, 30 de agosto de 2009
lunes, 17 de agosto de 2009
Detener la Paradoja
Transferir al Estado libertades a cambio de su protección es una idea muy antigua. Maestro en controlar bajos instintos, Hobbes propuso librarnos de la discordia entre egoístas sometiendo al pueblo a una soberbia autoridad central. Walter Martínez, manipulador de “acontecimientos en pleno desarrollo”, ahora lamenta en su Dossier: “El Estado, que no debía meterse en nada, no se metió y el resultado es que ahora el Estado tiene que meterse en todo”. Un Estado que se mete en todo es una idea que nos han metido; un concepto que avanza por la coyuntura. La idea deberá ser digerida antes de ser evacuada por el otro lado de la historia.
El vulnerable Estado Plurinacional boliviano acaba de nacer. La gran paradoja es que – para rescatar vestigios de democracia – debemos por ahora tolerar la arremetida del Gran Poder del retoño del patriarca y cuadrilla de burócratas que se entrometen hasta en los bolsillos. Pero si la oposición llegase a ganar las elecciones en diciembre, en lugar de institucionalidad, tendríamos una nación sumergida en el caos que aun pueden imponer los aferrados al proyecto de dominación total. Hobbesiano imperativo, por ende, es que (por la más mínima diferencia) el Presidente Morales sea reelegido; mientras que el Congreso pase a manos de la pluralidad de bolivianos. Un nuevo empate – irónicamente – es la única esperanza de revalidar al Legislativo como último bastión del equilibrio del poder.
Complementariedad del poder no es agenda ni del oficialismo, ni de la oposición. Con votos de devotos unos buscan la hegemonía política que – al destruir la separación de poderes – permita el garrote político que imponga su hegemonía sectorial. Los otros buscan su cuotita de poder. Pero si en medio de la excitación proselitista la oposición llegase a interponerse al macizo muro que erigen para contener las egoístas energías que nacen del individuo, la vida se volvería aun más “corta, solitaria, pobre y brutal”. La cabeza del actual Estado debe seguir creciendo hasta aplastar la iniciativa personal. Solo cuando sea imposible maquillar sus arrugas y disfrazar sus falanges con retorica populista, podremos sentir la inútil paja del intrusivo órgano estatal.
México y Brasil tienen un Estado constituido, que permite integrar sus pueblos en beneficio de sus respectivas economías (y al revés). La madurez de líderes capaces de hacer a un lado ideologías en nombre del orden y progreso es un lujo que sólo se dan Estados que ya han pasado por sus entrañas las heces propias de las fases del adolecente narcisismo nacionalista. Las que aun lentamente pasamos el bolo por intestinos en vía de formación, debemos primero permitir que el Estado “nos meta con todo”. Es mejor que los bloqueos al desarrollo se concentren en la Plaza Murillo, a tener que lidiar nuevamente con la iniciativa personal de cien mil muy bien organizados bloqueadores de aplastante vocación.
Aunque el imberbe Estado Plurinacional no crea ni deja crear, es menester dejarlo crecer, incluso cuando la erección de sus muros desgarra el tejido de convivencia entre hermanos. Lo importante es mañana desentrañar su autoritarismo e digerir un mejor poder. Aún no existen las condiciones políticas, capacidad, ni convicción. De tener la tentación de detener del poder su paradoja, la prematura evacuación del marxismo cocalero prolongará el absolutismo sindical. Que sigan avasallando todo espacio social, adoctrinen al pueblo y arremetan contra la independencia: de los poderes, de las regiones, también del individuo. ¡Métanle maestros!
El vulnerable Estado Plurinacional boliviano acaba de nacer. La gran paradoja es que – para rescatar vestigios de democracia – debemos por ahora tolerar la arremetida del Gran Poder del retoño del patriarca y cuadrilla de burócratas que se entrometen hasta en los bolsillos. Pero si la oposición llegase a ganar las elecciones en diciembre, en lugar de institucionalidad, tendríamos una nación sumergida en el caos que aun pueden imponer los aferrados al proyecto de dominación total. Hobbesiano imperativo, por ende, es que (por la más mínima diferencia) el Presidente Morales sea reelegido; mientras que el Congreso pase a manos de la pluralidad de bolivianos. Un nuevo empate – irónicamente – es la única esperanza de revalidar al Legislativo como último bastión del equilibrio del poder.
Complementariedad del poder no es agenda ni del oficialismo, ni de la oposición. Con votos de devotos unos buscan la hegemonía política que – al destruir la separación de poderes – permita el garrote político que imponga su hegemonía sectorial. Los otros buscan su cuotita de poder. Pero si en medio de la excitación proselitista la oposición llegase a interponerse al macizo muro que erigen para contener las egoístas energías que nacen del individuo, la vida se volvería aun más “corta, solitaria, pobre y brutal”. La cabeza del actual Estado debe seguir creciendo hasta aplastar la iniciativa personal. Solo cuando sea imposible maquillar sus arrugas y disfrazar sus falanges con retorica populista, podremos sentir la inútil paja del intrusivo órgano estatal.
México y Brasil tienen un Estado constituido, que permite integrar sus pueblos en beneficio de sus respectivas economías (y al revés). La madurez de líderes capaces de hacer a un lado ideologías en nombre del orden y progreso es un lujo que sólo se dan Estados que ya han pasado por sus entrañas las heces propias de las fases del adolecente narcisismo nacionalista. Las que aun lentamente pasamos el bolo por intestinos en vía de formación, debemos primero permitir que el Estado “nos meta con todo”. Es mejor que los bloqueos al desarrollo se concentren en la Plaza Murillo, a tener que lidiar nuevamente con la iniciativa personal de cien mil muy bien organizados bloqueadores de aplastante vocación.
Aunque el imberbe Estado Plurinacional no crea ni deja crear, es menester dejarlo crecer, incluso cuando la erección de sus muros desgarra el tejido de convivencia entre hermanos. Lo importante es mañana desentrañar su autoritarismo e digerir un mejor poder. Aún no existen las condiciones políticas, capacidad, ni convicción. De tener la tentación de detener del poder su paradoja, la prematura evacuación del marxismo cocalero prolongará el absolutismo sindical. Que sigan avasallando todo espacio social, adoctrinen al pueblo y arremetan contra la independencia: de los poderes, de las regiones, también del individuo. ¡Métanle maestros!
viernes, 7 de agosto de 2009
Un Gusto Adquirido
Perdura el machismo, porque son cómplices algunas víctimas de tal desfachatez. Sometidas por una falsa consciencia, una numerosa minoría reproduce en sus hijos cadenas mentales que las hacen serviles al marido. Con precisa simetría, en las entrañas de sus corroídas mentes, la clase media reproduce valores que reproducen su sumisión a la agenda de explotación de la burguesía. El hilo conductor es una cultura moldeada por los intereses de las élites, promovida a través de su corrupto sistema de educación y monopólico control de los medios de comunicación. Sus estrategias han sido estudiadas en profundidad y son ampliamente conocidas; por lo que es menester de la revolución “legalmente” expropiarle al poder burgués su capacidad de imponer valores que conducen al consumismo egoísta. El brazo ejecutor de una nueva cultura serán los periodistas y burócratas del nuevo amanecer, quienes utilizarán los mismos medios y las mismas herramientas mediáticas; esta vez para entrelazar al pueblo, en lugar de encadenarlo.
La aplicación de viejas técnicas de adoctrinamiento a nuevos y más elevados objetivos orgánicos permite que el poder sea utilizado para que el pueblo aprenda a “olvidar” los intereses personales, convirtiendo al individuo en parte de un ente superior. Ha quedado registrado en los anales las efemérides de agosto que el mejor homenaje que podemos hacer a nuestra querida patria es “pensar todos igual”. Y todo aquel que opine diferente, es porque es cómplice de la agenda imperialista de promover el valor del esfuerzo individual, donde uno es protagonista y responsable de avanzar su propia libertad y bienestar. ¡El descaro!
Hay que extrapolar el pasado de opresión como si nada hubiese cambiado, para sembrar paranoia, lo cual permite crear una neurosis colectiva que arrastre al pueblo a defenderse de fabricadas amenazas externas e internas, las cuales deberán ser destruidas; al igual que cualquier idea que no se someta a una única e incuestionable verdad. Si bien es cierto que este valle de lágrimas es una cárcel que nos impone los caprichos de una piel pecaminosa, por lo menos que esta vez las llaves estén en manos de burócratas, en lugar del latifundio mediático de la burguesía.
El individuo demuestra ser incapaz de identificar sus cadenas. Por ende - aparentando respeto a la libertad individual - el Estado deberá liberarlo, bombardeando su psique con propaganda política; reemplazando la vanidad contenida en basura que vende el capitalismo, por la solidaridad sectorial: un bien supremo. A su vez, el Estado entiende la historia mejor que el individuo, lo cual le confiere derecho de recrearla y comercializarla según los dictados de su agenda política, que es noble. De esa manera se logrará reprimir el mercantilismo fariseo del “libre mercado de ideas”, promotor de la degeneración mental en manos de medios privados de comunicación.
Las cadenas de la explotación capitalista deberán ceder a los sublimes barrotes de la ingeniería social, única forma de controlar nuestros bajos instintos; derrotando así al egoísmo y castigando toda renuencia a tejer vigilantemente el tejido social. La maravillosa contradicción es que - esta vez - la cárcel será liberadora. En el compromiso de trabajar “por” y “para” el Estado, el pueblo se convertirá en su sirviente, un servilismo que es bueno, porque un Estado socialista es un organismo benévolo: gran garantía de una libertad que es, en realidad, una gratificación adquirida.
La aplicación de viejas técnicas de adoctrinamiento a nuevos y más elevados objetivos orgánicos permite que el poder sea utilizado para que el pueblo aprenda a “olvidar” los intereses personales, convirtiendo al individuo en parte de un ente superior. Ha quedado registrado en los anales las efemérides de agosto que el mejor homenaje que podemos hacer a nuestra querida patria es “pensar todos igual”. Y todo aquel que opine diferente, es porque es cómplice de la agenda imperialista de promover el valor del esfuerzo individual, donde uno es protagonista y responsable de avanzar su propia libertad y bienestar. ¡El descaro!
Hay que extrapolar el pasado de opresión como si nada hubiese cambiado, para sembrar paranoia, lo cual permite crear una neurosis colectiva que arrastre al pueblo a defenderse de fabricadas amenazas externas e internas, las cuales deberán ser destruidas; al igual que cualquier idea que no se someta a una única e incuestionable verdad. Si bien es cierto que este valle de lágrimas es una cárcel que nos impone los caprichos de una piel pecaminosa, por lo menos que esta vez las llaves estén en manos de burócratas, en lugar del latifundio mediático de la burguesía.
El individuo demuestra ser incapaz de identificar sus cadenas. Por ende - aparentando respeto a la libertad individual - el Estado deberá liberarlo, bombardeando su psique con propaganda política; reemplazando la vanidad contenida en basura que vende el capitalismo, por la solidaridad sectorial: un bien supremo. A su vez, el Estado entiende la historia mejor que el individuo, lo cual le confiere derecho de recrearla y comercializarla según los dictados de su agenda política, que es noble. De esa manera se logrará reprimir el mercantilismo fariseo del “libre mercado de ideas”, promotor de la degeneración mental en manos de medios privados de comunicación.
Las cadenas de la explotación capitalista deberán ceder a los sublimes barrotes de la ingeniería social, única forma de controlar nuestros bajos instintos; derrotando así al egoísmo y castigando toda renuencia a tejer vigilantemente el tejido social. La maravillosa contradicción es que - esta vez - la cárcel será liberadora. En el compromiso de trabajar “por” y “para” el Estado, el pueblo se convertirá en su sirviente, un servilismo que es bueno, porque un Estado socialista es un organismo benévolo: gran garantía de una libertad que es, en realidad, una gratificación adquirida.
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