En hebreo y en latín, “pascua” quiere decir “paso”, y en el cristianismo celebra el paso de la muerte a la vida de Jesús: su resurrección. La Navidad es también el paso de Jesús a la vida: su nacimiento. En ambas celebraciones se utiliza la palabra “pascua”, y ambas tienen su equivalente en el judaísmo, la religión de Jesús. En 163 a. C., Antíoco IV Epífanes, rey de Siria y señor de Palestina, había ordenado convertir al Templo de Jerusalén en templo de adoración de Zeus, el dios Olímpico. Cuando Judas Macabeo reconquistó la ciudad, volvió a consagrarse el templo a Dios, y un cantarillo de aceite de oliva milagrosamente ardió durante ocho días. Esta celebración se llama Hanuká, y se celebra en diciembre. La pascua judía celebra el éxodo de Egipto también en el mes de abril. El Éxodo es una de las historias más importantes jamás contadas, y forma parte de la cosmología judeocristiana como prueba contundente que, entre sus criaturas, Dios también tiene sus favoritos.
El debate si los milagros en la Biblia son metáforas, o si deben ser considerados como eventos reales, ha cobrado una nueva dimensión con nueva evidencia que señala que las diez plagas realmente sucedieron. Todos los sucesos, desde la muerte de los primogénitos, hasta la partición del mar Rojo, parecen haber sido ocasionado por una cadena de eventos desatados por un cataclismo en el archipiélago griego de Santori, una de las explosiones volcánicas más feroces sobre la faz de la tierra. Según la hipótesis, el movimiento teutónico causó no sólo la formación de un pasaje en el mar para que escapen de Egipto los judíos, sino que provocó que químicos encapsulados miles de metros debajo de la tierra sean liberados, ocasionando las plagas y una capa de dióxido de carbono que – al arrastrase sobre la tierra - fue culpable de la muerte de los primogénitos, que en Egipto solían dormir en cunas pegadas al suelo.
Si fue Dios el que echó a andar la tormenta de terremotos, o fue una afortunada casualidad para Moisés, nos lleva a otro gran debate: la evolución. Comprobar que los sapos escaparon gases subterráneos, y que peces muertos ocasionaron pestilencias en Egipto, es una cosa. Pero la teoría de la evolución a partir de la selección natural es otra muy diferente. La evidencia que la transformación en las especies responde a cambios graduales a través de cientos de millones de años es contundente, y a falta de fósiles que comprueben cada paso en el proceso, ahora la genética ha desarrollado técnicas que permiten observar parentescos con precisión científica.
Si Dios utiliza el proceso de selección natural, o si es el mecanismo mediante el cual la naturaleza se adapta para sobrevivir, es inconsecuente. El hecho es que, sea Dios o sea la materia, el mecanismo de supervivencia funciona, y funciona muy bien. Su creación más elevada, el ser humano, ha desarrollado así una de las herramientas más poderosas: la palabra. Al principio no teníamos cultura, ni libros, ni leyes. Al principio teníamos el potencial del lenguaje, y éste resultó muy útil a la hora de cooperar entre humanos, para liberarnos de todo tipo de mal, no el menor de ellos nuestros semejantes. Lentamente desarrollamos la capacidad de cultura, algo único entre los habitantes del planeta, y que nos lleva a una paradoja: la guerra de ideas.
La evolución coloca al ser humano al par con las demás especies. Es una idea anarquista, porque cuestiona la condición única del hombre y promueve un igualitarismo peligroso para quienes basan su poder en la imposición de jerarquías. Sin embargo, la evolución es rechazada por algunos defensores del pueblo, porque las bases conceptuales de la adaptación y competencia invocan al capitalismo. Por su parte, las elites convencen al pueblo que es libre de competir, y aunque justifican su poder en su capacidad de innovar y adaptarse, miran con sospecha al darwinismo, y promueven la idea que la perfección de la existencia radica en la mente del Creador. La religión celebra el paso a la comprensión entre hermanos, y ha permitido trascender agendas políticas, y nuestra mezquindad. Pero las ideas con las que pelean los clanes cobran vida propia, se mezclan y se contradicen, y hace tanto más difícil entender la palabra de Jesús. Encontremos sosiego, entonces, en la sabiduría de dar la otra mejilla, en la comprensión que es lento el proceso evolutivo, y celebremos su Resurrección.
viernes, 4 de mayo de 2007
Perspectiva del Tiempo
Sebastián tiene cinco años, y para evitar que las frivolidades de la modernidad contaminen su mente, su padre celosamente vigila el contenido de lo que puede ver en la televisión. No obstante, siempre hay un descuido. Preparando a Sebastián para ir al colegio, enciende la TV y el programa es un documental sobre las Guerra Púnicas entre Cartago y el Imperio Romano. Asombrado por la imagen de soldados a punto de entrar en batalla, Sebastián pregunta, “¿Son esos los buenos?”. Los uniforme parecen romanos, pero los guerreros no exhiben el lustre y pulcritud a la que nos tiene acostumbrados Hollywood. Por el contrario, la pantalla muestra individuos harapientos y andrajosos. En medio de una batalla, sea romano o cartaginés, un soldado no estará preocupado por afeitarse o mantener limpio el uniforme.
Al margen de quién es quién, la pregunta sigue siendo difícil de responder. ¿Eran los “buenos” los romanos? Roma aún no se convertía al cristianismo. Además, son guerras de un lugar lejano, de una época remota, por lo que podríamos contestar: “ninguno de los dos”. Sigue siendo un hecho que ambos bandos se caracterizaron por su extrema crueldad. A su vez, su brutalidad no desmerece el que, precisamente debido a su violencia despiadada, ambos bandos crearon condiciones que llevaron a los pueblos a alcanzar cada vez mayores grados de cooperación. Pero las consecuencias no intencionadas de la barbarie y sed de conquista las apreciamos sólo miles de años después. En su momento, quienes estuvieron al medio de la pugna entre los dos imperios, no podían darse el lujo de la neutralidad, mucho menos comprendían que la guerra estaba empujándolos a avanzar instituciones, leyes y mecanismos para construir naciones y mejor organizar la sociedad.
Con su afán de conquista del fundamentalismo, el imperio de nuestra época ha logrado crear un gran consenso: una simple oposición a su hegemonía. Las muertes despiadadas son cometidas por ambos bandos, lo que hace difícil definir quienes son los “buenos”. Queda también en el aire cuál será el nuevo nivel de cooperación que será desarrollado sobre las cenizas de la actual violencia. El gobierno de Irán – por ejemplo - tiene hoy en el gobierno chiíta en Irak un preciado aliado, en una región dominada por el grupo rival, lo sunníes. Es en el interés de Irán, sin embargo, dejar que sangre el invasor, aún cuando ello implica poner en peligro la estabilidad del gobierno chiíta. En consecuencia, Irán no pretende cooperar con los EE.UU., y calcula muy fríamente hasta que punto puede darse el lujo de desestabilizar a su aliado, deteniendo su auspicio de la violencia sólo cuando existe el riego de conducirlo a totalmente fracasar.
En su afán de identificar a los malos, Sebastián manifiesta la frivolidad de un niño, una frivolidad producto de nuestro lento proceso de evolución social. Mayores grados de cooperación hoy tal vez se pueden lograr sin los conflictos que han creado su necesidad. Pero la lección no ha entrado ni con sangre, y seguimos pecando de la frivolidad de reducir toda diferencia al imperativo maniqueo definir quienes son los “malos”. Si el Presidente insinúa prematuramente a sus constituyentes adelantar las elecciones, debe verse como una gran oportunidad para consolidar un nivel mayor de cooperación. Debemos entonces aprovechar este tiempo para avanzar ese espíritu en la Asamblea, en las entrevistas, en los debates, donde sea. Si los del MAS luego traicionan los valores que predican, que el pueblo se lo reclame en las urnas. Mientras tanto, preocupémonos por proponer una visión de país coherente con nuestras necesidades históricas. En lugar de cuestionar el espíritu democrático de los actores políticos, y reducir el debate a supuestas cortinas de humo, obliguémoslos con ideas y principios a apegarse a ese espíritu, y hagamos publica la discusión. Si queremos cambios, utilicemos la persuasión, y no las tácticas del menosprecio. Si queremos cambios, aprovechemos este tiempo para presentar propuestas. Esta vez no hay lugar para frivolidades que nos hagan a todos perder.
Al margen de quién es quién, la pregunta sigue siendo difícil de responder. ¿Eran los “buenos” los romanos? Roma aún no se convertía al cristianismo. Además, son guerras de un lugar lejano, de una época remota, por lo que podríamos contestar: “ninguno de los dos”. Sigue siendo un hecho que ambos bandos se caracterizaron por su extrema crueldad. A su vez, su brutalidad no desmerece el que, precisamente debido a su violencia despiadada, ambos bandos crearon condiciones que llevaron a los pueblos a alcanzar cada vez mayores grados de cooperación. Pero las consecuencias no intencionadas de la barbarie y sed de conquista las apreciamos sólo miles de años después. En su momento, quienes estuvieron al medio de la pugna entre los dos imperios, no podían darse el lujo de la neutralidad, mucho menos comprendían que la guerra estaba empujándolos a avanzar instituciones, leyes y mecanismos para construir naciones y mejor organizar la sociedad.
Con su afán de conquista del fundamentalismo, el imperio de nuestra época ha logrado crear un gran consenso: una simple oposición a su hegemonía. Las muertes despiadadas son cometidas por ambos bandos, lo que hace difícil definir quienes son los “buenos”. Queda también en el aire cuál será el nuevo nivel de cooperación que será desarrollado sobre las cenizas de la actual violencia. El gobierno de Irán – por ejemplo - tiene hoy en el gobierno chiíta en Irak un preciado aliado, en una región dominada por el grupo rival, lo sunníes. Es en el interés de Irán, sin embargo, dejar que sangre el invasor, aún cuando ello implica poner en peligro la estabilidad del gobierno chiíta. En consecuencia, Irán no pretende cooperar con los EE.UU., y calcula muy fríamente hasta que punto puede darse el lujo de desestabilizar a su aliado, deteniendo su auspicio de la violencia sólo cuando existe el riego de conducirlo a totalmente fracasar.
En su afán de identificar a los malos, Sebastián manifiesta la frivolidad de un niño, una frivolidad producto de nuestro lento proceso de evolución social. Mayores grados de cooperación hoy tal vez se pueden lograr sin los conflictos que han creado su necesidad. Pero la lección no ha entrado ni con sangre, y seguimos pecando de la frivolidad de reducir toda diferencia al imperativo maniqueo definir quienes son los “malos”. Si el Presidente insinúa prematuramente a sus constituyentes adelantar las elecciones, debe verse como una gran oportunidad para consolidar un nivel mayor de cooperación. Debemos entonces aprovechar este tiempo para avanzar ese espíritu en la Asamblea, en las entrevistas, en los debates, donde sea. Si los del MAS luego traicionan los valores que predican, que el pueblo se lo reclame en las urnas. Mientras tanto, preocupémonos por proponer una visión de país coherente con nuestras necesidades históricas. En lugar de cuestionar el espíritu democrático de los actores políticos, y reducir el debate a supuestas cortinas de humo, obliguémoslos con ideas y principios a apegarse a ese espíritu, y hagamos publica la discusión. Si queremos cambios, utilicemos la persuasión, y no las tácticas del menosprecio. Si queremos cambios, aprovechemos este tiempo para presentar propuestas. Esta vez no hay lugar para frivolidades que nos hagan a todos perder.
Las Clases de Luchas
Solían los filósofos creer que en la prehistoria el ser humano convivía sin leyes, en un “estado natural”. Hoy entendemos que –al igual que existe una predisposición en nuestra especie para el lenguaje, la música y las matemáticas - el ser humano siempre ha desarrollado reglas, creencias y costumbres - o por lo menos desde que empezó a vivir en comunidad. Se creía también que en aquel estado idílico y entrañable, cuando éramos iguales de inocentes que nuestro silvestre entorno, la imposición del orden se lograba solo mediante el uso de fuerza. Hoy comprendemos que – al igual que los chimpancés – los humanos obedecemos a ciertos principios básicos que permiten controlar la conducta de los miembros del grupo, de manera de poder avanzar el bienestar en lugar de pasársela peleándose por el poder. La ley, por ende, forma parte de un código instintivo, y representa una de las herramientas más valiosas con las que cuenta el ser humano para garantizar la supervivencia de su especie.
Sin embargo, si nos tomáramos la molestia de salir a la calle y preguntar, “¿qué quiere decir para usted “la ley”?”, temo que nos sorprendería lo difícil que es para muchos conceptuar algo que parecería ser básico y evidente. Tal vez la respuesta dependa cómo formulamos la pregunta, y tal vez la respuesta dependa de quién haga la pregunta, y hasta cómo esté vestida la persona. La subjetividad, después de todo, es rey. Pero la respuesta es muy sencilla: Las leyes son reglas que definen nuestros derechos y responsabilidades. Algo tan sencillo parece hoy perderse de la conciencia colectiva, y en lugar de enfocarnos en desarrollar reglas que permita mejor avanzar nuestro bienestar común, pareciéramos preferir mantenernos en un estado de frenesí, como si esperando que sea un sacrificio humano el que logre apaciguar nuestras frustraciones. Pero incluso esos rituales son racionales en la medida que permiten enfocar y canalizar los esfuerzos del pueblo. Lo que es irracional es disipar la energía que representa la voluntad de cada uno de los bolivianos, simplemente porque no se entienden algunos preceptos básicos que hacen que la convivencia, incluso entre chimpancés[1], se dirija hacia mínimos objetivos compartidos, como ser aquel que representa la estabilidad.
En la historia de la humanidad han existido, y existen, leyes injustas o anacrónicas que deben ser revertidas o perfeccionadas. Durante la era oscura del medievo europeo, por ejemplo, los poderosos terratenientes eran quienes imponían sus propias leyes sobre sus vasallos, un antecedente histórico que muchos dirán aun refleja lo que sucede en nuestro propio suelo. Quienes tan cínicamente prefieren optar por una postura que ignora el lento proceso evolutivo de la sociedad - y tal vez pretenden acelerar el proceso mediante el fuego de la lucha de clases y una sangrienta revolución - subestiman el marco legal establecido, el cual afortunadamente aun rinde tal irracionalidad poco probable. Es precisamente el hecho que hemos desarrollado reglas que permiten cierta convivencia pacifica, y sobre todo la alteración pacifica del poder, lo que permite aun mantener un vestigio de civilidad.
Ahora nos encontramos en pleno proceso de definir las nuevas reglas de juego y las bases conceptuales sobre las cuales hemos de brindar al individuo las garantías e incentivos para avanzar su bienestar, y en la misma medida avanzar el bienestar de todos. Pero parece que hay quienes prefieren invocar mediante hechicería a los espíritus ancestrales, que utilizar las herramientas y la sabiduría adquirida a través de cientos de años, experiencias que permiten a las sociedades dejar de tropezar con la misma piedra. Para ello, sin embargo, se requiere empezar por algo tan básico como siquiera preguntarse para qué sirven las leyes, y para qué una nación desarrolla preceptos básicos enmarcados en una constitución.
Hace apenas 300 años no se conocían leyes de la naturaleza que hoy todos damos por obvia. En ese entonces, por ejemplo, se explicaba el proceso de combustión como el resultado de la liberación de una sustancia que llamaban flogisto. Un francés, Antoine Lavoisier, encontró dicha noción difícil de creer, y en 1772 descubrió que algunos químicos ganaban peso al quemarse. Fue de esta manera que llegó a la conclusión que algo era añadido a éstos químicos, en lugar de que algo – el flogisto – se desprenda de ellos. En 1794, Lavoisier se enteró que un ingles había descubierto un gas que aparentemente era imprescindible en el proceso de combustión. El gas que había descubierto Priestley era nada menos que el oxigeno, y Lavoisier llegó a la conclusión que cuando un combustible arde, es porque se mezcla con el oxigeno, y que no existía tal cosa como el flogisto. Mas adelante Lavoisier utilizó el descubrimiento de otro ingles, Cavedish, para concluir que el agua estaba constituida por la combinación del hidrógeno con el oxigeno. La ciencia de la química era tan incipiente, que Lavoisier incluso tuvo que darle el nombre hidrógeno al gas que hoy todos entendemos forma parte imprescindible de nuestro entorno, y sin el cual el ser humano no podría sobrevivir.
Algunas leyes pertenecen a la naturaleza, y es menester nuestro descubrirlas. Otras son construcción humana, y es menester nuestro perfeccionarlas. Quisiera, en este sentido, establecer un concepto básico. La lucha de clases es una estrategia política que funciona en dos entornos muy contrastantes. En un extremo, las instituciones deben ser sólidas, funcionales y operativamente eficientes, y la cultura democrática debe estar igualmente bien cimentada. Aquí la lucha de clases permitirá una discusión dialéctica progresiva y las diferencias no resultaran en inestabilidad. En el otro extremo, el entorno político debe estar tan desgastando, ser tan injusto e ineficiente a la hora de redistribuir el poder y la riqueza, que la única alternativa es inflamar las diferencias, y utilizar la cohesión política que otorga la lucha de clases para encender una violenta destrucción de las estructuras existentes. En este segundo escenario no hay un proceso evolutivo gradual, sino un proceso revolucionario total, cuyo objetivo es reemplazar el monopolio de la clase gobernante, con la dictadura de quienes no fueron permitidos participar en la construcción de las reglas de juego, y que no participaron de la distribución de la riqueza nacional. En este escenario la inestabilidad es parte del proceso de desgaste que lleva al desenlace final, y de alguna manera es un prerrequisito para la inteligencia revolucionaria. Bolivia no se encuentra en ninguno de estos extremos, y la lucha de clases tan solo logrará retrasar nuestra inserción a la economía mundial.
En 1793, cuatro años después de la Revolución Francesa, comenzó en Francia el Reinado del Terror. Lavoisier tuvo que ser testigo primero de cómo la Academia de Ciencias era abolida, y luego como su participación en “los granjeros de la hacienda”, le ganó ser sentenciado a la guillotina. El juicio duró menos de un día, y en la tarde Lavoisier fue decapitado en la Plaza de la Revolución, hoy la Plaza de la Concordia. Lagrange se lamentaba de esta manifestación de resentimiento, “en un solo instante se quedó sin cabeza pero harán falta mas de cien años para que aparezca otra igual”. Perder la cabeza es algo que hoy se vuelve cada día más fácil, y prueba de ello es que en nuestra clase de lucha, se pretendió convertir en “enemigos de clase” a los cooperativistas mineros. Parecía que éstos intentaban obtener reglas de juego que permitan racionalidad en su actividad, en lugar de chantajes económicos. Tal vez lo que querían sus lideres era su botín. Cualquiera sea el caso, lo que es evidente es que, en lugar de avanzar un sector minero sostenible, se ha utilizado a la lucha de clase como estrategia política, y esta clase de lucha solo logra que perdamos el tiempo, y posiblemente hasta la cabeza.
Flavio Machicado Teran
[1] Ver Frans De Wass: Primates y Filósofos: La Evolución de la Moralidad. Princeton University Press, 2006
Sin embargo, si nos tomáramos la molestia de salir a la calle y preguntar, “¿qué quiere decir para usted “la ley”?”, temo que nos sorprendería lo difícil que es para muchos conceptuar algo que parecería ser básico y evidente. Tal vez la respuesta dependa cómo formulamos la pregunta, y tal vez la respuesta dependa de quién haga la pregunta, y hasta cómo esté vestida la persona. La subjetividad, después de todo, es rey. Pero la respuesta es muy sencilla: Las leyes son reglas que definen nuestros derechos y responsabilidades. Algo tan sencillo parece hoy perderse de la conciencia colectiva, y en lugar de enfocarnos en desarrollar reglas que permita mejor avanzar nuestro bienestar común, pareciéramos preferir mantenernos en un estado de frenesí, como si esperando que sea un sacrificio humano el que logre apaciguar nuestras frustraciones. Pero incluso esos rituales son racionales en la medida que permiten enfocar y canalizar los esfuerzos del pueblo. Lo que es irracional es disipar la energía que representa la voluntad de cada uno de los bolivianos, simplemente porque no se entienden algunos preceptos básicos que hacen que la convivencia, incluso entre chimpancés[1], se dirija hacia mínimos objetivos compartidos, como ser aquel que representa la estabilidad.
En la historia de la humanidad han existido, y existen, leyes injustas o anacrónicas que deben ser revertidas o perfeccionadas. Durante la era oscura del medievo europeo, por ejemplo, los poderosos terratenientes eran quienes imponían sus propias leyes sobre sus vasallos, un antecedente histórico que muchos dirán aun refleja lo que sucede en nuestro propio suelo. Quienes tan cínicamente prefieren optar por una postura que ignora el lento proceso evolutivo de la sociedad - y tal vez pretenden acelerar el proceso mediante el fuego de la lucha de clases y una sangrienta revolución - subestiman el marco legal establecido, el cual afortunadamente aun rinde tal irracionalidad poco probable. Es precisamente el hecho que hemos desarrollado reglas que permiten cierta convivencia pacifica, y sobre todo la alteración pacifica del poder, lo que permite aun mantener un vestigio de civilidad.
Ahora nos encontramos en pleno proceso de definir las nuevas reglas de juego y las bases conceptuales sobre las cuales hemos de brindar al individuo las garantías e incentivos para avanzar su bienestar, y en la misma medida avanzar el bienestar de todos. Pero parece que hay quienes prefieren invocar mediante hechicería a los espíritus ancestrales, que utilizar las herramientas y la sabiduría adquirida a través de cientos de años, experiencias que permiten a las sociedades dejar de tropezar con la misma piedra. Para ello, sin embargo, se requiere empezar por algo tan básico como siquiera preguntarse para qué sirven las leyes, y para qué una nación desarrolla preceptos básicos enmarcados en una constitución.
Hace apenas 300 años no se conocían leyes de la naturaleza que hoy todos damos por obvia. En ese entonces, por ejemplo, se explicaba el proceso de combustión como el resultado de la liberación de una sustancia que llamaban flogisto. Un francés, Antoine Lavoisier, encontró dicha noción difícil de creer, y en 1772 descubrió que algunos químicos ganaban peso al quemarse. Fue de esta manera que llegó a la conclusión que algo era añadido a éstos químicos, en lugar de que algo – el flogisto – se desprenda de ellos. En 1794, Lavoisier se enteró que un ingles había descubierto un gas que aparentemente era imprescindible en el proceso de combustión. El gas que había descubierto Priestley era nada menos que el oxigeno, y Lavoisier llegó a la conclusión que cuando un combustible arde, es porque se mezcla con el oxigeno, y que no existía tal cosa como el flogisto. Mas adelante Lavoisier utilizó el descubrimiento de otro ingles, Cavedish, para concluir que el agua estaba constituida por la combinación del hidrógeno con el oxigeno. La ciencia de la química era tan incipiente, que Lavoisier incluso tuvo que darle el nombre hidrógeno al gas que hoy todos entendemos forma parte imprescindible de nuestro entorno, y sin el cual el ser humano no podría sobrevivir.
Algunas leyes pertenecen a la naturaleza, y es menester nuestro descubrirlas. Otras son construcción humana, y es menester nuestro perfeccionarlas. Quisiera, en este sentido, establecer un concepto básico. La lucha de clases es una estrategia política que funciona en dos entornos muy contrastantes. En un extremo, las instituciones deben ser sólidas, funcionales y operativamente eficientes, y la cultura democrática debe estar igualmente bien cimentada. Aquí la lucha de clases permitirá una discusión dialéctica progresiva y las diferencias no resultaran en inestabilidad. En el otro extremo, el entorno político debe estar tan desgastando, ser tan injusto e ineficiente a la hora de redistribuir el poder y la riqueza, que la única alternativa es inflamar las diferencias, y utilizar la cohesión política que otorga la lucha de clases para encender una violenta destrucción de las estructuras existentes. En este segundo escenario no hay un proceso evolutivo gradual, sino un proceso revolucionario total, cuyo objetivo es reemplazar el monopolio de la clase gobernante, con la dictadura de quienes no fueron permitidos participar en la construcción de las reglas de juego, y que no participaron de la distribución de la riqueza nacional. En este escenario la inestabilidad es parte del proceso de desgaste que lleva al desenlace final, y de alguna manera es un prerrequisito para la inteligencia revolucionaria. Bolivia no se encuentra en ninguno de estos extremos, y la lucha de clases tan solo logrará retrasar nuestra inserción a la economía mundial.
En 1793, cuatro años después de la Revolución Francesa, comenzó en Francia el Reinado del Terror. Lavoisier tuvo que ser testigo primero de cómo la Academia de Ciencias era abolida, y luego como su participación en “los granjeros de la hacienda”, le ganó ser sentenciado a la guillotina. El juicio duró menos de un día, y en la tarde Lavoisier fue decapitado en la Plaza de la Revolución, hoy la Plaza de la Concordia. Lagrange se lamentaba de esta manifestación de resentimiento, “en un solo instante se quedó sin cabeza pero harán falta mas de cien años para que aparezca otra igual”. Perder la cabeza es algo que hoy se vuelve cada día más fácil, y prueba de ello es que en nuestra clase de lucha, se pretendió convertir en “enemigos de clase” a los cooperativistas mineros. Parecía que éstos intentaban obtener reglas de juego que permitan racionalidad en su actividad, en lugar de chantajes económicos. Tal vez lo que querían sus lideres era su botín. Cualquiera sea el caso, lo que es evidente es que, en lugar de avanzar un sector minero sostenible, se ha utilizado a la lucha de clase como estrategia política, y esta clase de lucha solo logra que perdamos el tiempo, y posiblemente hasta la cabeza.
Flavio Machicado Teran
[1] Ver Frans De Wass: Primates y Filósofos: La Evolución de la Moralidad. Princeton University Press, 2006
Educar .... ¿una Ilusión?
Lo que sucede en el instante que usted lee lo aquí escrito es una ilusión. La luz proyecta sobre sus retinas curvas y líneas, estimulando nervios ópticos, para que luego su cerebro interprete el conjunto de palabras. Utilizando reglas gramaticales que forman parte de su destreza mental, el milagro de la conciencia hilvana los conceptos, para luego verter en su mente una interpretación. El proceso cognitivo mediante el cual el ser humano proporciona sentido a líneas y curvas, para luego formar pensamientos complejos, es el resultado de millones de años de evolución, que han especializado al hemisferio izquierdo del cerebro en el procesamiento de sutiles estímulos sensoriales.
El cerebro ha sido un gran misterio, y los avances en la comprensión de su arquitectura y funcionamiento solían requerir el observar aquellos que habían sido dañados por violentos golpes, procesos degenerativos, o deformaciones genéticas. La tecnología de resonancia magnética permite hoy observar cómo un cerebro sano procesa la información. Es así que la neurociencia puede hoy, de manera indisputable, aseverar que el cerebro izquierdo procesa la información de una manera diferente que el cerebro derecho. El primero es el asiento de la lógica, el lenguaje y las matemáticas, el derecho es el asiento de los sueños, la interpretación emocional, la intuición y la subjetividad humana.
Otra característica del cerebro humano es que – en la mayoría - el hemisferio izquierdo es dominante, y controla la parte derecha del cuerpo. Es por ello que sólo entre el 8 y 15 % de la población es zurda. En la antigüedad, cuando las armaduras y tácticas de combate cuerpo a cuerpo estaban diseñadas para ejércitos de puros diestros, ser zurdo presentaba grandes ventajas. Esta ventaja táctica, sin embargo, jamás fue explotada, debido a que – por razones puramente ideológicas – la zurda estaba asociada con espíritus malignos, un prejuicio generalizado a través de prácticamente toda cultura.
El sistema educativo también está sesgado hacia el desarrollo del hemisferio izquierdo, debido a su énfasis en precisamente el lenguaje, la lógica, matemática y relaciones lineales de causa y efecto. Una educación que integra las facultades del hemisferio derecho puede mejorar la capacidad cognitiva de procesar la información con mayor creatividad. Pero esa no es una regla que deba ser aplicada dogmáticamente, porque un individuo con un cerebro derecho dominante, se beneficiará de la estimulación de su hemisferio menos dominante. Los avances de la ciencia lentamente nos ayudan a integrar nuestro cerebro, y a utilizarlo en toda su capacidad.
Ningún avance, sin embargo, develará lo que sucede en los cerebros de quienes pretenden estatizar la educación privada. Como si no fuera suficiente el que tengamos una fuga de cerebros, las consecuencias no intencionadas del manejo ideológico de la justicia social puede llevarnos ahora a normalizar los estándares, no elevando el nivel de la educación publica, sino reduciendo el nivel de los demás. Una de las bases ideológicas del proyecto descolonizador es enfrentar a quienes “son o quieren parecerse a occidente” y los que “se sienten indios”, para así superar la autonegación permanente de Bolivia “que imita la forma de ser de otros”. De igual manera, en nombre del cerebro derecho, asiento de la intuición y visión holística de la realidad, tal vez se pretenda derrocar el cerebro izquierdo, occidental, lógico, analítico y reduccionista. La ideología, después de todo, puede orientar creando la ilusión de un horizonte, pero puede ser un ente con vida propia que trata de reducir todo en su paso a la lógica que lo alimenta. El cerebro izquierdo y derecho requieren integrarse, complementarse y cooperar para lograr niveles más elevados de conciencia. El ímpetu anti-occidental, sin embargo, reduce todo esfuerzo a componentes binarios, autoriza imitar el modelo venezolano, y está creando una esquizofrenia innecesaria.
Flavio Machicado Teran
El cerebro ha sido un gran misterio, y los avances en la comprensión de su arquitectura y funcionamiento solían requerir el observar aquellos que habían sido dañados por violentos golpes, procesos degenerativos, o deformaciones genéticas. La tecnología de resonancia magnética permite hoy observar cómo un cerebro sano procesa la información. Es así que la neurociencia puede hoy, de manera indisputable, aseverar que el cerebro izquierdo procesa la información de una manera diferente que el cerebro derecho. El primero es el asiento de la lógica, el lenguaje y las matemáticas, el derecho es el asiento de los sueños, la interpretación emocional, la intuición y la subjetividad humana.
Otra característica del cerebro humano es que – en la mayoría - el hemisferio izquierdo es dominante, y controla la parte derecha del cuerpo. Es por ello que sólo entre el 8 y 15 % de la población es zurda. En la antigüedad, cuando las armaduras y tácticas de combate cuerpo a cuerpo estaban diseñadas para ejércitos de puros diestros, ser zurdo presentaba grandes ventajas. Esta ventaja táctica, sin embargo, jamás fue explotada, debido a que – por razones puramente ideológicas – la zurda estaba asociada con espíritus malignos, un prejuicio generalizado a través de prácticamente toda cultura.
El sistema educativo también está sesgado hacia el desarrollo del hemisferio izquierdo, debido a su énfasis en precisamente el lenguaje, la lógica, matemática y relaciones lineales de causa y efecto. Una educación que integra las facultades del hemisferio derecho puede mejorar la capacidad cognitiva de procesar la información con mayor creatividad. Pero esa no es una regla que deba ser aplicada dogmáticamente, porque un individuo con un cerebro derecho dominante, se beneficiará de la estimulación de su hemisferio menos dominante. Los avances de la ciencia lentamente nos ayudan a integrar nuestro cerebro, y a utilizarlo en toda su capacidad.
Ningún avance, sin embargo, develará lo que sucede en los cerebros de quienes pretenden estatizar la educación privada. Como si no fuera suficiente el que tengamos una fuga de cerebros, las consecuencias no intencionadas del manejo ideológico de la justicia social puede llevarnos ahora a normalizar los estándares, no elevando el nivel de la educación publica, sino reduciendo el nivel de los demás. Una de las bases ideológicas del proyecto descolonizador es enfrentar a quienes “son o quieren parecerse a occidente” y los que “se sienten indios”, para así superar la autonegación permanente de Bolivia “que imita la forma de ser de otros”. De igual manera, en nombre del cerebro derecho, asiento de la intuición y visión holística de la realidad, tal vez se pretenda derrocar el cerebro izquierdo, occidental, lógico, analítico y reduccionista. La ideología, después de todo, puede orientar creando la ilusión de un horizonte, pero puede ser un ente con vida propia que trata de reducir todo en su paso a la lógica que lo alimenta. El cerebro izquierdo y derecho requieren integrarse, complementarse y cooperar para lograr niveles más elevados de conciencia. El ímpetu anti-occidental, sin embargo, reduce todo esfuerzo a componentes binarios, autoriza imitar el modelo venezolano, y está creando una esquizofrenia innecesaria.
Flavio Machicado Teran
Conspiracy Fantasy
Neocons believe that some decisions are too complex, and far too transcendental for the nation’s security and stability, to be left to the process of democratic deliberation. The President, and his advisors, must therefore allow themselves the leeway to maneuver in dangerous waters, even if it requires doing so in the back of the simplistic people, or deceiving them when constitutional restraints deem it necessary. The power that the Bush Administration wants to confer to the presidency is part of an ideological imperative to change the rules of the game, even if that game is most likely to be played two years from now by a Democrat in the White House.
The premise above sounds plausible, but are the blunders consistently made by the Administration really part of a well-thought-out plan to overthrow the Rule of Law and impose American Imperialism? Or is it simply a strange marriage of naiveté, idealism and incompetence, the likes of which have not been seen since Forest Gump? Most probably, like most things human, it is somewhere in between. Lack of forethought and consistency in flawed logic in the efforts of the President to bring about what he considers is in the best interest of the US and the world notwithstanding, this time the elements could be there for the most masterful conniving conspiracy of them all, and Alberto Gonzalez could be the bait. Democrats are so eager to go after Bush that it is plausible they are being set up to swallow hook, line and sinker.
Imagine the following scenario: Democrats go overboard and levy the accusation that the Bush Administration wants not only an all-powerful Executive, but also one bereft of oversight. They do not take the offer to have Karl Rove and others testify without taking oath, and subpoena them to testify. The process becomes a media circus; the polarization of partisan politics then takes every argument to its logical extreme, to the point that efforts to centralize political power in Iraq are made analogous to Bush’s intentions to be the one that calls all of the shots, and his intent to do so without any process of oversight or deliberation. Joseph Biden is already proposing for Iraq a Federation, following the model in the Balkans, to provide the Iraqi political system with oversight and checks and balances that the different parties may deem necessary for peaceful co-existence. So, the case could be made that Bush, just like he mistakenly wants an all powerful Executive in Iraq in order to deal with its own crisis, is also tweaking the standards and executive privileges to have his authority and Machiavellian designs go here unchecked.
The Plume fiasco, and the corresponding indictment of Libby, may be precedent for the need to force the President’s advisors to provide testimony under oath. Drummed by the well-intentioned efforts of people like the Chairman of the Judiciary Committee, Patrick Leahy, Democrats may bet all their marbles on the game of “gotcha”, and push for actions that will most certainly stir up emotions on both sides of the fence. When all the smoke blows and the pieces fall into place, it may turn out that even Senator Feinstein had questioned fired US Attorney Carol Lam’s performance. Then, once the case of the firing of the US attorneys has been taken to the courts, has been made a huge stink over, and turns out to be much ado about nothing, Democrats will have let the fish go, and maybe opened the door to lose the next elections.
Bush needed to lie only once to lose his credibility. If he now proves that it is blood thirsty partisan politics that is irresponsibly driving his rivals across the aisle to go after him, and his fall guy, Alberto Gonzalez, is acquitted of wrong doing, then suspicion of deception will be shone on the intent and spirit of those who went after his head. Is this the possible script for a cunning plan on the part of some Republican insiders to allow those that follow to keep the White House?
No, I don’t think so.
More likely, as they have been all along, the Bush Administration is simply plain dumb.
Maybe brilliantly so!
Flavio Machicado Teran
The premise above sounds plausible, but are the blunders consistently made by the Administration really part of a well-thought-out plan to overthrow the Rule of Law and impose American Imperialism? Or is it simply a strange marriage of naiveté, idealism and incompetence, the likes of which have not been seen since Forest Gump? Most probably, like most things human, it is somewhere in between. Lack of forethought and consistency in flawed logic in the efforts of the President to bring about what he considers is in the best interest of the US and the world notwithstanding, this time the elements could be there for the most masterful conniving conspiracy of them all, and Alberto Gonzalez could be the bait. Democrats are so eager to go after Bush that it is plausible they are being set up to swallow hook, line and sinker.
Imagine the following scenario: Democrats go overboard and levy the accusation that the Bush Administration wants not only an all-powerful Executive, but also one bereft of oversight. They do not take the offer to have Karl Rove and others testify without taking oath, and subpoena them to testify. The process becomes a media circus; the polarization of partisan politics then takes every argument to its logical extreme, to the point that efforts to centralize political power in Iraq are made analogous to Bush’s intentions to be the one that calls all of the shots, and his intent to do so without any process of oversight or deliberation. Joseph Biden is already proposing for Iraq a Federation, following the model in the Balkans, to provide the Iraqi political system with oversight and checks and balances that the different parties may deem necessary for peaceful co-existence. So, the case could be made that Bush, just like he mistakenly wants an all powerful Executive in Iraq in order to deal with its own crisis, is also tweaking the standards and executive privileges to have his authority and Machiavellian designs go here unchecked.
The Plume fiasco, and the corresponding indictment of Libby, may be precedent for the need to force the President’s advisors to provide testimony under oath. Drummed by the well-intentioned efforts of people like the Chairman of the Judiciary Committee, Patrick Leahy, Democrats may bet all their marbles on the game of “gotcha”, and push for actions that will most certainly stir up emotions on both sides of the fence. When all the smoke blows and the pieces fall into place, it may turn out that even Senator Feinstein had questioned fired US Attorney Carol Lam’s performance. Then, once the case of the firing of the US attorneys has been taken to the courts, has been made a huge stink over, and turns out to be much ado about nothing, Democrats will have let the fish go, and maybe opened the door to lose the next elections.
Bush needed to lie only once to lose his credibility. If he now proves that it is blood thirsty partisan politics that is irresponsibly driving his rivals across the aisle to go after him, and his fall guy, Alberto Gonzalez, is acquitted of wrong doing, then suspicion of deception will be shone on the intent and spirit of those who went after his head. Is this the possible script for a cunning plan on the part of some Republican insiders to allow those that follow to keep the White House?
No, I don’t think so.
More likely, as they have been all along, the Bush Administration is simply plain dumb.
Maybe brilliantly so!
Flavio Machicado Teran
El Punto G de W
“Vamos a encerrar a nuestros ministros en un cuarto hasta llegar a un acuerdo”, bromeaba el Presidente Bush refiriéndose a acuerdos bilaterales entre Brasil y EE.UU. Las dos naciones están negociando tarifas que faciliten el intercambio comercial, con miras a proyectos que les permita cooperar en la extracción de combustible a base de la caña de azúcar. La sensual mente de Lula debe haber sido estimulada por la imagen que invocó su - por lo usual - eróticamente temperada contraparte, llevándolo a replicar, “Yo pienso que estamos avanzando con mucha solidez para encontrar el punto G para lograr un acuerdo”.
Las criticas no se han dejado esperar, y curiosamente los argumentos son muy parecidos a los vertidos contra la hoja de coca: un nocivo incremento en la explotación de menores, peligros asociados con monocultivos, degradación ecológica, uso de pesticidas, etc. El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra argumenta que el proyecto ha de incrementar el hambre y la pobreza, y para condenar el incremento en la producción de caña de azúcar utiliza conceptos de “soberanía, subordinación, desigualdad y consumo”. En una de ellas hay peso, y es en el predicamento de la desigual distribución de las ganancias. Afortunadamente Lula tiene una conciencia social muy desarrollada, y los beneficios seguramente no se detendrán en reducir la emisión de venenos a la atmósfera, y se traducirán en mayores empleos y recursos para que el Estado pueda mejor cuidar de los más necesitados.
Fidel Castro, quien no desperdicia oportunidad para reducir todo a su lente ideológico, protestó la idea de “poner los alimentos a producir combustibles”, llamando esta iniciativa “trágica” y “dramática”. Seguramente no ha escuchado de la jetrofa, un arbusto que puede ser cultivado en tierras marginales no aptas para cultivos tradicionales, y que promete convertirse en fuente inagotable de biodiesel. El fruto de la jetrofa produce cuatro veces más aceite que el maíz, crece en terrenos desérticos y baldíos, y en catorce años produce 10 centímetro de sedimentos – creando una capa de manto fértil - regenerando suelos saturados por pesticidas. La tierra por si sola necesitaría mil años para lograr el mismo resultado.
Si en la Asamblea legislamos para que los nuevos edificios aporten a crear igualdad de oportunidades para que la minoría ignorada - los discapacitados – estaremos actuando con visión del futuro. Adaptar la infraestructura existente de manera que una persona ciega, o en silla de ruedas, disfrute del mismo derecho de moverse libremente que asumimos los demás, tal vez cueste más de lo que tenemos. Pero construir incorporando preceptos básicos de ingeniería que consideren los derechos de individuos con discapacidades sólo requiere cambiar de lente, y entender que un discapacitado tiene el mismo derecho de ser productivo, sin importar su ideología, raza o religión.
El etanol tal vez empañe la esperanza que la mamadera de gas nos alimente por siempre. Sin embargo, los avances tecnológicos no deberían darnos miedo. Miedo debe darnos no construir condiciones para crear riqueza y su más justa distribución. A su vez, la soberanía surge de la autosuficiencia, y ésta surge de la capacidad de innovar y competir. Si una visión colectivista nos lleva a arrinconar a la iniciativa privada y al empresario, cualquier sea su raza o religión, estaremos cayendo en una trampa ideológica que pretende revertir la subordinación discriminando. El gas no va a durar para siempre, pero los prejuicios ideológicos con los que se contagia a la población serán más difícil de sacudir. Gracias a los paladines de la reivindicación “anti-consumista”, estamos discriminando contra nuestra propia capacidad de construir, y limitamos nuestra visión y horizontes. Indudablemente Castro y Chávez también nos tienen el dedo bien metido, pero no es en el punto G.
Flavio Machicado Teran
Las criticas no se han dejado esperar, y curiosamente los argumentos son muy parecidos a los vertidos contra la hoja de coca: un nocivo incremento en la explotación de menores, peligros asociados con monocultivos, degradación ecológica, uso de pesticidas, etc. El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra argumenta que el proyecto ha de incrementar el hambre y la pobreza, y para condenar el incremento en la producción de caña de azúcar utiliza conceptos de “soberanía, subordinación, desigualdad y consumo”. En una de ellas hay peso, y es en el predicamento de la desigual distribución de las ganancias. Afortunadamente Lula tiene una conciencia social muy desarrollada, y los beneficios seguramente no se detendrán en reducir la emisión de venenos a la atmósfera, y se traducirán en mayores empleos y recursos para que el Estado pueda mejor cuidar de los más necesitados.
Fidel Castro, quien no desperdicia oportunidad para reducir todo a su lente ideológico, protestó la idea de “poner los alimentos a producir combustibles”, llamando esta iniciativa “trágica” y “dramática”. Seguramente no ha escuchado de la jetrofa, un arbusto que puede ser cultivado en tierras marginales no aptas para cultivos tradicionales, y que promete convertirse en fuente inagotable de biodiesel. El fruto de la jetrofa produce cuatro veces más aceite que el maíz, crece en terrenos desérticos y baldíos, y en catorce años produce 10 centímetro de sedimentos – creando una capa de manto fértil - regenerando suelos saturados por pesticidas. La tierra por si sola necesitaría mil años para lograr el mismo resultado.
Si en la Asamblea legislamos para que los nuevos edificios aporten a crear igualdad de oportunidades para que la minoría ignorada - los discapacitados – estaremos actuando con visión del futuro. Adaptar la infraestructura existente de manera que una persona ciega, o en silla de ruedas, disfrute del mismo derecho de moverse libremente que asumimos los demás, tal vez cueste más de lo que tenemos. Pero construir incorporando preceptos básicos de ingeniería que consideren los derechos de individuos con discapacidades sólo requiere cambiar de lente, y entender que un discapacitado tiene el mismo derecho de ser productivo, sin importar su ideología, raza o religión.
El etanol tal vez empañe la esperanza que la mamadera de gas nos alimente por siempre. Sin embargo, los avances tecnológicos no deberían darnos miedo. Miedo debe darnos no construir condiciones para crear riqueza y su más justa distribución. A su vez, la soberanía surge de la autosuficiencia, y ésta surge de la capacidad de innovar y competir. Si una visión colectivista nos lleva a arrinconar a la iniciativa privada y al empresario, cualquier sea su raza o religión, estaremos cayendo en una trampa ideológica que pretende revertir la subordinación discriminando. El gas no va a durar para siempre, pero los prejuicios ideológicos con los que se contagia a la población serán más difícil de sacudir. Gracias a los paladines de la reivindicación “anti-consumista”, estamos discriminando contra nuestra propia capacidad de construir, y limitamos nuestra visión y horizontes. Indudablemente Castro y Chávez también nos tienen el dedo bien metido, pero no es en el punto G.
Flavio Machicado Teran
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